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jueves, 29 de agosto de 2013

¿TE ACORDARÁS DE MI?-- dijo La Gordita. Por Marcos García Caballero (relato)



La invitación a la presentación de mi libro de ensayos se hizo por internet y la  Casa de cultura donde lo presenté también hizo bien lo que le correspondía en lo tocante a la difusión impresa y de boca en boca y por tanto, de lo que cabía esperarse, eran mínimo 20 personas, pero como fueron cerca de cuarenta, todavía puede decirse que la cultura en este país no hay que darla por muerta. “Es que hay que hacerlo por México”, me dijo por teléfono uno de los presentadores de mi libro y antiguo maestro mío de un curso sobre la vida y obra de Charles Bukowski. Así que entiendo que si presento un libro de ensayos donde propongo espacios para la discusión de ideas y el público y los presentadores me dicen: “polémico”, “revolucionario”, “subversivo”, pues es que me lo tengo bien ganado y respetuosamente guardando las diferencias entre Gastón Bachelard y yo, cerré mi participación invitando a un vino tinto barato que me costó varias horas nalga en el Instituto de Geofísica de la UNAM, guardando archivos en la computadora sobre las diatomeas de las cuales, por lo que he llegado a saber, se han realizado importantes estudios de diversas universidades principalmente por lo que respecta a México, en el lago de Chalco, pues de ahí se tienen los indicios de los primeros pobladores del Valle de México a nivel pre-civilizatorio y de ahí se explica la curiosidad de los geofísicos a este lugar y los coloquios a nivel internacional que se han realizado y de los que debería yo estar al tanto para saberme de memoria el programa de la computadora y no tener que consultar libros científicos porque, dicho sea de paso y no como una infaltable lista de quejas al gremio como al que pertenecen Bachelard o Bukowski (que de por sí son muy lejanos), prefiero que me digan “revolucionario” a que me miren como un metiche que no sabe nada de Geofísica.

Sí, que asistan cerca de cuarenta personas a una presentación de un libro de un autor como yo (sombrero ocasional, trabajo ocasional, novias ocasionales y felicidad escasa) que se vendan cerca de 20 ejemplares es un milagro rotundo, ahí es donde me doy cuenta que mis depauperados afanes pequeño burgueses no se ven mermados, pues a pesar de todo, sigo firmando autógrafos y que, a pesar de los tiempos amargos que corren, la gente se interesa. Lástima que no estaba el editor que conspiró junto conmigo para sacar ese libro, porque a él también le hubiera dado un gusto enorme y vaya, las felicitaciones sobraron, nadie me fastidió preguntando que porqué escribía ni que porqué publicaba; el único incidente molesto fue que a un amigo que se le subieron las copas y andaba padeciendo males de amores, se dejó caer con elegancia (es decir, sin vomitar ruidosamente) hacia el suelo y pedir ayuda. La fiesta pasaba ni por enterada, la gente hablaba de lo suyo, sólo yo, el festejado, fui a sacarlo del apuro penosamente diciéndole: “respira, respira” y redundando algunas palmaditas en su espalda. Al poco rato este ya estaba respirando y chupando de nuevo y el director de la casa de cultura no hizo mayores aspavientos, así que me aboqué a saludar a muchos conocidos y desconocidos: “Oye, qué padre lo que dijiste”. Otra: “Hace mucho que no veo a fulano, ¿qué anda haciendo?” Otro: “¡Ya tienes chamba cabrón!” Una bola de amigos: “¡Felicidades wey!” Y más y más vértigo y vino hasta que los siete que quedábamos, como traía dinero por los libros vendidos, les dije que siguiéramos el reventón en mi casa, tres de ellos dijeron que no podían y se fueron, los otros tres, que ni los conocía y que me veían como si yo fuera de pronto Tomás Eloy Martínez, dijeron que sí, así que agarré la caja de los ejemplares y nos fuimos caminando.

Llegando a mi casa dejé los ejemplares a un lado pensando en ya basta de tanta literatura, puse un compact disc de Pearl Jam y me enteré de que la gordita con la que había estado hablando todo el camino hacia mi casa ya la conocía desde antes. “En el curso de Bukowski, ¿no te acuerdas?” Me decía con una sonrisa de admiración, como diciendo: “Eres un chingón, escribes libros.” A los otros dos los mandé por un cartón de cerveza, así que la gordita se aventuró conmigo contándome que había participado en un comercial de televisión y que estaba estudiando cine.

            —¿Y qué pasó con Bukowski? —Le dije.

            —No, Bukowski es super chingón, pero escribir es muy difícil, luego ni te publican, yo por ahí tengo dos poemas…

            Como odio que me digan ese rollo de que escribir es un suicidio (¡Como si no lo supiera uno ya bastante!) le cambié de tema.

            —Te acuerdas cuando Guillermo nos puso esa película…

            —¿Cuál?

            Sabía perfectamente qué película, más bien quería saber si íbamos a entrar en la misma sintonía la gordita y yo, me imaginaba que antes de que se fueran los tres por lo menos tal vez le podría insertar una tanda de besos.

