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Todos los textos son propiedad de sus autores, quienes tienen todos los derechos sobre ellos (¿o será al revés?) y han decidido libremente publicarlos aquí para la difusión pública sin fines de lucro. *Este proyecto está basado, en sus orígenes, en la idea de Dulce Chiang y Alicia Quiñones



lunes, 31 de julio de 2023

COMENTARIO FILOSÓFICO SOBRE RELIGIÓN Y ATEÍSMO

POR MARCOS GARCÍA CABALLERO

 

 

Ante la pregunta ¿Se encuentra en crisis la religión?, cabe una respuesta doble, es decir, tanto afirmativa como negativa. Efectivamente, desde que Nietzsche hizo la famosa afirmación “Dios ha muerto”, la Religión ha pasado por diversas crisis y son los propios jerarcas de la iglesia y sus teóricos los que no dejan de estar preocupados por lo que se detecta como vientos agitados que han afectado los cimientos de la Iglesia y la Religión. Como lo afirma Torres Queiruga en su libro “Creo en Dios Padre” “el ateísmo moderno es la consecuencia de un choque entre dos mundos culturales: el antiguo y el moderno”, siendo el moderno el resultado de la “Ilustración”, que arrancó con el Renacimiento y sigue hasta nuestros días, operándose un cambio de paradigma que no pudo ser asimilado por la vieja cristiandad, constituyéndose en una de las principales fuentes del ateísmo. En síntesis, es un proceso que ya lleva siglos operando, con el concurso de la ciencia, la tecnología y los modernos descubrimientos, alejando a las personas de la religión y llevándolas al ateísmo, dice Torres Queiruga.

 

Por otra parte puede también afirmarse que la religión no se encuentra en crisis, y que a pesar de la enorme sacudida que ha significado ese cambio de paradigma que señala Torres Queiruga, se constata que una amplia parte de la población no ha abandonado las filas de la religión y sigue siendo creyente. Ante el asombro de pensadores como Fernando Savater, que en su libro “La vida eterna”, confiesa que le parece un tanto inaudito que en pleno siglo XXI tantos hombres continúen creyendo “en lo imposibe e improbable”, sin embargo así es y el atractivo que representa la religión para numerosas personas, no ha decaído y continúa.

 

Reconocemos que la religión contiene preguntas esenciales de la vida, mismas que la filosofía ha retomado, como dice Savater (“La vida eterna”), al afirmar, junto con el filósofo Luc Ferry, que “A la pregunta ritual qué es la filosofía, desearía resumir que es un intento de plantear y asumir las cuestiones religiosas de un modo no religioso o incluso antirreligioso”. Desde luego que toda persona con un mínimo de inquietud ante la vida se ha preguntado y cuestionado seriamente sobre la existencia o no de Dios, su relación con el Universo, etc. Todas las personas independientemente de si son creyentes o no mantienen un cierto nivel de espiritualidad debido a que estas preguntas se las lleva cada quien en su reflexión de por vida. Debido a lo anterior, podemos afirmar que la religión, nos guste o no, es un tema de permanente actualidad y que hay que resolver en forma personal y respetar a las conclusiones a que cada persona llegue, ya que es la elección libre que cada persona toma ante preguntas profundamente existenciales.

Efectivamente en el centro de la vigencia de la religión se encuentran estas preguntas existenciales que acertadamente Juan Alfaro (jesuita) señala en su libro “De la cuestión del hombre a la de Dios”, y que son entre otras: de dónde vengo?, a dónde voy? y cuál es el sentido de la vida? La religión ofrece respuestas que calman y proporcionan la tranquilidad de tener una trascendencia o permanencia después de la muerte, y dar un sentido a la existencia.

En forma personal, considero que entre los dos posibles respuestas de considerar a la religión en crisis o no, me inclino por pensar en que sí se encuentra en crisis o al menos en un gran cambio, ya que es evidente que la religiosidad de las personas, de acuerdo a estándares, referidos para el cristianismo, hasta antes del siglo XIX en Europa, se ha diluido y se discute libremente temas antes prohibidos, aunque es verdad que para los fundamentalismos religiosos como el islam, eso todavía desafortunadamente no sucede.

Para esto se necesita de un ambiente de libertad, de abandono al viejo autoritarismo que imperó en el campo de la religión. A pesar de lo anterior, y de toda la renovación que la religión pueda admitir que ha traído la Ilustración (Torres Queiruga), es necesario hacer notar que sigue conservándose a la Fe como un elemento fundamental y necesario en el sistema de creencias que constituye la religión. Para quienes defendemos la necesidad de no abdicar al uso de la razón y pensamos, junto a Savater, que la Fe es un “suicidio intelectual” queda claro que la llamada “Ilustración”, nos ha dejado valiosas herramientas intelectuales que nos permiten alejarnos del campo de la creencia y sin embargo estar dispuestos a abordar los mismos problemas filosóficos centrales que toca la religión, pero sin la religión misma.

 

El debate entre religión y ateísmo es uno singularmente desigual. La primera viene investida de respetabilidad, pompa y circunstancia, y, al igual que Dios, suele ser escrita con mayúscula y en tono reverencial. En cambio la palabra ateo o ateísmo, según una encuesta citada en el documental “The Unbelievers”, es considerada por la mayor parte de la población, tan oprobiosa o más que pedófilo o violador. Desde luego para muchos políticos, declararse “ateo” sería el fin de su carrera y haría que la gente desconfiara profundamente de él. Sin embargo, afirma el documental, en realidad muchas personas en la actualidad en sus actitudes cotidianas, distan mucho de lo que se consideraba un devoto creyente anteriormente, aunque sigan considerándose dentro de las filas de la religión.

 

 


 

 

 

  

domingo, 30 de julio de 2023

MIREN DÓNDE ANDA DULCE CHIANG, ELLA HACE AÑOS FUE HÁPAX POÉTICO

 

Hoy, segundo día del Mercadito Literario de Verano

 Periódico La Jornada
sábado 29 de julio de 2023 , p. 4a

Un puente que une y comunica a las editoriales independientes con los lectores se construye en el Mercadito Literario de Verano, el cual se inició ayer y continúa hoy en el Centro de Creación Literaria Xavier Villaurrutia (CCLXV).

Así lo considera la directora de ese espacio Dulce Chiang, quien compartió los detalles de ese encuentro con La Jornada.

“El proyecto tiene la finalidad de acercarnos al movimiento editorial independiente de la Ciudad de México y de los estados cercanos con el fin de que tengan un lugar para difundir sus libros y a sus autores. Queremos llegar a más personas para organizar este encuentro más veces al año y que más editoriales se sumen”, explicó.

