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lunes, 25 de septiembre de 2023

ÚLTIMO CUENTO DEL LIBRO ROSETÓN DE PLATA POR MARCOS GARCÍA CABALLERO

DOCE (CODA)

LA ÚLTIMA TOCADA DEL 2010 DE LA CASTA

 

…Y La Castañeda sacó toda la casta y la vomitó en miles de mega-watts chorreantes en cerca de 900 personas en la que fue su última y furiosa  tocada cerca del friolento 18 de diciembre de aquél año. Salvador en la voz principal, aulló como ogro de cuento trágico al estilo del  épico Beawolf  de la antigüedad europea. Sólo que antes de todo  él y su banda dejaron que los presentara en el escenario  un enmascarado Don Porfirio Díaz que, viniendo desde el fondo del Teatro Metropólitan en la oscuridad en medio de la concurrencia,  iluminado por un cañón de luz que lo dejaba ver fuerte y recio, con aplomo de dictador de comienzos de siglo XX, afrancesado en el toque del traje y el sombrero de copa negro y con una protuberante narizota que parecía mango de paraguas apuntando al techo,  vociferante y  ebrio de  poder,  conforme se acercaba al escenario oscurecido salpicado de rayos láser rojos y luces  de neón moradas, venía diciendo hasta llegar frente al público, ante la ola de expectativa  que crecía entre los presentes: “…¡En mi calidad de Presidente Constitucional de Los Estados Unidos Mexicanos, con ésta fecha, en éste año de 1910, declaro inaugurada (se ve detrás del telón una imagen digital del auténtico edificio) éste manicomio en La Ciudad de México con el nombre de… ¡La Castañeda!” Y así La Casta empieza su rito   caótico de locura y genialidad  entre gritos enardecidos…

—¡No! ¡Hombre! —me dice mi novia al inicio de todo el espectáculo.

Ella y yo vivíamos en ciudades diferentes en ese entonces pero yo le había prometido llevarla. No quería dejar pasar esa aventura tan soñada desde que se me ocurrió la idea y tuve el dinero suficiente y, sobretodo, salir un poco de Aguascalientes que ya me estaba hartando, la realidad; y es que cuando una ciudad te empieza a meter presión, debes cordialmente despedirte a la francesa por un rato, es decir, sin ni una palabra ni un batacazo, te me vas. El plan era estar en la tocada y después pernoctar en un hostal atrás del Zócalo y la Catedral. A ella le fascinó la travesura y a mí se me hacía agua la boca de todo el regalito navideño. Así que desde Aguascalientes me fui hasta Guanajuato por ella.  Fue un  viaje que me regaló la familia de mi tía-abuela; ella había pasado por Aguascalientes buscando a mi madre, nos vimos todos juntos como familia y partí con ella, la tía-abuela. A mi novia la recogí en Guanajuato afuera del histórico Teatro Juárez y sus cafés y cantinas céntricas y jalamos hacia el Distrito Federal.

La familia de mi tía-abuela era un desastre; hijos e hijas de tíos míos que vivían en Canadá o Inglaterra por negocios, tenían  ahora por acá  paseando  por México a éstos chamacos y mi tía-abuela al volante era algo bastante digno de calentar los nervios de los de adentro que sudábamos a cubetadas  por el dorado y castigador soberano estelar que reinaba a las cuatro de la tarde por la carretera León-Distrito Federal. Por supuesto que corrían los envases de agua y  tortas hechas  con el cariño de la tía-abuela; la camioneta era una Rogue Nissan roja y la desgraciada corría como diablo hasta que llegamos a Querétaro y pasamos esos puebluchos que cuando me convierto en poeta me duelen tanto por su desabrida miseria: polvo y todo polvo, vendedores ambulantes, olor a rancio en la atmósfera que sólo parece hecha para pobres diablos o pobres perros… y el papel periódico para limpiarse la cara como seña de que en esas zonas no ha pasado la mano cariñosa de Dios... y ni vayan a creer, que la verdad nunca pasará.

