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jueves, 15 de agosto de 2019

DOS TEXTOS PARA APORTAR AL DEBATE PRESENTE DE LA NUEVA OLA DE PENSAMIENTO FEMINISTA: PARA USTEDES MUNDANOS!!


DESDE LAS FAUCES DEL TERRITORIO COMANCHE, PERDÓN, MÉXICO CITY…

Pablo Fernández Christlieb

Después de cinco, siete o veintidós siglos de opresión nadie se va a poner a decir que no es justo que estén furibundas contra todos los hombres por igual; nada de que hay unos que sí son buenos y feministas: todos parejo. Porque las enfurecidas son todas las mujeres. Nada que objetar. Lo más que se puede hacer es preguntar.
Parece una guerra, e incluso así nadie puede decir que no se vale, toda vez que hay otras formas de violencia más inaceptables, como las que llevan perpetrando los hombres sobre las mujeres desde que cazaban brujas, como el feminicidio, la violación o la violencia doméstica. Esto es sólo una guerra; así parece, porque es similar a la de Irak. Lo que era cualquier otra cosa, protesta, revuelta, resistencia, pasó a ser una guerra cuando se empezaron a utilizar dispositivos cibernéticos indetectables de los que avientan el proyectil y esconden la mano. Así hacen los drones, y los celulares. Sin estos últimos no hubiera habido guerra. Y ya declarada con un #MeToo (un Alármala de tos) se escogen los blancos (morenos, altos, chaparros, culpables, inocentes) con su aparatito desde la comodidad del hogar, y se dispara, estilo francotirador, un tweet, que a veces da en el blanco y a veces en quien se cruce sin querer, que en las guerras se llaman daños colaterales.
El blanco no son los asesinos/violadores, sino los acosadores, los arrimadores, los ligones; esto es, los hombres que miran torcido, que se aprovechan, que tientan, que exigen, que suplican, a veces sí y a veces quién sabe, en el entendido de guerra de que todos los hombres son iguales, y, como todo francotirador o francotiradora sabe, se eligen los que se ven, o, dicho de otro modo, los que tienen visibilidad pública, por ejemplo actores de cine, profesores de escuela, jefes de algo, y músicos mexicanos, tal vez para que a quien dispara se le pegue tantita visibilidad y se vuelva influencer, hashtag, trending topic y otras medallas que la hagan famosa entre las filas. Quizá por eso la guerra empezó en Hollywood.
En las guerras hay muertos; nada excepcional; muertos hay en cualquier parte. Lo que distingue a las guerras es que en ellas se declaran abiertamente las hostilidades y se dividen en dos bandos: el de los buenos, o buenas; y el de los malos. Se les llama buenos a los que detentan, se apropian, se adueñan de las justificaciones; los malos son los que se quedan sin justificación alguna. Desde la invasión de 1847, desde Vietnam, desde Irak, las guerras tienen, por un lado, una lógica que se puede denominar norteamericana, es decir que proclaman previamente que ellos son los que tienen la razón, la bondad y la legalidad de su parte, y acto seguido atacan y causan las bajas civiles. Y, por el otro lado ─o a lo mejor el mismo─, tienen una lógica macha, que significa que ni siquiera se hacen para sacar algo, sino sólo se hacen para tener a un derrotado embarrado en el suelo, y por lo tanto simplemente para mostrar quién es el más fuerte, quién la llega más lejos; en guerra, las mujeres van ganando.
Los que hacen las guerras elucubran o planean, pero jamás reflexionan. El movimiento feminista ─al igual que el ecologista o el anticapitalista─, a la larga, en el fondo, en su instancia más radical, a pesar de sus contradicciones y conflictos internos, es el intento de crear una sociedad en donde los que siempre han perdido ya no pierdan, y se sientan felices de estar vivos, y por eso sus valores cruciales no son la fuerza, la producción, el dinero o el poder, sino el cuidado, la atención, la solicitud y la compañía. Por ello son radicales, profundos, y tarde o temprano van a imperar porque, en efecto, tienen indefectiblemente la forma de la próxima sociedad.
Daría la impresión, entonces, de que la lógica de la guerra no es la suya. Así como hay otros modos de violencia además de la guerra, también hay otros modos del desacuerdo además de la guerra, como, por ejemplo, la negociación, la política, o el juego. En ambos, en el juego y en la guerra, hay un contrario. La diferencia es que en el juego es preciso entender al contrario para saber cómo le hace y poder vencerlo, con lo que se vuelve un adversario, y en la guerra no hay que entenderlo, sino eliminarlo, con lo que se convierte en enemigo. Al revés de los juegos, las guerras nunca las gana nadie pero siempre las pierde alguien, como Armando Vega-Gil. Además, las guerras no terminan; y los juegos, sí.
En la Edad Media hubo una guerra de los hombres contra las mujeres. Hoy hay una guerra de las mujeres contra los hombres. Nadie se va a poner, a estas alturas ─con qué cara─, a opinar que no le hagan así o que sí le hagan asá. Nada más: ¿de veras lo que querían era una guerra?

