Que se empiece a limpiar la
cristalería fina en la terraza frente a éste intenso océano en forma de signo
de interrogante. Que la arena esté limpia y resplandeciente. Que se arregle el
audio, el video y los ecualizadores hasta cubrirlo todo con una acústica
perfecta. Bienvenidos genios de todas latitudes, tiempos y espacios. Es esto,
de esto se debe hablar, querido Jaime Sabines. Primera llamada. Estemos preparados
para una borrachera heroica como pintada en un lienzo de Mark Chagall.
Por nuestro cubano Guillermo Cabrera Infante, por
Mario Benedetti, por el más viejo de los invocados a este brindis, un alemán,
Robert Walser. Y la que es la más nueva, la rumano-alemana Herta Müller,
galardonada con numerosos premios prestigiosos, como el de Literatura de Berlín
2005 hasta su culminación con el premio Nobel de literatura 2009. Es una mujer
de hermosura tremenda, de rostro emocionante como perder el sentido unos
instantes. Que en ese mismo año 2009 sacó la publicación sobre su amigo, largamente
entrevistado, como una suerte de
contraparte trágico: el personaje que nos relató con la vida de Oskar Pastior, el
aguerrido y aferrado poeta moribundo en un campo de trabajos forzados de la
URSS; que nos da como resultado de esa experiencia, una poética negra y moribunda, biliosa: como lo único
bueno que tiene Pastior son dos raciones
de mendrugos de pan al día, le sucede una curiosa vivencia: conforme avanza la
narración y desde las primeras páginas de la novela, un ángel del hambre que lo
viene a visitar después de días, meses, años, de somnolencia, de vidas
prendidas por el fuego más calcinante y el nervio perdido, sudores apagados día
tras día, décadas de vidas y familias perdidas, literalmente alucinadas, por picar y cargar tanta piedra inútilmente y
no poder comer ni una, ni una sola
comida decente hasta alcanzar la libertad, cuando la muerte ya está demasiado
cerca.
Se trataba, para él y millones
con el mismo tipo de historias de Pastior, de tanta piedra muerta, tanta
tortura, tanto miedo por la acosada pregunta: ¿Seguiré vivo el día siguiente o
serán los gases de la cámara que se los llevan por millares? Tanta cadena
enganchada, tanta tonelada de mierda, tanta bazofia en los enredos mentales
injustificados de los cerebros de sus verdugos, –tanto rusos como alemanes los
tuvieron– que hasta el cuerpo de Pastior, por el terrible esfuerzo, vomita un
ángel del hambre sobre su propia figura;
un ángel nacido por las desesperadas ganas de vivir, como si fuera una
esperanza que viene inútil, poéticamente, una esperanza que solamente dice
tengo hambre, te lo digo a tí mi querido ángel del hambre: aureola sobre la desdichada
cabeza de Pastior. Una pelusa salida de sus entrañas: es lo mismo que otros narradores de
parte de las provincias rusas buscaban
refinar de modo estetizante en toda esa literatura sobre La Segunda Guerra
Mundial, desde el punto de vista de los supervivientes como un Vasili Grossman
y su Vida y destino, o Solienytzin: eran esas calderas infernales de los nazis
de un Auchwitz o lugares parecidos, centros de exterminio imperdonables que
algunos años después esos verdugos sí fueron juzgados en Nuremberg y otros
cazados por Simmon Wesental o su gente. Definitivamente imposibles de olvidar
para poder creer en la humanidad del hombre y, principalmente, la misión a todo
aquél que lo presenció, es o debería ser no olvidar jamás esa barbarie. El
libro en cuestión de Herta Müller es Todo
lo que tengo lo llevo conmigo, obra aparecida el mismo año que los diez y
ocho académicos de Estocolmo se decidieran por la literatura de ésta escritora
nacida en 1953.
Witold Gombrowicz es parte
fundamental de éste brindis de espera perpetuamente postergada. Uno de los tres
mejores escritores de vanguardia de todo el siglo XX, según Gilles Deleuze, la
eminencia francesa filosófica.