 

Pero llegamos, por fin, a la megalópolis chilanga, en donde, para tener un sincero apego a la realidad, todos sabemos que conviven miseria y catolicismo, la Virgen y la Coatlicue, Bellas Artes con sus eventos, y por las calles enamorados desesperados que se soban el culo, pandillas de estudiantes que vienen de pinta del zoológico de Chapultepec por las calles llenas de burócratas que van saliendo y el tráfico está en la hora pico, (¿la hora pico? ¡todas las horas son horas pico!) junto a los más prestigiados centros bursátiles y de negocios de la Ciudad de México. Aquí en Avenida Reforma, después del moderno Caballito, cobra vida todos los días desde las seis de la mañana Diego Rivera y Frida Khalo, el anhelo del dinero y las más asquerosas  pornografías junto a los cientos de puestos de piratería: relojes, DVD’s, CD’s, anteojos, pantalones, video-juegos, pilas, etcétera: es la eminente eh interminable mierda sin historia y sin futuro. La tía-abuela nos dejó en Avenida Juárez, la sagrada avenida del poema histórico del enorme lagarto, Efraín Huerta, a eso de   las siete y media; el concierto empezaría a las nueve en punto supuestamente. “¿Ya te diste cuenta? —me dijo mi novia— ahora sí comenzó la aventura”.

Le dije que sí, en efecto, y, mientras toda la vaporosa noche decembrina caía en la ciudad, como ya teníamos los boletos del concierto, le dije que fuéramos a buscar uno de esos hostales muy venidos a cuento de los que hay detrás de Catedral. Así que nos fuimos caminando, pero, poco tiempo después de que pasamos Bellas Artes y nos dejamos tomar una foto juntos, nos dimos cuenta que era asunto para meterle velocidad, así que paramos un taxi sobre Madero (en ese momento ésta calle no era peatonal) y el lóbrego taxista panzonudo nos venía diciendo mientras sonaban por radio las noticias: “efectivamente jóvenes, hay un tráfico del carajo, de hecho, después de las diez y media ya nadie de nosotros puede pasar por ésta zona”. “¿y por qué?” Le preguntó mi novia. “No ve todo esto señorita —contestó—, todas las compras navideñas, pues es el aguinaldo, además en éstas fechas la Ciudad siempre es un caos y más aquí en el centro”. “Bueno —dije yo—, si alcanza usted a dejarnos a un costado de Catedral ya la hicimos”. “O.K., joven” Y tal cual, en el Monte de Piedad nos bajamos. Fuimos apurándonos a la zona de los hostales a un lado del Centro Cultural España y vimos los precios, vimos a los turistas, lo glamorosos que se ven esos modernos europeos y su forma de vestir, pero desgraciadamente ya no había cuartos disponibles. “En la madre” ¿Y ahora qué hacemos? –Me preguntó mi mujer, y yo, francamente no tenía ni idea, así que le dije riéndome que ahora era la hora de tomar el avión del turista, ¿y cómo es eso? Me preguntó, y le respondí que así se dice cuando nada importa aunque toda la vida en ese instante penda de un hilito, así que nos metimos por esas calles céntricas hacia Santo Domingo checando los escaparates de cámaras de fotografía y video, relojes caros, etcétera, le conté que cuando todavía era yo capitalino 100 por ciento, había visto la exposición de la tortura en Santo Domingo, lo que me abrió la conversación para decirle que el viejo Saúl Ibargoyen que nos daba clase, había sacado ese mismo año la novela “El Torturador” en editorial EÓN. “¡Quiero leerla!” Dijo. “¡No sabes de lo que te estás perdiendo, esa novela me dio una envidia mayúscula!” “¿Sobres y de qué trata Mateo?” “Tú y yo que hablamos francés te lo digo así: trata de la vie dangereouse… como el título de la novela que me falta leer de Blaise Cendrars” Hasta que por fin, exactamente después y del otro lado del Centro Cultural España y Catedral, encontramos un hotel de tres estrellas y yo no quería que nos quedáramos ahí, pero a esas alturas de la noche no había otra opción, es decir, había que follar como locos y ver a La Castañeda y además cenar y embriagarse a gusto con uno o dos Cabernet, obviamente, no había que perderse nada de nada. Entonces ella me dijo que ya ni modo, que aunque costara caro el hotel nos quedáramos, que al fin y al cabo ella tenía, como yo ya sabía, una casa por la zona de Satélite y que si queríamos podíamos pasar la noche siguiente ahí y luego volver a la provincia. “O.k.”, dije yo, pero pensando que tal vez ya no volvería a Aguascalientes hasta el año nuevo y con un poco de pena pero como todo un caballero con su dama, pasamos al Hotel Catedral y pedimos un cuarto. “500 pesos, me lleva la chingada”, pensé al recibir la llave del cuarto 408, es decir, la tarjeta electrónica que opera como cerradura, corrimos a dejar las cosas a la habitación y todos nuestros adminículos y volvimos a la calle, La Castañeda nos esperaba.

