Para
empezar ahorrémonos los chismosos vocablos supuestamente novedosos del grosero referente inicial “resulta que
esto o lo otro”, y comencemos este aparatoso cuento navideño (como lo son todos
los demás) a la manera de alguien ahondando hacia lo profundo de una alberca
diáfana, como en el acto de quien busca rescatar una joya o un collar valioso
extraviado hace pocos segundos por su
pareja; sólo que en este caso la joya se trata de mi memoria particular y rescatémosla para
que luzca refulgente y, a través de
ella, vislumbremos todo el cuadro de la cena de
Nochebuena del año 2010 de mi familia. Ahí son cerca de las diez y media
de la noche y es el momento de dar los regalos a los niños. El abuelo materno,
noventa y tres años cumplidos, habla y se involucra ya demasiado poco, persigue
la conversación con los ojos medio cerrados y se enfurece demasiado azotando el
bastón en la mesa del radio, su único contacto con el mundo porque además está
casi ciego. Mi madre y mis tías ocupan desde hace cerca de nueve años el lugar
de capitanas de abordo cuando la familia entera se reúne y esto, sobre todo,
porque las cuatro tienen muy buen sazón. La sirvienta sólo se dedica a cuidar
al abuelo y en sus ratos libres, a chismear con el novio y las vecinas. Mi tío
político, de origen escocés, acaba de volver de Inglaterra con mis primas. Ha
traído buenos regalos para todos desde Heatrow. Para mi abuelo, un par de
botellas de genuino whisky escocés. Se me hace agua la boca de solo mirarlas.
Una de mis tías se las lleva al sillón donde mi abuelo está empotrado y al
abuelo le sale con una voz desmadejada y cavernosa el agradecimiento:
—Aah,
gracias Jimmy, whisky Glenfiddich, es muy bueno…mmm…
Y
vuelve a cerrarse en sí mismo y a cavilar meditaciones sobre mi abuela. Ella
murió en 2005. Y como cada año desde entonces, todos resentimos su ausencia en
éstas fechas. ¿Pero y quién entonces es el hombre fuerte de la casa? Ahora sí
puedo decirte que “resulta” que ése papel lo ocupo yo como el primogénito de la
familia y, entonces, para alejar el espectro de la ausencia triste de la abuela
muerta, me apuro haciendo chistes a las primitas pequeñas y los otros
chamacos sobre sus regalos y recuerdo
que una de mis tías me ha comentado hace un par de noches que compramos los
preparativos para ahora mismo, que entre los antepasados de la familia se
encontraba alguien que logró… pero ya leíste el título del relato. Entonces
ahondemos más atrás, vayamos más allá de la memoria personal para llegar a la
verdadera joya, e imaginemos otro aspecto para todo el inmenso territorio del
Valle de México; no veremos edificios modernos ni multitudes ni nada que nos
parezca un referente a la megalópolis monstruosa de la actual Ciudad de México.
El referente exacto comienza en
Francia, en París, en la Revolución Francesa y con la Toma de la Bastilla;
quizá en esos albores de la modernidad (esa sí, que a no dudarlo, comenzó con
ese magno hecho histórico) podamos ver las calles de París dejando atrás la
vieja arquitectura gótica y dando paso a las novedosas construcciones de
vidrio. Como se sabe, Charles Baudelaire, uno de los tres o cuatro grandes poetas franceses del momento (y no
hay que decir que tuvo y tiene todavía una influencia enorme en la literatura
universal), paseaba por ahí con alguna de sus amantes planeando su obra cumbre:
Las Flores del Mal. El poeta nació en
1821, pero la toma de la Bastilla fue antes. Mis antepasados por la parte
materna se remontan al año 1790, cuando nació Laurent Duprée y formó luego su
familia con La Bella Anita. La Señora Duprée estaba embarazada cuando fue
separada de su marido, así que dadas las condiciones en Francia en aquella
época, sabemos que Laurent Duprée nació en alguna cárcel hedionda como cañería.