Al Mercadito asisten alrededor de 20 sellos, entre los que destacan Cielo Ediciones, Aquelarre, Bonilla Artigas, Vaso Roto, Ítaca, Canta Mares y Gallo Nero, la cual sólo existe en Internet y tiene numerosos seguidores. También participan libreros del Centro Histórico que en sus listas manejan títulos raros o difíciles de hallar.

“Aquí, los libreros tienen acceso a un mercado que no es tan tradicional, con lectores que buscan ediciones especiales o ejemplares que no se encuentran tan fácilmente en librerías comerciales. También están presentes otras editoriales que están sólo en Internet y que aquí se encuentran cara a cara con el público. Es importante que los asistentes las conozcan; finalmente, de eso se trata. Para nosotros es una prioridad difundir la literatura independiente y generar lectores nuevos”, destacó la titular del CCLXV.

Entre las actividades que se presentan destacan el micrófono abierto, una tertulia literaria, lanzamientos de libros con la presencia de sus autores, además de música en vivo. De acuerdo con la directora, se superó el reto de coordinar los tiempos con las editoriales para que acudieran.

“Contactamos a muchas, pero fue imposible presentar a todas en un fin de semana, por eso queremos hacer el Mercadito periódicamente e invitar a más sellos editoriales; es importante el acercamiento, porque creemos que este sector necesita más visibilidad ante el público. Queremos generar un movimiento entre los lectores con el propósito de que se acerquen, ya que mucha de la literatura se encuentra en esas editoriales”, señaló Dulce Chiang.

Inaugurado en 2010, el Centro de Creación Literaria Xavier Villaurrutia es una de las sedes de la Coordinación Nacional de Literatura, del Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura. Fomenta el hábito de la lectura, difunde la obra de autores mexicanos e impulsa la creación literaria mediante talleres, cursos y diplomados.

“Los medios digitales son indispensables para llegar a las nuevas generaciones, es donde el público se está moviendo y nosotros tenemos que actualizarnos, no podemos quedar estáticos, por eso nuestros talleres y actividades son híbridas, presenciales y con transmisión virtual”, finalizó Chiang.

El Mercadito Literario de Verano continúa hoy de 12 a 18 horas en la sede del CCLXV (Nuevo León 91, colonia Condesa, Ciudad de México).

sábado, 29 de julio de 2023

SPOT



PARA LAS ESCRITORAS SOY TODO APLAUSOS...










MI HERMANO ME ENVIÓ FOTO DE LAS CALLES DE ROMA ITALIA












Y POR AHÍ ANDAN ESOS ORATES!!



 

martes, 25 de julio de 2023

ÉSTE ES EL PERSONAJE DEL ROSETÓN DE PLATA QUÉ LES PARECE? AHÍ LA LLEVA EL TIPO NO?

 


POR MARCOS GARCÍA CABALLERO, (OTRO CUENTO DEL ROSETÓN DE PLATA) YA HICE PÚBLICOS CUATRO CON ÉSTE

 

Las Palmas Para Adolfo Bioy Casares

 

En una escuela por definición “rara” como La Escuela de Escritores de la SOGEM puede pasar cualquier cosa en una clase, aunque nunca creí que fuera para tanto. Aclaro que no es mi objetivo denostar mi escuela que quiero y que quise tanto y sobre todo a sus maestros inolvidables, pero eso de abrir una Escuela para formar Escritores, así, con mayúsculas, se antoja una empresa que para emprenderla se necesita tomar aliento una vez, y luego otra y mil veces más, hasta que algún día, resulte que un alumno, después de todo, ya es “Escritor”, con las mayúsculas que ostentan: Egresado de La Escuela de Escritores de la SOGEM. Pero que de las comillas dudosas  nunca se salvará. Desde los tiempos más legendarios, creo,  ha sido difícil decirse uno escritor y creérselo a pie juntillas “y el verdadero milagro es que otros crean que uno es escritor”, como decía Henry Miller en Trópico de Capricornio. Seguramente a José María Fernández Unsaín se le ocurrió que era una idea excelente, y de hecho lo es, las escuelas de escritores van a la alza en el Distrito Federal; todo mundo quiere vivir del cuento y lo sorprendente es que la narración sigue contando, pero también habría que aceptar que la literatura se está suicidando por sobre abundancia en todo el mundo  y por eso el cuento del dinosaurio de Augusto Monterroso  sigue siendo terriblemente aleccionador. Practicar lo micro-enorme sustancial es preferible a ponerse a imitar a Marcel Proust, qué duda cabe.

            En realidad la vida es corta y la lectura es larga, así que si tuviera que resumir esos tres años que cursé estudios en la SOGEM, diría: “todo fue solamente vivenciar y conocer palabras preliminares sobre La Creación Literaria, nada más.”       

En los pasillos, en las escaleras, la cafetería o los sillones morados colocados fuera de las aulas para, entre otras cosas, poder llevar a cabo sesudas y deliberadas reflexiones  sobre cuál es la función y/o el papel social del creador literario, se hablaba de García Márquez o José Saramago  como si fueran colegas de banca de los estudiantes más juniors; aunque también había los traviesos que nunca entraban a clase y fumaban mariguana en sus reuniones o afuera de la escuela. En ese sentido, la SOGEM no se escapaba de parecerse a cualquier plantel de preparatoria abierta. Aunque claro que hubo grandes momentos y mi disco duro recuerda muchos de ellos llenos de efusividad, discusión, polémica o comicidad, como lo fue el día que todo un Eugenio Aguirre nos hizo aplaudir un minuto entero por la lamentable  noticia de la muerte de Adolfo Bioy Casares, el otro de los cuatro grandes escritores argentinos (los otros dos que coloco son Ernesto Sábato y Julio Cortázar) que fue colega de Borges y que en Ficciones, una de las obras maestras de ese tigre ciego de Buenos Aires, aparece como personaje.

            La clase había empezado con una parodia   a todas las profesiones, de paso y para amenizar esa que sería la última clase de la noche. Eugenio le pidió a una alumna que se parara y lo tomara de la mano, él empezó a moverse con demasiada cautela, casi cojeando y dijo: “¿Ya ven? Así caminan  los abogados”. El salón entero se carcajeó y después  algún zoquete  preguntó: “¿Y cómo caminan los escritores?” Silencio. Nadie se atrevía a decirle nada al taradito  preguntón. Hasta que Aguirre dijo: “Esos no tienen una única forma, algunos ya ni caminan.” Pero el momento del chiste ya había pasado.

