CINCO
La Muralla Verde en la Boda de Mario
Se supone que en el principio fue el
verbo… ¿Sí, no? Ya Baudelaire decía que Dios no hizo al mundo; sólo lo nombró: Fiat lux. O en el principio fue el sexo…
¿Tampoco? “¿Creced y multiplicaros?” ¿No
lo dice el Génesis? ¿O acaso en el principio era la Fuerza…? Veamos un famoso
pasaje del Fausto, en la escena
primera, para ver qué es lo que nos dice Goethe: “En el oleaje de la vida/ en
la tormenta de la acción/ subiendo y bajando, de aquí para allá/ me agito yo/
Cuna y sepulcro, un sempiterno mar/ un cambiante tejer/ una hervorosa vida/ eso
urdo yo en el silbante telar del tiempo/ y tejo a la Divinidad, un vestido
viviente/”. Así pues, por éstas palabras inmortales sabemos que para Fausto en
el principio era la acción. En realidad no sé si tengo mucho o poco qué ver con
Fausto (espero que no tanto) pero para
mí al principio fue el trabajo, muy activo, en el Instituto Nacional de
Estadística, Geografía e Informática (INEGI) como auxiliar administrativo que
tenía qué hacer de todo y además poseía
unos bafles potentes y tornamesas para mezclar música bailable porque…
bueno, en fin. De que tiene que haber un principio lo tiene que haber.
Tenía
19 años cumplidos y ya quería trabajar, así que me presenté en la Dirección de
Cartografía Catastral del edificio sede del INEGI en Aguascalientes. Me
hicieron una prueba psicológica que aprobé sin mayor problema y el papeleo lo tuve listo en media hora. La psicóloga de
reclutamiento me sonrió: Ya estaba
dentro de la institución en la que mis padres trabajaban y no sabía que sólo se
trataba de la primera de cinco ocasiones que, ya fuera en La Capirucha o Aguascalientes,
me tocaría trabajar durante mucho tiempo. Por ese entonces mi pasión era ser Dj
como ya se dijo, tenía equipo de luz y sonido y junto con Carlos Duarte
amenizábamos fiestas en todo Hot Waters con nuestro equipo; no nos importaba de
qué música nos pidieran: norteña, salsa, hip-hop o rock en español; tanto daba,
éramos felices mezclando música y
obviamente teníamos nuestras groupies,
que nos seguían a cada evento y varias ocasiones las emborrachábamos de lo más
fácil primero por su edad, luego porque les despertábamos atracción y luego por
las luces estroboscópicas o las luces de neón que manejábamos y el piquete se
les subía de volada. Algunas veces fuimos caballerosos, también hay que
decirlo. Carlos Duarte también entró tiempo después al INEGI, pero cuando me
regresé a La Capirucha en el 94, ya no lo volví a ver nunca. Mi trabajo ahí era
en los laboratorios de fotografía aérea, en los sótanos de ese edificio que parece búnker o base espacial
tipo La Guerra de las Galaxias al sur de la ciudad. Ahí pronto me volví muy
amigo de Mario, un joven tres o cuatro años mayor con el cual encontré muchas
afinidades: los dos éramos chilangos y los dos teníamos el acento del chilango
“que no es mala copa”, no el acento chilango del típico “hijín” o “ñero” que en
realidad es otra subespecie de ser vivo; los verdaderos chilaquiles no comemos
en las calles, por ejemplo, a menos que después de la fiesta nos vayamos por
unos tacos. Pero antes de ser clasista diré que Mario y yo éramos fanáticos de
Rock 101 y entonces comenzamos a salir juntos: él me invitaba a sus reventones
con sus amigas y la vida lucía fácil y despreocupada, quizá algo naive.