Es entonces cuando se anima la
Nochebuena de la familia, porque mi tía, copa de vino en la mano e hijo pequeño
restregándosele en los pantalones, nos tiene la semblanza nada menos que de ¡la
genealogía de la familia! “¡Hey, presten atención a su tía!”, le grito a tanto
mocoso y mocosa corriendo entre moños deshechos, regalos y un árbol de Navidad verde con esferas rojas
y azules que, ciertamente, no fue comprado en las faldas del Popocatépetl, como
se acostumbraba cuando yo era niño y, supongo, los mayores defendían este
abolengo que, intuyo, ya no es algo que propiamente me pertenece de facto: en
mi niñez yo jugaba otro rol o era otra etapa
en esta familia, y para no desperdiciar ni un solo adjetivo sobre el
niño que fui (no acostumbro hablar para nada de mi infancia, ni en lo personal
ni en lo escrito), prefiero asistir completamente oídos abiertos a esta cena y
llevarme la joya del relato. (Ojo eh: todo esto es solamente evitar el papelón
de ser el hombre fuerte de la casa y estar, simultáneamente, en el desempleo
desde hace un par de meses. Espero que Laurent Duprée me lo perdone hasta allá
donde se encuentre.)
Dice
mi tía: “De la cárcel llegaron a escapar debido a la amistad que la doncella
desarrolló con el carcelero… Su padre y hermanos mayores huyeron en tanto a un
convento, en donde permanecieron por varios años. Sus hermanos fueron pintores,
aparentemente de la escuela de Delacroix. Una vez ya fuera de la cárcel, la
Sra. Duprée e hijo se marcharon al pueblo y casa de la doncella, pueblo
posiblemente localizado en un valle de los Alpes franceses.”
“Laurent
creció como hombre del pueblo, estudió medicina, fue un hombre de ideas
liberales que casó con una mujer del pueblo (plebeya) que era conocida como La
Bella Anita. Fue menospreciado por sus hermanos por la vida sencilla que
llevaba, particularmente por la elección de su esposa ya que sus hermanos
siempre fueron conservadores y se sentían nobles y aristócratas. Como tantos
otros en busca de nuevas oportunidades, Laurent y su esposa viajaron al nuevo
mundo y llegaron a México, posiblemente hacia 1810 o más probablemente hasta
alrededor de 1821 o poco después. (Ojo eh: ¡Pisaron tierra mexicana mientras
Charles Baudelaire nacía y terminaba la Guerra de Independencia de México!). En
este país ejerció su profesión, particularmente trabajó en la lucha contra el
cólera, enfermedad que hacía estragos en el puerto de Veracruz durante los años
veinte del siglo XIX. En México nació su descendencia que consistió sólo de
mujeres; una de ellas llamada Celestine, se casó con un ingeniero de minas
inglés recién acabado de arribar. Laurent, quién a la posteridad fue referido
en la familia como Bon Papá, murió en
Veracruz combatiendo el cólera.”
—Pero
la historia no termina ahí ¿verdad? —digo mientras sostengo en mis piernas a su
hija y termino de leerle un fragmento de un cuento de los Hermanos Grimm, de un
grueso volumen de edición inglesa, que le tocó de regalo.
—No,
claro —dice mi tía—, continúa nuestra descendencia con Marie Celestine
Charlotte Duprée, que se casó con Henry Glennie.
“Los
Glennie eran escoceses, dos de ellos vinieron a México: Henry Frederick y
William, en tanto que otros se cuenta que fueron a África, a Camerún; todos
eran ingenieros de minas. En su viaje a México su barco naufragó, así que los
sobrevivientes subieron a las lanchas de salvamento. La lancha donde iban los
Glennie tenía un agujero que al parecer estaba taponado, pero el tapón se
perdió y entonces empezó a entrar el agua. El abuelo Glennie usó su sombrero y
puso encima su rodilla y de esta forma lograron salvarse. Debido a este heroico
incidente quedó mal de su pierna.”
“En
México hicieron una excursión al Popocatépetl en 1827, la primera excursión
reconocida donde colectaron muestras
de roca y tomaron mediciones barométricas para calcular su altura,
(aproximadamente 5,450 metros sobre el nivel del mar) mismas que ni siquiera
Humboldt había realizado, así como también se dedicaron a hacer otras
observaciones de exploraciones a otras partes del territorio nacional.