            Debo de aclarar mediante una digresión que por ese entonces había vuelto con mi ex novia, la que casi se mata junto al Negro debajo de  un puente durante La Feria Nacional de San Marcos y como parte del noviazgo, algunas ocasiones iba yo a verla a los salones de Psicología de la UAM Xochimilco y me aburría a mares escuchando las “basuras psicoanalíticas” de Lacan o Freud, como yo les decía: Yo estaba en lo mío y por tanto, perder una noche de clase en La SOGEM a cambio de una noche en la UAM sólo se puede interpretar como un síntoma más del enamoramiento. Todo esto debió haber pasado cerca y antes del 9 de marzo de 1999, ya que Bioy Casares había muerto el día anterior.

            Eugenio Aguirre siguió con su clase y yo estaba sentado en una banca sin nadie junto a mí, así pasé casi toda la clase;  movía la pluma entre los dedos analizando y pensando las palabras de Eugenio. Hasta que entre un giro de la pluma entre el dedo meñique y el pulgar se me cayó la pluma, nada grave, ciertamente, pero me asusté levemente al reconocer quién me estaba ayudando a recogerla: era Yesica, mi novia, que se había escapado de la UAM y venía a verme. En ese gesto y hasta en su delicadeza de querer ayudarme con la pluma comprendí varias cosas de ella. Primero: era una traviesa sin remedio, ya que si estaba ahí era porque seguramente quería que a los pocos minutos de acabada la clase, quería irse a El Hijo del Cuervo a tomarse unas cervezas conmigo y segundo: el gesto de ayudarme a levantar la pluma significaba más. Significaba  algo amoroso. Algo como: “¿Quieres ser escritor en la vida? Yo puedo ayudarte.” De cualquier manera no me gustaba ya mucho que ella o yo perdiéramos clases, por lo que le susurré: “Hola, siéntate, sh...” Y así lo hizo. Eugenio notó la distracción y dijo: “Bueno, si ustedes dos tienen mucho de qué hablar para eso están los sillones de afuera.” A lo que yo, casi tragando saliva de vergüenza le respondí: “No, no, no, para nada maestro, sí lo escuchamos”.

            Eugenio continuó con la clase, y casi al diez para las nueve de la noche y para concluir, nos dijo: “¿Todos saben lo de Bioy Casares verdad, lo que pasó ayer?” El salón a coro respondió: “Sí” “Entonces párense y un minuto de aplausos por él”. Todo el salón se levantó de los asientos y comenzamos a aplaudir. “Todo un minuto” decía Eugenio. Y aplaudíamos y aplaudíamos con vehemencia, sintiendo la gran  importancia del Premio Cervantes 1990. Y Yesica también se paró y aplaudía, era la única que le parecía de lo más chistoso y me preguntaba el porqué de los aplausos y yo no podía decirle nada porque no quería otra reprimenda del maestro. Recuerdo su risa (ciertamente estaba enamorado pero no tanto para no decirle que se callara), yo creo le ha de haber parecido algo muy chusco y divertido y yo no podía callarla.  Terminó el minuto. Ya era hora de irse y los compañeros empezaron a salir, pero Yesica, con lo traviesa que era, se acerca al maestro y le dice para mi amargura: “¿Quién es Adolfo Bioy Casares? ¡Dígame antes de que se vaya del salón, quiero felicitarlo! ¡Seguramente escribió un cuento buenísimo!”

            Eugenio sonrió, bajó la cabeza y le dijo: —Perdóname, yo ya no traigo el cuento en fotocopia, Adolfo Bioy Casares fue el primero que salió del salón.

            Ya entrados en materia le dije a Yesica: —No te preocupes corazón,  no te hubiera gustado tanto.

            Y Eugenio me dijo con ironía en la mirada: —No creas Mateo, ese cuento de éste alumno Bioy tiene futuro, yo le puse diez.

            Y Yesica que no entendía nada me dijo: —¿Me vas a presentar a Adolfo Bioy  sí o no?

            El inolvidable Eugenio se rió sin querer, ya no había nadie en el salón.

            Contesté: —Tienes que hacer méritos Yesica, además me estoy poniendo celoso, ¿qué tal que te enamoras de Bioy y a mí me mandas al cuerno?

            Y Eugenio me cambió la moneda: —Tu novia se va a ir con Bioy Mateo, hasta tu esposa se va a ir con Bioy…

            Y yo: sí Eugenio, y que me lo recuerdes…

            Y Yesica ya cuando salimos del salón rumbo al hijo del Cuervo iba con los brazos cruzados por la calle preocupada por lo antes ocurrido: —Me debes una explicación Mateo…

            Le dije: —Eso que dijo mi maestro quizás no pasa. En realidad a lo mejor tú no te vas con Bioy, a lo mejor te vas con Freud o Lacan.

            Y ella: —¡Aaah! ¡¿O sea que ya no quieres que venga a visitarte?!

 

viernes, 21 de julio de 2023

En busca del Rosetón de Plata

 

MARCOS GARCÍA CABALLERO

 

Después de una lista interminable de aventuras, disipaciones, vagabundeos,  locuras y mujeres, decidí en 1997 comenzar mi primera novela de largo aliento. Las primeras noventa cuartillas fluyeron tal cual se esperaba, es decir con la fuerza y energía natural de un joven escritor, pero con lo que  no contaba era que desaparecerían para siempre de un tirón por un falso contacto que tenía el CPU de segunda generación en que estaban salvadas. Le escribí por mail la pinche noticia a Carla, cuando regresaba de tomar unos tragos en el Hijo del Cuervo de Coyoacán,  donde había escuchado las hilarantes palabras de Alejandro Aura porque me lo habían presentado y también a Pablo Molinet, que le conté a grandes rasgos la historia de la novela con varios tragos de vodka y se quedó riendo suspicacias con quienes compartíamos mesa.  “¡Quiero verla publicada!” Gritó desde adentro con el desmadre del alcohol y seguramente no lo creía, ya que su propia fama iba en aumento por el famoso “caso Molinet”. El pobre Pablo, poeta él, había estado en la cárcel de verdad jodidísimo según esto acusado de un asesinato que obviamente no cometió. “¡Ya te diré!” Le dije, desde  la puerta y la cadena antes de las mesas de adentro donde, además del escándalo musical, pululaban los meseros que ni abasto se daban o una pausa para salir a fumar donde se ponen las motos.  “¡Me la publicará Gallimard!” Le aseguré despidiéndome, y aunque no lo creía ni por un instante, desde ahí empezó a crecer la apuesta por El jardín del pulpo, tal era el nombre de mi hijo, como la canción de Los Beatles.  