            —Esa película, ya sabes, sobre su vida, que sucede en Los Ángeles, con éste actor, ¿cómo se llama? Y que hasta en una escena sale el mismo Bukowski. Es el mismo actor de Nueve semanas y media, que se la pasan chupando y en el inframundo y la miseria…

            La gordita nada más no captaba.

            —¡Ha sí! ¡Barfly! ¡Cómo no! Es la neta esa película.

Y otra vez me sonrió, pero como yo no quise que se viera tan obvio, le dije:

            —¿Te gusta daughter?

            —¿Qué es eso?

            —La canción que suena.

            —¡Ha sí! ¡Pearl Jam! Cómo no, son bien chidos ja —y después me sonrió de nuevo con su sonrisa obvia y yo empecé a dilucidar conmigo mismo: “Ha güevo que le robo unos besos, luego le saco el teléfono, pero la neta, está muy gordita, no me gusta tanto.”

En ese momento sonó el timbre y les fui a abrir a los dos que venían con las cervezas. Ellos ni me conocían, pero parece que se sabían el libro de memoria o por lo menos habían prestado mucha atención a los cometarios de los presentadores: “¡Claro —decía uno— No eres Gastón Bachelard Marcos, pero tu libro está bien chingón, te voy a presentar a un amigo de la revista Nexos…!”

            —No leo Nexos, es aburridísima, pero preséntamelo, haber qué sale…

            Seguía increpando al ritmo de Pearl Jam: —Por ejemplo: ¿lo de “las habitaciones internas” es idea tuya o de Bachelard?

            —Yo hice una síntesis de esa idea, porque es muy larga —respondí.

            El otro individuo bebía ahora secreteándose con la gordita mientras los dos me veían. El otro seguía cuestionándome:

            —¿Si o no quieres que te presente al de Nexos?

            —Ya te dije, preséntamelo.

            El que se había secreteado unos instantes con la gordita dijo hacia todos: —Bueno, ahora Marcos nos va a poner la canción que oye cuando está solo, la canción con la que patalea y da gritos, ja, ja, ja. —entonces me miró— ¿si o no pinche Marcos?

            —Ya no hago eso wey. (¿Los pendejos de verdad creerían que yo era Tomás Eloy Martínez y que vivía de mis libros? ¿No se habrían enterado de que su Presidente quería gravar con IVA a los libros y que en este país si uno no es Paco Ignacio Taibo II la neta, la verdad la neta no más cómo re puta madre se va a vivir de la venta de los libros  uno como autor? ¿Se les había olvidado que en la presentación se vendieron sólo 20 ejemplares? No… no se les olvidó, pensé, lo que pasa es que eso ni siquiera ellos pueden hacer, por eso se portan conmigo como bufones y la gordita…)

            —Ya en serio Marcos, ¿Qué canción pones cuando te sientes solo? —dijo la gordita cerrándome un ojo.

            —Pues déjame ver… mmm… ya sé: “Quisiera ser alcohol” de Jaguares.

            —¿Por qué no la pones? —dijo la gordita mirándome con certeza y en una pausa dijo: —o si quieres la pongo yo…

            —¡No! ¡No! ¡Claro! ¡Se las pongo! —saqué del estuche el disco, lo agité entre los dedos hasta la charola del etéreo y comenzó a sonar: “Si mis plegarias…”

            —“ESO ES TODO” —Dijeron los tres a un tiempo, y empezaron a cantar, y así como si nada terminó la canción y seguimos brindando y platicando y brindando y hablando de política y de cine y literatura y cantando, en dado momento, ya con la seguridad en la palma de la mano a excepción del momento, sabía que besaría a la gordita, lo que no sabía es que cuando estábamos bailando me dijo al oído:

            —Llévame a tu cuarto.

            Entonces como por arte del chamanismo puse mi cara más sincera: la del idiota que se volvió inteligente y la del inteligente que se volvió idiota, las dos al mismo tiempo, chamanismo puro: —¿De verdad? Dije mientras le besaba el cuello.

            La gordita fue tajante con sus jadeos: —quiero conocer tus habitaciones internas.

            Los otros dos, de borrachos parranderos, comenzaron a poner cara de espera al instante en que la gordita y yo subíamos las escaleras.

            En el pasillo la detuve, le quise meter la mano entre las piernas eh imaginé que mi mano recorrería un largo trecho hasta que la vería  asomando por su garganta saludándome, pero la gordita me detuvo.

            Entramos a mi cuarto y prendí la luz, la gordita dijo:

            —No, no quiero ver tu desmadre, ven, acá en mi bolsa traigo los condones, quítate la ropa.

Se trataba de un momento levemente solemne, tanto como cada quien asuma el sexo por supuesto; una ocasión leí en La Jornada que Agustín Pinchetti dijo que aproximadamente 400, 000 parejas hacen el amor diariamente en la ciudad de México.

            —¿No quieres oír música? —Le dije e inmediatamente prendí la luz para ver un instante desnudo a ese cuerpo gordito-de-la-gordita que se espantó con la luz y entonces, respetándola, la apagué, pero con ese maldito morbo masculino de pensar “ya sé cómo son tus tetas”.

