LA SALA DE BILLAR DE PUERTO VALLARTA
MARCOS
GARCÍA CABALLERO
Ahora verás… ¿tenemos una nueva historia? Claro que
sí: solamente es cuestión de investigar viejas ensaladas peligrosas con los
aderezos de las memorias que se remontan a la sutileza de los prístinos
detalles: Alguna ocasión, a mitad de la batalla de los 30 y tantos años, tuve
dinero suficiente en el año 2009 para invitar a mi novia lejana al hermoso
sitio de Puerto Vallarta. Nos pusimos de acuerdo vía teléfono y ella se sintió
más que halagada con la invitación. Le envié por fax a una agencia de viajes su
correspondiente boleto Guanajuato-Vallarta. Me preguntó o no recuerdo bien, en
esas llamadas, creo que le preguntó a mi madre si yo me sentía seguro de
realizar el viaje y estar con ella. No lo dudé, le dije que teníamos qué hacer
este viaje porque los dos éramos y somos escritores amantes y además amantes de
la vida aventurera; si tenía el dinero para invitarla, ¿Por qué carajos no
íbamos a gozarla de rechupete en Puerto Vallarta tres noches y tres días y
medio según alcanzaba el dinero? Tomé a
los pocos días el autobús desde la zona centro del país y después de un áspero
viaje donde no olvidaba que me molestarían esos ex vecinos míos haciéndome
boicots por la televisión gritándole a la gente que yo me encuero cuando me voy
a bañar (por decirlo suavecito para el lector), llegué por fin a la medianoche
a Puerto Vallarta y la miré a ella muy jovial y muy hermosa sentada en la
extensa sala de camiones esperándome… “ella, esperándome…” Esta frase significa
amor y esperanza, y si tu mujer te espera en otra ciudad a que tú llegues, te
tiene mucho amor y esperanza… es muy importante entender esto para todos
aquellos guerreros impacientes. Sueñen que caminan por el drenaje de sus
propias ciudades arrasadas, si gustan, cuando parezca que no hay salida; pero
si su amor los espera, ya tienen un punto con aquél el de la iglesia, o sea:
todas las iglesias, todas esas puertas que tocaron y no abrieron es posible que
con esa mujer se abran. Y hay que recordar que Don Octavio Paz en Piedra de Sol dice: “el amor es abrir
puertas, es dejar de ser un fantasma condenado por un amo sin rostro.”
Etcétera, ustedes se lo saben… Lo que quiero decir es que al verla sentí una
oleada de insuperable libertad incluso más grande que las del propio mar
cristalino del Puerto. Y ojo: ese tipo de oleadas también son el amor con el cual descubres de qué calibre es la
mujer con la que te andas acercando… Como buena hermosa, ella ya pronosticaba
sobresaltos, y eso, queridos, es la mera reata y la mera retahíla he hilo de éste
asunto que deseo expresarles en clave de pasado disperso y futuro compartido.
Había inclusive ahí mismo en la terminal un sitio para hacer reservaciones de
los hoteles y si eso me sorprendió es simplemente porque soy en general un
escritor y estudiante de filosofía más bien pobre. Hablamos pues, con los
encargados y nos recibieron muy bien, nos dieron un taxi y fuimos a la zona
centro de la ciudad al hotel. Como era de medianoche, le dije que ya no
saliéramos a ningún lugar y que nos fuéramos solo a cenar y luego a dormir. Me
sentía un tanto golpeado por el viaje pero cenamos bien, nada precisamente
caro, pero al regresar al cuarto del hotel le dije que se desnudara, y me dijo,
¿de plano? Le respondí: ¿pues qué creías
que veníamos a hacer aquí?
Hicimos el amor, esa noche, recién llegados a la
ciudad, luego ella me pidió prender la tv. Le conté un poco cómo eran esos
ladillas de mis ex vecinos y no me entendía. Le expliqué que ellos tienen y
usan otra lógica, la lógica de la destrucción y el odio y más o menos me
entendió ese nebuloso asunto que siempre parece quedar en término medio: un
punto su odio y su estupidez, un punto mi vida y mi libertad. Bueno, dijo,
trato de entender qué quieres decir: te hacen una guerra sucia tremenda y debes
de mantenerte fuerte y no caer en sus provocaciones. Exactamente, por ahí va la
cosa. Qué fuerte, dijo, y nos dormimos abrazados, era obviamente una situación
peligrosa. Los inútiles aquellos ya nos perseguían, supongo yo que realmente
era en lo único que pensaban: en chingar la madre.
