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domingo, 17 de julio de 2011

LOS PALACIOS DE LA ILUSIÓN

No soy tan viejo como parece, pero aunque lo fuera; en todo caso sería una senil presencia colmada de recuerdos, algunos gratos y otros no tanto. Las cosas son así y me gusta porque puedo distinguir mejor lo que me parece lamentable de lo que no, pero a decir verdad, por causa de los recuerdos a veces me nace la nostalgia, sobre todo en esos días de domingo cuando por aquello de la convivencia familiar planeamos a donde ir, entonces resulta que si la opción es ir al cine, me acuerdo cuando solía ir cada mañana, siendo un niño, a las funciones de matinée. Entonces aquel mundo poblado de imágenes transformaba mi cotidianidad y mis sueños, eran, por decirlo de alguna manera, los palacios mágicos donde revivía la ilusión; conocí películas e historias y, por supuesto, otros cines, cuya existencia como todo cuanto hay en la vida, al fin fue pasajera. Así que de aquellos palacios, aquellas salas monumentales ya sólo quedan, si no ruinas, al menos los recuerdos.


No pretendo hacer una historia del cine, que muy buenas las ha de haber; por además, comenzar a contar desde aquella primera función cinematográfica en 1886, en el entresuelo de la droguería Plateros, hoy calle de Madero e Isabel la Católica (que equivocadamente llamamos Isabela Católica, donde hoy precisamente esta el Museo del Estanquillo y una tienda de discos), pues de eso ha pasado ya más de un siglo y ya ni quién se acuerde, salvo los expertos en cine, historia o algún cronista de la ciudad.

En todo caso es una crónica peculiar para rememorar una ciudad que antes vi, y que hoy, a fuerza de haber transformado este mismo espacio que un día fue un lago, y en otro una ciudad nunca antes vista, ni soñada por conquistador alguno; esta misma ciudad de Palacios y barrios pobres de indígenas y pueblos y más pueblos que se fueron sumando, así como las colonias populares, hasta convertirla en la gran Ciudad de México; esta ciudad que es, que fue y que ya no será, es aquélla que de una forma conocí: a través de recorrer los cines de la capital.

No recuerdo, pese a lo que dije inicialmente, cuál fue la primera sala de cine que conocí, con todo seguridad era muy pequeño para saber de cuál se trataba, pero en todo caso hubo un cine que acercó al universo fílmico y que ahora me acerca a mi niñez, me refiero al cine Continental, con toda su parafernalia y su fachada emulando el fantástico castillo de Disneylandia, entonces sí había matinés y aún puedo citar algunas películas que ahí vi: Bambi, Dumbo, La cenicienta y hasta La Novicia rebelde, la algarabía de ir al cine en familia me atrae la vendimia de dulces, entonces pasaban a la sala aquellos vendedores de bata blanca con su charola repleta de golosinas y, por supuesto, de palomitas, entonces sí, ya con abastecimiento: a disfrutar la función:

Sin duda los cines fueron también un espejo arquitectónico que reflejaba la mentalidad o las aspiraciones de los citadinos, por ello, es necesario reconocer que una vez que el cine comenzó a florecer, se cuidó en concebir los espacios no sólo amplios, sino atractivos para los asistentes; así que se construyeron inmensas salas y llenas de fastos y ornamentos, pues en ello radicaba el prestigio y su consideración. Hubo cines de primera categoría, de segunda y populares.

Si al inicio del cine por allá de finales del siglo XIX no había industria fílmica, toda vez que los equipos eran extranjeros y cuando se aventuraron los empresarios mexicanos tuvieron que traer los aparatos de importación, además también tenían que comprar las “vistas” del nuevo invento que comenzó a capturar la atención de todos, con sus excepciones, por supuesto. Poco a poco el cine fue sentando terreno, no sólo en la ciudad capital, sino también en los estados; al principio eran el cine ambulante o locales que se rentaban, pero en algún momento se construyó un recinto específico para las funciones del cinematógrafo, incluso algunos teatros de época se adaptaron para este fin.

