U2 EN CONCIERTO EN MÉXICO CITY
Y se nos hizo en grande a los chilangos
con la llegada de los irlandeses… El dos de Diciembre de 1997 fue el primer concierto. El segundo
al día siguiente en el Foro Sol. Pero los ejecutivos de las estaciones de radio,
además de mucha otra parafernalia y payasada mediática como de costumbre, se
encargaron de hacer saber a casi cinco millones de jóvenes de la Ciudad de
México (o quizás más) que los irlandeses
de U2 vendrían a México desde casi nueve meses antes de los toquines. Para el
22 de noviembre U2 ya estaba llenando conciertos en otras partes del mundo
cuando se supo que Michel Hutchence, líder y artífice de la banda inglesa INXS,
había sido encontrado muerto en una habitación de un gran hotel en Sydney,
Australia. Triste noticia, pero si U2 vendría por segunda ocasión al
Defectuoso, la juventud chilanga podría festejar durante semanas enteras como
fuera y como se pudiera, desde los arrancones de motos en calzada de las bombas hasta las
fiestas con luz y sonido del metro Potrero, además se podría fondear con U2 los
antros de la fondesa, por cierto.
Los
locutores de radio de las tres
principales estaciones para jóvenes se daban agasajo informándole a la banda:
“En la Gira POPMART U2 utiliza en su
enorme escenario, además de múltiples y enormes pantallas digitales de
televisión de tercera dimensión, un arco de
color amarillo de 60 metros de alto,
igual aunque no tan grande, al que hay en St Louis, Midwest Gateway for
corn exports, ahora escuchen esto, es una versión en vivo en un concierto de
Dublín de: Until the End of the World”.
Como quien dice, nadie en su sano
juicio se podría perder el concierto, ninguno de los dos o uno, aunque fuera,
como fue el caso de la Ruvalcaba, el Negro y yo, ni siquiera los hijos del
Presidente Zedillo y si tú eres fan de U2, no te tengo qué contar de lo que
pasó entre Los Guardias del Estado Mayor Presidencial y el Staff de U2, porque
eso son chismes y éste es un cuento
biográfico, o sea: un chisme sofisticado que la verdad es puro cuento, quizá porque, como escribió
Claudio Magris, todo escritor es un falsario de sí mismo.
El
Negro en ese entonces había vuelto a La
Capirucha y había dejado atrás Hot
Waters City principalmente por tres razones: era necio, quería dinero, y quería
olvidar la tierra de su madre. Yo me había regresado desde 1995 y él un año
después. Tenía un trabajo de diseño gráfico en el que había hecho mucho dinero
rápidamente, a pesar de que no había estudiado la carrera de Diseño. Todo lo
aprendió en el INEGI de los diseñadores profesionales, de hecho se había
comprado un Tsuru del año pero lo despedazó debajo de un puente en Hot Waters
City durante la Feria Nacional de San Marcos, la cantina ambulante más grande
del mundo durante cuatro semanas en una ciudad que, la verdad, no hay demasiada
otra actividad a la cuál dedicarse con pasión además del sexo o el
alcoholismo. O por lo menos así lo
veíamos nosotros en ese momento y por eso nos retornamos al D.F. El Negro
andaba saliendo con una ex mía y los dos fueron a dar al hospital por heridas
leves y raspones; fue un milagro que lograron salir con vida debido a lo alcoholizados que
iban al momento del accidente. Dice el
Negro que todo fue culpa del coche de adelante que venía saliendo del
estacionamiento, y yo le digo: “Sí pendejo, como si una botella entera de tu
famoso whiskey Jack Daniel’s que tanto te gusta no te pusiera de lo más tarado.” Y todavía le sale la risa y dice:
“Ei, sí cierto”. Afortunadamente el coche estaba asegurado, pero no volvió a
comprarse un auto durante mucho tiempo. Todo su dinero lo ahorró para irse de
México con otra novia que conoció en Tulum que era europea. Mi ex lo dejó y
mucho tiempo después volvió conmigo, de hecho volvimos dos o tres veces. Una
noche, después de hacer el amor le dije a mi ex:
—¿Dejaste
al negro por el accidente verdad?
