DESDE LAS FAUCES DEL TERRITORIO COMANCHE, PERDÓN, MÉXICO
CITY…
Pablo Fernández Christlieb
Después
de cinco, siete o veintidós siglos de opresión nadie se va a poner a decir que
no es justo que estén furibundas contra todos los hombres por igual; nada de
que hay unos que sí son buenos y feministas: todos parejo. Porque las
enfurecidas son todas las mujeres. Nada que objetar. Lo más que se puede hacer
es preguntar.
Parece
una guerra, e incluso así nadie puede decir que no se vale, toda vez que hay
otras formas de violencia más inaceptables, como las que llevan perpetrando los
hombres sobre las mujeres desde que cazaban brujas, como el feminicidio, la
violación o la violencia doméstica. Esto es sólo una guerra; así parece, porque
es similar a la de Irak. Lo que era cualquier otra cosa, protesta, revuelta,
resistencia, pasó a ser una guerra cuando se empezaron a utilizar dispositivos
cibernéticos indetectables de los que avientan el proyectil y esconden la mano.
Así hacen los drones, y los celulares. Sin estos últimos no hubiera habido
guerra. Y ya declarada con un #MeToo (un Alármala de tos) se escogen los
blancos (morenos, altos, chaparros, culpables, inocentes) con su aparatito desde
la comodidad del hogar, y se dispara, estilo francotirador, un tweet,
que a veces da en el blanco y a veces en quien se cruce sin querer, que en las
guerras se llaman daños colaterales.
El blanco no son los
asesinos/violadores, sino los acosadores, los arrimadores, los ligones; esto
es, los hombres que miran torcido, que se aprovechan, que tientan, que exigen,
que suplican, a veces sí y a veces quién sabe, en el entendido de guerra de que
todos los hombres son iguales, y, como todo francotirador o francotiradora
sabe, se eligen los que se ven, o, dicho de otro modo, los que tienen
visibilidad pública, por ejemplo actores de cine, profesores de escuela, jefes
de algo, y músicos mexicanos, tal vez para que a quien dispara se le pegue
tantita visibilidad y se vuelva influencer, hashtag, trending topic y
otras medallas que la hagan famosa entre las filas. Quizá por eso la guerra
empezó en Hollywood.
En
las guerras hay muertos; nada excepcional; muertos hay en cualquier parte. Lo
que distingue a las guerras es que en ellas se declaran abiertamente las
hostilidades y se dividen en dos bandos: el de los buenos, o buenas; y el de
los malos. Se les llama buenos a los que detentan, se apropian, se adueñan de
las justificaciones; los malos son los que se quedan sin justificación alguna.
Desde la invasión de 1847, desde Vietnam, desde Irak, las guerras tienen, por
un lado, una lógica que se puede denominar norteamericana, es decir que
proclaman previamente que ellos son los que tienen la razón, la bondad y la
legalidad de su parte, y acto seguido atacan y causan las bajas civiles. Y, por
el otro lado ─o a lo mejor el mismo─, tienen una lógica macha, que significa
que ni siquiera se hacen para sacar algo, sino sólo se hacen para tener a un
derrotado embarrado en el suelo, y por lo tanto simplemente para mostrar quién
es el más fuerte, quién la llega más lejos; en guerra, las mujeres van ganando.
Los
que hacen las guerras elucubran o planean, pero jamás reflexionan. El
movimiento feminista ─al igual que el ecologista o el anticapitalista─, a la
larga, en el fondo, en su instancia más radical, a pesar de sus contradicciones
y conflictos internos, es el intento de crear una sociedad en donde los que
siempre han perdido ya no pierdan, y se sientan felices de estar vivos, y por
eso sus valores cruciales no son la fuerza, la producción, el dinero o el
poder, sino el cuidado, la atención, la solicitud y la compañía. Por ello son
radicales, profundos, y tarde o temprano van a imperar porque, en efecto,
tienen indefectiblemente la forma de la próxima sociedad.