Años después, por mi parte, comencé a conocer otras salas y en derredor de estás algunos fragmentos de la ciudad, que como dije, se fue transformando, así por ejemplo, cerca de mi escuela estaba el cine Ajusco, (o fajusco) al que alguna vez tuve oportunidad de ir, pero que después fue quedando en el abandono, por allá de mediados de los sesenta, poco antes de que se inaugurara el sistema de transporte colectivo o metro, como es que lo conocemos ya, y derruido poco antes de aquel terrible accidente que tuvo el metro sobre calzada de Tlalpan, en 1975. Toda la ciudad se conmocionó por ese choque de trenes.

Otra sala que bien recuerdo y que aún persiste, es el Palacio Chino, aunque lamentablemente fue transformado en una serie de salas a costa de dañar su fastuosa decoración interior, por decisión de ese empresario de cines que fue Carlos Amador; el Palacio Chino fue vistoso y ornamental, está sobre Humbolt, muy cerca de Bucareli. Cuando se inauguró hasta los embajadores de China acudieron y es que no era para menos, pues disfrutar de su decorado interior que simulaba un pueblo típico de china, con sus pagodas y esas enormes figuras de esos personajes obesos que eran los budas; era toda una aventura matizada de magia y exotismo. Incluso la taquilla de aquel cine era una pagoda, pero bueno, también se perdió, así es esto. El proceso de transformación de las antiguas y monumentales salas de cine se debió a dos causas en particular, Después de la llegada de la televisión, fue la aparición del video ( y luego la venta “pirata” de las películas de estreno) que alejó a mucha gente de las salas de proyección; luego por el costo de mantenimiento, era más rentable modificar los enormes espacios que fueron quedando subutilizados y crear más salas, aunque si bien pequeñas e incómodas, mantenían y mantienen una asistencia regular que permitió la supervivencia de las salas de exhibición.

Este proceso empezó por allá de los años setenta y ya no se detuvo. Luego además aparecieron los centros comerciales y sí, se pensó con afán lucrativo de dotarlos de cines. Pero me estoy adelantando, regresemos al centro de la ciudad, porque fue en esa zona que conocí otros inmensos cines, que valdría la pena recordar. Muy cerca del Palacio Chino estaban los cines: Metropólitan, hoy convertido en un teatro y que afortunadamente conserva su fachada art decó (salvo por el cambio de su marquesina, ni modo); está sobre la calle de Independencia, casi enfrente de donde estaba el antiguo edificio de Marina, que también ya desapareció para dar paso al Museo de arte Popular. El Metropólitan se inauguró en los años cuarenta con la película los miserables; muy cerca de ahí estaba el Real Cinema, me gustaba su marquesina cargada de focos iridiscentes y porque estaba muy cerca de la Alameda. Enfrente de este cine había otros edificios, entre éstos el que ocupaba el hotel y el cine Regis, con sus palcos y gruesas cortinas como de teatro, ambos desaparecieron con el sismo del 85, dando paso a la actual Plaza de la Solidaridad. Se cuenta que en el restaurante de ese hotel, despachaba Emilio Fernández y desde ahí planeo, junto con Mauricio Magdaleno, el escritor y guionista, aquellas películas de tipo nacionalistas que tanto encandilaron a los citadinos y donde Gabriel Fernández hizo del cine en Blanco y Negro, todo un arte, recordemos otro ejemplo, ese film extraordinario que fue Los Olvidados, de Luis Buñuel.

Sin duda los años cuarenta fueron la meca del cine en México, mientras en gran parte del mundo se padecía la conflagración de la segunda guerra mundial, aquí se vivía un resurgimiento nacionalista por la recién sucedida expropiación petrolera, aunque también esto ocasionó que se contrajeran la inversión extranjera, por aquello del “tufo socialista” que asustaba a los gobiernos pro-capitalistas. En todo el país apenas éramos 19 millones y medio de habitantes.