“Uno de los Glennie llamado Henry fue el que
se casó con Celestine, la hija de Laurent Duprée y tuvieron tres hijas: Ana
Carlota, Laura y Constanza. William debió haber tenido al menos un hijo de
nombre Frederick que continuó con la tradición minera.”
“De
Celestine Duprée, inglesa (escocesa por matrimonio), se cuenta una anécdota
igualmente heroica. Cuando se alzó Leonardo Márquez, el Tigre de Tacubaya
(1859), sus hombres quisieron asaltar la casa donde vivía la familia de Henry
Glennie, estando éste presuntamente ausente (¿quizás trabajando en alguna
mina?) y su mujer acabada de parir y con hijas jóvenes adolescentes (Ana
Carlota de 17 años y Laura algo menor), Celestine Duprée escondió a sus hijas y
en el momento de querer entrar los asaltantes, con una bandera inglesa en la
mano se les enfrentó gritando: “¡Éste es territorio Inglés, si entran se
atienen a las consecuencias!”, y era cierto, para ese tiempo su marido ya era
cónsul. Los asaltantes titubearon pero finalmente se retiraron.
“Parece
ser que después de este episodio ella murió alrededor de 1860 y después de ella
su pequeña hija recién nacida llamada Constanza. Ana Carlota (nuestra lejana
parienta) casó con un alemán: Diedrich Graue, con quien tuvo 10 varones y 2
mujeres, de ahí proviene nuestra parentela con los Graue, como el destacado
Doctor Enrique Graue, director de la Facultad de Medicina de la UNAM.”
“Diedrich
Graue llegó a México como cónsul de
Bélgica, hecho un tanto extraño ya que era alemán, procedente de Hamburgo. Él
era comerciante y recordaba nuestra abuela (que fue su nieta) que era muy
exigente en la atención que se le brindaba, particularmente en lo concerniente
a los alimentos. Comía y cenaba de lo más formal y nunca permitía que se le
repitieran las mismas viandas de una comida a
otra, sino que cada vez se le tenían que ofrecer platillos diferentes y
variados. Con frecuencia había en casa vinos y productos de procedencia
alemana. Era adinerado y seguramente gordo.”
“Ana
Carlota —la adolescente que defendiera Celestine— era una mujer culta y
desenvuelta para su época, nació el 6 de agosto de 1843, hablaba varios idiomas
y viajó bastante, tal vez debido a quedar huérfana de madre en edad temprana.
Su padre Glennie la envió a Inglaterra para que se educara y asistió a la
Abadía de Westminster. De joven concurrió a los bailes de Maximiliano (llevados
a cabo durante 1863 y 1867, tiempo que duró el imperio de Maximiliano) y muy
probablemente ahí fue donde conoció a Diedrich Graue, cuando éste llegó como
cónsul belga. Ana Carlota tuvo 10 hijos y 2 hijas. Una de las hijas fue Carlota
Elizabeth, madre de mi abuela, la otra era una mujer con discapacidad
intelectual, algo “retrasadita”, decía mi abuelita, llamada Tía Nenita. Entre
las manías de esta tía, prueba de su “retraso mental” (¿autista quizás?),
estaba que le gustaba guardar y atesorar retazos e hilos.” En este punto de la
historia todos los varones presentes nos reímos incluido el abuelo y las niñas
de la familia presumen sus talentos escolares: “Yo tengo 10 de promedio, ¿eh
Mateo?” “Y yo soy la mejor de mi clase de gimnasia, eh?” Pero les digo que
mejor escuchen porque esto es importante.
Para
ese momento ya he logrado probar el Glenfiddich que Jimmy le ha regalado a mi
abuelo, por lo cual a mi árbol genealógico ya puedo olerle la resina como a la
de un pino de los Alpes Franceses y sólo pienso: “Qué cosa más curiosa, hasta hace sólo seis años un descendiente de
Bon Papá vestía con playeras de The Cure, U2 y Placebo.” Pero mi tía continúa
con la historia: “La hija mayor de Ana Carlota fue Carlota Elizabeth, que nació
en 1869, la cual casó con Julius Bacmeister-Poggenphol (1855 –1932), un hombre
de carácter afable y de origen alemán, que llegó a México como contador de la
casa Böker. Pertenecía a una familia numerosa, su madre -Luisa Poggenpohl-
había tenido 7 hijos y según las leyes del Kaiser el séptimo podía merecer toda
su educación a cargo del estado. No obstante su orgulloso padre -Lucas
Bacmeister- no aceptó este beneficio. Cinco de sus hermanos fueron militares a
excepción de él y su hermano Ludwig, que fue arquitecto o ingeniero, y con
quien vino a asentarse a México.”