Daría
la impresión, entonces, de que la lógica de la guerra no es la suya. Así como
hay otros modos de violencia además de la guerra, también hay otros modos del
desacuerdo además de la guerra, como, por ejemplo, la negociación, la política,
o el juego. En ambos, en el juego y en la guerra, hay un contrario. La
diferencia es que en el juego es preciso entender al contrario para saber cómo
le hace y poder vencerlo, con lo que se vuelve un adversario, y en la guerra no
hay que entenderlo, sino eliminarlo, con lo que se convierte en enemigo. Al
revés de los juegos, las guerras nunca las gana nadie pero siempre las pierde
alguien, como Armando Vega-Gil. Además, las guerras no terminan; y los juegos,
sí.
En
la Edad Media hubo una guerra de los hombres contra las mujeres. Hoy hay una
guerra de las mujeres contra los hombres. Nadie se va a poner, a estas alturas
─con qué cara─, a opinar que no le hagan así o que sí le hagan asá. Nada más:
¿de veras lo que querían era una guerra?
Sobre
feminismo, hombres y otras cuestiones.
DESDE
LAS MONTAÑAS DEL SUR ESPAÑOL...
POR
JOAQUÍN CASTRO
En mi humilde opinión, aquello de que la
humanidad estaba casi predeterminada a elaborar su pensamiento en estructura
binara (Levy-Strauss y sus churumbeles) comenzó a quebrarse definitivamente
cuando, durante los dolores de parto del postmodernismo y la globalización,
nuestros sistemas de elaboración de categorías se vieron incapaces de mutar
conceptualmente a la misma velocidad que los nuevos hábitos y las nuevas
subjetividades lo hacían, modificando con ello también nuestras
relaciones. De ese modo, hemos seguido
llamando con viejos términos a una serie de relaciones interpersonales que han cambiado en muchos sentidos. Ser
novio o novia de alguien, por ejemplo,
ya no es lo que significaba en la
era pre-internet; aquel bolerito del “novia mía” ya suenan a
prehistoria social y sin embargo, cuando
alguien aún se casa de blanco, se sigue gritando el vivan los novios y bajo la lluvia de arroz aquello de “hasta que
la muerte los separe”, suena hoy a
lúgubre cláusula en letra pequeña del contrato matrimonial. Luego volveré a
este tema.
Categorías viejas que se quedaron como la
ropa del doctor Banner luego de transformarse en Hulk. Mismamente en Hollywood, los buenos ya no son
tan inmaculadamente buenos, necesitan una pincelada de sombra para lograr que
los espectadores se identifiquen con ellos, y a los malos hay que añadirles
hondura psicológica y algo de humana bondad teñida por la tragedia incluso, para hacerlos creíbles. Porque ya nada parece estático, ni permanente, ni siquiera creíble. Parafraseando al tango, ese merengue donde
hoy vivimos revolcaos, fue profetizado por unas máquinas expendedoras de
condones que se ubicaban en los baños de bares y discotecas, donde bajo el lema
United Colours se nos mostraba la hermosa diversidad de los seres humanos (que
ojo, podían ser todo lo guaperas que fueren y amarse en su diversidad, pero
nada de procrear entre ellos, no fuera a ser que unos dejaran de ser menos
iguales que otros) anunciando así que al
menos en el plano simbólico, la belleza
traspasaba nuestras nociones de identidad y fronteras, curiosamente al mismo
tiempo que el capitalismo trasnacional
victorioso y ebrio de poder, culminaba ya sin cortapisas su proyecto imperial
a través de todo el planeta. Así, esas categorías (siempre imaginarias, a todo
esto) de lo nacional y lo extranjero también fueron quedando obsoletas. En el
envoltorio del paquete de condones podría haberse leído el lema “La Diversidad
es la Unidad”: era la entrada al reino de la dispersión conceptual, a la
demolición del ideal de lo tangible y objetivo. Simplemente pareció como si
pasáramos a contemplar separadamente cada gota de una interminable lluvia bajo
la cual nada ha vuelto a ser lo mismo.