En las carteleras destacaban los nombres de los artistas mexicanos: María Félix, Jorge Negrete, Cantinflas, Emilio Fernández, Pedro Armendáriz, Los hermanos Soler, Mantequilla, Joaquín Pardavé, el argentino Arturo de Córdova, José Medel y Dolores del Río, entre otros; Pedro Infante y Germán Valdez Tin tan, aún no eran los ídolos que llegarían a ser y como todavía no aparecía la televisión en nuestro país, la gente se volcaba al cine a ver a las películas mexicanas, ahí se recreaba la vida mítica en el campo mexicano, con películas como El peñón de las Ánimas o María Candelaria, por supuesto, también llegaban películas extranjeras, sobre todo las hollywodenses, italianas y de cine francés, sin embargo la guerra alejó un tanto la producción extranjera, así que el cine mexicano dominaba, incluso hacia los países latino y sudamericanos. Ir al cine era lo del momento. Muchas señoras encopetadas querían emular a sus artistas favoritos, como la imagen mexicana de Dolores del Río o de las norteamericanas Greta Garbo y Rita Hayworth, si bien no había tantas revistas como las que hoy en día abundan (entonces se leía Vea, Vodevil y Revista de revistas), la gente estaba enterada de vida y milagros de la farándula. Tampoco se había dado plenamente el fenómeno de agringamiento que ocurriría años después; México aún era una ciudad provinciana. Muchos usaban sombrero, de palma o fieltro, incluso andaba la gente armada, con revólveres de todo tipo, de ahí que constantemente había campañas de despistolización. Aún quedaban los resabios del México bronco.

En Reforma comenzaron a abrirse otras salas como el colosal cine Chapultepec, donde precisamente hoy está la Torre Reforma, también abrió sus puertas en 1950 el Roble, un auténtico palacio donde se llevaron a cabo las primeras muestras internacionales de cine, allí iban personajes de todo tipo, con smoking y toda la cosa, pues habría que ver el inmenso salón de tres niveles, con salas para fumadores y el interior adornado con esculturas y cristales biselados. En 1960 el Latino abrió sus puertas, este cine se caracterizaba porque en el lobby había un enorme mural alusivo a la cultura latinoamericana que pintó Octavio Ríos; dos años más tarde, el cine Diana, que a la fecha sigue por ahí, cerca del “Ángel de la Independencia”, aunque ya modificado. Otros fueron el cine Paseo en 1958 y el París, en 1964.

Regresando hacia a la Alameda, ahí se inauguró a finales de los cuarenta el cine Prado, que pertenecía o estaba en el mismo inmueble que ocupó el lujoso hotel Prado y enfrente de éste el Regis, ambos sufrieron las consecuencias del sismo del 85, y se cayeron. Otro que estaba ya por ahí casi frente a Bellas Artes era el mismo Alameda, al interior se podía disfrutar de un decorado en que simulaba un cielo azul con estrellas, además de un pueblo mexicano, que era la plaza de Taxco, estaba revestido con azulejos, maderas labradas y una vistosa herrería. Ahí pude ver la película enamorada con María Félix y Pedro Armendáriz, que dirigió el Indio Fernández, con mucho éxito. Además de estos cines estaba el Variedades que ocupaba un viejo edificio de la época porfiriana en desuso y luego remodelado (por cierto, antes se llamó Magerit, en los cuarentas)

Pasear por la Alameda realmente se disfrutaba, no había grandes edificios como hoy en día, ni tanta contaminación, ni anuncios, se podía caminar con mayor soltura y ver los nuevos automóviles buick, fiat, ford, lincoln, chevrolet o mércury, además de los tranvías que circulaban por Bucareli, artículo 123 o san Juan de Letrán, y quizá era en esta la vieja avenida de San Juan donde se podía pasear de una manera diferente, pues se podían mirar los escaparates curiosamente adornados y con los últimos artículos de novedad, tomarse una foto del recuerdo con los fotógrafos ambulantes o ir por churros al “moro”.

En esta avenida también hubo importantes cines. Si nos situamos donde esta la fuente de Salto del agua, hacia el norte veríamos (y aún existe su fachada estilo arte decó, pero pronto habrá de desaparecer o modificarse) el imponente cine Teresa, que de mejores épocas pasó a ser sala de para cine porno, aunque fue un cine con cierto lujo y con tres mil quinientas butacas. Al interior de este cine había unos relieves que eran por detrás iluminados y se veían las nueve musas y las tres gracias. Este cine es uno de los que tienen una amplia marquesina en su frente. Muy cerca de ahí y enfrente, estaba el cine Princesa, a ese no tuve la oportunidad de entrar. Más al norte estaba el cine Mariscala y más arriba, en lo que era Santa maría la redonda, estaba el cine Isabel y el Apolo; este cine se quemó por allá de 1968, año crucial para la capital del país, por aquello de el genocidio cometido meses después en el 2 de octubre, muy cerca de donde estaba este cine, en Tlatelolco (por cierto, el cine Tlatelolco, actualmente está cerrado y queda afuera del metro del mismo nombre, ahí asistían principalmente los vecinos de la Unidad Habitacional). También, una calle antes, en Mosqueta estaba el viejo cine Odeón. Hacia el sur estaban otros dos colosos además del Cinelandia, eran el Titán (este cine era de los más antiguos, pues abrió sus puertas en los años veinte, aunque tuvo modificaciones, fue el cine preferido de los vecinos de la colonia Doctores; y el cine Maya.