—Sí, –me dijo ella prendiendo un
cigarro– la verdad el Negro tiene qué madurar. Lo cual, francamente me dio
mucha risa, eso fue en 1999. Pero me estoy adelantando en el relato.
Como el Negro y yo en ese entonces hacíamos
y buscábamos por dónde darle en La Capirucha al trabajo y/o al estudio,
acostumbrábamos vernos los fines de semana en El Hijo del Cuervo o algún otro
bar de Coyoacán para contarnos nuestras noticias. Yo le platicaba de la Escuela
del Barman, de una novela que estaba
escribiendo y de mis actuaciones como extra para los programas de TV Azteca.
—¿Tu novela se llama El Jardín del Pulpo como la canción de
Los Beatles?—decía el Negro, que no la
había leído pero sí creía en mi como escritor, de hecho desde que a todos mis
amigos les dije que el proyecto de mi vida era convertirme en escritor, todos
me echaron muchas porras.
—No, y eso no es todo—le contestaba
pidiendo un trago al de la barra— el personaje principal es un moreno que es
bien grifo y aparte tiene sus pato aventuras con el diseño gráfico. Y me reía.
—Vete a cagar sonso— decía el Negro
dando un trago de whiskey gringo, era su bebida favorita obviamente.
—Ho maricón, no te aflijas.
—¿Ya sabes que va a venir U2? Yo sí
quiero ir—me dijo.
—Ha maricón pues en ese caso tenemos
que ir con unas viejas— le dije.
—Pues
yo te las voy a ganar Mateo, ¿ya sabes por qué las viejas quieren a los negros
verdad?—dijo con cara de felicidad.
—Ese
chiste mi querido Negro, es tan viejo como tu culo podrido—contesté.
Pero
los dos todavía teníamos mucho que aprender del monstruo del D.F. No sabíamos
que La Capirucha te empuja para largarte por donde llegaste por su propia maquinaria maldita de caos cotidiano y
estridente, no sabíamos que ser jóvenes venidos de provincia podía ser un
riesgo, y eso nos tocó aprenderlo a cabronazos, a duros golpes mientras íbamos
en el metro, en las calles, con las risas ajenas en los cines, en fin, en todo
rincón de la interminable y perra ciudad cuyo único mensaje con todas sus
letras es: ¡DESPERSONALÍZATE HIJO DE
PUTA , FUCK YOU! Todo conspira para hacerte saber que sólo eres un excluido,
nunca tendrás tu oportunidad ni lo lograrás,
ni le hagas que así es La Región
Más Transparente. “¿Triunfar tú? ¿El número 2,690 de los que buscan empleo
en una de las siete filas? Pero si ni siquiera existes, eres la carne de un
cañón que arroja cemento y humo de gasolina. No estorbes fuereño, la decisión
está tomada. Pero te tenemos vigilado…”
El Negro quiso seguir con los albures
pero tuve qué decirle ¡ya basta! Nunca me ha gustado llevarme a albures con mis
amigos. Me da asco. Cuando se ponen necios en ese sentido, (afortunadamente han
sido pocas veces), los he retado al ajedrez. Sólo con un cuasi-amigo (que
conocí por otro amigo) sí tuve qué jugarle una partida, le gané y no quise
volver a verlo nunca. Además yo no fumo mariguana, pero eso, era una de las
cosas que al Negro lo ponían como loquito, quizá por eso le iba tan bien en el
diseño, ya me imagino los diseños re-alucinados que se reventaba; los grandes
pintores surrealistas con todo y sus anchas parcelas de inmortalidad le habían
de parecer poco cuando fumaba café, que también así le dicen a esa chingadera.
Así
que el Negro y yo comenzamos a planear con quién iríamos al segundo concierto,
cerca de dos meses antes, en Octubre o finales de Septiembre, ya que para el
primero de los conciertos ya se habían agotado los boletos.