            —¿Te pongo el condón?— Me dijo.

            La dejé que pensara en la oscuridad, yo parado frente a ella, con mi falo a unos escasos treinta centímetros de su cara.

            —Ja, ja, ja. —Soy muy mala para eso— dijo.

            —Quiero que seamos felices —reclamé.

            —Bueno, conste.

            Desafortunadamente no pude pensar en nada, no podría describir aquella sensación como una fructífera sensación de placer: todo oscuro, ella moviéndose, yo pensando en la última vez que me había masturbado y joder! Era mi día! Así lo había dicho el director de la Casa de la cultura, pero con el exceso de los tragos, el tener que quedar como un intelectual que se sabe al dedillo la obra de Gastón Bachelard, Julio Cortázar o versiones y diversiones sobre poesía y filosofía etc, yo sentía que era mi día, claro, en los labios de esta gordita acariciándome, recorriendo mi miembro y dejándome a solas con la conciencia alta, lo que pasa es que a veces uno no se da cuenta de que a veces también lo bueno le toca a uno…

Después de un rato, me acosté encima de ella, con el condón puesto, pero de pronto dijo: —Híjole cabrón, ¿te acordarás de mi?

—¿Quieres que prenda la luz? —Contesté con cara de felicidad en lo oscuro.

            —No bueno, tú síguele, busca, …—la penetré— ahí… ahí… ¿te gusta? ¿dime, te gusta?

            —Sí, claro.

            Así estuvimos dándole como cerca de 15 minutos, porque ya sé que con el alcohol me cuesta trabajo venirme, y cuando me vine, la gordita me abrazó y sentí su cariño, de cierta forma incómodo, de cierta forma imprevisto, de cierta forma quizá olvidable, quizá…

            —Ya vístete

            —¿No quieres tus condones? ¿Quién se los queda?

            —¿Porqué hablas en voz tan baja?

            —Al cuarto de al lado está mi madre.

            —Ah! ¡Yo! ¡Yo me los llevo! Sí, sí, bajo la voz…

            Bajamos las escaleras y los que esperaban platicaban. Me imaginé que sobre mi nuevo futuro en la revista Nexos y tal cual, porque uno me dijo:

            —Sí te voy a dejar el teléfono del de Nexos.

            —Órale, déjamelo, ¿qué? ¿ya se van? ¿Por qué no se quedan? Han de ser como las cuatro de la mañana.

            —Ya nos vamos— dijo risueñamente la gordita dando un último trago de cerveza.

* * *

Como el cuento es cuento de nunca acabar, resulta que a la mañana siguiente también hay cuento. En el cuento de la mañana siguiente, después de la noche desaforada de la otra parte del cuento, me levanté con alucinaciones alcohólicas de esas que no se le suelen recomendar ni a los enemigos. Como a las 2 de la tarde entré en completa razón y decidí marcar el número de la persona que me había dejado el tipo, es decir, el teléfono del personaje que trabajaba en Nexos, la revista.

Marqué

Todavía me duele la cabeza,

(reponte)

(sal del hoyo)

(ya está)

—¿Diga?

—Sí bueno? Me puede comunicar con Fulano de tal, hablo de parte de fulano a secas, bueno, no sé cómo lo tome usted señor, pero yo soy escritor ya no tan principiante y quisiera ver si con usted puedo platicar sobre la posibilidad de trabajar para Nexos.

—Si, ejem, ese soy yo, ¿fulano le dijo que yo trabajaba ahí?

—Sí.

—Pues sí, pero mire, eso fue hace muchos meses, ahora ya no tengo nada qué ver con el gremio editorial, no sé en qué pueda ayudarle.

—Ha, pues si es así, discúlpeme y hasta luego.

—No tenga porqué.

—CLIC.

—CLIC.

Miro el cielo por mi ventana, pero creo que no tengo por qué verlo tan gris.

 
Publicado originalmente en la Revista Dos Filos No. 96 Abril-mayo, 2005.

martes, 27 de agosto de 2013

EL SENTIDO DE LA QUEJA Y LA RESOLUCIÓN POÉTICA, POR Sergio Vicario.


El apóstol Pablo, en el ejercicio del adoctrinamiento y exhortación de las buenas nuevas escribió en su carta a los Efesios: “Airaos pero no pequéis, no se ponga el sol sobre vuestro enojo…” (Efes. 4.26, 27); ya que consiente estaba de la debilidad de los hombres para ser presos de la ira cuando alguien o algo nos ofende, nos lastima o se antepone a nuestros deseos provocándonos temor y frustración. Entonces nos airamos, nos molestamos y nuestra tendencia natural es de rechazo o de desprecio; incluso llegamos a responder la agresión de igual manera o peor (aunque habrá quien pueda sujetar su temperamento y mascullar su rabia e impotencia sin mayor importancia que el ir acumulando rencor o logrando el perdón);  toda vez que la convivencia con los demás cuando no hay amor ni respeto es un padecimiento. Sartré lo resumía de la siguiente manera: “El infierno son los demás”.

