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lunes, 16 de octubre de 2023

ENSAYO SOBRE EL ZAPATISMO POR MARCOS GARCÍA CABALLERO, PARA TODO AQUÉL TODA ELLA..

 

 

 

LOS GRIEGOS VALIENTES DE CHIAPAS

POR MARCOS GARCÍA CABALLERO

 

El zapatismo moderno de Chiapas, como hasta en Italia se sabe, como lo sabe Saramago, Oliver Stone y, supongo, todos nuestros actores políticos, se ha complejizado entre muchas otras razones, para no ser lo que se dice, “una causa perdida”. A favor del zapatismo están todos los valores occidentales provenientes  de la modernidad, iniciada en la Revolución Francesa,  y si nos vamos más atrás, la verdadera modernidad está en Grecia, con el origen del  arte teatral, el invento democrático de la política  y el amor al conocimiento con la filosofía. El concepto neozapatista “mandar obedeciendo” no entra en contradicción con el invento político griego, luego entonces paradójicamente, quien tiene un retraso verdadero en el discurso, es el gobierno mexicano que se empeña en no entender que la solución del problema debe ser tomada con todos los referentes del panorama internacional, claro, pero si el problema es nativo, no es de los nativos, sino de los que olvidan el significado y el fervor humanista de la modernidad, sustituyéndolo con mentiras muy humanas, pero que también producen miseria, hambre y desolación a un sector muy importante de la población, que insiste en que la paz no debe ser sólo un referente diplomático que termina como semi-servidumbre al exterior, sino al interior como una necesidad, ananké, en griego, es decir, lo que está ahí, porque tiene que estar ahí y ser así. ¿A dónde irían los tojolabales, los tzotziles o los tseltales si se instauran las super carreteras del Plan Puebla-Panamá, los Mac’ Donalds o los JC-Penney? ¿Tendrían Mercedes o Tsurus, calzarían Niké o comerían una Brontodoble? ¿No más bien la globalización antihumana de las potencias económicas mundiales tendría que reconocer que dichos indígenas tienen un modo de vida, cultura y visión con historia propia, historia que no es prestada de ayer ni de hace sólo 500 años, historia que como la de cualquier pueblo o región, debe ser respetada? Los gringos se ofuscan si el mundo no se les parece, los británicos les siguen, luego el gobierno español, como si fuera la época de Cristóbal Colón mandando todavía tropas a Irak, ¿eso es progreso? La luz de ese progreso alumbra tan alto o más, como actualmente es alto el edificio de Oklahoma o las torres gemelas de Nueva York, ¿Qué  les pasó a esos edificios tan altos? Se fueron a la chingada del planeta.

Un conmovedor artículo de Carlos Lenkersdorf aparecido en el suplemento mensual ojarasca del periódico  La jornada (junio 2003), “Las casas tojolabales nos interpelan”, regresa a los tojolabales la metáfora de la casa como expresión de la voluntad y el alma de los que la habitan, lo que en términos literarios el filósofo francés Gaston Bachelard utilizó para referirse a la casa primigenia como portal y pedestal de la ensoñación del ser humano: “las habitaciones internas” que descubre el adulto escritor, que  va recogiendo y reconociendo en la creación del texto, tienen como  remanente o correlación la casa o las casas donde hemos vivido, en ellas se guarda todo aquello que nuestro ser reclama como auténticamente propio, principalmente la ensoñación y los recuerdos, la infancia, pues, el primer gesto, los primeros aprendizajes, no están en la calle, la escuela o la intemperie, sino en la casa, lugar en el que fuimos depositados antes que en el mundo. La poética del espacio tiene esta frase brillante: “ciertamente la infancia tiene mayor tamaño que la realidad”. Cuyo aire de paradoja significa, volviendo a Lenkersdorf, que los tojolabales no quieren vivir en la casa grande o la casa del cacique o patrón porque en ella hay una hostilidad que viene de 500 años para acá: primero tuvo rostro español y católico, luego priísta y ahora francamente neoliberal. Por eso los tojolabales, decididamente griegos, decididamente universales, cumplen su propia ley “mandar obedeciendo” tomando las decisiones que atañen a la comunidad en la casa grande, la cual es, obvio, un edificio público.

            Cuando participé en la Caravana Mexicana Para Todos Todo, de diciembre a enero del 2002, en el municipio autónomo Moisés y Gandhi, los zapatistas nos recibieron y nos prestaron para pasar las noches en esa comunidad una casa al lado de “la casa grande”, lugar que posteriormente utilizaron los líderes de la comunidad para definir las respuestas a las preguntas que les planteamos: que opinaban sobre el PPP, la presencia de los militares, los priístas, etc. Debatieron toda la noche, mientras al lado nosotros dormíamos; yo me quedé dormido después de amenizarme el rato con un walkman y las ideas musicales de La Maldita Vecindad. Al día siguiente regresaron, bajaron de sus propias casas y nos dieron respuesta.

Para terminar, un comentario de orden estético, las casas de los tzeltales que yo conocí, eran ciertamente pequeñas, modestas, con suelo de tierra, un fogón, otros elementos de madera y las paredes eran de tablas alzadas unas junto a otras, pero que dejaban entrever rendijas por donde se colaba el viento, pero no lo suficiente para que se colara el viento neoliberal y tuviéramos que declarar que la vida era una penuria: todo era festín para nuestros anfitriones, una taza de café o un par de tacos. Yo me decía: “indudablemente esta gente vive en condiciones de pobreza y marginación, pero si esas tablas están separadas lo suficiente para ver fuera, no es porque no les hayan alcanzado, sino porque forma parte de una cosmovisión: aquí está el hombre y su familia, su casa, sus animales, pero también comparten como compañero al viento, al sol, al arroyo, a la milpa… esto es mantener la dignidad a cualquier precio, o mejor dicho, a lo que no debe tener precio, porque ellos saben, sin tener que leer a Bachelard, que la casa es el origen, lo primigenio, la razón de una lucha que lleva 500 años.” La pintura que vi en un Aguascalientes decía: “podrán cortar todas las flores, pero nunca acabarán con la primavera”. Pero mejor ya me callo la boca porque luego me dicen que hago turismo revolucionario o uno que, más allá, me dijo: “te fuiste de vacaciones revolucionarias”.

 

 

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