Mientras
tanto yo hacía mis progresos en el oficio de los alcoholes: preparaba bojitos cubanos, piñas caladas,
tequilas sunrise y en total llegué a saber preparar 150 cocteles o más, de los
cuales el que me había parecido el mejor por mucho fue el London Coktail: lleva
una onza de buena ginebra, una onza de jarabe natural y una onza de marrasquino
o licor de cerezas, se baten todos los ingredientes en el vaso mezclador con
hielo frappé y se sirve en copa coctelera, sólo que yo lo sirvo en vaso old
fashion y le agrego un poco más de ginebra y más hielo: alcanza un sabor
parecido al éxtasis. Digo, si el colosal
Ezra Pound decía que podía ver a Dios en un vaso de ron, yo casi puedo
sentir la presencia de Winona Ryder o de Asia Argento con un London Coktail.
(Estoy casi arañando la pared al imaginar sus rostros mientras escribo).
Pero
bueno, si Winona Ryder o la Argento tal vez es mucho pedir, la Ruvalcaba tal
vez sí era alcanzable. Era una chava de 23 años de sonrisa pícara, guapa y
trigueña, de buenas tetas y muy inteligente (todo lo contrario al chiste
viejo), que vivía también en Aguascalientes y recibí su llamada telefónica
anunciándome que tenía que venir al Distrito y quería verme. Un asunto familiar
seguramente la requería acá, ya que tenía que traer a su hermano casi recién
nacido del segundo matrimonio de su madre junto con ella. Yo sabía que la Ruvalcaba
quería conmigo y esto era,
principalmente, no porque fuéramos grandes amigos y nos conociéramos al derecho
y al revés, sino porque ella era amiga de mis hermanas y como las mujeres se
cuentan de todo entre amigas, ella les decía que yo le agradaba y ellas se explayaban contándole: “no pues Mateo
es un experto para Dj”, y era
razonable entonces, que quisiera verme en un viaje a México y que hasta
quisiera venir con nosotros al concierto. Ella venía por cuatro días pero se
esperaría un día más para ver a U2, aseguró por teléfono.
Mientras los días para los conciertos se aproximaban,
yo estaba una noche escribiendo un párrafo de mi novela que se correspondía con
el final del texto y sonó el teléfono, mi padre dijo: “te hablan del sindicato
de extras”. Tomé el aparato y al saber la noticia casi grito de alegría:
resulta que por dos trabajos de extra en donde había bailado toda la tarde la
misma canción con una mujer que llegó a ser mi amiga, (recuerdo que esa escena
se tuvo que repetir como seis veces por amenaza de lluvia y la mujer y yo
salimos en ese programa como cuasi
bailarines profesionales de tanto practicar la toma, según vi el programa una
semana después de los conciertos de U2) me tenía que presentar a cobrar un dinero que faltaba. No eran nada
fácil para mí esos días en el Distrito y entonces fui a cobrar mi dinero, no
era gran cosa, mi padre ya me había comprado el
boleto, pero ese billete pensé en
gastarlo con la Ruvalcaba; quién sabe, a lo mejor si era cierto lo que decían
las psicólogas puritanas: masturbarse tan seguido quizá sí era un riesgo, pero
yo no iba irme a Sullivan a conectar una puta de esas
que se veían buenísimas: quizás a la mera hora no fuera a ser un puto trasvesti como los que los taxistas
les chiflaban y les aventaban potentes
mentadas de madre.
Fue
entonces que le avisé al Negro que la Ruvalcaba vendría con nosotros, estábamos
platicando esa noche en su departamento y prendió un toque, mordió el cigarro
deformado, aspiró el humo “en cascada” como se dice y se relajó; de inmediato
sentí esa pinche molestia psíquica y me dijo que el día de ayer se había cogido
a una vieja buenísima en el departamento, una fulana que trabajaba en eso del
diseño. Y ahí voy de pendejo y le pregunto si ella no tenía otra amiga para que
me la presentara: en esos tiempos me las estaba viendo tan duras con el asunto
del sexo que hasta pensaba comprarme una muñeca inflable. Me masturbaba seguido,
era una verdadera lástima porque empecé a ver a las mujeres más distantes de lo
normal y eso me desgarraba el corazón y seguramente, cuando pasaba eso, Tom Waits me echaba un ojo y aullaba con su
aguardentosa voz. En eso sonó la puerta. El Negro abrió y recibió con un abrazo
a su amigo, “de seguro es un güey del diseño”, pensé y le atiné porque el tipo
venía por droga.