Otro más, Friedrich Dürrenmatt,
celebridad europea en los años cincuenta, sesenta y setenta del siglo XX leído
en México más por lectores que escriben, que buscado por la masa amorfa de
lectores ávidos en nuestro país de escándalos sexuales, narcotráfico o del escritor
que se sube al candelero de la semana. En literatura es difícil hablar de
originalidad, y mucho más cada vez más: la cultura escrita se suicidará el día
que sea un best-seller los cuentos del Chapo Guzmán comentando su último
romance ó, cuando la literatura fantástica como Harry Pötter sea indistinta en
cada lector que la intente interpretar. Lo cual ya empieza a suceder.
Robert Walser triunfó
relativamente durante la Alemania de la república de Weinmar y fue
redescubierto para México ya entrado el siglo XXI. Sus libros son algo así como
una docena. Pero yo me refiero al conjunto de narraciones de Sueños, La Habitación del Poeta y De
paseo. Obras deliciosas por donde se les vea. Walser simplemente se va de
largas excursiones por los pueblos de Alemania y parece que su turismo campirano
le favorece: ya que encuentra todos los problemas y alegrías del pueblo alemán,
que le caen como racimos. Los empeños y
sus dramas, sus trabajos y sus dilemas, sus carcajadas y sus lágrimas le
llueven por igual, lo mismo un cocinero con un matrimonio hecho pedazos, que
una duquesa o baronesa que se aburre en una vida aristocrática heredada… en
busca de algún amante nuevo: todos esos temas (las preocupaciones inmediatas de
sus semejantes) son recogidos y anotados por Walser, el gran observador de la
condición humana y Walser el gran conversador, el gran titán alemán que
aprendió lecciones de Hölderlin más que de Goethe. Pero si al principio parecía
una locura pensar en entregarse despreocupadamente al simple pasear por los
caminos boscosos alemanes, finalmente siempre hay algo bueno que intercambiar:
un trago, una enseñanza de tipo moral, un amorío ó un consejo para un par de enamorados, y de paseo en paseo se va armando
sin desearlo premeditadamente al parecer, hasta llegar a lo sacralizado: de repente
es el lector el que encuentra a Walser en el paseo, y Walser, como viejo lobo,
te indica toda otra disquisición que será la segunda parte del libro de Sueños, publicado en 2012 en México por
la prestigiada editorial Siruela. ¡¡Haa!! ¿Conque metiéndose a galanear con un
par de jóvenes acomodadas? En lo absoluto –dirá Walser–, más bien convirtiendo
el hecho de pasear, conversar, leer el periódico, hablar con mujeres y hombres
de todo tipo de oficios para cocinarlo con todo tipo de aderezos y volcarlo y revolcándolo
página tras página en una metafísica que es el relato del devenir de la
existencia y el talento de los pueblos. O algo como eso parecen descubrir las
sirvientas, los niños y todo tipo de alimañas que conviven con Walser en cada
punto donde se detiene; a degustar un café, o un inolvidable tarro de cerveza o
agua para ver a la idiosincrasia, la actitud y el estilo alemán en su diario
enfrentar la cotidianidad con el alivio de afirmar que ante malos tiempos, deben
sobrar buenas sonrisas. Me recuerda éste gran escritor alemán, claro que en
otro tono y otro contexto histórico, lo que decía Jorge Luis Borges en su Historia de la literatura trágica alemana:
Monstruos enormes como los de la Gesta de
Beawolf mezclándose en los lejanos tiempos de los tiempos mitológicos
cuando ese portentoso, honorable y
envidiado héroe tiene la encomienda de matar a Grendel. Quiero decir, no sé si
me explico bien: Walser se ve como un gigante parecido a un Frankenstein del
siglo XX, desdibujado o hiper coloreado: tal vez esta ocasión estará que pide
demasiado a un tabernero cuando recibe gratis una ración de patatas y salchicha
con tarro espumoso al lado. Pero tomará bríos este paseante lector escritor
para decirnos: Cuidado con los pastores alemanes, son criaturas nobles pero no
hay que hacerlos enojar nunca porque pueden desconocer repentinamente. Mientras
los niños hacen y le juegan una broma a una pequeña quinceañera que vende
mermeladas y pasa por un puente. Me limpio las botas del lodo del camino, subo
a una carroza ó todavía mejor: saltándome las leyes de todo tipo de tiempo en
los tiempos, aparecemos en un camino polaco junto a Witold Gombrowicz en esa
obra genial que se llama perfectamente “Pornografía”.