En la calle de 16 de septiembre estaba el Olimpia, en Venustiano Carranza el Savoy, este cine se distingue porque al igual que el Cinema Río, en la calle de Cuba y el Venus, en República de chile, por ser los lugares preferentes de adolescentes ansiosos y por depredadores sexuales, pues son los cines del ligue calenturiento, ahí se exhibe cine porno y en la oscuridad de sus salas pues más de uno ha perdido sin saber con quién. Hablando de cines para el encuentro furtivo, sin duda el Cine las Américas, en Insurgentes era uno de ellos, al igual que el cine Gloria, en la colonia Roma. De ambiente, decían.

La ciudad se siguió transformado, los tranvías fueron desapareciendo y los taxis, aquéllos llamados cocodrilos, por su peculiar diseño con triángulos invertidos y pintadas de blanco en sus laterales, a modo de una fila de colmillos. También había unos fordcitos que hacían el recorrido, llevando a todos los que cupieran por un solo peso, de ahí que vino lo de “peseros”, aunque ahora no cobran nada de eso y son los cafres vituperados de la ciudad. A principios de 1956 se inauguró la espectacular Torre Latinoamericana, que vino a darle un aire cosmopolita a la ciudad. El teléfono ya tenía años de estar funcionando, pero no lo había en todas las casas, como tampoco había televisiones, que a partir de los años cincuenta comenzó a cautivar la atención de la gente este nuevo y revolucionario invento. Sobre San Juan de Letrán había tiendas que vendían los aparatos philco o telefunken y zonda, y era común ver a la gente enfrente de los escaparates viendo abobados las imágenes que se lograban transmitir.

El cine mexicano fue perdiendo popularidad, pero todavía las películas de Pedro Infante y de Tin Tan, por mencionar algunos, provocaban que la gente acudiera en masa. Comenzaron a llegar más películas a color que desplazaban el antaño cine en blanco y negro (no mencioné lo del cine sonoro, porque las únicas películas en cine mudo que vi, fueron las del Gordo y el Flaco y las de Chaplin, luego vería otras, como las de Buster Keaton)

También conocí nuevas salas, en los años sesenta hizo su aparición la Zona Rosa, donde José Luis Cuevas colgó un mural efímero, para atacar el clásico muralismo mexicano. Ahí en la Glorieta Insurgentes estaba el cine del mismo nombre. Pero había ya muchas otras salas, por ejemplo el cine Encanto, en Serapio Rendón, Colonia San Rafael, aún con reminiscencias en art decó. Por cierto que este cine estaba muy elevado, como si fuera un teatro, las funciones costaban entonces tres pesos (en los años cuarenta y cincuenta) y había permanencia voluntaria, es decir, que uno podía ver la misma película las veces que aguantara o ver otra, si el programa las contemplaba. El Cine Ópera también estaba en Serapio Rendón. Era una enorme sala como para tres mil espectadores. Afuera del cine había dos colosales figuras femeninas. Al interior como muchos otros de la época, tenía enormes candiles, muros con espejos y un mobiliario de lujo. A mí me gustaba ir al cine del Pueblo, desde la mañana, podía ver hasta cuatro películas diferentes, pues luego hubo dos salas, este cine estuvo cerca del cruce de Ermita y la Viga, por el sur. Otro cine con estilo Decó, fue el Ermita, luego llamado Hipódromo, en Avenida Jalisco y revolución, por Tacubaya.