Carla era una ex (una de las pocas ex con quien he logrado llevarme bien) y vivía en ese entonces en Aguascalientes y yo en la Ciudad de México. Cuando tiempo después quise saber de ella, supe que se había ido a Salamanca a estudiar una maestría en Historia del Arte. Pero en ese momento yo la giraba de Barman y, como sabía que entraría el año siguiente a la Escuela de Escritores de la SOGEM, quería llegar a enmendarles la plana a los maestros según ciertas ideas malditas que tenía, como cualquier voyeur literario pescando frases y locos descubrimientos. Así de fácil me las daba de escritor, no sólo quería estudiar ahí, yo quería corregir mentalidades chatas, catolicismos hipócritas y malentendidos, quería despertar traumas a los compañeros y sobre todo quería pervertir  perversos. Ya sabemos todos que escribir es usar una máscara o arrancársela toda. Sí pues. ¿Quién quería hacer eso? ¿Yo? Pero por supuesto, mis pequeños bastarditos. O tal vez yo y mi sombra la muerte o tal vez yo y el alter ego de Antonin Artaud. (Ojo: si eres escritor y no conoces el texto fundamental Piratas/Poetas de José Vicente Anaya,  sigue leyendo pero de vez en cuando, por honestidad, ponme los ojos en blanco ante mis palabras o si no te consideraré un pre-inocente desde donde yo me encuentre). Y la memoria estaba al rojo vivo, retumbando anécdotas a todo tren y a toda hora, así que no sólo salieron las noventa cuartillas: el resultado final fueron doscientas setenta, mismas que terminé ese año pero la seguí corrigiendo. Usted lo sabe: En Francia el poeta Paul Valéry lo dijo hace un poco más de cien años y es el canon de los talleres literarios de todo el País que resuena por enésima vez en boca del que lo coordine  (y resuena de mala gana además) ante un texto logrado: “Bien,  no está mal, habrá que podarle  algunos ripios, pero bien. Acuérdense que Paul Valéry lo dijo: un texto nunca se acaba; sólo se abandona.” ¡¿Pero cómo abandonar al adefesio que le tenemos más cariño y más amor, el frankenstein mil veces re-cosido que amamos porque lo construimos a imagen y semejanza de lo que nos hace vivir porque afirma nuestro  desprecio ante la maldita muerte que todo lo iguala y uniforma?! ¿Cuál escritor no tiene ese tipo de cadáver apasionado apestando en el cajón o en su computadora personal y que cree que es una obra maestra?

Dejé la escuela del Barman y el trabajo de los alcoholes y entré a la SOGEM, en ese tiempo otro de mis trabajos era hacerla de extra para los programas de TV Azteca, yo creo que fue el trabajo más cómico de toda mi historia laboral. José Antonio Alcaraz, (la gorda como le decían algunos pesados) considerado en ese entonces el hombre más culto de México (incluso más que Octavio Paz, incluso cuando Paz murió), por la prensa más importante de la Ciudad de México, me entrevistó, me preguntó por mis autores favoritos: “Milan Kundera, Carlos Fuentes, Fernando Savater, Henry Miller y otros y otras más”, le dije y se dijo honrado de tenerme entre la nueva generación, me dijo que sí se me notaban los aires de escritor. El cabrón me dijo que yo me creía saberlo todo. (¿O me entrevistó Eduardo Casar? ¿O Alejandro César Rendón o Teodoro Villegas?). El caso es que entré y poco a poco me siguió subiendo por las venas ese veneno delicioso que yo ya conocía gracias a mis doscientas setenta páginas: La Creación Literaria que genera las Mayúsculas del Honor, la perra literatura con las minúsculas de fragores   cantineros  y prostitutas viene siendo lo mismo. Günter Grass también se fue con las putas en Alemania cuando era chamaco durante la guerra y ya tiene años que fue Premio Nobel.

Cuando dejé la aventura de la SOGEM ya tenía en mi carrera de escritor dos premios: El Salvador Gallardo Dávalos de Narrativa Joven por otra novela y un premio-torneo al mejor poema de la Ciudad de México, además de varias cosillas publicadas: ensayitos filosóficos, cuentitos de doble historia a lo Julio Cortázar, poemotas de chicle motita y poemas amorosos, pasionales y caníbales, etc. (¿Cuál poeta no empieza dándose cuenta de la luminosidad desquiciada  de la carne?) Pero la otra, la novela vital, la verdadera porque era de literatura maldita, no la había logrado publicar. Eso me calaba como la negativa de la mujer de mi vida o como ver el rostro imbécil y aterrorizador de la muerte que sólo te niega y te niega y te niega... ¿Entonces? No basta ser escritor para ser escritor, siempre hay que ser algo más: Estudiante, trabajador, barman incluso, o llantero como Juan Rulfo, amante, tu propio editor, secretaria, etcétera. Además de mantener  alimentada tu propia preocupación activa sobre las mierdas del mundo. Tu propio mensajero del texto. Por eso  fui a editorial Aldus, donde Pablo Soler Frost (¿o era Álvaro Enrigue? ¿o era Marcelo Uribe?), se tomó “la molestia” formal de enseñarme  cómo era una editorial, solamente hablé y me dijo quitándose los lentes: mire usted joven, maldito sea usted joven, de hecho: “¿quién chingados es usted?” Parecía salir la frase por detrás de los retratos colgados en la oficina. Desde ahí, se veía toda la casa editora, los libros empaquetados, el departamento de cobros, las maquinarias de las rotativas de imprenta, el personal laborando,  etc. Cuando me tocó hablar a mí para decirle que modestamente le dejaba mi primer manuscrito de novela (eso sí, ante el oficio y en honor a las letras que dejaron a la posteridad gente y genios como André Malraux, Borges, Alfonso Reyes, Guillermo Cabrera Infante o Kafka lo mejor es ser muy humilde), sonó su teléfono y creo que su secretaria le avisó de un encuentro literario en Monterrey,  me despidió con rapidez y dijo con visible molestia sosteniendo el teléfono y señalando a su escritorio: “sí, sí, ahí déjame tu manuscrito, sí gracias, hasta luego”. Y ahí voy de pendejo  saliendo y creyendo que sí la dictaminarían como si nada. Luego fui a Alfaguara, quise hablar con Sealtiel Alatriste y/o la persona encargada de recibir manuscritos y ni siquiera me abrieron la puerta. En fin, la novela se hizo famosa entre ilustres dictaminadores anónimos que de seguro la utilizaron para limpiarse el culo o vaya usted a saber; quizá como papel reciclable o como garrote para pegarles a sus hijos por si se les ocurría ser escritores… ¡Pero era mi Opera Prima! ¡Mi primer y única novela maldita! Cada que pasaban los días seguía recibiendo largas de los editores y se seguía dándola por muerta en todo, hasta en el radio y en la tele me aplastaron la cara y me pisotearon  por “atreverme” a escribir una novela maldita de corte autobiográfico, de hecho, mi vida entera estaba cambiando y estaba yo atrapado todavía ¡en la historia de la novela! (Ojo: si eres escritor sabes muy bien de qué estoy hablando y, si no lo sabes, regrésate y vuelve  a leer desde el primer paréntesis…  ja ¡Te voy a traer como en Rayuela!).  Ni modo, decía yo, muerto de coraje, embriaguez y locura, —esa novela —decía— pésele a quien le pese, se va a publicar.