El
Negro se puso feliz y le dijo al fulano que el día de ayer se había acostado
con la más buena de la oficina.
—¿Te
acostaste con Mirna? Hijo de la chingada… je, je, je —dijo el recién llegado.
De volada se les nota la facha de
grifos, pensé, yo que odio las drogas y adoro los Camel y los alcoholes.
—Está
tan contento el Negro que hasta ve culos rosas volando alrededor del foco con sus ojitos— dije yo.
—Cállate
pinche Mateo —le dijo el Negro a su cuate— por eso no me gusta fumar cuando
está este güey, sólo me mal viaja.
El
fulano se fue con su mercancía y me dijo despidiéndose: —no le hagas caso, tú
mal viájalo, chíngatelo.
—Ya
pinche Mateo, si te pones en ese plan mejor ya luego nos vemos —me dijo el
Negro, pero lo que no se imaginó era que el que alucinaba culos buenísimos y
negros, rosas, morenos, blancos y tetas bronceadas de mujeres cuya belleza te
corta el aliento era yo. Le dije:
—sale
cabezón, ya te dejo y perdóname, ya sabes que odio esa madre.
—nos
hablamos antes de que llegue la Ruvalcaba —me dijo.
—Ok,
maestro, ahí nos vidrios —le dije y me preparé para cruzar media ciudad a las
11:30 de la noche. Transbordé en el metro, pedí taxi y pasé por Sullivan, la
zona de las putas. Todavía ni quién supiera que habría metro bus cerca de seis
años después. Y cuando pasamos frente a
ellas o ellos (ve tú a saber) el taxista les grita: —¡Mamacita! ¿Cómo le hace
el bistec? ¡Ssshhhhh! — Definitivamente,
las prostitutas, los taxistas y los policías son tres formas de vida que se
acuestan tapados con la misma cobija. (Ideológica y física)
Pero
el Oráculo de Delfos me decía: “No te me quejes ni te la jales mi pequeño
bastardito, sé de alguien que le gustas y pronto te vendrá a visitar.” O por lo
menos eso me imaginaba yo; cuando uno está muy escuincle para ser escritor, le
parece de lo más normal tener grandiosas iluminaciones que no sirven para un
carajo: Pregúntenselo a los poetas… Ellos creen que hasta la grava del
pavimento les tiene reservado un secreto importantísimo y entonces hacen un
poema de cuando regresaron a su cantón
después de un día pesado y ese
día llovió y las aceras se veían como
“cavernas donde reservo los recuerdos de tus caricias y besos que
zahieren mi deshabitada memoria”
(obviamente basándose en alguien que los trae cacheteando las banquetas),
pero no discutamos más: la poesía
substancial se debería seguir leyendo. Y así le hacía yo: buscaba influenciarme
de cuanto inmortal poeta habido y por haber se me cruzara para redactar esa
novela, la verdad sobre éste punto se puede comentar toda la vida pero lo
cierto es que yo me divertía como enano escribiéndola.
La
llamada como salida de los cielos cayó una tarde tres días antes del segundo
concierto de U2: “¡Qué onda enano peludo, estoy en el D.F.!”
—Oye
maravilloso Ruvalcaba pero qué onda, ¿si te vienes conmigo y el Negro a ver a
U2?
—¡Claro
enano peludo! ¡Pero… qué? ¿¿No quieres verme hoy??
—Claro
chamaca pero deja avisarle al Negro que ya llegaste…
—¡Enano
peludo, yo ya le dije, pasa por mí a la
puerta de Bellas Artes en una hora!
—Okey…
pero… ¿Por qué enano peludo?
—Tus
hermanas me enseñaron unas fotos tuyas de cuando estabas chiquito, eras una
ternura enano peludo, ándale ya cuelga y te espero en una hora!