Regresando hacia el centro, no puedo omitir el cine Olimpia, que fue uno de los primeros en los años veinte y como anécdota, Enrico Caruso colocó ahí la primera piedra para su construcción, pero a fin de cuentas tuvo la misma suerte que los demás palacios del cine, fue demolido y este particularmente fue transformado en una sex shop. También me acuerdo del cine Orfeón, en Luis Moya, un cine de primera que aún existe, pero que no tarda en desaparecer, como ya le ocurrió a otros dos qué estaban por ahí, en la misma calle: los cines Alfa y Omega.

El Cine Alarcón, estaba en la calle de Argentina fue un ejemplo los cines populares, así que los precios variaban, a veces, por un peso se podía entrar a ver la función. En otras colonias también hubo cines populares, como el Francisco Villa, que está en la Viga y Viaducto, pero que ahora es el “circo volador”, de ambiente dark, luego el Fausto Vega, nombrado así en homenaje al piloto aviador de la segunda guerra mundial. En Calzada de Tlalpan, donde ahora es una tienda comercial estaba el Viaducto, un cine donde sentaron sus reales las afamadas películas de ficheras de los años setenta. En la zona de la Condesa había una sala muy especial, era el cine Lido, luego cambió su nombre al de Bella Época, y efectivamente, tuvo mejores épocas, terminó siendo una librería de El Fondo de Cultura Económica. Ese cine contaba con un fono decorado y espejos y taburetes en su lobby. Algunos otros comenzaron a desaparecer como el Roxy, en Santa María la Ribera, que fue demolido a principios de los sesenta, este cine se caracterizaba porque sólo exhibía películas donde al inicio aparecía el legendario leoncito rugiente (que en sí no fue un solo león sino cinco diferentes, en diversas épocas) de la Metro Goldwin Meyer. Aquí se disfrutaban dos películas por uno cincuenta. En San Cosme estaba también el Cosmos, frente a este cine ocurrió la masacre del 10 de junio de 1971, día de Corpus Christi, con la aparición de los halcones que mandó Echeverría a golpear a los estudiantes que se concentraron en el casco de Santo Tomás. Todavía estaba fresca la herida de Tlatelolco y de nueva cuenta la represión.

Sin duda los finales de los cincuentas y los años sesenta fueron de profundos cambios. En la música, se desplazaba el mambo y el chachachá por el rock and roll y la música swing de las grandes bandas, la guerra de Viet Nam y la pasada revolución cubana, con la figura emblemática del Ché atrajeron el interés de las juventudes hacia una participación política. Lego además comenzó a sonar con más fuerza el movimiento hippie, el amor y paz y la sicodelia. Fue la época de la ‘zona rosa’ y los cafés existencialistas, de leer a Marx, a Sartré, Camus, Revueltas, Dos Passos y a los poetas de la generación Beat. Mientras tanto, al cine habían llegado películas como Rebelde sin causa de James Dean o las de Elvis Presley. Hubo una peli, Rififí entre los hombres, película francesa que duró más de un año en el cine Prado Hacían su aparición Carlos Fuentes, Octavio Paz y el viejo militante y escritor José Revueltas, además de Novo, Pellicer, Urrutia y Rosario Castellanos. Entonces recuerdo que la gente andaba muy animada con el baile. Si en los cuarentas y cincuentas eran centros nocturnos, como El Leda y el Waikiki¸ en los sesentas eran los salones de baile y aún había muchas “pulcatas” por doquier.

Aún pude conocer cines como El Nacional, en Avenida Fray Servando Teresa de Miér, muy cerca de la estación de bomberos, al igual que el cine Sonora, también de grandes dimensiones, pero muy pobre en cuanto a su fachada, era un cine popular por el rumbo de la merced. Un cine muy antiguo del que aún queda el vestigio de su fachada, fue el Colonial, que asemejaba un pueblito del oeste, ahora hay una unidad habitacional en el interior y otro igual de antiguo era el Rialto, en Pino Suárez. Hacia arriba, yendo al norte por circunvalación, en Peña u Peña, estaba El Florida, enorme cine de los llamados de “piojito”, porque al paso del tiempo su deterioro fue evidente. Hacia la colonia Morelos estaba El bahía y más lejos, por la colonia Romero Rubio, el Piscis.