“¿Qué chingados tendrá Aguascalientes que toda la banda valiosa se larga de aquí pero toda termina por regresar?” Creo que fueron  palabras con las que me recibió un loco amigo que ahora no recuerdo su nombre pero  estoy  seguro  que me lo dijo cuando regresé acá en el 2006.

—Ni modo, —dije— ya me regresé.

Fue en ese entonces, además del golpe del cambio de ciudad, (que si cala y cala fuerte) que alguien me recomendó conocer al maestro Ángel Mota, reconocido filósofo de Aguascalientes que también se las daba de escritor y tenía varios libros publicados de filosofía y narrativa. Para como estaba mi situación, (yo creo que los momentos más desesperantes de mi vida: no sólo vivía al día, contaba casi para cada día con ¡veinte pinches pesos y tenía qué ahorrar para el vicio mínimo de todo escritor: el maldito cigarro y el horroroso nescafé!) Ángel fue un verdadero arcángel que me vino a salvar de la ignominia y, a pesar de su carácter demasiado sobrio y nunca propenso a la vidita de poetas salvajes y briagos —como eran la mayoría de mis amigos de La Capirucha—,  sentí que se iban definitivamente de mi vida aquellos tiempos y fue duro aceptarlo, pero a cambio me ofreció una amistad sólida y a toda prueba. (Cuando  le platicaba de mis andanzas en el D.F. sólo me guiñaba el ojo).

En el año 2004 dejé de corregir la novela y la di por terminada; recuerdo que lo celebré oyendo esos días todo el disco Mule variations de Tom Waits. Salí un día temprano a la calle con la novela digitalizada en disco compacto, compré La Jornada  y luego la imprimí, la engargolé y me fui  de la jaula en la Colonia Escandón y tomé el metro bus durante todo  avenida Insurgentes sur hasta llegar al edificio altísimo que, entre otras empresas y oficinas, se encontraban las oficinas de Editorial Planeta México. Era en los pisos más altos y por ahí también estaban las oficinas de OCESA, la empresa encargada de traer músicos de talla internacional a la Ciudad de México, como Dead Can Dance, Oasis, Placebo, Joan Manuel Serrat o U2. No encontré a Andrés Ramírez, que era el editor, pero le dejé el manuscrito a su secretaria. Para ser una empresa del tamaño e importancia  de Planeta México, me pareció que me habían recibido con mucha cordialidad. Digo esto porque llegué yo mismo un poco jadeante y sudoroso, con las manos oliendo a tubo de metro bus y  no me acompañaba mi representante o  agente literario, digamos, como si fuera alguien como Laura Restrepo.   A la semana siguiente hablé con Andrés para recordarle que le había dejado el manuscrito y me fui a chupar con mis amigos los quijotes y sanchos de la Poesía y buscar mujeres en los bares de la Condesa y seguramente, mientras tanto, Tom Waits escupía y me echaba un ojo por encima de su periódico.

Dejé pasar tres meses cuando  ya estaba ubicado en la geografía antes citada y se me ocurrió marcarle a Andrés Ramírez.

—Tu novela me encantó —me dijo— pero yo ya no represento la última decisión, tendrás que esperar mes y medio.

En esa misma llamada le conté que por angas o por mangas ya estaba yo acá en Hot Waters City y ¡claro! ¡Tenía que presumirle del evento Poetas del Mundo Latino en Aguascalientes!

—¿Qué tal se puso? —dijo Andrés.

Que tan aferrado estaba con esa novela y en un estado de pobreza tan manifiesto y evidente, que tenía que tener el orgullo de decirle:

—Buenísimo Andrés,  checa mi blog-spot, ahí viene una crónica del evento. (Al Poetas del Mundo Latino había arribado entre otros mi amigo el poeta y traductor José Vicente Anaya y había dado una conferencia magistral).

—¿Cuál es la dirección electrónica?—dijo Andrés interesado.

—Googléame y ya verás —le dije.

Esperé mes y medio sumido en la pobreza que me rodeaba: ni cubiertos ni alacena ni refrigerador ni muebles había en mi departamento pero estaba decidido a publicar esa novela y volví a marcarle a Andrés Ramírez, desde un teléfono público debajo de los edificios donde estaba dicho departamento en el que vivía.

—¿Qué? ¿Usted es Mateo Gargallo Castellanos, de dónde? ¿Cuál Mateo Gargallo Castellanos? —dijo Andrés, que ya no se acordaba.

—El de la novela El Jardín del pulpo —dije yo, cruzando los dedos adentro de la bolsa del pantalón donde hacía   mucho tiempo no había ni un peso, más que lo que le cobraba de renta al arquitecto que vivía conmigo y quería representar el movimiento de López Obrador después del fraude o, por lo menos si no fue fraude sí quedó la enorme duda y es un momento que  ya se conoce demasiado en la historia reciente del País como para que yo diga alguna opinión intrascendente.

—Aaaah, es verdad, fíjate que te tengo malas noticias, defendí tu novela lo más que pude, pero no sé por qué, pero  el Corporativo tomó la decisión final de no publicarla. ¿Cuál dijiste que es  la dirección de tu blog?

Me sentí tan triste (evidentemente había personas que ya la habían leído: familiares, amigos, incluso literatos serios y a muchos les había gustado, tanto en Aguascalientes como en el D.F., incluso al dueño de una librería le llegó el manuscrito y me dijo que era imposible que Planeta México dijera que no, es decir, que era muy buena desde el punto de vista mercadotécnico) que le dije a Andrés que ahora tenía otros planes literarios bla bla bla y que ya ni siquiera tenía un blog-spot. Sólo le dije que me saludara a su hermano, porque lo había conocido en La SOGEM, creo que lo había visto fumar mota y como los dos son hijos del ondero José Agustín, era probable que su padre se inspirara en ellos para sus nuevas historias.

Al año siguiente (2007) se acabó finalmente la perra miseria: dejé al arquitecto que se arreglara con el dueño del departamento y me fui a vivir con  mi madre, que también venía de México y empezamos a vivir juntos en un barrio de más categoría o burgués, aunque ese tipo de barrios y la gente que vive en ellos en la actualidad se les debería decir de  ricachos o la nueva ricada a secas: ni que fueran tiempos de mi antepasado Laurent Duprée en la Revolución Francesa... Comencé entonces a planear lo que verdaderamente venía a hacer a Aguascalientes: entrar a estudiar la licenciatura de Filosofía en la Universidad Autónoma de Aguascalientes.