No pretendo con esta breve introducción
hacer un sesudo y exhaustivo análisis de la atribulada época en que nos vemos
inmersos, al menos no de muchos de los desafíos y posibles vías al siniestro
por los que discurre nuestra pululante humanidad. Tan solo quisiera señalar que
en parte, esta vorágine nos toma desprevenidos porque nos hallamos en un
momento único en nuestra historia, en la que por primera vez en los miles de
años en que hemos poblado este planeta, la humanidad parece haberse puesto de
acuerdo en vivir todos más o menos a la misma manera; algunos en una versión
pobre y casi paródica del cielo ideal
que las tesis del desarrollismo les inocularon y otros a lo grande,
descorchando el champán y brindando por la igualdad y el progreso de los seres humanos, en el
lado bueno de la frontera. Mientras esto
ha ido ocurriendo y en todos lados
se estandariza un uso homologable de
tecnología, métodos de administración pública y producción de bienes y
servicios, se han insertado también en
las en distintas sociedades toda una gama de conceptos, ideales y
subjetividades implícitos en esta forma de vida “moderna”, que no siempre
logran encajar de modo armónico o desprovisto de conflicto. Así que una
pregunta que cabría hacerse (ya para empezar a entrar en materia) es si el auge
del feminismo contemporáneo es, entre otros fenómenos, un producto de la
globalización.
Según algunas de las tesis del materialismo
histórico, son las formas de producción
(y me permito añadir, de reproducción también) las que determinan la serie de
conceptos y ordenamientos sociales que bajo el nombre de superestructura
ideológica dirigen tanto el ámbito de la actividad económica como lo cultural y
simbólico. Vale, sé que no estoy inventando el café con leche, pero sí quisiera
que a la luz de este paradigma se entendiera que entre las consecuencias que
nos ha traído la consolidación del proyecto capitalista global, es que, además
de la formas de producción, distribución y consumo, las relaciones entre personas, y en este
particular caso, las que giran en torno
a la organización de la vida
doméstica y la procreación de seres humanos, han sido trastocadas de un modo
irreversible. De hecho, es como si una
unidad familiar fuese entendida como la asociación de dos (o más…) personas que
ante todo son trabajadores, individuos que participan en la actividad
productiva y que como buenamente puedan, lleven adelante el proyecto de tener
un hogar donde vivir y criar hijos. ¿Y por qué saco a colación el tema de la
reproducción, si las reivindicaciones feministas rebasan este ámbito y se circunscriben a
muchísimos otros aspectos de la vida social? Pues porque según mi punto de
vista, en el momento en que se modificó el modelo de la división sexual del
trabajo digamos, tradicional, las tesis feministas empezaron a arraigar con mayor fuerza, primero entre mujeres y
luego poco a poco fue ganando apoyo entre ciertos hombres, hasta convertirse en el movimiento social que
es ahora.
Aquellos tiempos en los que el sueldo de un
miembro de la unidad familiar bastaba para proveer de techo y sustento,
mientras la otra hacía todo lo relativo a la vida doméstica y la crianza, han quedado atrás y eso significa que el
grado de explotación sobre la unidad familiar se ha incrementado, y como puede
verse en muchos países, la tasa de natalidad
se ha reducido a puntos por debajo del mero relevo generacional, es
decir, hay más muertos que recién nacidos. Claude Meillassoux, allá en los años
70 del siglo pasado, hizo hincapié en el
hecho de que la gestación y crianza de hijos, contrario a lo que comúnmente se
pensaba, era una actividad económica en sí, puesto que se trataba de proveer de
futuros trabajadores al mercado laboral; de modo que la inversión y esfuerzo
que ello implicaba era entregado al sistema capitalista al cumplir los hijos la
mayoría de edad y convertirse en ciudadanos libres de obligaciones o deuda
hacia los progenitores.
