EL ARTE
DE LA PUTA
POR CALEB
OLVERA ROMERO
No se puede hablar de todo, hay
dentro del mundo regiones y lugares sin nombres, donde no existen palabras para
nombrarlas, regiones y seres que han sido olvidados, regiones de soledad y de
llanto que nos construyeron, que nos olvidaron. Seres que generalmente
permanecen anónimos, y gustan en autonombrarse Zafiro, o Rubí o cualquier otro
nombre estúpido. Seres cuyo mundo fue construido sobre Lecumberri, diseñado en
arena con frases de cuatro pisadas, dibujado en su vientre con una melodía de
Paganini, o con un acople de esquizos. Cuatro locos, no más. Cuatro mentes, no
más, entonan con diversas voces tu canción de medianoche, tu canción de agua
con sal, tu frágil suspiro. Dentro de estos seres hay uno, la puta quien
aprendió a transformarse en imán de los átomos sexuales. Cuyas manos han sido
devoradas por la angustia. Tu vida, un glorioso aquelarre que invita a
construir una fiesta sobre tu cuerpo. A perderse en tu bosque y llorar sobre tu
teatro. Llover sobre tu teatro. Cuando tu caminar invita a los insectos a
besarse dentro del polvo o a sufrir el deseo de transformarse en caricia, en
pecaminoso cuerpo.
Con
aplausos de muerte comienzas tu danza, y el público empieza a beberse ansioso
los ojos, porque siempre he querido ser tus ojos solamente para llorarte con
los míos, para llorarte desde adentro. Para hacerme presente en el aquelarre
festivo con una gran risotada, con una flecha maldita o simplemente con el
sonido de la propina. Tú me construyes juguetes de viento. Tú eres el silencio
de todos los espejos, las batallas entre todas las perlas, entre todos los
puercos. Tú eres quien pregunta a los astrónomos por la sabiduría olvidada de
los besos, por un saber técnico de insecto. Y entonces, te desnudas de
recuerdos, te vacías de ti misma, te conviertes en un ser de papel y caricias,
en una mordida desnuda, en una piel sin fundamento. Te olvidas de ti pues tu
cuerpo ya no te pertenece, ahora solamente eres el dulce instrumento con que
juega la niña de mis ojos. Porque tu baile es una lento oficiar de misa, un conjuro
que trasforma mis noches en duraznos y desde la lejanía mi tacto comienza a
cabalgar sobre tus quejidos. Se fragua así la desesperanza que rompe tu
corpiño, para transformarlo en mariposas suicidas, en pétalos astrales, en
copas embravecidas. Sobre tu vientre pende un diminuto triangulo de ceniza, un
misterioso diecinueve ígneo, una promesa entumecida por el alcohol, un intento
de enamorase que se transformó en metal. En lúgubre billete. El baile se
desarrolla mientras los hombres relámpagos, intentan morderte el desnudo.
Porque sólo el que sabe de dolor, al dolor se atreve. Sólo en tu cuerpo la
verdad se ha coagulado en flor, en perverso guiño. Eres el mártir de las
flores, el beato de las borracheras, y en mi copa sirves la amargura de los
seres humanos, que engendran tempestades. Solo tú escuchas el clamor de mi
sangre en eco, que te grita mis lascivos sentimientos. Sabes que en el fondo de
mi voz está tu orilla, tu contorno formado de azafrán y lencería. Tú le hablas
a la silueta de mis ojos, y ella escucha tu impronunciable voz, una voz
ausente, una voz de monólogo con huesos. De polvo de vudú. Donde en un crisol
eterno o en una simple copa agitas tu vaivén perenne, tu construcción de
sortilegio, tu manera de envenenar la vida. Mientras esparces sal en todas las
células, convirtiendo mi carne en polvo para tus brujerías. Traté de comprender
tu errante espuma, tus delirantes ojos que no encuentran respuesta. Tu forma de
mirar como toro condenado, que sabe del valor y del fracaso, de antemano condenado
al fracaso. En tu mirada no hay línea de fuga ni salvación. Nadie se atreve a
orar, pues sabemos del dolor de estar atado al delirio de la sangre, al
sentimiento de la carne, y por ello somos los que desatan tempestades.
Violentas riñas entre seres desdibujados. Barcos a punto del naufragio que se
esfuerzan semana con semana en buscar la sal en la playa de tu pecho. Pero
ellos no saben de tu ancestral biografía, de tu padre en endemoniada carrera
bajo la luz de las sirenas, o simplemente muriendo día con día, porque en la
humillación fue donde aprendiste a convertir las noches en duraznos. Las
caricias en monedas. Ahí donde mi sangre blanca de escorpión intenta perder al
pez que en ella navega hacia ti. Ahí tú tocas y vuelves a descomponer el
génesis, ahí y justo ahí comienza el milagro de la creación, se pone a girar la
rueda del mundo. Tu deseo nada en mis entrañas, en mis bosques marinos
desatando el negro silencio de mis ciervos. Mientras con alucinada sonrisa las
ninfas sin ropa se despiden eternas. Cuando tú en mi piel realizas un congreso
sexual, un doctorado en acariciar el agua. Eres quien inventa la forma de
estudiar en tu cadera la topología del deseo. Yo en tu sabor reconozco el goce
del Apocalipsis. Contigo montada en mí encuentro el valor para arrebatarle al
mar los higos. Así, insomne frente a los senderos de mi sangre construyo una
súplica vulgar, una canción ante tu nombre, un megalómano instinto satura las
gotas de tu llanto, y vuelvo a montarme en ti, en tu erotismo rudo, en tu
cultura de burla. Así recorro tu mordida espalda. Hasta el día en que mi sangre
de media noche me asfixie, hasta el día en que se vacíen sobre tu vientre todos
los desechos genitales, y final e irremediablemente todo vuelva a desnudarse.
Para volver a comenzar la danza y yo hombre, como todos los hombres, descienda
hasta ti para reclamar de nuevo la pureza y la santidad que nunca me robaste.
Mientras inmortal el polvo desde unos ojos ajenos nos observa.
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