¿Y la famosa novela maldita tan buena?

Entiéndase: Era novela maldita porque era novela enferma, enfermiza, nociva…

Hubo que hacer muchos ahorros y conjurarles a varios miembros de la familia que la novela era excelente para que se mocharan/apoquinaran con unos dineros; la verdad es que la mayoría ya lo pensaban, así que ese año se decidió que no habría otro modo de publicarla más que por edición de autor. Mi padre me dijo que sí se debería publicar. Y él y desde México comenzaron a tramar  en serio la publicación. Les mandé la versión final y ellos comenzaron a sacar pruebas y corregir, eso duró todo el 2007.

En ese entonces, pensaba yo en las aulas de filosofía de la Autónoma, “la filosofía es algo demasiado vasto he importante para tener que estudiarla en la academia”. Y convencido de esos nebulosos argumentos comencé a faltar a clases, a decir verdad no tenía mayor problema con la tira de materias a excepción de la lógica simbólica. El maldito asunto desarrollado de “p entonces q” me resultaba farragoso y estúpido. (Yo creo que la tiranía de la lógica no la aceptaba mi lado poético) Ángel Mota daba clases ahí y cuando supo que me salí definitivamente, no se molestó ni se desilusionó de mí.  Sólo me dijo: “Morro, dedícate a vender algo en la Purísima, yo qué sé, ropa, pantalones, playeras”.

Seguí publicando artículos y ensayos en portales de internet y cuando finalmente dejé la UAA en noviembre de 2007,  me dediqué a ser maestro de iniciación artística para niños de primaria, trabajo en el que me sentía y me desenvolvía bastante bien, y la mejor prueba es que los niños me querían.

Recuérdese que narrar y contar es traficar con la verdad… puede ser verdad 100% colombiana o verdad y narración donde el diller literario te da solamente 30% verdadero material colombiano, pero el diller o  el escritor siempre jura y perjura que da lo mejor o, por lo menos, la mercadotecnia editorial se encarga de que lo creamos los que estamos del otro lado de las letras, la “inmensa minoría” como se dice. Así que entonces, debería de conocerse a la musa del diller, o quizá preguntarle al dueño de la librería si éste fulano que escribió el libro de portada tan llamativa  escribe poesía, que como  todos sabemos, es el verdadero núcleo de todo el arte. Si nos pudiéramos asegurar que no escribe poesía ni para la mujer que le acaricia las tetas,  es un diller que nada más nos da 20% o 30% del porcentaje total de lo que sí te intoxica sabroso: el sagrado pedazo de arrachera literaria que debe de consumirse con cero mostaza (la pura comunicación de muchos “escritores” que sólo aburren) pero con un buen Casillero del Diablo al lado para saber o encontrarse  uno en la pregunta: ¿me gustó más el libro o el vino?   Lo demás depende qué tan alto te eleves o qué tan alto te eleve el diller; en éste caso, por ejemplo, debes imaginar dos salones de sexto de primaria con  decenas de niños peleles gritando y pataleando, burlándose día con día del maestro que sueña presentar su novela maldita en Bellas Artes y niñas que juegan  a ser lolitas y te preguntan: “¿oiga profe, usted tiene novia?” y que a esa  bola de mocosos  que son un farragoso  fastidio, los quieres llevar por la buena senda del estudio  para que ¡pues claro, por el coño de Afrodita! Por lo menos nunca le hagan caso a un diller de los de a grapas y rayas de cocaína y mariguanita y le hagan caso a los dillers de a de veras como el enorme diller Ernesto Sábato (Sobre héroes y tumbas es una obra con 100% material argentino de alta calidad, tanto que  se debería de prohibir a los menores de edad, si no lo has leído ya te chingué);  y mientras tanto la novela maldita se imprimía en una imprenta clandestina de La Capirucha  en los momentos y horas extra de los dueños, tal fue la consigna que les impuso mi padre y el equipo de edición.

            En agosto de 2008 me llegó a la casa del barrio de los ricachos el primer ejemplar de la novela. En la portada noté que aparecía una señal urgente: “CUIDADO CON EL TREN”. “Qué chistoso —pensé—,  en la novela se habla de muchos de mis vagabundeos alusivos a la portada”. Lo arrullé en los brazos de felicidad y lo llevé a acostar a su cuna, creo que de ver a su papá hasta se alegró y me pidió que lo arrullara (es decir  que lo releyera), pero como no soy un padre consentidor  lo puse al lado de un libro de  Carlos Fuentes y otro de Georges Bataille y le dije: “así es la vida hijito, a ver si ellos te quieren en la familia”. Y el niño sintió que se le imponía Gringo viejo y El Verdadero Barba Azul pero logró dormir y reposar hasta roncando en su primera noche en Hot Waters. (Yo recordaba la noche en que fue fecundado y los días en que fue planeada su llegada a la repútica de las letras mexicanas). El tiraje fueron 500 ejemplares en total, después sólo me llegaron ciento cincuenta. Pero como ya dije varias veces el hijo tenía mucho de maldito, ya se quería ir pronto de  casa a probar suerte en el mundo. Y esto se puede decir en los dos sentidos: a mi hijo le urgía que lo leyeran y le urgía que lo leyeran lejos, no sólo donde fue escrito y concebido (el Distrito) sino en otras latitudes.

Ahí fue cuando salió la brillante oportunidad: un amigo en Zacatecas, editor  y creador de la magnífica revista Dos Filos, José de Jesús Sampedro, conocido en todo México como un poeta experto  de  la contracultura, amigo con el cual ya había establecido contacto desde que estaba en Hot Waters  y  que de hecho  ya colaboraba desde antes en la revista, me comentó por teléfono que si tenía una segunda novela, había la posibilidad de presentarla en La Semana Cultural de Zacatecas y que me reservaría un lugar y un foro durante esos días. ¡Estupendo! Cosa que le comenté a Ángel Mota y le pedí que fuéramos en su nave, un Pointer rojo casi nuevo.

            —Simón —dijo animándose —¿Cuándo es?

            Gracias a Sampedro, me puse en contacto con los organizadores de la Semana Cultural y me dieron foro: se confirmó mi presencia en el Foyer del clásico e histórico Teatro Fernando Calderón de Zacatecas en un día entre el 4 y el 18 de abril de 2009. El día preciso ya no lo recuerdo, ni importa, pero recuerdo que fue entre semana; Ángel Mota pidió ese día en la Universidad, llegó en su Pointer a mi casa como a las 10:30 de la mañana, saludó a mi madre y me dijo que afuera me esperaba. Pensé llevar cincuenta ejemplares para la presentación pero con unos cuarenta me pareció suficiente, cada ejemplar costaba cien  pesos. Me despidió mi madre y cuando nos subimos al Pointer, mi madre nos dijo: “Me saludan a Sampedro.” Ángel se echó a reír y dijo:

            —Je, parece que nos fuéramos a morir.