“Perteneció
a una familia con un gran orgullo de sus orígenes, su árbol genealógico,
reconstruido por los Bacmeister que permanecieron en Alemania, se remonta ¡a
1284!, siendo muchos de sus remotos integrantes abogados y reverendos
protestantes. Fuera de Alemania, los Bacmeister se encuentran en Inglaterra y
Estados Unidos, además de México. Julius Bacmeister tenía un defecto físico que
le impidió seguir el camino de sus hermanos militares si hubiera querido (dicen
que si quería) y esa limitante para ingresar al Ejército era que estaba
ligeramente cojo. Esa cojera la adquirió debido a que en su juventud al patinar
en un lago helado se le hundió el pie y quedó por mucho tiempo en el agua
helada, hecho que produjo su cojera.”
“Carlota
Elizabeth, decía mi abuela, era una mujer muy encerrada en su casa. Como fue
prácticamente la única hija mujer ayudó mucho a su madre cuidando a sus
hermanos, sobre todo porque su madre tenía muchos compromisos sociales y pese a
que seguramente tenían servidumbre suficiente para apoyar en estas actividades.
Creció en un ambiente de riqueza, con la presencia de una figura paternal
autoritaria y tradicional, tomando responsabilidades que no le correspondían,
pero siendo tal vez un tanto inútil en varios aspectos en los que su madre y
padre se desenvolvían con soltura. A Carlota Elizabeth la llamaban Lilly. Tuvo
ocho hijos. Las cuatro mujeres fueron Luisa, Ema, Elsa y Margarita (nuestra
abuela: 14 enero 1897 - 18 mayo 1980), es decir, la tatarabuela mía: de Mateo
Gargallo Castellanos el que cuenta este relato ¡¡para la pedantería remota!!).
Ema murió a los 13 años de una lesión cardiaca, la cual adquirió siendo pequeña
como consecuencia de haberse caído a un pozo, de donde afortunadamente pudo ser
rescatada. Tenía un cabello largo muy hermoso que cortaron antes de enterrarla
y dice mi abuela que en ocasión de exhumarla para el entierro de un familiar,
el cabello le había vuelto a crecer, aunque ya no de su rubio color original,
sino de un tono grisáceo-opaco.”
“Los
cuatro hijos hombres fueron Lucas Heinrich, Julius Carlos, Wilhelm Walter
Diedrich y Friedrich Georg. Este
último murió de 2 años debido al parecer a haberse tragado un objeto que le
impidió respirar bien, le hicieron traqueotomía pero no funcionó. Julius se
dedicó a la música y trabajó en la estación de radio XLA;
él se consideraba el más brillante intelectualmente hablando de la familia.”
“Tenemos foto de Lilly de viejita (foto 4
generaciones: la tatarabuela, la bisabuela, mi abuela y mi mamá), tenía un
aspecto totalmente Graue y con eso quiero decir que no era muy agraciada.” En
ese momento todos vemos la foto escaneada que luce inolvidable, como nuestro
tesoro de navidad.
A
estas alturas la narración ya toca tiempos más cercanos, referentes a la unión
de la abuela Margarita Bacmeister Graue, con el abuelo Manuel Ignacio Miranda
Díaz.
“El padre del abuelo Miranda, era abogado. No
se sabe mucho de él o su familia, salvo su memorable muerte: en una ocasión, la
última, al estarse rasurando en su casa de Tacubaya sucedió que una góndola se
soltó y fue a incrustarse dentro de su casa, matándolo por unos vidrios del
espejo en el que se veía al rasurarse, los cuáles se le incrustaron en el
vientre.”