Así
pasaron ocho meses de trabajo en los
laboratorios donde, entre otras cosas era obligación tomar leche. Ellos decían
que funcionaba como suero anti químico del papel para revelado fotográfico. Yo
siempre creí que más bien eran unos mamones que querían su concha o su dona con
leche; pero la fotografía aérea estaba a punto de ser superada por la
fotografía digital de imágenes de satélite. Mario incluso se ligó a una de las
mujeres de la limpieza y era normal que cerraran la puerta de su cubículo por
horas si no bajaba el Subdirector a checar la continuidad del trabajo. Ellos
querían que yo me acostara con una de las de la limpieza, pero yo estaba feliz
con Carla, la que mucho tiempo después se fue a Salamanca y nunca leyó la
versión final de mi primera novela El
Jardín del Pulpo. Así las cosas funcionaban bien, hasta que Mario me dijo
un día que ya no quería más viejas ni más desmadre: estaba perdidamente enamorado
y se quería casar y… ¿No querría yo poner la música en su boda? Le contesté que
sí, que le cobraría como a los cuates y que Carlos Duarte, yo y Carla nos iríamos desde tiempo antes para hacer las
pruebas de sonido, organizar el equipo, etcétera. Se puso feliz el chavo. Me
dijo: “En la boda mezcla música tipo Rock 101, ya sabes, Depeche Mode, rock en
español…”
Era
1992 y el Rock en español y la música industrial estaban en su auge. Por
ejemplo, era cómico ver a mis compañeros del bachillerato vestidos con botas y
como Punks. Esa era la moda. Y ahí está la prueba de que en la actualidad eso
es moda otra vez. Eso es visión de futuro, cómo no, qué chingados. Así que nos fuimos el domingo planeado al salón de eventos donde estaban
convocados cerca de ciento cincuenta invitados: Carla iba elegante con un
vestido negro y los hombros descubiertos, yo vestía corbata y pantalones de
mezclilla, Carlos igual. El día anterior también habíamos tocado, por lo que
estaba un tanto cansado pero ni modo, dije, a darle por Mario, ni siquiera
conocía a la novia; sólo me había contado que su novia era un cuerazo.
La
fiesta comenzó sin mayores problemas, la gente llegaba, se sentaba, pedía su
bebida y algo de comer. De las bocinas que estaban hasta el otro lado del salón
de donde estábamos nosotros (en un cuarto cerrado que era como una cocineta) se
escuchaba la música que me había pedido Mario: “Personal Jesus” de Depeche
Mode, por poner un ejemplo. Eran apenas las 6:30 de la tarde y Carlos Duarte
mezclaba. Yo estaba sentado con Carla en una caja de discos de vinilo y Carla
me contaba de sus inicios en la vida universitaria; ya desde entonces se le
podían identificar los anhelos artísticos ya que en su carrera de comunicación
decía que quería ser reportera de notas culturales, de la incipiente vida
cultural de Hot Waters. La gente, como de costumbre, empezó a bailar como a las
ocho y Carlos seguía mezclando. Mientras tanto Carla y yo estábamos ya en una
mini pelea de pareja: según ella creía que no me había gustado su vestido, que
no la apoyaba en su carrera (es decir: que me valía madres escucharla, en lo
cual tenía razón) y como había llegado una amiga de Mario que me saludó con
mucho gusto, estaba celosa; o quizás eso comencé a pensar porque ya llevaba
varias cervezas y avanzaba la noche,
además me empezaron a fastidiar los personajes que venían a ofrecernos de comer
esa estúpida comida de boda. ¿Y Mario? Les preguntaba yo. ¿Dónde está Mario?
Nadie tenía ni idea. “Tú síguele” le dije a Carlos en mi sexta cerveza, y como
Aguasardientes es relativamente una ciudad mediana donde ellas conocen a ellos
y ellos a ellas, de repente vi que Carla saludaba a una pareja que llegaba:
Eduardo quién sabe qué y su novia, una tal Claudia. Me dejó y se fue con ellos
a la fiesta, lo cual francamente me puso triste: empezó a bailar con un
desconocido y cuando chequé eso llegó Mario vestido de frac y pasó de inmediato
a la cocineta y al verme exclamó: “¿Ya estás muy pedo?” —Me dijo— “Tienes qué
durar mínimo hasta la una.” Y yo: “¿No
quedamos que te iba a cobrar por hora? Es hasta las doce nada más”. Y él: “¡No
se ponga pesado señor, es mi boda cabrón!” “Ok, Mario, hasta la una, es tu
boda”. Y Carla bailaba y bailaba y ahora el celoso era yo, tenía bien
consciente la ambigüedad del amor y sobre todo: de nuestra edad: sabía que si quería irse con el que bailaba, era
casi posible en ese mismo instante.
“Yo
me quedo mezclando” me dijo Carlos Duarte. “Tú ve con esa vieja que te la van a
bajar…” “Nelazo maestro”, dije yo. “Al rato viene con la cola entre las patas”.
Y seguí bebiendo cerveza y Duarte hizo un fade hacia arriba y entró la muralla
verde, la canción de los Enanitos Verdes, que dice: “estoy en la muralla que
divide lo que fue de lo que será” y (otro trago) “pasando la muralla se hacen
realidad” y (otro trago) “pero como la
mua mua mua de ayer” Cantaba el enanito verde y todo joven mexicano se
sabía la pinche canción. Era una hueva
ser Dj, en la actualidad sólo lo hago para una reunión entre amigos y eso sí:
después me lavo las manos y quiero olvidar el asunto, como si se tratara de un
asunto de sexo.
