Los
preceptos que se van a leer son fruto de la experiencia; la experiencia
implica una cierta suma de equivocaciones; y como cada cual las ha cometido
–todas o poco menos-, espero que mi experiencia será verificada por la de
cada cual.
***
I
DE LA SUERTE Y DE LA MALA SUERTE EN LOS
COMIENZOS
Los jóvenes
escritores que hablando de un colega novel dicen con acento matizado de
envidia: "¡Ha comenzado bien, ha tenido una suerte loca!", no
reflexionan que todo comienzo está siempre precedido y es el resultado de
otros veinte comienzos que no se conocen.
...creo más
bien que el éxito es, en una proporción aritmética o geométrica, según la
fuerza del escritor, el resultado de éxitos anteriores, a menudo invisibles
a simple vista. Hay una lenta agregación de éxitos moleculares; pero
generaciones espontáneas y milagrosas jamás.
Los que
dicen: "Yo tengo mala suerte", son los que todavía no han tenido
suficientes éxitos y lo ignoran.
***
Libertad y
fatalidad son dos contrarios; vistas de cerca y de lejos son una sola
voluntad.
Y es por eso
que no hay mala suerte. Si hay mala suerte, es que nos falta algo: ese algo
hay que conocerlo y estudiar el juego de las voluntades vecinas para
desplazar más fácilmente la circunferencia.
***
II
DE
LOS SALARIOS
Por hermosa
que sea una casa es ante todo -y antes de que su belleza quede demostrada-
tantos metros de frente por tantos de fondo. De igual modo la literatura,
que es la materia más inapreciable, es ante todo una serie de columnas
escritas; y el arquitecto literario, cuyo sólo nombre no es una probabilidad
de beneficio, debe vender a cualquier precio.
Hay jóvenes
que dicen: "Ya que esto vale tan poco, ¿para qué tomarse tanto
trabajo?" Hubieran podido entregar trabajo del mejor; y en ese
caso sólo hubieran sido estafados por la necesidad actual, por la ley de la
naturaleza; pero se han estafado a sí mismos. Mal pagados, hubieran podido
honrarse con ello; mal pagados, se han deshonrado.
Resumo todo
lo que podría escribir sobre este asunto en esta máxima suprema, que
entrego a la meditación de todos los filósofos, de todos los historiadores
y de todos los hombres de negocios: "¡Sólo es con los buenos
sentimientos con los que se llega a la fortuna!"
Los que
dicen: "¡Para qué devanarse los sesos por tan poco!" son los
mismos que más tarde quieren vender sus libros a doscientos francos el
pliego, y rechazados, vuelven al día siguiente a ofrecerlo con cien francos
de pérdida.
El hombre
razonable es el que dice: "Yo creo que esto vale tanto, porque tengo
genio; pero si hay que hacer algunas concesiones, las haré, para tener el
honor de ser de los vuestros".
III
DE
LAS SIMPATÍAS Y DE LAS ANTIPATÍAS
En amor como
en literatura, las simpatías son involuntarias; no obstante, necesitan ser
verificadas, y la razón tiene ulteriormente su parte.
Las
verdaderas simpatías son excelentes, pues son dos en uno; las falsas son
detestables, pues no hacen más que uno, menos la indiferencia primitiva,
que vale más que el odio, consecuencia necesaria del engaño y de la
desilusión.
Por eso yo
admiro y admito la camaradería, siempre que esté fundada en relaciones
esenciales de razón y de temperamento. Entonces es una de las santas
manifestaciones de la naturaleza, una de las numerosas aplicaciones de ese
proverbio sagrado: la unión hace la fuerza.
La misma ley
de franqueza y de ingenuidad debe regir las antipatías. Sin embargo, hay
gentes que se fabrican así odios como admiraciones, aturdidamente. Y esto
es algo muy imprudente; es hacerse de un enemigo, sin beneficio ni
provecho. Un golpe fallido no deja por eso de herir al menos en el corazón
al rival a quien se le destinaba, sin contar que puede herir a derecha e
izquierda a alguno de los testigos del combate.
Un día,
durante una lección de esgrima, vino a molestarme un acreedor; yo lo
perseguí por la escalera, a golpes de florete. Cuando volví, el maestro de
armas, un gigante pacífico que me hubiera tirado al suelo de un soplido, me
dijo: "¡Cómo prodiga usted su antipatía! ¡Un poeta! ¡Un filósofo! ¡Ah,
que no se diga!" Yo había perdido el tiempo de dos asaltos, estaba
sofocado, avergonzado y despreciado por un hombre más, el acreedor, a quien
no había podido hacer gran cosa.
En efecto,
el odio es un licor precioso, un veneno más caro que el de los Borgia, pues
está hecho con nuestra sangre, nuestra salud, nuestro sueño ¡y los dos tercios
de nuestro amor! ¡Hay que guardarlo avaramente!