Un dato curioso es que en casi todos estos cines había colocados afuera los cicloramas que anunciaban las funciones; eran pequeñas cartulinas a colores con los títulos de las películas y fotoramas, aún se pueden conseguir de estos anuncios en la lagunilla o en bazares de viejo, por cierto, los que anuncian las películas del “santo”, son de los más cotizados. Ya que hablo del santo, hay que decir que las películas de luchadores entre los años sesenta y setenta tuvieron enorme éxito, no sé porque, pero esas películas de tan chafas resultaron divertidísimas, y quién no recuerda el laboratorio del científico loco, con sus matraces humeando (era hielo seco, de veraz), y sus foquitos, además de los típicos sonidos electrónicos o a las “mujeres vampiro”, a Lorena Herrera o a Miroslava, al luchador Blue Demon o Wolf Rubinsky. Recuerdo que en el cine Majetic vi la película pepito y Chabelo contra los monstruos, lo más cómico era ver al monstruo de la laguna verde con todo y cierre.

Por ahí de los ochentas se quemó, con un gran acervo fílmico compuesto de más de seis mil películas y otros materiales, la Cineteca Nacional, que penosamente dirigía doña Margarita López Portillo, a través de la Dirección de RTC. Ahí mismo estaban los famosos Estudios Churubusco, donde se filmaron películas de acción, pues al interior contaba con un pueblito tipo western y canales que asemejaban una selva. En ese mismo espacio estaba el cine Pedro Armendáriz, ahora es un conjunto de cines y está el Centro Nacional de las Artes, por un tiempo el elefante blanco de Salinas)

Cerca de ahí, hacia Coyoacán se construyó la nueva Cineteca y en la misma avenida de estaba el cine del mismo nombre, también de época. Si nos seguimos hacia Universidad, frente a las grandes oficinas de Bancomer, estaba El Pecime, más al sur, los Viveros (uno y dos).

Anteriormente se decía que nada como el cine en el cine, y es que después de los ochentas, muchas salas tuvieron que cerrar por la falta de público, ya había mencionado que por la llegada además del video. Cines como El México, El Tepeyac, Atlas, Linterna Mágica, Géminis, Galaxia, Lindavista, 23 de abril, Pedregal 70, la Raza, El Corregidora o el Jalisco, de igual modo pasaron a mejor vida, los que no se trasformaron en ridículas plazas, simplemente fueron demolidos.

Tal vez ahora, las nuevas generaciones no echen de menos a estas enormes salas porque simplemente no las conocieron. Sin duda, hoy con los novedosos sistemas de sonido y de proyección, incluyendo el 3D, el cine se disfruta de otra manera. Anteriormente era frecuente que la cinta se estropeara o estuviera fuera de foco, entonces gritábamos: ¡Cácaro, deja la botella!, ahora ni eso. Tal vez el último cine de época que estuvo funcionando haya sido el Teresa (aunque el Savoy tiene su historia), de muchos otros que desaparecieron no quedó registro alguno, como el Triana Palace o El Mundial (este estaba en el anexo del convento de Jesús María y Corregidora, todavía hace poco se podía ver dos figuras femeninas en yeso a la entrada, a modo de arco, pero ahora es bodega de “ambulantes”). En fin, demasiados cines hubo, eran palacios que tuvieron gloria y esplendor en una ciudad que constantemente cambia sus formas y con ello, a veces siento que me aleja. Total, nuevos espacios se abrieron aun a costa de que los cines perdieron su rasgo de identidad particular. Ahora son similares, lo mismo pero más pequeños y con acabados estandarizados. Antes tenían nombre con una historia propia, así que ahí quedan otros nombres para el recuerdo: Acapulco, Mitla, Carrusel, Santos Degollado, Popotla, Emiliano Zapata, Lux, Versalles, Internacional, Cuitlahuac, Mod, Arcadia, Cinemundo, Coliseo, La Paz, Germán Valdez, Futurama, Dorado 70, Edén, Agustín Lara, Visconti, Chopo, Alex Phillips, Relox, Revolución, Janitzio, Soto, Polanco, Rívoli, Tlalpan, Cuicuilco, Capitolio, Briseño, Brasil, Copacabana, Soledad…

SERGIO VICARIO
Poeta y Narrador, Autor del Poemario Barítono de Luz (Tierra Adentro, 2000)

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