Sobre feminismo,  hombres y otras cuestiones.
DESDE LAS MONTAÑAS DEL SUR ESPAÑOL...

POR JOAQUÍN CASTRO

En mi humilde opinión, aquello de que la humanidad estaba casi predeterminada a elaborar su pensamiento en estructura binara (Levy-Strauss y sus churumbeles) comenzó a quebrarse definitivamente cuando, durante los dolores de parto del postmodernismo y la globalización, nuestros sistemas de elaboración de categorías se vieron incapaces de mutar conceptualmente a la misma velocidad que los nuevos hábitos y las nuevas subjetividades lo hacían, modificando con ello también nuestras relaciones.  De ese modo, hemos seguido llamando con viejos términos a una serie de relaciones interpersonales  que han cambiado en muchos sentidos. Ser novio o novia de alguien, por ejemplo,  ya no es lo que significaba  en la era  pre-internet;  aquel bolerito del “novia mía” ya suenan a prehistoria social y sin embargo,  cuando alguien aún se casa de blanco, se sigue gritando el vivan los novios y  bajo la lluvia de arroz aquello de “hasta que la muerte los separe”,  suena hoy a lúgubre cláusula en letra pequeña del contrato matrimonial. Luego volveré a este tema. 

Categorías viejas que se quedaron como la ropa del doctor Banner luego de transformarse en Hulk.  Mismamente en Hollywood, los buenos ya no son tan inmaculadamente buenos, necesitan una pincelada de sombra para lograr que los espectadores se identifiquen con ellos, y a los malos hay que añadirles hondura psicológica y algo de humana bondad teñida por la tragedia  incluso, para hacerlos creíbles. Porque  ya nada parece estático, ni permanente,  ni siquiera creíble.  Parafraseando al tango, ese merengue donde hoy vivimos revolcaos, fue profetizado por unas máquinas expendedoras de condones que se ubicaban en los baños de bares y discotecas, donde bajo el lema United Colours se nos mostraba la hermosa diversidad de los seres humanos (que ojo, podían ser todo lo guaperas que fueren y amarse en su diversidad, pero nada de procrear entre ellos, no fuera a ser que unos dejaran de ser menos iguales que otros)  anunciando así que al menos en el plano simbólico,  la belleza traspasaba nuestras nociones de identidad y fronteras, curiosamente al mismo tiempo que el capitalismo trasnacional  victorioso y ebrio de poder, culminaba ya sin cortapisas su proyecto imperial a través de todo el planeta. Así, esas categorías (siempre imaginarias, a todo esto) de lo nacional y lo extranjero también fueron quedando obsoletas. En el envoltorio del paquete de condones podría haberse leído el lema “La Diversidad es la Unidad”: era la entrada al reino de la dispersión conceptual, a la demolición del ideal de lo tangible y objetivo. Simplemente pareció como si pasáramos a contemplar separadamente cada gota de una interminable lluvia bajo la cual nada ha vuelto a ser lo mismo.

No pretendo con esta breve introducción hacer un sesudo y exhaustivo análisis de la atribulada época en que nos vemos inmersos, al menos no de muchos de los desafíos y posibles vías al siniestro por los que discurre nuestra pululante humanidad. Tan solo quisiera señalar que en parte, esta vorágine nos toma desprevenidos porque nos hallamos en un momento único en nuestra historia, en la que por primera vez en los miles de años en que hemos poblado este planeta, la humanidad parece haberse puesto de acuerdo en vivir todos más o menos a la misma manera; algunos en una versión pobre y casi paródica del cielo ideal  que las tesis del desarrollismo les inocularon y otros a lo grande, descorchando el champán y brindando por la igualdad  y el progreso de los seres humanos, en el lado bueno de la frontera.  Mientras esto ha ido ocurriendo  y en todos lados se  estandariza un uso homologable de tecnología, métodos de administración pública y producción de bienes y servicios, se han insertado  también en las en distintas sociedades toda una gama de conceptos, ideales y subjetividades implícitos en esta forma de vida “moderna”, que no siempre logran encajar de modo armónico o desprovisto de conflicto. Así que una pregunta que cabría hacerse (ya para empezar a entrar en materia) es si el auge del feminismo contemporáneo es, entre otros fenómenos, un producto de la globalización.