¿Tiene este hecho algo que ver con el
mencionado auge del pensamiento feminista? Mi respuesta es que sí, pero vayamos
como el viejo Jack el destripador, por partes. He planteado los desajustes y
conflictos que van acompañando el cambio de mentalidad con el cambio de las
formas de producción/reproducción de un modo somero, apenas para ilustrar que
estamos en una fase de mutación profunda. Lo que ocurre es que al calor de
estos movimientos de placas tectónicas culturales, emerge con gran fuerza la reivindicación de
media humanidad para adquirir un estatus
superior al que ha tenido en el nuevo orden que se avecina. No se trata pues,
de comprender a estas alturas que además de reproductoras (lo que en sí
constituye una actividad productiva, insisto) las mujeres están ocupando y
ocuparán cada vez más espacios en las zonas de poder económico y político, sino
de comprender en qué medida esto está generando reacciones de mucha
incertidumbre y confusión entre quienes ven trastocado un orden que
consideraban casi natural.
A la tan cacareada división sexual del
trabajo que vinculaba a las mujeres al ámbito doméstico, se le agregó la
necesidad y la obligación de salir a
trabajar también, y ante este hecho no se produjo una contrapartida por parte de los hombres. De hecho, sólo
aquellos que se consideran igualitarios y progresistas asumen que deben
colaborar también en el ámbito doméstico y eso son de momento unos pocos
solamente, y una inversión total de los roles, con el amo de casa recibiendo
amoroso a su trabajadora esposa con un ¿Qué tal en la oficina, mi amor?, nos parecería propio de un programa de
comedia; eso para mí es lo verdaderamente
preocupante.
De ahí que lo que me interesa plantear aquí
es el hecho de que un cambio de la
magnitud que se nos presenta, no puede llevarse a cabo sin la participación de
todos los que estén implicados, y hasta ahora lo que ocurre parece ser cosa de
las mujeres, y los hombres más progres pueden darse golpecitos de pecho y
asumir que hemos vivido en el patriarcado y que ellas tienen razones de peso
para protestar y reivindicarse, así que se les apoya y desea suerte, pero en
ningún caso se plantea la necesidad de redefinir lo masculino, de situar nuevas
coordenadas en los sistemas de relaciones, roles y terminologías. Algunos hombres en su confusión se sienten
amenazados y agredidos, las mujeres nos
hacen la guerra opinan, porque en su lucha sacuden los cimientos de un orden
social que está destinado a modificarse y en vez de asumir que son una parte
implicada se cruzan de brazos mientras observan con recelo las diversas formas
de protesta que van ejerciendo las mujeres en cuanto a que son ciudadanas y
trabajadoras con derechos. Ha habido
incluso políticos en campaña (generalmente vinculados a la derecha más
retrógada) que hacen bandera de una supuesta defensa de los derechos de los
hombres frente a lo que consideran agresiones mediáticas y un ejercicio
imparcial de las leyes contra la violencia de género. Pero ese campo de batalla
trasciende lo semántico y las consecuencias del choque entre dos paradigmas de
género son casi en su mayoría sufridas por
mujeres a manos de hombres que no están dispuestos a reconocer ese
estatuto de autonomía y derechos que se está formulando al día de hoy. De
hecho, el término feminicidio no es en modo alguno la contrapartida de
homicidio, pues se refiere específicamente a la muerte de una mujer a manos de
su esposo o pareja, mientras que el segundo suele ser cosa de hombres, sin
excluir la posibilidad de que alguna vez, una mujer asesine a un hombre. Y de modo análogo, el feminismo no es en
absoluto el reverso del machismo, aunque sí una consecuencia del mismo.