“El abuelo Miranda le llevaba catorce años a nuestra abuela, se conocieron en el
trabajo que la abuela tenía de traductora en una revista geográfica similar al
National Geographic que se llamaba El Mundo Ilustrado. Cuando se conocieron la
abuela tendría entre 22 y 23 años (se
consideraba algo mayor a una mujer que a esa edad no se hubiera ya casado) y
había perdido los valores más preciados para esas épocas: virginidad y
juventud”.
“De
cómo perdió su virginidad la abuela y sucedieron los hechos que la marcarían de
por vida, es todo un enigma, aunque es algo que al parecer sucedió en sus 17
años. Una primera historia que me fue contada es que había sido por un joven
cadete militar y que por andar con él, sin la tutela debida, quedó embarazada
de un niño que al nacer le fue arrebatado y asignado a una empleada doméstica
como si fuese suyo. La familia obligaba a la abuela recién parida a asistir a
los bailes y compromisos sociales, cuando el bebé requería de su presencia
simplemente para alimentarlo, de hecho iba “chorreando en leche”. El bebé murió
y el cadete nunca regresó. Después resultó que esa historia no era válida y que
la abuela fue violada, pero ¿por quién? ¿Por un familiar, como con más frecuencia
sucede?, ¿quién sería? ¿un hermano? No creo, ¿primo, tío? A eso me inclino más,
o tal vez fuera una amistad cercana consuetudinaria, el caso es que quedó
embarazada y efectivamente el nene se perdió.”
“Sea
como haya sido, en ese estado en el que quedó, habiendo perdido virginidad, con
un embarazo ya en la historia de su cuerpo y siendo ya no una jovencita es que
conoció al abuelo y la historia parcialmente se repitió, volvió a embarazarse,
ahora de quien sería nuestra mamá, a sus 24 años. En algún momento pudo escapar
con su bebita de su casa, donde la tenían poco menos que secuestrada o en
estado de sitio por reincidente, e inició su vida con el abuelo a un lado, pero
ausente. El nacimiento de otra hija, Elena, marca el establecimiento de este
nuevo régimen de unión de larga duración, aunque sin casamiento, como lo
atestiguan los subsecuentes alumbramientos de Nacho, Beatriz, Manuel, seguidos
por los de Gabriela y Carolina, esta última a quien tuvo a sus 47 años.
Del
tiempo en que estuvo con su hija recién nacida en la casa paterna se tienen las
anécdotas de que las hermanas no querían usar el mismo bacinal que ella porque
quién sabe qué hubiese contraído de “el indio”, como le decían al abuelo, y
como ésta seguramente otras humillaciones. En este tiempo tuvo una nutrida
correspondencia con el abuelo, misma que rompió posteriormente cuando su estado
de senectud avanzaba, incluso yo llegué a ver y medio leer algunas de ellas y
cómo me arrepiento de no haber guardado algunas, ya que lo pude haber hecho.”
“Enfrentó
las diversas adversidades que tuvo sin queja y buen ánimo, no tenía otra forma.
Rompió con la familia: nada de contactos sociales con la sociedad germana o
extranjera, renunció al propio idioma y a la religión presbiterana, pero no a
partes de su educación germana, a la tradición doméstica y al orgullo
aristocrático. Mantuvo casi sola a su familia, pues el abuelo prácticamente no
contribuía más que con la transmisión de sus cromosomas. La manutención de su
familia se hizo progresivamente más difícil conforme la prole crecía en tamaño
y en número, con lo que se reducían las posibilidades de desarrollo de los
mayores. Los trabajos que conseguía no eran muy bien remunerados, en parte por
su falta de preparación y en parte por su estigma. Aunque tenía su carrera de
educadora era en realidad imposible vivir de ella. Una persona que le ayudó a
conseguir estos empleos fue Ludwig el marido de Luisa, su hermana. No obstante
sus hermanas siempre fueron despreciativas hacia ella brindándole supuestamente
ayuda con donaciones de objetos inservibles por desgastados y caducos y
“cantando” siempre los apoyos que le hacían. Entre sus hermanos el que le
brindó más comprensión y compañía fue Willy.”
“Al
final del camino logró lo que quería: tener y llevar a buen término a sus
hijos, que tuvieran una educación elemental y “casarlos bien”, sobre todo las
mujeres, el que por poco se le escapa fue Manuel. Como es de esperar en
familias con padre de personalidad dominante pero ausente, los varones fueron
de más difícil crianza.”
