NUEVE
Presentando la novela El Jardín del Pulpo cerca de Celaya
Las presentaciones de tus libros pueden
ser un espacio apropiado para que además de que te aplauda la gente sin saber
muy bien por qué y pongas en guardia hasta al más bronco de los necios que se
muere de envidia de estar en tu lugar, también sirve para que ellas te vean
poderoso. Incluso algunas te ven poderosísimo, como si con tu rollo personal
que has rumiado por decir desde hace dos semanas pudieras parar de ipso facto
el conflicto de la franja de Gaza ó el cambio climático. Y hay de ti si no se
los haces creer a esas que te miran con ternura.
Por esas razones o algunas parecidas la
presentación de tu libro puede dejar de ser un fastidio, y, como yo ya lo
sabía, fui a presentar a mi hijo por segunda vez ante los ojos de la sociedad
de un pueblo cerca de Celaya al maldito llamado El Jardín del Pulpo. En Hot Waters City no presenté ni madres ni un
carajo: ya la presentación oficial había sido en el D.F. en la Casa del Poeta
“Ramón López Velarde”.
La verdad es que como decían los tree
souls es difícil que siquiera una mosca
se pare por el Centro de Estudios Literarios de Aguascalientes, (EL CIELA
FRAGUAS) de por sí llamarle “Centro de Estudios Literarios” es demasiado decir:
lo que pasa ahí son esporádicas lecturas (la mayoría patéticas) y los que
asisten son los mismos cuarenta o sesenta tipos de siempre, tan es así, que he
pensado decirle a Ángel Mota y a otros compas escritores que vayamos a los
bautizos de los chamacos en la iglesia de San Antonio y órale, cuando el cura
diga las frases en latín y eche agua bendita al chamaco en turno, nosotros, en
calidad de escritores le entonemos fuerte al recién nacido: “Vine a Comala
porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo.” Y si se trata
de boda, todos juntos muchachos: “amar es combatir, cuando dos se besan el
mundo cambia, encarnan los deseos, el
pensamiento encarna, brotan alas del pensamiento del esclavo, el mundo es real
y tangible, el vino es vino, el pan vuelve a saber…” Y si se trata de un entierro,
vámonos: “Nuestras vidas son ríos que van a dar a la mar que es el morir…” En
fin. Pero sigue siendo cierto que la gente lee a algunos escritores y que la gente a veces disfruta ciertas frases
puntiagudas.
Para entrar en materia es menester
recordar esas piernas, esas piernas como salidas de un poema épico, hagan de
cuenta que las piernas de la princesa con la que reposó el guerrero Beawolf de la triunfal gesta alemana.
Era la misma personaja que me había acompañado por los bares de la Condesa en
las noches del 2004 y de la cual
finalmente terminé enredándome en sus piernas pero como le prometí a ella que
eso nunca lo volvería literatura, ustedes sólo háganse de la vista gorda, como
si en la literatura se pudiera hacer eso. Esto quiere decir: “¡No Preguntes!” Y
llévatela tranquila porque esto es arte. Digo, si la novela es arte y es mi
hijo, háganse de cuenta que éste es el sobrino o el primo hermano del otro
artefacto literario. (Lo dije adrede para que gritaras: “¡Éste tipo es un
fabricante de artefactos literarios! En vez de sacarte el choro del “el
escritor debe…” ó “el escritor no debe…”) Por ahora basta y sobra con decir que
terminó yéndose a vivir a ese pueblo cercano a Celaya. Por otro amigo común
supe su teléfono y nos comunicábamos con frecuencia. Ella hacía sus progresos
con la escritura y la enseñanza del inglés y yo tenía una Beca estatal de
Aguascalientes para desarrollar una novela, yo ya le había mandado El Jardín del Pulpo por mensajería con
una amorosa dedicatoria incluido con un collar que de no ser por la Beca jamás
hubiera podido regalárselo. Dejé pasar dos semanas ese asunto mientras
redactaba esa nueva novela y una noche que estaba yo pisteando un vaso de vodka
en un bar con otro amigo, sonó mi celular: El
Jardín del Pulpo le había encantado y como sabía que yo tenía ejemplares
del libro, me propuso presentarlo hasta allá en el pueblo ese. Colgué, pedí
otro vodka y hasta pedí canciones de Tom Waits en el bar: por supuesto que me
agradaba la idea de evangelizar cristianos jovencitos con la literatura, (“en
éste pueblo hay muchos chavos que quieren que vengas”) el único problema
era el transporte porque hasta esa zona
de Guanajuato no había camión. “No hay pedo maestro, te vas de aventón como en
tu novela”, me dijo Ángel Mota riéndose porque no podíamos irnos en su coche ni
él mismo podía acompañarme. La novia también impone su importancia y Freud se
esconde en la guantera del Pointer rojo a la espera de algún idiota que no ha
superado su Edipo. Y entonces Freud llega y te avisa desde su tumba austriaca
que debes alejarte de tu madre. Chido por Ángel, su novia toca las congas.