 

La ira, es una de nuestras reacciones ante lo que nos aqueja. Por la ira murmuramos en contra de alguien, calumniamos o simplemente lo criticamos, pero no es la queja en sí, sino uno de sus fundamentos (antes aún es el temor). No sólo llegamos a sufrirla en nuestras relaciones con los otros, sino que también la padecemos ante la existencia misma que, constante y insalvablemente nos presenta problemas de toda índole; son situaciones, accidentes o desgracias que afrontan a nuestro ser. En consecuencia reaccionamos ante ello y dependiendo del temple y carácter que se tenga, de sus circunstancias y posibilidades, es que manifestaremos nuestro sentir: molestia o disgusto, y así, nuestra queja.

La queja es expresión de un sentimiento del yo herido, conocimiento del dolor, cuestionamiento y señalamiento. En la resolución poética, la queja es la ira racionalizada o la búsqueda de la razón a través de la consideración del agravio: relación del daño, juicio y recriminación, y no tan sólo un discurso irascible, puesto que la queja también es lamento y aflicción del espíritu hecho canto:

Habla Segismundo: ¡Ay, mísero de mí, y ay, infelice! / Apurar, cielos, pretendo, / ya que me tratáis así, / ¿qué delito cometí/ contra vosotros, naciendo?; / aunque si nací, ya entiendo / qué delito he cometido: bastante causa he tenido / vuestra justicia y rigor, /pues el delito mayor / del hombre es haber nacido… ( “La vida es sueño”, de Don Pedro Calderón de la Barca)

 

También es que nos quejamos ante dios, se tenga o no fe. Dios es el artífice real o imaginado de la condición humana; por tanto a él, a ese dios, otrora veces luminosa oscuridad o silencio resplandeciente; a ese dios van dirigidas la mayoría de nuestras quejas y nuestras súplicas:

El poeta Enrique González Rojo escribió un memorable poema que, -admito mi yerro por  tan sólo citar algunos fragmentos:

El Junco

I

Oriundo de este Valle de lágrimas, / sumando el quehacer individual de mis ojos / a las marejadas y tempestades / que, en alta angustia, / atacan al velamen del / pañuelo, / teniendo en la Tierra toda / mi terruño, / sintiéndome un terrícola orgulloso / de las leyes de rotación y translación / de mi casa; / criatura sin voz ni voto en el destino de mi especie, / pero hermano de los que gimen en pianísimo, rumiando sus blasfemias, / y compatriota de los iracundos / que arrojan al firmamento los juegos de artificio / de sus imprecaciones, / puedo apalabrarme con mi lengua, / morderme la punta del silencio, / sellar un compromiso de sangre / con la verdad, / levantar la mano, / pedir la voz, / humedecer en las lágrimas mi pluma, / soltar estos versos a grito pelado / hasta dejar afónicas / las vocales del  aullido, / para hablar de mi gente, / de quienes yo conozco, / de los juncos azotados por los cuatro vientos / del apocalipsis. /  Pedir la palabra, pedirla / para ser el cronista del infierno.

II

Observad a los novios: / la desnudez primera fue en los labios. / Dos excitaciones anudadas /  -cada amante extraviado en el laberinto del otro trajeron / consigo un holocausto de resistencias, /  un pudor desmoronándose, / un sentimiento de derrota en los botones, /  un paladear a diez dedos y dos sienes /  la epidermis del éxtasis, / y un arrojarse a las sábanas / en busca de poemas. / Mas ahora divisadlos enfermos, / en estado de sitio, / refugiados en lechos diferentes, / desamorosos, desavenidos, / sabiendo cada quien, / en la cámara de tortura de su sala de espera, / que a su destino en punto, / se halla presta a dar el salto la agonía. / Columbradlos perdidos, / ojerosos, / débiles, / venidos a muerte, / sin un solo anticuerpo en todo el cuerpo /  y con todos sus escudos / sufriendo un caleidoscopio / de dolencias / fatales. /  Pero ¿por qué en el clímax, / en la chispa que producen / dos cuerpos al rozarse, / en la maestría con que un orgasmo / seduce al otro, / tienes que eyacular, oh muerte?...

VI

“Porque, inmune a la mácula, / tan perfecta crueldad no cede a límites” / José Gorostiza / Y ahora /  si Dios es el creador de todo, / lo mismo del átomo y su ámbito de minucias / -del infinito acurrucado en lo invisible o del cosmos y su sistema de superlativos /  -de la totalidad desplegada a cielo abierto-, / si es Hacedor de las lágrimas / de este Valle de lágrimas, / si es así, / también es el origen /  de todos los males, / sufrimientos y sinsabores / de la existencia humana. / Que me duele la cabeza, / se trata de un rasguño de la divinidad / en mis células nerviosas. / Que soy un sordomudo, / alguien me alimentó, de niño, / con pájaros muertos. / Verdad, también fue obra del Buen Dios / esa hora y media de tacto que tuvieron los novios en un rincón del descuido / materno. / O el júbilo indecible del poeta / al dar en una metáfora / con la fórmula algebraica / de lo absoluto. / O la felicidad del Sísifo liberado / del alpinista / al divisar, desde su atalaya de oxígeno, / los litorales azules / del infinito. / Es verdad. / Pero ¿hemos de concluir en que el Rey Eterno / es la primera piedra / del todo? / …