Ya la mismísima Simone de Beuavoir
protestaba (con razón, creo) en el Segundo
Sexo que porqué ellas tenían que ser las diferentes, las raras, las
anómalas, como si lo masculino representara una centralidad de lo humano y lo
femenino fuera una especie de desviación o periferia de ello. Así hoy en día, además
de luchar contra la banalización y vaciado de contenido del término feminismo,
debería plantearse la necesidad de acuñar un término propio entre los hombres (
un masculinismo, digamos) que coincidan en el entendimiento de hasta qué
punto es imprescindible generar una armazón conceptual y una terminología que
nos permita incluirnos en la reivindicación por un sistema de roles y derechos
más justos y adecuados para lo que apenas comienza a vislumbrarse como un orden
social emergente, no sé si mejor o peor, pero sí inevitable. Porque si miramos hacia atrás y coincidimos
con Levy-Strauss y sus churumbeles en la tesis de que los hombres estuvieron
intercambiado hermanas entre ellos a lo largo y ancho del planeta y los
siglos, de que el control de la
sexualidad femenina se ejerció en el plano simbólico y físico y de que todo
ello tenía que ver finalmente con la organización de la propiedad y la
transmisión de bienes por contrato matrimonial o herencia, si miramos todo esto en retrospectiva y vemos
las vertiginosas transformaciones que ocurren en el universo United Colours,
podríamos comprender que en cualquier caso, el movimiento feminista es o puede
ser una parte esencial y determinante en
la continuación del proyecto humanista, de ciudadanía libre y con derechos que
fue alumbrado también en los albores de una época en la que se presagiaban
cambios de gran calado, tras la caída de los reyes por derecho divino, el
ascenso de las repúblicas y las naciones modernas y como telón de fondo, las
formas de producción de la revolución industrial del siglo XIX.
Hoy en día, algo de mayor hondura y
extensión se nos muestra con todas sus contradicciones y paradojas. En esta
ruptura de moldes que va cobrando cada vez más fuerza, es habitual ver
vinculada la lucha feminista con otras luchas por la igualdad de derechos y el
respeto a la decisión de no seguir plenamente el modelo binario heredado de la
antigüedad. Así las reivindicaciones como las del colerctivo LGTB en pro del
derecho a la diversidad, el derecho a la libre circulación de personas a través
de las fronteras, la creciente preocupación por los efectos del cambio
climático, etc, encuentran en el movimiento feminista un aliado natural, pues
ante todo se comparte un anhelo de establecer una serie de valores que
conformen una superestructura ideológica acorde con los cambios que se han
estado produciendo y que se presiente serán mayores en las siguientes décadas.
Frente al vértigo y la incertidumbre tóxica del relativismo que se genera en la
vorágine de la sociedad de la
información y el espectáculo,
hemos de seguir la marcha hacia un destino incierto que en cualquier
caso debe tener como eje y proyecto fundamental, la pervivencia con dignidad y justicia de la
humanidad entera. Si las mujeres con su
reivindicación de equidad y respeto están comenzando a dar pasos en esa
dirección, deberíamos seguirlas, sin perder por ello de vista que como en
cualquier movimiento social en el que participan personas, se dan excesos y
distorsiones, hay aristas, verborrea y desconfianzas, pero en esencia se ciñe a viejos anhelos que
quizá ahora se llamen distinto, y sin
embargo son parte de una búsqueda que viene de lejos en nuestra historia. Y dado que como he planteado en este texto,
es imprescindible en este proceso la implicación activa de los hombres, quizá no estaría de más empezar a implicarnos
más activamente en este proceso para de alguna manera compensar el atraso que
se nos ha acumulado en la zona de confort en la que hemos creído vivir, sin
comprender cómo el machismo también nos ha esclavizado y condicionado en
nuestra búsqueda de realización y plenitud. Cuenta la leyenda que lo del
invento de la agricultura (el mejor de todos los inventos que jamás ha habido)
fue cosa de ellas, así que tal vez no
andaríamos del todo desencaminados al emprender ese sendero.