Según algunas de las tesis del materialismo histórico,  son las formas de producción (y me permito añadir, de reproducción también) las que determinan la serie de conceptos y ordenamientos sociales que bajo el nombre de superestructura ideológica dirigen tanto el ámbito de la actividad económica como lo cultural y simbólico. Vale, sé que no estoy inventando el café con leche, pero sí quisiera que a la luz de este paradigma se entendiera que entre las consecuencias que nos ha traído la consolidación del proyecto capitalista global, es que, además de la formas de producción, distribución y consumo,  las relaciones entre personas, y en este particular caso, las que giran en torno  a la organización de  la vida doméstica y la procreación de seres humanos, han sido trastocadas de un modo irreversible.  De hecho, es como si una unidad familiar fuese entendida como la asociación de dos (o más…) personas que ante todo son trabajadores, individuos que participan en la actividad productiva y que como buenamente puedan, lleven adelante el proyecto de tener un hogar donde vivir y criar hijos. ¿Y por qué saco a colación el tema de la reproducción, si las reivindicaciones feministas  rebasan este ámbito y se circunscriben a muchísimos otros aspectos de la vida social? Pues porque según mi punto de vista, en el momento en que se modificó el modelo de la división sexual del trabajo digamos, tradicional, las tesis feministas empezaron a arraigar  con mayor fuerza, primero entre mujeres y luego poco a poco fue ganando apoyo entre ciertos hombres,  hasta convertirse en el movimiento social que es ahora.

 Aquellos tiempos en los que el sueldo de un miembro de la unidad familiar bastaba para proveer de techo y sustento, mientras la otra hacía todo lo relativo a la vida doméstica y la crianza,  han quedado atrás y eso significa que el grado de explotación sobre la unidad familiar se ha incrementado, y como puede verse en muchos países, la tasa de natalidad  se ha reducido a puntos por debajo del mero relevo generacional, es decir, hay más muertos que recién nacidos. Claude Meillassoux, allá en los años 70 del siglo pasado, hizo hincapié en  el hecho de que la gestación y crianza de hijos, contrario a lo que comúnmente se pensaba, era una actividad económica en sí, puesto que se trataba de proveer de futuros trabajadores al mercado laboral; de modo que la inversión y esfuerzo que ello implicaba era entregado al sistema capitalista al cumplir los hijos la mayoría de edad y convertirse en ciudadanos libres de obligaciones o deuda hacia los progenitores.

 ¿Tiene este hecho algo que ver con el mencionado auge del pensamiento feminista? Mi respuesta es que sí, pero vayamos como el viejo Jack el destripador, por partes. He planteado los desajustes y conflictos que van acompañando el cambio de mentalidad con el cambio de las formas de producción/reproducción de un modo somero, apenas para ilustrar que estamos en una fase de mutación profunda. Lo que ocurre es que al calor de estos movimientos de placas tectónicas culturales,  emerge con gran fuerza la reivindicación de media humanidad para  adquirir un estatus superior al que ha tenido en el nuevo orden que se avecina. No se trata pues, de comprender a estas alturas que además de reproductoras (lo que en sí constituye una actividad productiva, insisto) las mujeres están ocupando y ocuparán cada vez más espacios en las zonas de poder económico y político, sino de comprender en qué medida esto está generando reacciones de mucha incertidumbre y confusión entre quienes ven trastocado un orden que consideraban casi natural.
A la tan cacareada división sexual del trabajo que vinculaba a las mujeres al ámbito doméstico, se le agregó la necesidad y la  obligación de salir a trabajar también, y ante este hecho no se produjo una contrapartida  por parte de los hombres. De hecho, sólo aquellos que se consideran igualitarios y progresistas asumen que deben colaborar también en el ámbito doméstico y eso son de momento unos pocos solamente, y una inversión total de los roles, con el amo de casa recibiendo amoroso a su trabajadora esposa con un ¿Qué tal en la oficina, mi amor?,  nos parecería propio de un programa de comedia; eso para mí es lo verdaderamente  preocupante.

De ahí que lo que me interesa plantear aquí es el hecho de que un  cambio de la magnitud que se nos presenta, no puede llevarse a cabo sin la participación de todos los que estén implicados, y hasta ahora lo que ocurre parece ser cosa de las mujeres, y los hombres más progres pueden darse golpecitos de pecho y asumir que hemos vivido en el patriarcado y que ellas tienen razones de peso para protestar y reivindicarse, así que se les apoya y desea suerte, pero en ningún caso se plantea la necesidad de redefinir lo masculino, de situar nuevas coordenadas en los sistemas de relaciones, roles y terminologías.  Algunos hombres en su confusión se sienten amenazados y agredidos,  las mujeres nos hacen la guerra opinan, porque en su lucha sacuden los cimientos de un orden social que está destinado a modificarse y en vez de asumir que son una parte implicada se cruzan de brazos mientras observan con recelo las diversas formas de protesta que van ejerciendo las mujeres en cuanto a que son ciudadanas y trabajadoras con derechos.  Ha habido incluso políticos en campaña (generalmente vinculados a la derecha más retrógada) que hacen bandera de una supuesta defensa de los derechos de los hombres frente a lo que consideran agresiones mediáticas y un ejercicio imparcial de las leyes contra la violencia de género. Pero ese campo de batalla trasciende lo semántico y las consecuencias del choque entre dos paradigmas de género son casi en su mayoría sufridas por  mujeres a manos de hombres que no están dispuestos a reconocer ese estatuto de autonomía y derechos que se está formulando al día de hoy. De hecho, el término feminicidio no es en modo alguno la contrapartida de homicidio, pues se refiere específicamente a la muerte de una mujer a manos de su esposo o pareja, mientras que el segundo suele ser cosa de hombres, sin excluir la posibilidad de que alguna vez, una mujer asesine a un hombre.  Y de modo análogo, el feminismo no es en absoluto el reverso del machismo, aunque sí una consecuencia del mismo.