Es así, que la queja del poeta reúne la queja de todos los hombres, al igual que cuando un alpinista, un solo ser humano ha alcanzado la cima de la montaña, con él llega la humanidad en su hazaña; pero la queja del poeta puede no ser compartida o comprendida; la queja del poeta es de una soledad a otra. Es una queja depositada en la hoja, sin un destinatario específico como tal, las más de las veces, porque la queja escrita en un poema se deposita en silencio (Condición de la soledad creativa, de la cual es ajeno el lector. No hay interlocución, no en lo inmediato, porque aún es posible el diálogo entre las obras de los poetas -como en el caso del  fragmento citado-. Es posible que la queja en su resolución poética conmueva a otros y ocurra el encuentro y la coincidencia).

¿Quién soy yo para quejarme de mi suerte? / ¿Acaso esta tierra no ha humillado sueños más grandes que los míos? Y ni sus nombres recordamos… Escribió el poeta José María Álvarez, y con estos versos nos demuestra que la queja construye una respuesta, es lamento y reflexión; síntesis del dolor y de la condición humana.

Inconformes, como es que nos manifestamos constante e irremediablemente por las causas más diversas que hay en la existencia, el poeta cuya queja es relevante, antes bien fue un observador; dotado al fin de un sentido de apreciación de justicia o del bienestar, su canto denuncia lo que aqueja a su espíritu, es rebelión misma de los sentidos y de la condición de quietud e indiferencia; el poeta no sólo siente y resume su voz en una versificación sensible, sino que comparte su pensar y lo que le conmueve a elevar la voz. La escritura como la lectura, se ha dicho, dotan de alas al pensamiento; no es la imaginación en sí, sino la libertad que conlleva el canto, el poema.

Pero la queja puede no ser suficiente, tan sólo es un acto de expiación, catarsis o de rebelión ante la impotencia de ver y ser testigo de lo que hiere al hombre como a uno mismo, aún así la queja poética es luz entre las sombras de la melancolía y la inconformidad.

la resolución de la queja en la poesía, puede llevar tantos elementos como sean apreciados, un tono más inclinado a la búsqueda de consuelo o una entonación cargada de malestar, pausad o terrible, en todo caso constituye una experiencia que se comparte y que mitiga la desazón del hombre, de un pueblo, es, en su punto culmínate la herida escrita que matiza un conocimiento: “pagamos por lo que amamos, decía Ling Yutang, y si hubo queja y dolor, el tiempo de lo vivo nos hace comprender que la fatalidad siempre estuvo a nuestro lado. Aún cuando lo neguemos o cuando la inconsciencia nos hace creer que el dolor se pudiera evitar, la existencia, el tiempo, la enfermedad, la vejez y los otros, nos harán recordar nuestra efímera superioridad.

Porque el mundo no es lo que queremos que sea, sino aquello que podemos distinguir que pudiera ser. La realidad no corresponde al deseo. El poeta y su queja nos enseñan, no de injusticias o sin sabores, sino de realidades profundas que sintetizan alguna aspiración, eso, o el lamento triste, la imposibilidad que nos ahoga sin la esperanza que nos ayuda a construir la espera.

Nada hay más benigno que racionalizar el mal, para desterrarlo, conjurarlo, aún cuando nos asfixia el pesar, la vida de otros también transcurre entre los sueños, el deseo, la lucha y la bondad. Es decir, si el poeta rechaza el cruel destino, nos ha mostrado ya lo que pudiera ser, como la otra cara de una realidad. En tanto se vive, se soporta de todo hasta el límite de nuestra finita condición.

La queja y el perdón, no el olvido basado en la huida o la represión del malestar, sino en aquel que logra liberarnos de los agravios, más nada hay que se pueda olvidar hasta el punto de desaparecer, tal es la función de la memoria que nos advierte, nos recuerda el sabor triste de aquello que endulzara nuestra alegría o la conciencia superior de saber, de comprender, que el ser humano, pese a todo, llega a ser y a decir lo que fue como el mismo pago por vivir.
 
 
 
SERGIO VICARIO, POETA; CUENTISTA Y PROMOTOR CULTURAL, ENTRE SUS LIBROS: "BARÍTONO DE LUZ" FONDO TIERRA ADENTRO, AÑO 2000.

lunes, 26 de agosto de 2013

A través del espéculo. Por Arturo Valdez Castro.