Además
de inteligente y agradable, la Ruvalcaba era hiperactiva. Cuando llegué esa
tarde neblinosa a buscarla a la puerta de Bellas Artes ella llevaba cinco horas
en La Capirucha y ya había hecho todo lo
que necesitaba hacer. Sólo teníamos un inconveniente y eso lo noté desde lejos
cuando su figura y su pelo me empezaban a ser reconocibles bajo los arcos
barrocos dorados de Bellas Artes; era un
chamaco que todavía no aprendía bien a caminar y desgraciadamente la Ruvalcaba
se deshacía de ternura por su hermano, no se vaya a pensar que corrió a mis
brazos perdida de amor por mí.
—Bueno
enano peludo, ¿qué hacemos?
La
respuesta ideal era decirle: “Que vengan tus familiares por el chamaco y
nosotros nos vamos a un hotel.” Pero la Ruvalcaba no era nada sonsa, como ya se
dijo, ya me las olía que sólo sería
parte de su currículum sexual.
—Podemos
dar una vuelta para ver libros y luego nos subimos a la Torre Latino/
—No
te hagas enano peludo, ¿qué no quieres que nos vayamos a un hotel? —Dijo
interrumpiéndome y lanzándome una mirada sensual e inocente a la vez, como
calculando el tiempo de mi respuesta.
Solté
un carcajada y le dije: —No pus genial, pero ¿qué hacemos con tu hermano?
—Ay enano peludo, ni te preocupes,
—dijo con displicencia fácil— hay parejas, ya sabes, los nacos pendejos que se casan desde los 18 años; tú tienes 26
y yo 23, nos vamos al hotel y mi hermano es nuestro hijo.
Se me olvidó decir algo de la
Ruvalcaba: era híper clasista…
—Ah, sale pues —dije de lo más contento.
Entonces
emprendimos camino hacia calzada de Tlalpan, donde hay muchos hoteles planeados
para éste tipo de casos. Llegamos a uno de tres estrellas, en cuyo recibidor y
vestíbulo había cuatro gañanes hablándose de “mai” y qué sí mai aquello o que
no mai lo otro y nos dijeron: “O.K. Suban ¿pero qué onda con el niño?”
Y
la Ruvalcaba feliz demostrando su clase social: —¡Es nuestro hijo señor!
¿Cuánto quiere que le pague?
El
recepcionista no respingó más y le cobró, (los precios de los cuartos estaban
anotados en una pizarra detrás suyo) nos pasó la llave acompañándola del
control remoto de la tv para ver películas estimulantes.
—¿Quieres
algo de tomar? Yo pago —le dije a la Ruvalcaba, pensando que ni había gastado
nada de lo de TV AZTECA.
—Un
Sprite no más, si tú quieres échate unas chelas—me dijo y subimos.
Nos
veníamos dando toqueteos en el elevador y besos en la boca mientras su hermano
decía: “uva, uva”.
—¿Quiere
vino tu hermano? —pregunté riéndome.
—No
seas sonso enano peludo ¡quiere agua! ¿Por qué crees que pedí el Sprite? Si ve
que tomo agua a él le da sed.
—Cuando
entremos al cuarto se le va a quitar, ya verás.
