Kronos, Aión, Kairós.
CALEB OLVERA ROMERO
El hecho ocurrió el 9 de abril de 2017, en una banca del aeropuerto de la
ciudad de México. Estaba perdido y desorientado más allá de la espacialidad
propia de esas salas repletas de gente con maletas y pases de abordar en las
manos. Sentí de pronto una gran confusión y tuve que sentarme. Había visto algo
muy extraño, eso que ve de reojo el venado, cuando en la estepa se agazapa el
jaguar justo antes de saltarle. No sé como describirlo, quizá una alucinación o
un fantasma. Tenía la sensación de haber visto pasar junto a mi, a mí mismo.
Quizá no lo he expresado bien, pero de repente alguien pasó junto a mi y no lo
vi bien, pero tenía la sensación de que era yo quien caminaba por ahí, fuere de
mi, y había pasado casi rozándome. Me senté y de repente un niño como de 7 años
se acerco. Un chico nada especial, delgado y de pelo lacio y escurrido, se
sentó junto a mí, no parecía estar perdido pero tampoco había adultos cerca que
lo cuidases. No tenía maletas ni pinta de que jugase a algo, solo llegó ahí y
se sentó junto a mi; y de repente el asombro, el espanto exacerbado por un
simple detalle. El tenía en su muñeca mi reloj.
Cuando era joven, era obsesivo a un grado ridículo con el tiempo, al grado
de enfermar por la simple sospecha de que llegaría tarde, o que las cosas no
ocurrirían cando se esperaba que ocurriesen. Mi mujer que era una gen, hija de
gen, aunque yo no lo sabía (se llaman gen a los genios como los de la lámparas
de Aladino) y que había padecido mi obsesión con el tiempo y su irremediable
consecuencia, me regaló un reloj o algo parecido, dijo que me ayudaría con mi
locura. Ya que los dos o tres únicos conflictos que habíamos tenido se debían
esa obsesión extrema que tenía yo por que las cosas pasaran, ni siquiera a tiempo,
sino un poco antes, casi cuando yo quiera, sufría de una especie de berrinches
legislados o amparados por el reloj y los acuerdos por demás arbitrarios que los
humanos tomamos para los usos horarios.
Ni siquiera puedo decir que los hacía sino que los padecía. Así que para
calmar un poco eso, mi mujer me regaló un reloj que no funcionaba, salvo en su
tic, tac. El reloj se adelantaba de manera absurda y a veces recorría los
números con una lentitud inusitada, no tenía ritmo y vaya si me esforcé por encontrarlo.
Era un reloj de pulsera muy antiguo, hecho de oro, algo más grande que lo
normal. Además se podía ver por la caratula sus engranes y mecanismos de oro,
con algunas jema que servían de ejes de los mismos, zafiros, y diamantes. No
parecía algo económico, pero aún así no le pregunte nunca su costo, ni como lo
consiguió, me contentaba con tenerlo y sincronizar mi temperamento con su tic,
tac. Quizá esa era su gracia, quizá por
eso me regaló ese extraño reloj que se sincronizó con mi corazón o sustituyó mi
corazón y me tranquilizaba, pues media un tiempo diferente. Aunque nunca supe
si realmente era un reloj tenía toda la apariencia y debajo de las manecillas
se leía Aión, en un momento pensé que era la marca del fabricante, peor luego
lo descarte. Según ella me dijo, entre los griegos es un tipo muy particular de
tiempo. El hecho es que me dormía con ese tic, tac, me despertaba y hacía mis
actividades que intentaba regular con ese tic, tac, y que finalmente me
tranquilizaba como tranquiliza el tic, tac, del corazón de la madre a un niño.
Tenía un ritmo extraño que a veces avanzaba lento y a veces muy rápido, jugando
decíamos que media el tiempo que pasábamos felices. Marcó casi 10 años. Lo
mejor de todo es que mi obsesión se disminuyo en gran medida al tratar de medir
los eventos con un reloj caprichoso.