A través del espéculo

Juan José Quintans, un ahora después

Por Arturo Valdez Castro

1. Pensar que escribir no tiene género es absurdo. Escribir está sujeto al dinero, a la enfermedad, a la edad y, sobre todo, a la inclinación sexual. (No todos los locos son poetas; pero todos los poetas están locos). La locura es un estado de ánimo; la poesía, una condición de vida. Escribir está sujeto al dinero: no es lo mismo un escritor lumpen que uno de la clase alta. Escritura y enfermedad, lo mismo; ésta ha sido base de muchas obras maestras de la literatura (pienso en Dostoievski o Hölderlin; uno epiléptico, el otro esquizoide). La edad, otro aspecto importante: hay quien asegura que la buena poesía se escribe entre los 16 y los 35 años (cosa que me parece demasiado sosa); pero ha existido sólo un Rimbaud, como un solo Whitman. Pero un factor determinante es el género: la poesía escrita por las mujeres es distinta de la poesía escrita por hombres, que a su vez son diferentes a la escrita por homosexuales. No se trata de resaltar la inclinación sexual de cualquier autor. La premisa es fácil: la inclinación sexual determina (en la medida en que se busca la libertad a través de la palabra o que la palabra es libertad) el golpe de esa escritura. El motivo es que en una época en la que la homosexualidad no es, a pesar de la hipocresía de ciertos sistemas, aceptada, y, por lo tanto, una época en la que persiste la discriminación y el racismo, la homofobia es moneda corriente. Los poetas homosexuales (machos o hembras) surgen de la marginalidad, lo cual hace que su palabra, necesariamente, se haya curtido en otros frentes todavía más difíciles a los que se enfrenta cualquier poeta; esto hace que su palabra obtenga mayor fuerza para poder destrozar esas cadenas, grilletes y púas que el sistema les ha impuesto. Pienso en los poetas homosexuales que tuvieron que sufrir la discriminación en Cuba, a pesar de una revolución socialista o quizá por eso, y que tuvieron que salir exiliados si no querían ser encarcelados o fusilados. Pienso en Lorca; en los poetas mexicanos de la generación autollamada Los Contemporáneos. La historia de la literatura está plagada de una lucha por la liberación sexual, no solamente hetero, sino, y sobre todo, homosexual (recuérdese a Óscar Wilde, quien fue encarcelado por ser homosexual). No se trata de leer a los autores homosexuales desde esta perspectiva, sería una visión absurda y cerrada, homofóbica. Lo que me parece interesante es que su palabra es, algunas veces, muchas veces, más fuerte que la de un poeta que por su condición, sexo, raza, gusto, etc. es socialmente aceptada. Aquí cabría un nietzscheaismo: lo que no te destruye te hace más fuerte. Es decir, su palabra es más fuerte porque han sufrido de una marginación más extrema. Y qué decir de aquellos autores que, además de enfrentar su homosexualidad con las morales ridículas de la sociedad, son portadores de una enfermedad terminal, concretamente de una enfermedad que además los ha marginado de manera más radical, como sucedió a partir de los años 80 con el Sida. Un poeta sin varo (como generalmente sucede), homosexual y portador del VIH, es uno de los tipos más marginados; o no? Carajo.

2. Juan José Quintans nació el 1 de octubre de 1945, en Uruguay; seguramente en Montevideo. En 1991 publicó ORSAI (hombres que juegan fuera del lugar). Este poeta, carajo, devuelve el aliento en un panorama (desértico) en el que la mayoría de los poemas que he leído no dejan de jugar a la retórica maldita y a los temas de oportunidad y que, en el fondo, no dicen nada más allá de su bella composición y, obvio, se vuelven prescindibles. Este poeta da otra oportunidad a los poemas, estructuras que, como diría el crítico Gerardo Ciancio, pocas veces llevan en sí mismo a la poesía, y con elegante sencillez y bendita tristeza, Juan José Quintans, un héroe, como le han llamado, escribió un poema intitulado Reversible (para las buenas conciencias): “Qué no daría yo/ por otro crepúsculo violeta cerca del mar./ La luna y el cielo enteros/ sin trinos ni ecos/ sólo el ritmo espléndido de la moto/ al llegar a los pinos./ Y las olas/ acabándose únicas lentas/               para nunca más.// Qué no daría/ por volver  a encontrarme/ en aquel paisaje mudo y malva//                         muchacho/muchacha//                               eterno/eterna/ como el tiempo/            el azul/                 la ingratitud de Dios”. Todos los poemas de este libro están firmados en el lugar y la fecha en que fueron, si no concebidos, sí terminados. El poema Reversible, según la firma, lo escribió en Madrid, en julio de 1984.