La
Ruvalcaba abrió el cuarto y cuando vio un jarrón y dos botellas de agua en
medio de las dos camas me dijo: —Pinche
enano peludo, eres un cabrón. Pero ese “eres un cabrón” que dijo en realidad me
estaba salvando el alma, me abrí una de las tres latas de cerveza Tecate y
conforme nos desnudábamos me la empecé a tomar. Estaba tan contento que la
sujeté con fuerza, me prendí de ella y besándola en la boca al tiempo que me desabrochaba los
pantalones la llevé contra un espejo que estaba al lado de la tv
frotándole el instrumento con su vulva,
el sudor de su piel se quedó impregnado al espejo; a mí me estaba regresando el
orgullo y además del lujo de ver a U2 y con la embriaguez que comenzaba, la Ruvalcaba se veía y parecía una sexy doctora corazón contra las pobrezas de mis masturbaciones. Y la verdad
no le faltaba mucho, solo le estorbaba la mitad de la ropa. Acabándome la segunda chela dejamos de
toquetearnos y la desnudé completamente, nos tendimos en la cama y mientras
tanto su hermano en la otra cama que estaba tendida decía “uva, uvaaa”. Y yo y
la Ruvalcaba nos reíamos en voz baja y cuando me puse el condón y la penetré
lentamente, la Ruvalcaba se relajó con un espasmo de placer y sintiéndome
adentro empezó a gemir y a murmurarme: “po-por fin me-me e-estoy co-cogiendo al
Dj” y yo moviéndome suavemente dentro de ella la besaba y le decía en la oreja:
“¿quieres que el Dj ponga música de U2,
mambo o música dark?” Y cuando se lo decía sentía el corazón en la boca
porque con el pene también le preguntaba algunas cosas; y cuando la Ruvalcaba
sintió lo que le preguntaba el otro Dj ya estaba mareadísima de placer y me
pedía más, y más y más. Parecía que estaba haciendo el amor con la mujer foca
porque se me escurría y bebía y quería atender a su hermano para que no se
cayera de la cama de al lado y cuando
empecé a imitar una foca con la voz, la Ruvalcaba me pidió que fuera más
fuerte; le embarré toda mi saliva de
cerveza y mis besos en sus hombros y sus tetas; sus senos estaban excitados y
la piel ultrasensible, creo que hasta le
dejé un par de chupetones y con la energía de la excitación también estábamos haciendo el amor
mentalmente y nos sugeríamos ayudas con
susurros para que el cuerpo del otro
estuviera cooperando al otro cuerpo y como ni prendimos la televisión porque
con nosotros teníamos más que suficiente, oíamos pasar los autos por Tlalpan y
su hermano diciendo: “uuvvaa” “uvaa” y así pasaron deliciosos veinte minutos y
cuando sentí que iba a venirme la embestí varias veces lo más bestial que pude
y ella ya me arañaba pero sin lastimarme en
la espalda y las nalgas y
sabíamos que eran sensacionales esos momentos aunque nos faltara una
chimenea o un vino tinto, o quizá no faltaban tanto y terminé en el éxtasis enlazado junto a ella que se rindió
de arañarme y yo también me rendí cuando la abracé y me acosté al lado suyo.
Arriba
de nosotros el ventilador giraba. Al lado se oía en voz baja: “uva… ¿uva?”
Cuando
desperté y miré el reloj me di cuenta que sólo habían pasado diez minutos de
sueño, eran cerca de las siete y media de la noche y la encontré recargada
sobre mi cuerpo y empecé a creer que me quería. Quién sabe, pero yo sentí por lo menos la sospecha. Súbitamente
ella abrió los ojos, se levantó, se tapó
con la sábana y me preguntó por su hermano. —Está dormido igual que nosotros—,
le dije.
Como
quiera que sea, nos vestimos y nos preparamos para salir, comprobé que después
de hacer lo que había hecho, echarme agua y arreglarme frente al espejo me
hacía sentir muy bien. Me dieron ganas de escuchar a Tom Waits. Entonces nos quisimos ir y empezamos a
platicar de U2 y que cuál es tu disco favorito y que cuál canción te gusta más
y me dio mucha risa porque en la calle la Ruvalcaba no podía cargar a su
hermano y se reía diciendo: —¡Oye, Mateo, es que después de la cogida que me
diste casi me quedo coja! Y era inútil que lo dijera porque sólo me iba a reír
más y entonces paré un Taxi para que ella se fuera, me dio el beso de la
despedida y me dijo visiblemente satisfecha y más madura en su voz: “¿Entonces
qué? ¿Mañana mismo canal misma hora?” Y le dije: “Por supuesto.”