Ya la mismísima Simone de Beuavoir protestaba (con razón, creo) en el Segundo Sexo que porqué ellas tenían que ser las diferentes, las raras, las anómalas, como si lo masculino representara una centralidad de lo humano y lo femenino fuera una especie de desviación o periferia de ello. Así hoy en día, además de luchar contra la banalización y vaciado de contenido del término feminismo, debería plantearse la necesidad de acuñar un término propio entre los hombres ( un masculinismo, digamos) que coincidan en el entendimiento de hasta qué punto es imprescindible generar una armazón conceptual y una terminología que nos permita incluirnos en la reivindicación por un sistema de roles y derechos más justos y adecuados para lo que apenas comienza a vislumbrarse como un orden social emergente, no sé si mejor o peor, pero sí inevitable.  Porque si miramos hacia atrás y coincidimos con Levy-Strauss y sus churumbeles en la tesis de que los hombres estuvieron intercambiado hermanas entre ellos a lo largo y ancho del planeta y los siglos,  de que el control de la sexualidad femenina se ejerció en el plano simbólico y físico y de que todo ello tenía que ver finalmente con la organización de la propiedad y la transmisión de bienes por contrato matrimonial o herencia,  si miramos todo esto en retrospectiva y vemos las vertiginosas transformaciones que ocurren en el universo United Colours, podríamos comprender que en cualquier caso, el movimiento feminista es o puede ser una parte esencial  y determinante en la continuación del proyecto humanista, de ciudadanía libre y con derechos que fue alumbrado también en los albores de una época en la que se presagiaban cambios de gran calado, tras la caída de los reyes por derecho divino, el ascenso de las repúblicas y las naciones modernas y como telón de fondo, las formas de producción de la revolución industrial del siglo XIX.


Hoy en día, algo de mayor hondura y extensión se nos muestra con todas sus contradicciones y paradojas. En esta ruptura de moldes que va cobrando cada vez más fuerza, es habitual ver vinculada la lucha feminista con otras luchas por la igualdad de derechos y el respeto a la decisión de no seguir plenamente el modelo binario heredado de la antigüedad. Así las reivindicaciones como las del colerctivo LGTB en pro del derecho a la diversidad, el derecho a la libre circulación de personas a través de las fronteras, la creciente preocupación por los efectos del cambio climático, etc, encuentran en el movimiento feminista un aliado natural, pues ante todo se comparte un anhelo de establecer una serie de valores que conformen una superestructura ideológica acorde con los cambios que se han estado produciendo y que se presiente serán mayores en las siguientes décadas. Frente al vértigo y la incertidumbre tóxica del relativismo que se genera en la vorágine de la sociedad de la  información y el espectáculo,  hemos de seguir la marcha hacia un destino incierto que en cualquier caso debe tener como eje y proyecto fundamental,  la pervivencia con dignidad y justicia de la humanidad entera.  Si las mujeres con su reivindicación de equidad y respeto están comenzando a dar pasos en esa dirección, deberíamos seguirlas, sin perder por ello de vista que como en cualquier movimiento social en el que participan personas, se dan excesos y distorsiones, hay aristas, verborrea y desconfianzas,  pero en esencia se ciñe a viejos anhelos que quizá ahora se llamen distinto,  y sin embargo son parte de una búsqueda que viene de lejos en nuestra historia.  Y dado que como he planteado en este texto, es imprescindible en este proceso la implicación activa de los hombres,  quizá no estaría de más empezar a implicarnos más activamente en este proceso para de alguna manera compensar el atraso que se nos ha acumulado en la zona de confort en la que hemos creído vivir, sin comprender cómo el machismo también nos ha esclavizado y condicionado en nuestra búsqueda de realización y plenitud. Cuenta la leyenda que lo del invento de la agricultura (el mejor de todos los inventos que jamás ha habido) fue cosa de ellas, así que  tal vez no andaríamos del todo desencaminados al emprender ese sendero.

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