LAS MALAS LENGUAS
POR ANILÚ HERNÁNDEZ BASTIDA
Decían que a Marcela y a mí comadre, les daba miedo
que llegara la noche. A penas empezaba a oscurecer cuando se miraban una a la
otra y hacían una mueca. Al principio no se lo dijeron a nadie, ni siquiera al
compadre, que a veces no se quedaba ahí, por el trabajo. Le dijeron que a
partir de ese día Marce dormiría en el cuarto con su madre por si en la noche
le daba algún dolor y él no estaba para ayudarla. Nada más. Ya solas las
mujeres, empezaron a oír los ruidos.
Mi
comadre decidió que a la niña, la hija de Marce, tampoco había que decirle
nada, no se fuera a enfermar de espanto; que había que ponerle un listón blanco
y una imagen de la Virgen sujetos con un segurito, para protegerla. Pero Marce
no quiso:
--Si el segurito se abre de repente, le puede dar
un piquetote a la niña y yo no tengo tiempo de llevarla con el doctor. Mejor
cuélgale una medalla.
Dicen
que las primeras veces que se le cargó el muerto a mí comadre, gemía de miedo,
luego se revolcaba en la cama, como si algo le apretara el pecho. Entonces
Marcela, que ya sabía que hacer, la despertaba de inmediato. Sucedía de tres a
cuatro noches por semana hasta que, bien o mal, comenzaron a acostumbrarse. Las
pláticas en la madrugada eran el pan nuestro de cada día, y decía la entidad
-comenzaron a llamarle así después de consultar a una curandera que les dijo
que esa era la mejor forma de nombrar a esos seres para no entrar en detalles-.
Lo malo es que al otro día la pobre Marce tenía que levantarse bien temprano
para ir a trabajar toda desvelada.
Decía
mi comadre que la entidad era varón, y que incluso ya le había visto los rasgos
y se parecía a los hombres que habían habitado la casa. Cómo no iba a saberlo
ella, si tenía años viviendo ahí.
Desde
que entró en el vestíbulo por primera vez de la mano de su padre, se quedó
pasmada y dijo que no le gustaba esa casa. Antes de vivir en ella, había soñado
un remolino que la elevaba por los aires y la familia ni en cuenta. Y ni qué
decir cuando les mostraron la parte de atrás; dicen que casi se cae cuando vio
los muros y las puertas, que porque en el sueño, ese era el lugar a donde el
remolino siempre la iba a aventar. Le hizo una rabieta a su padre, pero sólo
consiguió unos coscorrones. Don Rufino se los llevó a todos para allá y ahí
crecieron, arrumbando de cuarto en cuatro las fotos de los antiguos dueños,
mismas que, por respeto, no querían tirar a la basura, pues como fuera, se
trataba de su propia sangre.
Una
tarde mi comadre le gritó a Marce que saliera rápido a ver la flama de la vela
del altar de la Virgen. Decía que se movía hacia los lados como si bailara.
Cuando Marcela se asomó, la vela estaba con la flema recta. Eso sí, después de
las diez no faltaron los ruidos.
Pero
la cosa empeoró cuando la comadre decía que tenía la voz del espíritu en su
oído varias veces al día, como si éste anduviera pegado a ella por toda la
casa, y cuando pasaba por enfrente de la pileta, el perro aullaba como si viera
a la mismísima Muerte. Esos fueron los peores días, porque dicen que fue cuando
la comadre comenzó a ir hacia el cuarto de enfrente, el que está casi a la
entrada principal y lo hacía como bajo un trance, decía que la entidad le
ordenaba ir ahí.
--Mamá,
debes tener fuerza de voluntad y no permitir que el espiritillo ese te mangonié--
le decía Marce, que ya lo único que quería era dormir.
Pero
mi comadre creía que se trataba de un aviso, y ya más en su juicio, decía que
tal vez la entidad la dejaría en paz si prestaba atención al mensaje que tenía
que darle desde el más allá.
Por
esos días las dos ya habían ido a ver a varios padres para que les fueran a
bendecir toda la casa y terminar con eso. Todos les dijeron lo mismo: que les
hacía falta rezar y que estaban lejos de la mano de Dios. Pero por más que la
comadre rezaba, las cosas seguían igual. El acabose fue cuando ya mi comadre
decía con toda claridad lo que el espíritu le ordenaba:
--Vente
conmigo.