“Y
aquí estamos nosotros —dice mi tía— en Navidad del 2010, los hijos y nietos de
sus hijos rememorando un poco de dónde venimos, admirando a nuestros
maravillosos antepasados, cada uno con una historia a cual más interesante y
admirándonos también de cómo pese a tener los mismos padres (o madre en
específico en su caso), pueden los hijos salir con tan diversas inclinaciones,
gustos y preferencias”.
Esta
conversación duró hasta las dos de la madrugada. Por supuesto mis otras tías y
mi madre también comentaban todo lo genealógico, Jimmy y yo bebíamos Glenfiddich; los chamacos, después del relajo que
causaban, fueron llevados a acostar y se
volvió a comentar en la mesa temas de actualidad como la política, los libros
o la ciencia. Corrieron los vinos y las
botanas de jamón serrano con queso chihuahua, el lomo y la ensalada con crema
de nuez; el otro whisky Glenffidich que
sabía maravilloso y qué decir que también por parte de mi abuelo materno sé de
grandes historias, una en
particular, en que en su juventud él y su pandilla de la preparatoria de San
Ildefonso conocieron a Diego Rivera en
oscuras circunstancias de grillas políticas y una anécdota comunista entre
todos ellos la conjugué con los jóvenes
personajes de los años noventa de una novela que ganaría el Premio Nacional
“Salvador Gallardo Dávalos” de Narrativa Joven
y en verdad, la nochebuena iba
estupendamente hasta que mi abuelo preguntó desde el sillón:
—Oye
Mateo y a ver ¿cómo va el
trabajo, a ver?
Y
Yo le contesté: —mira, la verdad soy podador de árboles genealógicos.
—¿Podador
de árboles genealógicos? ¿Y Cómo es eso?
Y
dije: —Si sigues chingando vas a ver mi oficio: voy a meter todas esas
medicinas que te mantienen con vida al horno de micro hondas y después las voy
a rociar con el whisky que te trajo Jimmy y ya verás como sí soy podador de
árboles genealógicos.
Entonces
la Navidad del 2010 estalló… creo que hasta el niño dios del nacimiento se puso
de espaldas y prefirió pasar sin ver… todo mundo a la mañana siguiente festejó
sus regalos y yo, por querer pasar por el hombre fuerte de la casa ni me dieron
nada por no respetar tan sagrada dinastía… así que salí temprano a buscar a mis
amigos para tomar unos vinos y hablar de esa locura favorable para los versos
que tenía el fulano de tal llamado Charles Baudelaire… total –me dije– ese güey sólo
escribía versitos y nunca escaló un volcán para medirlo, pero al pensarlo,
rectifiqué: “¿Entonces, si no es por él, por quién chingados voy a brindar con
mis amigos?”
Al respecto de sus actividades, como bien señalan algunas fuentes,
hubo varios ejemplos de mineros británicos asociados con empresarios mexicanos
que tuvieron injerencia en la minería. Tal es el caso de William y Frederick
Glennie, quienes llegaron a México contratados por la United Mexican para
trabajar en Guanajuato; su integración fue casi inmediata conforme ampliaron
sus intereses mineros y los relativos a las actividades científicas y
recreativas de reconocimiento del territorio al escalar el Popocatépetl en
1827. Aún cuando la compañía fue perdiendo vigor, se establecieron en México
vinculados activamente a la minería. Sus ligas con Inglaterra fueron de
utilidad a ambas partes, ya que su conocimiento del país y los mexicanos era
una ventaja para el gobierno británico, que nombró a Frederick como Cónsul
General en 1853.
Esto
aparece en el libro de Ward (pág. 9), donde los señalan como hombres de ciencia: “Aludo en particular a... y al Sr.
Glennie, uno de los comisionados de la United Mexican Asociation, quien ha
trabajado infatigablemente en sus investigaciones…. El señor Glennie posee una
serie de observaciones, hechas por él mismo, que comprenden desde Oaxaca hasta
Chihuahua y Guaymas”.
[3] The Annual Register, Londres, Wood fall
& Kinder, 1854, p. 292.