EL CLAVADO
Aficionado
permanente a la
lejana inmortalidad,
desde luego.
Aficionado
a lo creado por vía del espíritu y el pensamiento,
que digan
lo que digan, siempre sopla por donde quiere
y aparte,
siempre está más vivo
que la horrorosa
materia y los objetos.
Aficionado,
soy eterno aficionado a la obra poética de Eduardo Lizalde,
poeta
mayor de nuestras letras.
Él obtuvo
siempre sobresaliente en todo, como el tigre solar y el amante mayor.
Aficionado,
soy permanente aficionado a la obra cumbre
de las
letras francesas: Gargantúa y Pantagruel.
De hecho,
todo escritor que se precie debería recordar su juventud
con el Capítulo
Once
de “La
adolescencia de Gargantúa”.
Aficionado,
eterno aficionado soy de mi propia juventud.
He ahí mi
falla, mi llaga querida:
Señores, poderosos
fiscales, amigos entrañables
y seres
de otras latitudes, regálenme ese recuerdo,
el único
memorable: esa rebeldía hecha acto, amor, poesía y canto,
epopeya
mayor, singladura,
recuerdo
enemigo y único,
recuerdo
odiado tantas veces
repetido
como pasos en falso,
con alcohol
o con alarde de ¿qué pasaría si yo tal cosa…?
Es así, y
es un recuerdo ya insoportable que no tengo,
amiga
mía, confidente y locamente deseada: ese recuerdo ya te pertenece.
2
Por
primera y única vez tengo la edad de Cristo:
(¿Pregunto
acaso: se trata de una broma tirada desde la mitología femenina?)
veo con
pesar el escape del tiempo: el tic… y luego el tic tac…
el camino
andado y el desandado, lo que hice y lo que no haré nunca,
lo que
soy y seré con cierto polvo y diamante, hacia delante y hacia atrás,
con un hilo
de nostalgia al baúl de los recuerdos
y mi
primera letra bien escrita, que me dicen fue la e (es decir la e
para
decirle a mi hermana ¡es que eres una estúpida!).
Cómo
pasan siempre así, repetidas, una y luego otra,
generación
tras generación y sin poder evitarse,
—proyecto
moderno eurocentrista— las torpes confesiones y proezas escolares.
La plástica
rutina, la matemática, el diez en biología y también
saber que
la vida está perdida.
El
amorcito querido por el único niño que fui,
el único
niño que ahí me espera, en algún lugar inhóspito cuya rendija habla
con el
soplo de la memoria y el tiempo.
Hoy
saldré a cavar mi tumba, a plantar 90 árboles
y
boicotear la poesía enemiga en una
de estas
noches de partidocracia electorera y autogoles del gobierno.
Con un
cúter separaré las páginas de un libro malo
y haré
poesía dadaísta, como la que sale en el periódico del domingo.
Grabaré
mis iniciales en tu copa y luego me beberé tu risa,
hasta el
fondo, esa enorme y sabrosa pulpa
que late
detrás de tus dientes hasta que venga el plato fuerte:
la
enjaulada ambición de ser uno y una
con la
noche hasta el último céntimo de la luna.
Veré tu
rostro y luego me volcaré a pensar en tu ausencia,
por todas
las veces que fue un dolor, para nunca poder olvidarte.
Mayo 2007