Y según Marce, cuando ella despertaba a su mamá en
la noche durante las pesadillas, mi comadre tenía el rostro transfigurado, como
si ya no fuera ella. Ahí fue cuando se empezó a alarmar; dijo que no fuera a
ser que la vieja hiciera una barbaridad en cualquiera de ratos en que ella la
dejaba sola para irse a trabajar.
--Mi madre dice que aquí hay una puerta que viene
del más allá --me dijo Marce una vez que pasé a verlas.
--Y tú ¿qué crees?
--Qué va madrina. Mi mamá dice que esas entidades
andan como en su casa. Oigo los ruidos sí, pero pues ¿qué me hacen?, de ahí no
pasa. La que me preocupa es mi mamá
Marce es de esas mujeres de carácter que casi no
sueñan mientras duermen. Ella mejor piensa en un mejor sueldo o en cómo hacerse
de un carro para que ya no la humillen las del trabajo, también en cómo costear
la demanda contra el padre de la niña, que las abandonó. Que yo sepa nunca se
le oye decir con cara de asombro que soñó por la noche tal o cual cosa.
Necesita más bien que su mente no pierda el tiempo en necedades, descansar y
amanecer bien repuesta.
Pero, en fin… dicen que el perro se chupó, en
cuestión de días. Lo tenían amarrado al tronco del árbol porque no había otro
lugar mejor donde tenerlo, pero le daban su comida, su agua. Aquello era
inexplicable. Y así, igualito que el perro, se empezó a chupar también mi
comadre; de bolondita que estaba, se volvió flacucha y ojerosa. Alguien le dijo
a Marce que tuviera cuidado, que algo raro le pasaba a su mamá, que no se la
fuera a llevar el muerto. Ella, contrariada, no sabía ni qué contestar. Dicen
que esa noche se armó de valor y le gritó a la entidad cuanta cosa.
--¡Órale, si tan cabrón te sientes, entonces ven
por mí y deja de estar chingando a la vieja!
Se fue a dormir como si nada. Entonces, por fin
soñó: se levantaba despacio de la cama y salía hacia el cuarto junto al altar,
ahí la jaló un remolino. Empezó a ver toda la casa diferente, las paredes eran
estelas de colores brillantes y las puertas eran como entradas hacia otros
lugares. Al amanecer, por primera vez en muchos años, contó un sueño. Mi
comadre estaba sorprendida, eso dijo luego ahogada en llanto, porque a ella ya
le había pasado lo mismo, pero ella sí habló bien con ellos, los del otro lado.
Una noche después, a la que soñó fue a Marce: que
se sentaba junto a ella en el borde de la cama y acariciaba sus canas, pero el
colchón no se sumía, como si mi ahijada fuera de humo. Mi comadre despertó ya
tarde al otro día y fue hacia la cocina; la niña, sentada solita frente a la
mesa, intentaba abrir un paquete de leche. La ayudó y se fue al altar de la
Virgen para cambiar el agua y las flores. Se dio cuenta de que Marce no se
encontraba ahí ni en el cuarto de la entrada ni en el baño. La fue a buscar al
lugar del perro por si había ido a darle de comer. El perro estaba muerto. Ella
se asustó y corrió de nuevo a la cocina:
--¿Y tu mamá m’hija?—le preguntó alarmada a la
niña.
--No sé –contestó con el cereal en la boca. Se
notaba que nadie la había ayudado a vestirse, traía toda la ropita al revés.
Dicen que hicieron las investigaciones. Nadie dio
razón. Y como los del ministerio público no creen en apariciones, se llevaron a
mi comadre y le entregaron la niña al DIF.
Desde su celda, mi comadre sueña seguido a Marce,
le reza para ver si de vez en cuando se acuerda de ella y de la niña y las
visita. Diario le pone su veladora y llora, porque dice que la cosa era con
ella, pero no tuvo el valor. Que cuando ellos vienen, ya no quieren regresar
solos. Y pues ni modo, o se llevaban a Marce o era a la niña.
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