Algunas
de las personas convocadas supe que venían de la misa, nosotros (por lo menos
yo) había estado jetonsísimo toda la mañana: recordé que en la tocada del día
anterior había conocido a una fan, una rubia jovencita, así como de mi edad y
nos habíamos gustado, recordé que le había dicho dónde estaría al día
siguiente, ella quedó muy formal de venir a verme y en eso estaba pensando con
mi décima chela cuando me salí de la cocineta y la miré hermosísima vestida de
blanco bailando con Mario: “hay pendejo, no seas buey esa es la novia de
Mario”. Quedé flechado: pinche Mario, con razón se quería casar el hijo de
perra. Pero no era esa toda la verdad, porque la güera sí había venido y de
hecho me estaba buscando. Lo supe por Duarte que utilizó el micrófono para
llamarme de vuelta a la cocineta: “Joven
Dj del INEGI, lo buscan en el sonido”, dijo el muy mamón. Fui esquivando gente
un poco tambaleante en mi embriaguez y yo creo los invitados de las mesas
hicieron mutis de reproche. Unos niños
también dijeron “qué mamón” y chispas,
que revientan una bocina JBL con una pluma; ahora el enojo se fue hacia
ellos y varios se les fueron encima, quizá eran sus padres. No me dio tiempo de
emputarme por lo de la bocina porque ya en la cocineta, quedé flechado por
tercera ocasión en el día: al ver a Carla luciendo el vestido negro, la novia
de Mario y luego a la Sonia, que así se llamaba la güera. Sonriendo me dijo con
mucho ánimo: “¿Cómo estás?” “Bien Sonia de pelos que viniste, te ves de
maravilla.” Carla mientras tanto bailaba y bailaba. “Pues vine a verte a ti,
Mateo.” Decía con sonrisa pícara. En eso pisé un acetato y por la embriaguez
casi me voy de hocico pero Sonia me detuvo. “Hueles mucho a alcohol”. Dijo con
molestia “¿Sigo mezclando verdad?” dijo Carlos. “Tú síguele” (¿Será tan menso
que no entiende que me quiero quedar con ésta belleza? Pensaba yo). Y claro,
con Sonia yo ya no quería chupar, así que se lo dije y nos acurrucamos en una
esquinita para platicar. “Acabo de entrar a la carrera de psicología”. Dijo.
Era evidente que Sonia me estaba coqueteando con su plática y yo nada más me le
quedaba viendo a su blusa de Los Toros de Chicago pensando: “y qué buena ortografía tienes”. Y
Carlos estaba de espaldas mezclando, también tenía una cuba y se la estaba
bebiendo, pero no estaba hasta el carajo como yo. De repente, Sonia me besó y
estaba yo tan embriagado que le devolví el beso y así estuvimos un gran rato.
Ya me había quitado la corbata y Sonia metió su mano en mi pecho, yo metí mi
mano por debajo de Los Toros de Chicago y Sonia me dijo: “¿Así te gusta?” “Sí,
así”, dije temblando de placer y sentía
que podía caminar hasta con el pene y, de pronto, regresó Carla.
Yo
sabía que en las películas, cuando el novio o esposo le pone los cuernos a la
esposa y la esposa se da cuenta y los cacha in fraganti, el esposo dice:
“cariño, no es lo que parece”. Alguna idiotez parecida dije cuando entró Carla. Duarte le dijo nervioso:
“¿te pongo una canción especial?” y Carla dijo: “¡Hay corazón pero que pendejo eres!” Y se fue. Sonia se me
quedó viendo y me dijo: “¿era tu novia verdad? ¿¡Por qué no me habías dicho!?”
Se bajó la playera y también corrió y se fue.
Evidentemente
nadie de la fiesta se dio cuenta, todos celebraban a Mario y su esposa, pero
Duarte me dijo: “Ahora sí la hiciste en grande pendejo… ¿qué vas a hacer? Vete
a pedirle perdón a Carla no mames.” “¡Pero estamos aquí –dije yo–, vuelve a la
Tierra Carlos, nos están pagando, hay ciento cincuenta personas allá fuera!”