Entonces por mi parte me dediqué con
tesón y esfuerzo a levantar la “Comisión rumbo a Celaya” y a todo aquél amigo o
semi amigo con automóvil traté de convencerlos: el problema no era el hospedaje
ni la comida ni la gasolina: eso lo pagarían allá con mi amiga y la gasolina
correría por cuenta mía, pero a nadie se le daba la gana de esa pequeña
aventura. Como pueden ver ustedes, los lectores ocasionales que me leen, soy un
aventurero infiltrado en la literatura y
la filosofía con mis mitomanías autobiográficas o reciclajes de patchworks coloreados. Pero por cada
letra que escribo, apuesto que a Milan
Kundera finalmente le darán el Nobel. Y por cada poema que escribo, reconozco
que la tradición de Charles Baudelaire, Ezra Pound, Blaise Cendrars o Efraín
Huerta sigue viva y contoneándose alegremente por las calles del planeta. En
éste instante que escribo éstas palabras,
existe alguien joven en el mundo que se pregunta: ¿Y qué pasaría si dedico mi
vida a la literatura? Y probablemente la pregunta la asumen con seriedad más
gentes de las que es de suponer. ¿Qué pasaría por ejemplo si yo te lo propusiera desde mi sillón sosteniendo
un cráneo o la calavera de un guasón mientras discurro en el inmortal monólogo de Hamlet y apuntara tu
nombre en la etiqueta de una botella de vino tinto? Pues ahí tienes… ya lo
hice. Y el vino me dijo: paciencia… delirium tremens, paciencia…
Pero dejemos a un lado las excentricidades
escritor/lector (esas ya existen
desde el momento mismo que abres los ojos sobre el libro) y volvamos a mi
“Comisión rumbo a Celaya”. La onda fue que un periodista que era un lejano
amigo de mis tiempos de Dj, mayor que yo y padre de familia pero bastante grifo y mariguanito, por cierto apodado El
Chaca entre los drogos, se animó: lo fui a buscar al periódico La Jornada Aguascalientes y que me dice que sí, que hasta él mismo se
prepararía un texto para presentar la novela. Su coche era una tracker de periodista
punk con colores azules, rojos, y
amarillos.
Entonces ya estaba solucionado el
asunto. No pus chido por Beawolf.
Entonces fueron numerosas llamadas al pueblo y por fin se concretó el espacio:
El Museo Local de Acámbaro sería la sede de la segunda presentación del Pulpo.
El asunto concreto era qué chingada carretera nos iba a llevar hasta ahí, el
pueblacho ese. Los conocimientos geográficos de mi madre indicaban algo, pero
no lo suficiente para indicar absoluta certeza. El Chaca y yo teníamos otros
planes: llevaríamos tres paquetes de quince ejemplares cada uno, compraríamos
cerveza para los dos, un concierto doble de Bob Dylan y Depeche Mode para
amenizar el camino y si él quería mariguana tendría mi permiso, lo que sí es
cierto es que la mariguana me friquea, no sé, no me gustan esas sorpresas, pero
por cierto, me dijo El Chaca, “recuerda que estamos haciendo esto por ti y por
tu libro”. Entonces ya era imposible respingar y más, por default, porque allá
en ese pueblo me esperaban esas piernas. (Acuérdense de pegarme si menciono
Puerto Vallarta).
Entonces
así fue: salimos de Aguasardientes rumbo al pueblo ese de Acámbaro y logramos
beber y fumar mota (él) hasta la ciudad de León sin ningún problema, además por
supuesto en el viaje nos pusimos al tanto de nuestras vidas desde las últimas
veces que nos vimos allá por 1991 ó 1992: su hermano era un historiador
reconocido que había muerto misteriosamente de forma muy lenta: tenía mi mismo
nombre: se llamaba Mateo y el Chaca a
partir de ese momento del viaje empezó a simpatizar mucho conmigo y cuando
volvimos del pueblo ese me gasté toda la lana de los ejemplares vendidos con
dos o tres fiestas salvajes entre el Chaca, yo y otros y otras.
Así
íbamos felices por la carretera con el disco “Ultra” de Depeche Mode a todo
volumen y de pronto… sí, de pronto nos tocó un retén militar. Eran unos
chamacos pendejos con ametralladoras y fue penoso salir de la tracker (habíamos
comprado jalea de chocolate para que no diéramos el tufo a cerveza). El Chaca
se emputó tanto con esos pobres tarados que les preguntó si sabían leer y les
dijo: “¿Saben quién es Sócrates?” “Más o menos” Respondieron. Entonces ahí casi
les dicto una conferencia sobre la teoría de la reminiscencia socrática y
cuando entendieron cuál era nuestra intención y a dónde íbamos nos dejaron ir.