Y al día siguiente trabajé en la novela
con más energía y me puse a escuchar WFM y ya los locutores estaban a punto de
irse a transmitir en vivo desde el Foro Sol cuando ya iban a dar las siete de
la noche y yo estaba en el mismo hotel con la Ruvalcaba oyendo los ruidos de la
calle, muchos gemidos y muchos “uva”, “uva”… Y otra vez al salir la Ruvalcaba
decía: “¡Me voy a quedar como la mujer coja con esas cogidas que me diste
cabrón!” Pero yo ya ni le hacía caso y pensaba en la batería de Larry Mullen y
la noche caía con su crispante vaho rumoroso y yo pensaba en El Jardín del Pulpo y me imaginaba que
lo presentaría algún día con cierto aire especial, algo así con lluvia en las
calles y que por ahí andaría el círculo literario del Distrito y todos me
dirían: qué genial, qué extraordinario, ya quiero leerla, eres tremendo, y
mientras tanto sonaría de fondo All Along The Watch Tower de Bob Dylan en el
cover de U2…
Pero
al día siguiente era nuestra cita con los creadores de The Unforgettable Fire, y,
en la tarde nos pusimos de acuerdo el Negro, la Ruvalcaba y yo y nos fuimos. En
la mañana me había quedado en un pasaje de El
Jardín del Pulpo que según yo era
o tenía correspondencias con ese huracán enorme que es Trópico de Cáncer de Henry Miller y entonces llegué al Foro Sol:
ellos dos habían comido juntos y querían verme afuera de las 20 entradas en
fila retacadas de elementos de la policía de la ciudad, re vendedores de
boletos, gente parasitaria que pasa y se queda viendo, más aparte los cerca de
28, 000 personas que sí tenían boleto y derecho a entrar. De repente estoy en
medio de todo ese pedo, ya bajé del metro más cercano, ya caminé, los busqué,
etcétera, pero no tengo celular, todavía no es el boom de los celulares en La
Capirucha, busco y busco, es inútil gritar, todo mundo está gritando: “¡Orden!
¡Boleto en Mano!” De repente alguien me toma de la mano y volteo por encima de
la espalda de alguien que es nadie y veo a la Ruvalcaba: me saluda de beso en la mejilla y al lado
suyo está el Negro comiendo unas papitas
Sabritas. Pues ya estamos. Todo salió perfecto. Entramos haciendo desmadre y
desde afuera ya se escuchan los sonidos, se siente un clima de expectativa
enorme girando a un lado al éxtasis, al
otro al apocalipsis, sin duda la banda está de lo más prendida. Por ahí hay una
camioneta de Radioactivo FM y una banda de grupies
que gritan desaforadamente y una voz en off les dice: ¿Ya quieren ver a Olallo
Rubio y a Fernanda Tapia? Y a la Ruvalcaba le vale madres porque venimos en
nuestro propio avión comentando lo nuestro; la gente se agrupa, se dispersa y
todos se vuelven tachones de sombras oscilando en la noche en zig-zag hasta que
entramos al estadio y buscamos nuestros lugares. Incluso sigo pensando en la
novela y la parte final para observar de nuevo toda la estructura del texto y
no, como yo le digo, “mi hermano menor Tom Waits”. Para ese
momento ya están arriba del escenario, aunque con sólo la mitad de las luces y
el sonido en su fidelidad y potencia, los integrantes de Control Machete
rapeando y gritando el conocido estribillo: “Sí señor”. Patalean que da gusto.
Uno de ellos hasta da una maroma en el
aire. Todo luce genial, en las gradas la banda hace la ola. Nos instalamos en
nuestros lugares y prendemos cigarros, la Ruvalcaba baja y sube gradas hasta que
se queda lo más cerca posible. Yo estoy bien en mi lugar: desde aquí oigo y veo
perfectamente a quien se pare en el escenario. Sensatamente, soy tan necio que
preferiría ver a U2 en Barcelona o Londres, si no es mucho pedir en Trafalgare
square. Sí, sí, ahí, que canten hasta que se jodan. Oigo un susurro en mis
oídos: “Pinche Mateo vengo bien erizo”.