             Tomamos carretera y durante largo rato estuvimos escuchando el blues de Real de Catorce, mandé mensajitos por celular a dos amigas de México para que supieran que el trabajo de mi vida por fin se iba a dar a conocer. “¡Mucha suerte Mateo, besos!” Me respondieron. También Ángel y yo platicamos de nuestros futuros planes literarios. “¿Quieres que yo ponga un blog-spot?” Me dijo. “¿Para qué quiero yo un blof-spot? Mejor véndeme tu edición de Aguilar de Las Mil y Una Noches.” Así era Ángel, él preferiría mucho más meterse a estudiar y enfrentarse a los grandes autores que leer novelas de moda o libros recientes. Y cuando digo “grandes autores” los pequeños autores que leía ese cabrón  eran Schopenhauer o Vargas Llosa. Ciertamente el camino entre Aguascalientes y Zacatecas es corto, pero más corto con los atajos de Ángel, y decidió dejar el Pointer en las afueras del centro y me dijo: “Ándele pues señor, a cargar su obra maestra”. Y se reía.

            Y ahí me tienen cargando cual Pípila posmoderno los cuarenta ejemplares empaquetados calle arriba, estaban casi tan pesados como un saco de cemento. Es cierto que escribir con potencia cansa más que levantar una barda de ladrillos, pero yo estaba hasta la madre y sudando como albañil al final de la jornada. La gente pasaba de un lado para otro y se me quedaban viendo, Ángel cargaba solamente las hojitas que iba a leer en la presentación y nuestras fichas bibliográficas para el moderador de la mesa, que era de Zacatecas.

            Cuando vi la enorme arquitectura barroca del Teatro Calderón, pensé que definitivamente valió la pena matarse un poco cargando al niño. Ya nos esperaban arriba en el Foyer en el segundo piso, que estaba lleno con cerca de setenta sillas, el público, los reporteros, Sampedro y el círculo literario zacatecano. Nos sentamos en la mesa ante los micrófonos y después de que el moderador dijera unas palabras preliminares, Ángel dio de sí sobre mi obra con sus cuartillas. Ni siquiera pensé que le hubiera gustado tanto el texto. Le di la mano en público por su generosidad. Yo estaba feliz de estar ahí, triunfando con la novela que supuestamente su destino final era el anonimato y francamente no sabía qué hacer, “como todos los poetas salvados” (Efraín Huerta dixit). Las hermosas reporteras de los periódicos de Zacatecas se me quedaban viendo y yo veía mucha emoción en sus ojos. Algo así como: “sabemos cuánto has tenido que luchar para estar aquí nene, eres lo máximo”. Y sentía que  todas las demás  también me lo decían. Después hablé yo, le saqué unas cuantas risas al público —como debe ser— y después de los aplausos la gente  comenzó a comprar el libro. Una persona por parte de los organizadores me entregó un reconocimiento firmado por la gobernadora del estado Amalia García, me pagaron 3,000.00 pesos en cheque por la participación y ¡zas! Que dice el encargado del evento: “Ahora a nuestro invitado a La Semana Cultural Mateo Gargallo  Castellanos, por parte del Gobierno y el Pueblo de Zacatecas le otorgamos merecidamente EL ROSETÓN DE PLATA por su brillante trayectoria artística”.

            Largo duró el aplauso, me sentía tan feliz que me empecé a sentir excitado sexualmente, empecé a sudar y, como cualquiera le hubiera pasado en ese momento, comencé a soñar que todas las mujeres presentes estaban muy deseosas conmigo y el broche del pantalón  empezó a castigar al otro protagonista. El Rosetón de Plata era un cuadro de madera vertical como para adornar un escritorio, con letras grabadas y un sol de plata brillante.

            La gente siguió comprando el libro, otros comentaban, comían la botana y el vino de honor; Ángel platicaba con Sampedro y mucha gente me pidió autógrafos, me tomaron varias fotografías y, mientras tanto, el broche me castigaba la  erección del pene. Tenía en la mano una copa y me empecé a marear con el vino blanco, me tomé cinco copas pero quería todavía más.  Luego se me acercaron dos reporteras de buen ver,  una de radio y otra de La Jornada Zacatecas, con la excitación del momento escuché que  me decían  con susurros coquetos: “¿Oyes Mateo? ¿No quieres que te masturbemos el pene con la boca?  Somos buenas para eso que  te gusta, no te hagas...”

            —Soy Camila de La Jornada Zacatecas Mateo  ¿Me puedes decir cuál es el lugar de la escritura autobiográfica en estos tiempos?

            Y la otra: “Mateo, dime unas palabras para Radio Universidad, por ejemplo, ¿tu novela es un ejercicio auto terapéutico para exorcizar tus demonios del pasado?”

            —¿Eh? (“¿De qué me hablarán éstas bellezas?” Me decía una voz adentro de la cabeza) ¡Ha! Claro… —y entonces ahí ya pude decir las sagradas palabras—: “Hace trece años, con mi propia lectura de las obras de Henry Miller y con Gargantúa y Pantagruel  de Francois Rabelais,  aprendí que la escritura es muchas cosas, pero que también puede llegar a ser  un juego a muerte contra…” Y quizá, mientras tanto, Tom Waits, el divino hipócrita, el santo patrono de todos los perdedores, el de la voz tamizada por toneles de alcoholes, más mexicano que norteamericano, quizá maldecía y cerraba los ojos ante Los Angeles Times.