“Yo me quedo mezclando”, dijo y así pasó un rato, luego se puso a buscar el disco donde venía la
canción de “las golondrinas”, para cuando se fueran los novios. Se fueron a las
doce de la noche ya rumbo a su boda de miel, nos asomamos para ver todo eso del
ramo de flores y tal: Por eso Mario quería que tocáramos hasta la una de la
mañana, para que los demás invitados siguieran bailando, pero como a eso de las
12:30 de la noche llegó un señor que se presentó como el padre de Mario y nos
pagó nuestra parte, también una cantidad extra por la bocina JBL rota.
Ya la gente estaba cansada, muchos
habían bebido de más y entonces apagamos todo el show, los chavos de la
camioneta que nos ayudaban a cargar el equipo ya estaban preguntando por
nosotros; hablaron con Duarte y le dije a él lo de siempre: 40% para cada quien
de dinero y 20% para los que nos ayudaban a cargar. Empezaron a subir las cosas
y Duarte me dijo: “¡Ya lárgate de aquí, ni puedes ayudar, estás pedísimo, mejor
vete a buscar a tu novia y pídele perdón!” Hasta el orgullo me dolió pero tenía
toda la razón, eso era lo mejor que podía hacer.
Carla
estaba en una esquina platicando con un grupo de gente, me acerqué y escuché
que le decían: “¡ahí viene!” Sonia no se veía por ningún lado. Grité varias
veces: “¡Carla!” “¡Carla!” Pero no me hizo caso, se subió al auto del tal
Eduardo y la tal Claudia y se fueron, ya no había nadie, ya todo mundo se había
ido. Apenas recordaba que al día siguiente tenía que trabajar, pero de sobra se
sabe que el alcohol te mueve a tomar decisiones desesperadas y temerarias: tomé
un taxi y me fui a casa de Carla, le dije al taxista que se fuera rápido, pero
gracias al alcohol y el mareo vomité por la ventanilla; el taxista me dejó
frente a su casa, a pesar de la reja observé que estaba una luz prendida. El
taxista me pidió un dinero extra y se lo di. “Me dejaste la nave apestando a
alcohol compa, ya ni chingas”. Ni modo, dije, “tengo qué verla”. Ni siquiera me
di cuenta que venían a dejarla por la otra calle. El coche se venía acercando
lentamente: me echaron las luces de
carretera en la cara, yo creo que Carla
quería todo menos una escena afuera de su casa.
En
mi embriaguez la vi bajarse del coche y se siguió de largo caminando con los
brazos cruzados, como si no me conociera y le molestara mi presencia. Le dije:
“¡Carla!, ¿No vez que estoy aquí? ¡Tú me importas! ¡Ni siquiera sabía quién era
esa güera! Carla… por favor… plis…” Se me acercó cuando sopesó lo que
estaba diciendo y toda la situación.
Todavía recuerdo su rostro, con un aire entre triste pero con la seguridad de que iba ganando en
eso que los dos llamábamos “saliendo juntos”. Al fin dijo: “Ya vete corazón, es domingo y es
noche.” “¿Pero y luego…?” Insistía yo. “Pues a ver cómo te portas porque sí estoy
enojada.” “Mañana saliendo del trabajo te voy a buscar a la autónoma” “Ok”.
Dijo. “¿Y no hay beso de despedida?” “Pues no, ya me voy, vete con cuidado.”
Qué carajos, pinche fiesta jodida, me quedé pensando.
Pero
como Hot Waters es una ciudad mediana donde casi todos ellos conocen a ellas y
ellas a ellos, al día siguiente, después del trabajo, llego a la Universidad,
me meto por los pasillos cuidadosamente, llego al salón de comunicación de
Carla y me salen tres fulanos que me dicen: “No, no mi buen, aquí es
comunicación, psicología está más adelante.” ¡Resulta que el salón entero ya se
sabía la anécdota! El maestro en turno de la clase notó mi llegada y dijo:
“¿Éste es el borracho? ¡Adiós señor!” Y que me azota la puerta en la cara.
Carcajada general. Alcancé a ver a Carla con dos amigas, todavía de menso lo
pensé un par de segundos. Uno más, dijo:
“La siguiente boda es en psicología, para que vayas a poner música”. Otra
carcajada general. Como dice el dicho: Más pronto cae un borrachito hablador
que un cojo: Yo dije que ella volvería con la cola entre las patas en la boda,
así, con la cola entre las patas tuve que ir yo por segunda vez a su casa a
pedirle perdón de verdad, aunque sintiera el corazón tan madreado como la
bocina JBL rota. Y quizá, mientras tanto, el enanito verde sonreía y se
carcajeaba, parado en sus murallas
personales.
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