Continuamos el viaje sin mayor problema pero sí le dije al Chaca que ya no
fumara mota. “Si sí me espanté pendejo”. Me respondió. Luego tuvimos una larga
discusión teológica y como pocas veces, cuando discuto con un amigo, llegamos a
una conclusión común: “La religión no es el opio del pueblo, es el placebo del
pueblo”. Y nos metíamos en desviaciones y tráficos y le tocó a Bob Dylan
fondear nuestra entrada triunfal a Acámbaro ya cuando la tarde estaba ya muy entrada.
“puta verga, ¿dónde me trajiste pinche Mateo?”. Lo que pasaba era que ese era
el día del festejo del Santo del Pueblo y había una fiesta del carajo:
cohetones, luces, desmadre de cualquier cantidad de pendejadas: como el Chaca
es fotógrafo tomó unas imágenes de unas porristas, de unos rancheros en sus
carrotes con su Bisonte Fernández o algo peor, ve tú a saber. Yo apostaba que
nadie nos iba a esperar en el Museo Local de Acámbaro y le marqué al celular de
mi amiga, ya nos estaba esperando en el Hotel que nos quedaríamos y nosotros
veníamos francamente cansados: habían sido cuatro horas y media de camino. Pero
teníamos qué levantar el evento de volada. Dejamos el coche y el equipaje en el
Hotel y rápidamente mi amiga nos llevó rumbo al Museo local mientras
caminábamos entre tumultos de gente con los dos paquetes del libro, realmente
se veía difícil que hubiera mucha gente en el evento, por eso sólo saqué dos de
los tres paquetes y con eso creí que sería más que suficiente. Pero llegando al
pequeño recinto, que se me acerca una reportera de radio y me pregunta qué
consejos les puedo dar a los jóvenes. “Que no usen drogas nunca y que estudien,
que lean mucho.” Respondí. “¿Qué lean a quiénes por ejemplo?” Insistía la
reportera. “Bueno, no sé, a Rubem Fonseca, Carlos Fuentes, a José Saramago, a
Julio Cortázar, gente como ellos”. Afuera del museo local el ambiente retumbaba
cohetones y desmadre a más no poder, pero adentro había como cincuenta gentes
en un auditorio, la mayoría jóvenes a los que mi amiga les daba clase, no pus a
darle. Comenzó el acto. ¡Los padres de ella estaban en primera fila y tenía los
micrófonos de radio de Acámbaro frente a mí! Cosas como esa me hacen seguir
confiando en México.
Mi amiga era la otra presentadora del
libro y la moderadora comenzó a leer su ficha biográfica mientras tanto, en la
calle atronaba el sentir popular. Ya sé que la cultura no es gusto de todos,
pero francamente estaban emocionados, lo cual me llenó de alegría. Después leyó
su presentación sobre mi libro. Yo sólo descaradamente le veía el cuerpo pero
no podía decirle ninguna flor en público por otro inconveniente: ése era el día
del Padre. Y por esa razón el festejo en la pinche calle no terminaba. Pero ahí
estaban, mis lectores, al pie del cañón demostrando que si la novela hablaba de
cierto heroísmo personal, a ellos también les cabía esa posibilidad. Luego leyó
su participación El Chaca y cuando hablé yo ya estaba sudando nervios pero la
gente estaba entregada, preguntaban por mis comienzos en la literatura, a qué
grandes autores conocía de persona, etcétera. La ronda de preguntas se extendió
y pasamos al vino de honor y se me acercó un tipo alto de facha de europeo y me
dijo en voz baja que era un conecte del subcomandante Marcos. “No, —le dije
yo—, llévate tres ejemplares, yo una
vez…” Pero ya no me dejó terminar y compró los ejemplares y se los pagó al
Chaca, porque yo estaba obviamente en el vértigo total firmando autógrafos y
después varios de los que se quedaron, nos fuimos a un bar a cenar y tomar unas
cervezas. Fue ahí donde le propuse a mi amiga algo que tenía que ver con Puerto
Vallarta (pero ya no puedo contar eso) y luego como a las tres de la mañana nos
fuimos a dormir. Al día siguiente arreglamos el papeleo del Hotel y los vales
de la gasolina y volvimos a Hot Waters con bastante dinero, que como ya dije,
fue empleado en dos o tres fiestas y entre los tragos el Chaca me preguntaba:
“¿Tú crees que el Subcomandante Marcos ya habrá leído tu novela?” Y yo le
respondí: “No creo que sólo la novela, una vez en el 2001 cuando vivía en La
Capirucha me fui a Chiapas y ¿dónde crees que dejé varios libros de mi poesía?”
Y le enseñé una fotografía de varios tipos con pasamontañas sosteniendo mi
libro de poesía. Pero eso ya es otra historia.
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