IV
DEL
VAPULEO
El vapuleo
no debe practicarse más que contra los secuaces del error. Si somos
fuertes, nos perdemos atacando a un hombre fuerte; aunque disintamos en
algunos puntos, él será siempre de los nuestros en ciertas ocasiones.
Hay dos
métodos de vapuleo: en línea curva y en línea recta, que es el camino más
corto. (...) La línea curva divierte a la galería, pero no la instruye.
La línea
recta... consiste en decir: "El señor X... es un hombre deshonesto y
además un imbécil; cosa que voy a probar" -¡y a probarla!-;
primero..., segundo..., tercero...etc. Recomiendo este método a quienes
tengan fe en la razón y buenos puños.
Un vapuleo
fallido es un accidente deplorable, es una flecha que vuelve al punto de
partida, o al menos, que nos desgarra la mano al partir; una bala cuyo
rebote puede matarnos.
V
DE
LOS MÉTODOS DE COMPOSICIÓN
Hoy por hoy
hay que producir mucho, de modo que hay que andar de prisa; de modo que hay
que apresurarse lentamente; pues es menester que todos los golpes lleguen y
que ni un solo toque sea inútil.
Para
escribir rápido, hay que haber pensado mucho; haber llevado consigo un tema
en el paseo, en el baño, en el restaurante, y casi en casa de la querida.
(...)
Cubrir una
tela no es cargarla de colores, es esbozar de modo liviano, disponer las
masas en tono ligero y transparentes. La tela debe estar cubierta -en
espíritu- en el momento en que el escritor toma la pluma para escribir el
título.
Se dice que
Balzac ennegrece sus manuscritos y sus pruebas de manera fantástica y
desordenada. Una novela pasa entonces por una serie de génesis, en los que
se dispersa, no sólo la unidad de la frase, sino también la de la obra. Sin
duda es este mal método el que da a menudo a su estilo ese no se qué de
difuso, de atropellado y de embrollado, que es el único defecto de ese gran
historiador.
VI
DEL
TRABAJO DIARIO Y DE LA
INSPIRACIÓN
(...)
Una
alimentación muy sustanciosa, pero regular, es la única cosa necesaria para
los escritores fecundos. Decididamente, la inspiración es hermana del
trabajo cotidiano. Estos dos contrarios no se excluyen en absoluto, como
todos los contrarios que constituyen la naturaleza. La inspiración obedece,
como el hombre, como la digestión, como el sueño. (...) Si se consiente en
vivir en una contemplación tenaz de la obra futura, el trabajo diario
servirá a la inspiración, como una escritura legible sirve para aclarar el
pensamiento, y como el pensamiento calmo y poderoso sirve para escribir
legiblemente, pues ya pasó el tiempo de la mala letra.
VII
DE LA POESÍA
En cuanto a
los que se entregan o se han entregado con éxito a la poesía, yo les
aconsejo que no la abandonen jamás. La poesía es una de las artes que más
reportan; pero es una especie de colocación cuyos intereses sólo se cobran
tarde; en compensación, muy crecidos.
Desafío a
los envidiosos a que me citen buenos versos que hayan arruinado a un
editor.
(...)
¿Por lo
demás, qué tiene de sorprendente, puesto que todo hombre sano puede pasarse
dos días sin comer, pero nunca sin poesía?
El arte que
satisface la necesidad más imperiosa será siempre el más honrado.
VIII
DE
LOS ACREEDORES
(...) Que el
desorden haya acompañado a veces al genio, lo único que prueba es que el
genio es terriblemente fuerte; por desgracia, para muchos jóvenes, ese
título expresaba no un accidente, sino una necesidad.
Yo dudo
mucho que Goethe haya tenido acreedores (...). No tengan acreedores jamás;
a lo sumo, hagan como si los tuvieran, que es todo lo que puedo
permitirles.
IX
DE
LAS QUERIDAS
Si quiero
acatar la ley de los contrastes, que gobierna el orden moral y el orden
físico, me veo obligado a ubicar entre las mujeres peligrosas para los
hombres de letras, a la mujer honesta, a la literata y a la actriz;
la mujer honesta, porque pertenece necesariamente a dos hombres y es
un mediocre pábulo para el alma despótica de un poeta; la literata, porque
es un hombre fallido; la actriz, porque está barnizada de literatura y
habla en "argot"; en fin, porque no es una mujer en toda la acepción
de la palabra, ya que el público le resulta algo más preciosos que el amor.
(...)
Porque todos
los verdaderos literatos sienten horror por la literatura en determinados
momentos, por eso, yo no admito para ellos -almas libres y orgullosas,
espíritus fatigados que siempre necesitan reposar al séptimo día-, más que
dos clases posibles de mujeres: las bobas o las mujerzuelas, la olla casera
o el amor.
-Hermanos,
¿hay necesidad de exponer las razones?
15 de abril de 1846
|
No hay comentarios:
Publicar un comentario