 

 

LA FIESTA O CHOYA DE TUERCA (RELATO DEL ROSETÓN DE PLATA)


POR MARCOS GARCÍA CABALLERO

 

Estamos en el otoño lluvioso de 1999 en la ciudad de México, sur de la ciudad, tengo 28 años y pertenezco a la XXIV generación de alumnos de la Escuela de Escritores de la SOGEM. Es viernes por la noche, nos ha tocado clase de psicología y todos estamos algo cansados y por esa razón, el maestro, un dramaturgo calvo y barbón que coquetea con las alumnas, además erudito que nos recita poesía de Shakespeare: “resplandeces bajo la luz de la luna como una joya en el lóbulo de oreja de un etíope…” le dice a alguna alumna), nos deja salir veinte minutos antes de la hora exacta; siete de la noche. Después de repasar toda la gama de traumas que Sigmund Freud le adjudicó al ser humano. Nadie titubea: todo el salón quiere irse de fiesta con la generación posterior hacia una casa allá por Miramontes. Vamos saliendo, se van confirmando los invitados, la dirección en papelitos y los dineros de la coperacha para los alcoholes. Los alumnos de mayor edad se van por su parte, ellos ya no están para estos trotes, pero toda la banda joven quiere estar en la fiesta: me gustan todas las muchachas, me siento ebrio desde que me meto al carro de mi amigo con dos más y nos vamos a Miramontes…

La casa de la fiesta es la casa ocasional, nos explican, siempre hay fiesta en otra casa especial para éstos casos; por esa razón, la mayoría se queda en el jardín, somos cerca de treinta y cinco personas. Algunos fuman, entre carrujos de mariguana, lo más alto que han aprendido de la novela francesa e inglesa, por no decir el boom latinoamericano. Las chavas de la SOGEM entienden éstas clases como glamour en lo que se casan o se convierten en editoras, y vaya que hay potencial para las dos cosas; las hay de todos los colores, sabores, influencias, ojos hermosos, rostros prodigiosamente hermosos y cuerpos de adivina el resto, mi rey, que tú tal vez podrías convertirte en un escritor de buen temperamento si estás dispuesto a cruzar la línea de la madrugada… Honestamente, me siento como en mi casa: estoy con mi amante que no es particularmente hermosa pero es especial su simpatía  con la concurrencia y celebra que su novio, yo personalmente, me voy a ir en una caravana a conocer tierras del EZLN en Chiapas… “¡Es precioso! –dice– ¡Unos italianos acaban de llevar una turbina a la realidad!” Corren las cervezas, los tequilas y los mares de vodka… “¡La nueva ola francesa!” Me dice murmurándome entre risas: “¡De aquí saldrás convertido en nuestro Guy de Maupassant mi querido zapatista!” Y me besa, todos se besan, bailan, y unos grifos estudian teorías literarias en los surcos de los acetatos del sonido, muy simpáticos resultan como sabuesos mirando los discos girar y girar… Por lo demás, todos giramos, tratando de abarcar el fin del milenio con juventud, letras y excesos. Parece que esto es el cuadro ideal para el relato, pero debo decir que toda la noche me he pasado observando y estudiando el rostro de una compañera, no sé su nombre, no pedí que alguien me la presentara, a veces, debía confesarlo, también se me hacía pelotas el engrudo en esto de los sentimientos, terminé la noche en casa de mi amante, hicimos el amor y cuando digo “a la mañana siguiente” como una muletilla molesta pero, por cierto, de forma muy embriagadoramente contento el amanecer en Coyoacán, nos enfrascamos para mi pesar en una pequeña pelea: qué das, por qué no das más cabrón y ¿qué das tú? Etcétera. Se encabrona y me saca de su departamento casi a la fuerza…

Me voy a tirar a descansar en la banqueta de enfrente, me duele mucho el pie, me doy cuenta al caminar, y así como me siento de aventurero son las seis de la mañana y me pongo a mear un pequeño árbol de enfrente de su casa; pasa la gente, en ésta ciudad siempre hay gente en todas partes y a todas horas. Comprendo que estoy exagerando, que no debo hacerlo, me cierro el pantalón (¡Joder, me duele mucho el pie!) y en ese momento veo venir hacia mí ese mismo rostro hermoso que estuve estudiando toda la fiesta de anoche… “¿hola, qué haces aquí?” Me pregunta, me gusta tanto y me siento tan borracho que me avergüenzo y sólo contesto que vengo de la fiesta… “¿Te quedaste toda la noche?” Pregunta, “sí” le digo, apenado, muriendo de fe por dentro, ¿y tú? “Vivo por aquí, salí a correr…” Y se va, se ha ido, ¡joder, cómo me duele el pie! Busco en mis bolsillos y no tengo dinero ni para un taxi a la Condesa, a casa de mi madre, paro un taxi y le digo que allá le pago, afortunadamente acepta y ustedes, lectores,  ya entienden de qué se trata una cruda moral de vodka y cerveza… nada grave, pobre muchacho, ya aprenderá los versos de Rubén Bonifáz Nuño: “Cuando el hombre agarra los alcoholes”/ “las mujeres lo van a dejar…”. En el taxi me duele tanto el pie que me desabrocho la bota para ver qué chingados pasa: ¡Tengo adentro de la bota un tornillote y una tuerca como del tamaño de las que se usan en los postes de luz. ¿De dónde chingados salió? Misterio insondable… Pero por fin me empiezo a relajar. Paso el sábado deprimido y leo mi libro favorito: Mañana en la batalla piensa en mí, de Javier Marías, se trata de una bella edición de bolsillo que trae como apéndice el discurso de aceptación del premio Rómulo Gallegos que dio Marías en Madrid cuando la novela ganó el premio.

Domingo…, horas bajas, mi amante sigue enojada, que no le hable por teléfono por favor por ahora… sólo queda escuchar Radio Educación y vuelta a la SOGEM el lunes. Todo el domingo es un tobogán en el tiempo y el espacio de mi cuarto para pensar por qué me dejé llevar tanto en la fiesta; total, siempre hay oportunidad para aprender todo el proceso del camino: la amante, la escuela, la familia, el libro… ese rostro hermoso…

Lunes lluvioso por la tarde noche en la Escuela de Escritores, mi amante es amiga del grupo pero ella no viene a las clases, aunque la conocí en otra fiesta tiempo atrás; salgo de clase, dirigiéndome a mi casa, me encuentro con ese rostro hermoso, no sé qué chingados me pasa, la veo hermosísima y le regalo el libro de Marías; por fin ella entiende que me gusta (¡Carajo! ¿Nadie se lo dijo?) “Huy” Dice, “Pero ni sabes cómo me llamo” “¿Cómo te llamas entonces?” “Mónica… pero me voy a estudiar a España la próxima semana” “¿Cómo? ¿Dejas la SOGEM?” “Es que salió una oportunidad de una beca para allá.” Me quedo viendo su rostro… “Quédate con el libro” le digo a Mónica y pienso de regreso a casa en los versos inmortales de Shakespeare que dan título al libro como la maldición que acompaña al personaje del libro de Javier Marías: “Mañana en la batalla piensa en mí, y caiga tu espada sin filo: desespera y muere.” Vaya con Javier Marías, digo, escritor universal, “¡Que le toque el premio Cervantes de una vez!” Pienso ahora a la vuelta de los años y Mónica… salud fina niña, hasta la Gran Vía, y el museo Reina Sofía, ¡y se me fue viva! ¡Carajos!

Bah… otro cuento, es hora de ir por cigarros.