            El espectáculo fue una total epifanía llena de energía vital y caos embriagador, duró como dos horas. Ya cuando era la hora de que se acercara el final y comenzaron a tocar las canciones clásicas como “noches de tu piel”, “el viejo veneno” o “la fiebre de Norma”, nos daba un coraje a mí y a ella porque teníamos qué largarnos, no fuera a ser que definitivamente no pudiéramos regresar en taxi. Claro que antes nos acomodamos en la barra de los alcoholes del Metropólitan, nos dijimos unas palabras amorosas y nos besamos cual si fuéramos quinceañeros, en medio de dos tarros grandes de Micheladas. Así que ya un poco borrachitos salimos a la calle de regreso cruzando toda la zona centro de la Ciudad de México: comimos tacos de dudoso contenido, nos ladraron perros y gentes, nos ofrecieron condones y eso fue lo único que sí compramos en un OXXO, además de cigarros, con casi todo el repertorio de La Castañeda circulando y reverberando por las venas y el cerebro.

            Llegamos a la habitación molidos, como perseguidos por esa doble historia de los cuentos de Julio, aquél magister que siempre es el Cronopio maestro como el solo. Lo que ocurrió ahí dentro del cuarto no se puede narrar, porque si se narra se tendría que incluir la rabia del Cardenal Norberto Rivera Calderón que no vio nada por la falta de luz pero a la mañana siguiente nos condenó por lujuriosos. “Que se joda –pensé– qué tanto es tantito”. Además  el polvo de la mañana siguiente fue reactivador, así que nos bañamos y salimos a la terraza del hotel: de lujo amanecer con tu amada y ver la mañana en el Zócalo, con cervezas en las sillas de la terraza y mi novia se veía estelar, radiante, un gran momento de victoria, un password al paraíso que soñó y concibió Jean-Paul Sartre para el futuro cercano, cuando Lennon cantaba “¡Instant Karma!” y quedaban resacas de utopías por hacerse a finales del siglo XX. Algo poético y palpable, un momento delicioso y cautivador, de verdad nos sobraba la emoción y salpicábamos  sudor de estrellas, desde esas sillas, hablando del futuro que lucía estelar y cómo no iba a ser así con panorámica del Popocatépetl y el Ixtlaccíhuatl en lontananza cubiertos por la bruma y mientras tanto, mientras nosotros teníamos nuestro fulgor de  efímero paraíso, como digo, mientras tanto, abajo, en la calle, caía inmisericorde el imponente sol batiente y castigador sobre cada cabeza del pobre pueblo mexicano tan torturado por todos aquellos y por nadie… ¿de verdad acabará en anonimato nuestra historia  de  país mexicano?

 

Diciembre 2016

 

  

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