¡De repente cuerpos desnudos vuelan por los aires! ¿Qué? Niña, no esté usted
haciendo afirmaciones banales. Estamos en la primera escena memorable del libro Pornografía, (reconocida así mismo por
el propio autor), que se trata de llegar a una misa a las doce del día.
Es precisamente esta escena, en
la iglesia, la que sostiene todo el
entramado ontológico de la novela. Me resulta encantadora la forma en que su
autor afirma como tesis de la novela: el hombre, todo hombre, lo que quiere es ser
joven; es decir, inacabado, no confirmado, imperfecto, excitado por lo rara que
le parece la existencia.
Lo que hace la novela
contemporánea es que gana por puntos; el cuento gana por nokaut, según la
prestigiosa opinión de Julio Cortázar, argumento hoy en día en boca de
cualquier maestro de literatura y alumno, en esta obra magnífica de Witold
Gombrowicz es exactamente lo contrario. Es la acción radical de negar a Dios o
cualquier entidad superior, de negar la oración, y eso, subrepticiamente
expuesto por el muchacho que finge estar rezando en la iglesia que encuentran
el grupo de Witold al lado del camino, es decir, al ejecutar su no-rezar, lo
que muestra mientras prosigue la narración, Gombrowicz lo narra con la altura
de un ser que es mirado por la inmortalidad: es decir, como si la tierra, hablando del planeta,
experimentara un mostrarse en toda su brutal desnudez obscena, ¡Locura de
campanas! Y esto es lo que vuelve enigmáticamente y en correcto español:
“Pornográfica” a la novela, y es porque esto es realmente lo pornográfico: eso
ocurre con la pornografía, lo que repelemos de lo llamado porno es esto.
Debemos tener cuidado en esta inflexión de la narración. Porque no es por
principio de cuentas, o no fue así su principio, lo llamado “porno” algo que
muestra el cuerpo humano, no, sino por el hecho de mostrar lo obsceno que se
esconde dentro del mundo. Si aceptamos y damos por hecho los descubrimientos de
la partícula de Peter Higgs, hace pocos años en la frontera entre Suiza y
Francia cerca del año 2011, como nos lo indican los científicos de más alto
nivel (tuve la oportunidad de ver un bellísimo documental en Netflix al respecto), resulta que
nuestro universo alberga una constitución mitad lógica-matemática y otra mitad
caótica poética: así es como defiendo el siguiente argumento: lo pornográfico
es cuando vemos esa parte del mundo que no se nos presenta en forma de un poema
de Borges o de Octavio Paz, o cuando un afamado experto como Issac Asimov ó
otros como Sthepen Hawking nos cuentan la trama oculta del Universo… Sino cuando vemos una tubería podrida
de cualquier ciudad del mundo, en estado descompuesto, es este hecho de ver, es
la relación entre nuestros sentidos y lo obsceno, ¡guácala! Donde nace lo que
es “porno”. Y válgame la suerte, ¡por mis queridos santitos protectores! Witold
Gombrowicz novelizó este hecho, como nadie en el mundo literario esperaba verlo
en aquel tiempo. (Su primera publicación fue en el año 1960 exactamente).
Aunque genios como Milan Kundera, nos lo enseñaron a entender en esa memorable
obra ensayística que es Los Testamentos
Traicionados (Tusquets, 1993).