Ah, digo, para variar el Negro quiere un son, solo espero que no se ponga
paranoico con el desmadre y se ponga a pedir mota a la gente, pero nadie puede
traer mota en la ropa, ni armas, todos fuimos esculcados rigurosamente por los
Policías. Toda la expectación que arde y se transmite, desde luego no está
dedicada a Control Machete, ellos incluso reciben insultos de algún iluso y
chiflidos de alguien que se cree mejor que ellos, lo que nunca falta. Yo solamente estoy parado gozando con las
nalgas de una güera que baila junto a la Ruvalcaba.
En
eso, sin saberlo nadie realmente y al mismo tiempo sabiéndolo todos, se
comienzan a sentir esas enormes cuatro presencias de Irlanda, suena un Mix
mucho más poderoso y el sonido alcanza mucha más potencia y fidelidad: indudablemente
están por salir: 28,000 gargantas gritan, hasta yo grito, sino para qué
chingados estoy aquí. Y comienza el crescendo de “Pop Muzic”. Las enormes pantallas digitales del stage se
prenden y anuncian limones, naves espaciales, y cuánta cosa, los cuatro integrantes de U2 vienen saliendo
debajo de nuestras gradas y la expectativa crece, se ve que se vienen acercando
hasta que su Staff de seguridad los deja volar solos y puedo ver que Bono trae
una capa de boxeador y estalla en energía enteramente el Foro Sol cuando todos
lo vemos caminando y lanzando upper cuts imitando seguramente a Mike Tyson y el
Mix se transforma en la canción “Mofo” Y por todo el estadio se oye:
“¡Méexxiicooo, Méeexxiiicooo!” Grita Bono y ahí está pues, es lo que queríamos.
El concierto tiene sus momentos altos y
sus momentos bajos, para mi gusto lo mejor fue When the streets have no name,
The Fly, Ultraviolet y la acústica Sunday bloody sunday. Dura hasta las 11 de
la noche y como última pieza Bono dice en español “feliz navidad” y él y The
Edge tocan una canción acústica dedicada a Michel Hutchence y la gente se llena
de hemorragia musical. Definitivamente, U2 conquistó el Foro Sol en su
totalidad y les digo a ellos que nos apuremos para salir porque ahora sí viene
lo bueno: la venta de cualquier cantidad de porquerías desde de la tasa del
recuerdo, la playera, el disco pirata, etcétera. Los 28, 000 que asistimos
salimos con ese aire de travesura, nosotros corremos hasta el metro lleno de
banda y cuando transbordamos también está retacado, sólo que no entiendo qué
hago yendo hacia el metro Etiopía si yo voy a San Cosme. Pero no digo nada,
seguramente los invitaré a cenar, creo, y cuando ya hemos salido de ahí el
Negro nos dice que lo sigamos, ¡Aah! Cómo no lo pensé antes, de seguro quiere
conectar un son el hijo de la chingada. Todavía siento en mi cuerpo retumbar el
repertorio de U2 cuando en una esquina de lo más negra el propio Negro toca un
timbre, sale un fulano, le dan su mercancía y
me dice: “aguántate por ésta vez Mateo, es especial”, mientras tanto,
todo el camino la Ruvalcaba nos ha venido contando sus anécdotas de su vida
burguesa y de ricacha. Entonces nos metemos a una calle todavía más siniestra y
el Negro se prepara: “échenme aguas”, nos dice. La Ruvalcaba sigue en lo suyo y
yo volteo a todos lados para evitar que nos cargue la tira, el Negro se
prepara; saca su guato, forja, poncha, prende, aspira, y le llega la
tranquilidad, la Ruvalcaba dice: “Ni crean que me voy a fumar esa madre”. Y de
mientras el Negro se comienza a fumar hasta el cerebro. “¿Cuándo te regresas a
Aguascalientes?” le pregunta a la Ruvalcaba, “Mañana, en avión” dice ella,
“apúrate.” Pero el Negro está feliz de grifo
y de repente, en un asomo de lucidez por
cola de borrego nos pregunta: “Oigan, y ¿se fueron a coger verdad? Allá
por Tlalpan ¿verdad?” La hiperactiva de la Ruvalcaba, por lo menos por pura
alegría y carcajadas, ya va de regreso en clase y asientos VIP. Me la imagino
que con un Sprite y jugo de uva, quejándose de la pata.