A la mañana siguiente, salimos del cuarto con ropa
de playa, nos asomamos al balcón y como ella traía una pequeña cítara, me la
tocó para que me pusiera feliz, yo saqué mi armónica y le di un pequeño
concierto matutino: ¡Comme on madame, que te recojas el pelo, quiero verte
hermosa y chula! Y así lo hizo. Abajo, la ciudad de Vallarta parecía abrirnos
los brazos en señal de hospitalidad: un parque teníamos en frente, a la derecha
se caminaba a la playa a la cual teníamos acceso, había muchas tiendas de
productos llamativos, los OXXOS estaban retacados de botellas de buen vino
tinto y cerveza, de todos los patios parecían salir historias, y como siempre,
tú te crees el más cabrón pero ellos solamente te cuentan el cuento de que eres
el más cabrón, no se necesita más, dicho sea de paso. Nos fuimos a desayunar a
un costado del hotel, en un restaurante muy llamativo que guardaba una
decoración interna sensacional. Nosotros conversábamos de nuestras vidas y todo
lo que habíamos hecho desde que dejamos de vernos cuando los dos vivíamos en la
capital allá por el año del 2005.
Habíamos ido a un restaurante del mercado allá por
el metro Balderas, creo, no lo recuerdo bien, pero fuimos desde entonces muy
amigos, ella me encontraba inteligente en los rollos literarios y yo la veía
bastante buena onda, alivianada, por decir lo menos. Ella tenía una teoría rara
respecto al lector, yo le decía: Olvídate de Julio Cortázar, no porque no sea
bueno, pero no podemos ya seguir pensando en el lector, al lector habrá que
compartirle la historia, para él es el platillo literario, pero no somos ni
podemos aspirar a ser Lauras Restrepos ni Fernandos del Paso, ¿si me entiendes?
¡No somos ni siquiera de la tradición del boom latinoamericano! Okey, okey… me
dijo aquella vez y nos fuimos del mercado, esa vez ella tenía una fiesta súper
alcohólica y drogadicta y yo dije internamente ¡A la chingada! ¡Me voy a
escribir! La vida no retoña, dejó claro Efraín Huerta, pero la escritura literaria
es una clara apuesta donde va de por medio tu tiempo vital, ya habrá, como
siempre ha habido, tiempo para chupar, fue lo que pensé viéndole el trasero
mientras se iba por los túneles del metro y yo me regresaba a mi barrio a darle
al teclado.
Pues así las cosas, ya medio nos sentíamos los
reyes de Vallarta, porque los verdaderos reyes, los que merecen irse unos días
a Puerto Vallarta, los taxistas que trabajan doce horas, los albañiles, los
trabajadores mal pagados, esos, esos no acostumbran irse a Vallarta ¿si me
explico? Ella y yo fuimos héroes por tres días, más o menos como alguna vez nos
lo prometió David Bowie. Luego caminamos por el malecón, nos metimos de lleno
en el avión del turista, nos asombraba la gente, los jóvenes europeos y
canadienses, un aire místico que hace sentir: “cierto, estás aquí, pero no
olvides quién eres”. Regresamos al cuarto a leer y escuchar música, ella pasó a
ponerse traje de baño y nunca lo dudé: supe que antiguos demonios estaban ahí,
y si estaban ahí era porque mis ex vecinos ya habían dejado caer la trampa:
partidazo de fútbol mientras ellos gritaban desde sus casotas: “¡ese es un
maricón!” “¡Ese le va al américa!” (por cierto, le voy a los pumas por mi
espíritu universitario) “¡ese es un naco!” “¡ese se dice escritor y no escribe
nada!” ¿si me doy a entender? ¿no creen ustedes lectores que todo eso ya está
muy claro y leído por la sociedad esa situación? ¿Quieren historia o chocolate?