3. En 1986, en plena dictadura pinochetista, Pablo Lemebel, escritor y activista homosexual chileno, leyó-gritó un su texto: Manifiesto, hablo por mi diferencia. La izquierda, que me parece –igual que la derecha o el centro (políticamente hablando)- una reverenda tontería explotadora de la necesidad física y espiritual de la gente que, en el fondo, no le interesa nada la política, aprovechó la voz de este escritor para ponerlo en su tribuna a leer su manifiesto, en un acto, obvio, provocador y crítico de eso que se llama las buenas conciencias. (Es increíble y estúpido que existan discusiones y que los políticos se atrevan a decidir sobre los derechos de los homosexuales. Fascismo represivo.). El texto, haciendo a un lado su valor artístico, es una declaración de independencia y un grito de libertad. Así inicia: “No soy Passolini pidiendo explicaciones. No soy Ginsberg expulsado de Cuba. No soy un marica disfrazado de poeta. No necesito disfraz. Aquí está mi cara. Hablo por mi diferencia. Defiendo lo que soy. Y no soy tan raro. Me apesta la injusticia. Y sospecho de esta cueca democrática.” Este manifiesto habla de la libertad, acentuando la libertad de género, y de la discriminación en la que se ven inmersos aquellos que son, por necesidad o naturaleza o gusto o todas juntas, diferentes. Aquellos que no se alienan ni se vuelven homogéneos y que, por el contrario, le declaran la guerra, cueste lo que cueste, a los opresores, que bien puede ser cualquiera. Un homosexual se enfrenta a su padre, a su madre, a sus hermanos, pero peor aún, el jodido modus vivendi en el que se desarrolla lo orilla a enfrentarse, principal y terriblemente doloroso, a sí mismo y, como machistamente se dice, a salir del clóset. Pero es que todos tendrían que salir del clóset. La homosexualidad que era aceptada e incluso aplaudida en la cuna de la cultura occidental, es decir, en la Grecia de Sócrates, en la Roma de los Césares, se convirtió, gracias a un estúpido catolicismo retorcido, en un crimen. Lemebel continúa su manifiesto: “¿Tiene miedo que se homosexualice la vida? Y no hablo de meterlo y sacarlo y sacarlo y meterlo solamente. Hablo de ternura compañero. Usted no sabe cómo cuesta encontrar el amor en estas condiciones, usted no sabe qué es cargar con esta lepra. La gente guarda las distancias. La gente comprende y dice: Es marica pero escribe bien. Es marica pero es buen amigo, súper-buena onda. Yo acepto al mundo sin pedirle esa buena onda. Pero igual se ríen. Tengo cicatrices de risas en la espalda (…) El fútbol es otra homosexualidad tapada. Como el box, la política y el vino. Mi hombría fue morderme las burlas, comer rabia para no matar a todo el mundo. Mi hombría es aceptarme diferente. Ser cobarde es mucho más duro. Yo no pongo la otra mejilla. Pongo el culo compañero. Y esa es mi venganza.”

4. Hay, en Uruguay, quien ha considerado que la fecha del natalicio de Juan José Quintans debería considerarse como uno de esos días simbólicos en que la Patria recuerda a sus próceres (Artigas es lo que para México el cura Hidalgo). Quién sabe, si por el bien de los poetas, debiera suceder esto. Ser un marginal puede convertir a un ser humano en un héroe; pero un héroe siempre correrá el riesgo de convertirse en un tirano. La muerte es, muchas veces, en el caso de estos héroes, un dulce ángel salvador de su nombre. El nombre podrá ser inmortalmente bello o terrible, el hombre, finalmente, se habrá jodido. A pesar de que el olvido abraza todo con la misma llama, hay seres humanos que lograron transgredir su momento y fueron parte del camino que construyen las utopías (algo que, obvio, no sirve para nada). Juan José Quintans murió en el 2001, probablemente víctima del Sida, pero su lucha por destruir las dobles morales, en una sociedad uruguaya, por buscar incansablemente la justicia aquí en América o en la vieja Europa; por luchar contra la homofobia y la discriminación, hicieron que muchas almas se confundieran con gusto en los salones de su casa. El poeta, quien, según cuentan amigos suyos, platicaba sus experiencias sexuales con tipos casados o de sus amantes, y que platicaba sin tapujos, fomentó la amistad y quizá al saber que era portador del VIH, antes de que la enfermedad le revelara en las tomografías una “atrofia cerebral difusa” y lo azotara, vivió intensamente sus años y escuchó, aconsejó, conversó y publicó (grandes poemas). Entre quienes visitaban su casa había chicos del barrio, rockeros, grafiteros, filósofos, poetas, viajeros, novios de amigas, amantes fugaces, niños y bebés, según comenta Andrea Blanqué en un facsímil publicado en diciembre de 2003.

5. Pido el primer trago del amanecer, en un restaurante de Montevideo, desde donde se ve el parque Rodó y, al mismo tiempo, la rambla del Río de la Plata. Hay neblina y Londres podría ser tan sólo una idea fantasmal. La necesidad de curarme la resaca me impulsa a abrir, otra vez, el sincero y perro libro intitulado Orsai, de Quintans. Agradezco a Gerardo Ciancio este regalo. Leo: III: “El otoño en la pieza de la rue Voltaire./ Sidi recuerdo que hablamos de Argel/     de sus calles soleadas… bullangueras/                            Camus… los errores de Ben Bella…/                       las arenas de todos tus desiertos.// Ahora los espejos no recuerdan nuestros rostros/         -bellos por solidarios/                   extranjeros uno al otro/                              curiosos por pieles diferentes-//                            (ellas enseñan más que los libros de geografía).// Pasan los años y otros deseos reflejan en los mismos espejos/                  y hay otro calor en la colcha lila./ Se dicen las palabras de amor que nos dijimos esa noche de uvas…// Hay otros gritos/      otros pasos/ y la ciudad duerme soñando con la misma esperanza./ Excepto los amantes/                   atentos furiosos agotados/ está el resto que repite y renueva la promesa desgastada./ No prometimos nada./ Conocimos la piel y alcanzó./ Han pasado ocho años./ Bizerta u Orán seguramente conocen tus proyectos ingenieros.// Alguien puede calcular con exacta precisión/  cuántos cuerpos reflejaron los espejos/                              y cuántas esperanzas fueron aventadas con la luz del amanecer.// Cómo el hombre puede desgarrarse una noche/ armarse de valor/ y comenzar de nuevo a morir/ y aprender con entusiasmo cada mañana.” (Montevideo, julio de 1988).