Pero ahora ese niño que estaba ahí traía puesto ese reloj. Si ese y no
otro, bien sé que durante años intente
buscar donde comprar otro o saber porque tenía ese ritmo, en fin nunca supe
quien lo hizo, donde los vendían, si ese era su funcionamiento correcto, o si
había otros iguales, debo confesar que en algún momento pensé que no era un
reloj y que debía de medir otra cosa. Pero ese chico lo tenía en su muñeca como
cualquier cosa y mi reacción fue violenta, le tomé del brazo y le pregunte ¿De
dónde has sacado este reloj? El me dijo
que un abuelo hace unos minutos se lo había cambiado por su reloj. Le dije que
mentía, que ese reloj era mío. El chico asustado dijo que no, que lo había cambiado
y señalo a un señor que se acercaba, era un anciano que cuando se acerco sonrío
y se sentó como si nada pasara entre el niño y yo. Y entonces y solo entonces,
me di cuenta de que la visión inicial era ese extraño personaje. Quien había
visto era a él, a él que era yo. Me senté más para no desmayarme que para otra
cosa. El se sentó y me hizo un gesto para que soltará el brazo del niño, quien
no sin cierto recelo también se sentó. Pregunté ¿qué está pasado? El anciano se
me quedo viendo y dijo, ¡Hola cómo estas!, ¿Quieres saber que pasa? Y señalando
con la cabeza al niño me ordeno ¡pregúntale su nombre! así que voltee y le
pregunte al niño, ¿cómo te llamas?. Me dijo Caleb, yo estaba realmente
confundido, mareado, me sentía enfermo, incluso indefenso, en otra situación
los hubiese pateado, pero en esa situación no tenía fuerzas ni para levantarme.
Le pregunte sin mirarlo, pues tenía los ojos clavados en el piso, ¿cómo se
llama usted? El viejo sonrió como quien siente compasión por una situación absurda
y dijo, supongo que ya lo sabes. Negué con la cabeza, mas negando la situación,
que mi saber su nombre. El dijo en voz muy baja, apenas audible. Caleb. Si me llamó
Caleb y el niño y yo somos tu. O más exactamente los tres somos yo, o uno, o
tu, o él, como quiera que sea y eso depende del reloj. Realmente quería salir
corriendo de ahí, la verdad ni siquiera pensaba que era una broma, tenía tanto
desconcierto que no sabía como reaccionar. El señor se quito su reloj, que era
idéntico al mío y me dijo, dame tu reloj. Lo verdaderamente sorprendente de este
relato, es que le di mi reloj. Hubiese jurado que me podría hacer matar por él,
pero sin embargo obedecí, me quite el reloj y advertí lo incongruente de mi
reclamo al chico que tenía ahora su reloj puesto en su muñeca. El anciano se
quito su reloj y lo intercambio con el mío. Le pregunté ¿qué esta pasado? El anciano
contestó, intercambiamos los relojes. Eso era una obviedad y claro que no era
eso lo que estaba yo preguntado. Pero no dije nada. Así que el niño se levantó e
intercambió su reloj con el anciano, en ese momento vi los tres relojes juntos.
Dije son idénticos. El niño negó con la cabeza, el anciano dijo - más o
menos- el que tu tenías, como bien sabes
decía Aión, ahora el que te toca dice Kairós, y el otro dice Kronos. Se levantó de su asiento, me giro la cabeza
con delicadeza y se me quedo viendo un rato como quien intenta grabarse algo
para recordarlo, sonrió y dijo, no eres tan feo, se dio la vuelta y se fue
caminado, el chico no tardo en salir corriendo hacia alguna otra parte, y yo me
quede ahí petrificado sin entender nada. Mi vuelo salía algunas horas después, así
que fue suficiente tiempo para reincorporarme y tratar de asimilar lo ocurrido,
mire mi reloj y era del todo idéntico, hasta en el desgaste y las raspaduras,
podría jurar que era el mismo, salvo que ahora debajo de las manecillas se leía
Kairós…
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