Yo les doy de los dos: entonces empezó el partido, a media tarde, quién sabe
quién jugó, sólo sé que esos odiosos querían (justo como en este momento que
escribo) hacerme sufrir, pasé un mal rato, pero bueno, había qué disfrutar, esa
sería mi gran venganza, pedimos pizzas al cuarto y una botella de vino tinto,
nada mal, mientras Vallarta veía más o menos cómo estaba la situación y Bob
Dylan y the Who y the cure ó Peter Gabriel nos tocaban las canciones de su
repertorio, las canciones amorosas estaban, obviamente reservadas para la
noche…
Muy pronto entendimos que de aquél pueblo que fue
Vallarta en los años setenta, acogedor, rústico, apacible y todavía no
excesivamente turístico donde hasta Jane Fonda tenía una casa para vacacionar,
ya casi no quedaba de eso más que reminiscencias… pero ella estaba encantada,
mi novia, camine y camine o recostados en la arena o nadando en la alberca del
hotel…
Después me dejó, quiso irse a caminar ella sola por
otro rumbo y yo me quedé escuchando música y leyendo el periódico de Puerto
Vallarta, salí al balcón, hice chistes con las recamareras, me puse mi sombrero
por las dudas y compré una chela, pus claro, a eso veníamos; a descansar yo de
tanto sayonara, ella de su trabajo. Pasó un rato prolongado, me quedé dormido,
ella llegó como hasta las siete pasadas y me despertó, empecé a sentirme ya un
tanto incómodo, no me refiero a ella por supuesto sino a esa maldita partecita
de inercia que todos, simplemente por ser humanos ya la cargamos, a veces la
siento más tarde, eso es lo bueno, pero como que empecé a extrañar mi casa y
dije, después de un rato: “¡Ya estuvo bueno, carajo, si estamos en Vallarta
vámonos a una discoteca, un antro, vámonos a bailar!” Se quedó impactada, se
arregló con sus mejores vestidos (ella viste siempre muy bien) y tomamos un
camión hacia los hoteles de a deveras, donde está el Sheraton, ese tipo de
lugares y ciertamente veíamos mucha parranda en las calles pero no dábamos con
un sitio que nos gustara totalmente, bueno pues, pues el chiste es que viajamos
por la ciudad de noche y la vimos, así que por fin llegamos a un bar donde
había una pista de baile, una mesa de billar, muchas sillas, luces de colores
en el techo y todo eso aunado a los días anteriores, me empezó a dar vértigo,
ya la dejé que por ahora ella pagara los tragos y nos fuimos a sentar por donde
jugaban los del billar. Sentados ahí, empezamos a dialogar, los diálogos
significativos con mis parejas me fascinan, así que ella tomó el mando porque
yo, además de ebrio, me sentía vulnerable simplemente porque me empecé a dejar
llevar por su belleza, decía una cosa, movía la boca, sonreía y yo hasta el
chingado arcoíris en Montecarlo veía. Me dijo: “sabes qué? Tú dices algo así
como que te parece raro éste lugar, pero en realidad para todos aquí nosotros
somos los raros de éste lugar”. Creo que le dije te amo, o tal vez lo pensé… acabamos
tres rondas de cervezas y volvimos a la zona de no tan alto precio que era la
nuestra, llegamos como a las dos de la mañana, hicimos furiosamente el amor con
las canciones románticas y quedamos dormidos. Al día siguiente había que irse
de nuevo cada quien pa su santo, su espacio. Ella me dijo: “no sé tú, pero yo
voy a agradecerle al lugar como me trató, me voy a poner en paz y armonía con
el Puerto…” Me quedé un rato frente al mar, regresamos a la central camionera,
pero ese no es el fin de la historia sino que resulta que los chocolates de mis
ex vecinos, como me buscan problemas, andan preguntando a la tv que qué pecados
cometí en Vallarta, se creen algo así como los dueños no de la verdad, sino de
mi moral!! En otras palabras: rematados idiotas. Y es la hora que es el año
2016 y gritan ante la televisión: “¡Cuál fue su pecado de este maricón en
Vallarta!” Y Vallarta respondió: “pues vino, estuvo y se fue”. Y hasta tuve qué
aclarar ante la soledad del territorio nacional que nos une, que ella era mi novia,
que ahora da clases, que le va muy bien en su trabajo, que somos buenos amigos,
que tiene un hijo y una hija y un marido y sigue escribiendo y que yo hago
filosofía… ¿será tan difícil entender cuáles cabezas son las que no funcionan?
¿o de plano quieren que les diga que un tal cocainómano en Tijuana y salió
corrido de un orfelinato sin padre biológico? Seguiremos informando… Por cierto
Mexicali es cancha segura de la mujer de la ventana. Y Manimal ya es éxito puro
total y absoluto.
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