                                                                                                              Montevideo, junio de 2008
ARTURO VALDEZ CASTRO, DESDE ALGÚN LUGAR EN EL CARIBE, EJERCE COMO PERIODISTA, POETA Y EXPLORADOR DE BARES. RESULTÓ GANADOR DEL "PREMIO DE POESÍA PRAXIS 2011" POR SU LIBRO, Dame otro Jack Doble, Por favor.

sábado, 24 de agosto de 2013

¡STALINGRADO EN PIE! Por Efraín Huerta..

El Volga, atrás, en ruinas,
desatada ceniza y turbia plenitud.
El padre río cansado, aniquilado,
el padre río con sangre,
el dulce padre río con los hombros heridos,
con los hombros, aún, sosteniendo ese fiero
ir y venir de muerte,
sosteniendo la estrella,
sosteniendo en sus manos el frío llanto
y la brutal congoja.

El Volga, atrás, en ruinas.

Pero enfrente, y en mármoles perfectos creciendo como estatuas,
los soldados soviéticos disparan;
disparan resistiendo, grises árboles,
disparan resistiendo, por los siglos,
por los siglos y las luces del Hombre
y el fresco y puro laurel del 17.

El Volga, atrás, en ruinas.

El Volga eterno, desde Stalin,
que es decir desde siempre:
desde ventanas rotas, desde el puño de un obrero del torno,
desde la pupila de un niño, desde el seno febril,
desde todos los sitios, desde el mundo,
¡Stalingrado en pie! ¡Stalingrado en pie!
¡El ametralladorista! ¡El muchacho del tanque!
¡Artilleros soviéticos! ¡Comandantes soviéticos!
¡Pilotos de la estrella del triunfo, aviadores, hermanos!
¡Stalingrado en pie!
Y este río Volga, sí, a todo trance
enseña la tarea, el cumplir una orden, seguir una consigna,
¡una consigna de oro, Mariscal Timoshenko!

A todo trance, allí, la  gran tarea está en pie:
con el humo y el fuego, con las vísceras rotas
y los adolescentes destrozados.

Y el ancho,
el noble, el amargo río Volga se estremece,
gigantesco y en ruinas repitiendo la orden:

--Pues todo aquí es sagrado, sabedlo: ardientes hombres de
las filas, decididos francotiradores, certeros ametralladoristas,
puntuales artilleros, audaces tanquistas, bravos pilotos, heroicos
encargados de morteros, sabios comandantes del Ejército Rojo,
hombres y mujeres de las guerrillas. Convirtamos el año 1942
en un año de la derrota final de los ejércitos fascistas alemanes.

Y la orden repetida de otros labios hunde sus tibias garras
en las regiones ribereñas del río terrible,
del río recuerdo,
del río padre de Stalingrado.

¡Y Stalingrado en pie!

Oh tus manos metálicas, ciudad maravillosa: hacia Moscú,
hacia Sebastopol, Odesa y Kiev
y hacia las heladas y crispantes
márgenes del Lago Ladoga;
de un punto a otro del mancillado territorio soviético, tus
manos,
tus manos donde la sangre vertida ha puesto recias flores,
tus manos donde la victoria es una sinfonía desesperada,
tus manos, acerada ciudad, donde nos has tenido
y donde cada hombre con luz, cada mujer con lágrimas
y niño con sonrisas se están mirando.

Y así estamos mirándote, brillantemente erguida,
ciudad montaña, ciudad hija del río,
hija de nuestra angustia y nuestra fe.

¡Stalingrado siempre!
¡Stalingrado en pie!

Que un solo grito atruene la inmensidad del mundo:
¡STALINGRADO EN PIE!

Septiembre de 1942
Efraín Huerta.
Uno de los dos o tres más grandes poetas
mexicanos del siglo XX.
Nacido el 1914 al igual que Octavio Paz y
el prosista José Revueltas.
Efraín Huerta murió en 1982.
En la actualidad en México uno de los
premios más importantes de poesía
lleva su nombre.

miércoles, 14 de agosto de 2013

Tiempo tras tiempo
trasterrado
el viento nocturno y carnicero,
una parvada de pájaros grises otea
en una esquina del horizonte.
Mañana nos veremos como de costumbre
con una lluvia de aceros
en tumulto
dispersándonos de nosotros mismos.
Mañana vendrá la orgánica
arquitectura de la muerte
a llevarse algo de tí o de mí
o de nuestro vino
y nos dejará con el corazón sediento de todo
aquello que algún día se nos
presentaba -y qué risa- como una
simple postal personal del
paraíso.