EL CANTO DE LAS
COSAS
caleb olvera romero
A las cosas mismas.
Husserl
Me gusta oír el canto de las cosas.
Rilke
El lenguaje de lo mental o del sujeto gira como un águila en torno
al problema de la libertad y el determinismo. Todo el lenguaje mental está
construido sobre la idea de libertad, negando rotundamente la determinación
físico-químico de las reacciones eléctricas del cerebro; de ahí que se proponga
como una realidad diferente a la regida por leyes naturales. Por ello el
“sujeto” se vive como des-sujetado, como libre, independientemente de su
determinación cultural o lingüística. Kant pensaba que la idea de determinación
causal es deudora de la idea de espacio y tiempo. Sin espacio y tiempo no
habría determinación causal y, por lo tanto, cabría la posibilidad de la
libertad. Sin embargo, para el mundo del sujeto como representación que
acompaña al resto de las representaciones, aplicaría la determinación y la
libertad, lo que Kant llama una “idea regulatoria”; a mí me gusta nombrarla
como “un cuento de hadas”, con perdón para las hadas. La libertad del sujeto
espacio temporal, no es más que un cuento chino, con perdón de los chinos. Sin
embargo, el sujeto como resultado del lenguaje tiene esa cualidad suicida y
puede usar el lenguaje en contra de sí mismo.
Recordemos que el lenguaje es el más peligroso de los bienes,
según Hölderlin, por tanto el poeta es el más peligroso de los hombres. Con el
lenguaje hemos construido las más hermosas metafísicas, metafísicas poéticas,
diría Borges, o poemas metafísicos, dirían las hadas o los chinos, según sea el
caso. Empero, la mejor de todas las metafísicas, o cuentos de hadas, radica en
el suicidio lingüístico del sujeto. Radica en ir más allá de las metáforas
espaciales que no se aplican al lenguaje, ir más allá del lenguaje. El sujeto
es un residuo del lenguaje, una extraña enfermedad de cierta gramática. La idea
es extirpar el lenguaje para así terminar con el sujeto y dejar que la
libertad, ese mundo sin yo y extra-lingüístico, cante. Porque el lenguaje es el
núcleo del ser, es los ladrillos con los que se ha construido al mundo y el yo.
No por nada Heidegger dirá que el ser habita en el lenguaje. El problema de la
metafísica temprana, del primer Wittgenstein, es suponer que el lenguaje es los
tentáculos con los que acariciamos al ser; dado que el lenguaje no es distinto
del ser, ni del yo. Wittgenstein había sospechado ya el camino del silencio y
fantaseaba constantemente con el suicidio, sin advertir que lo que busca en la
mística era el descaso que el silencio le proporciona al yo al diluirlo; busca
la santidad como el suicidio del ego atormentado. Busca la libertad de las
cosas y el eterno resplandor que sustituye al sujeto, aunque habita en el único
lado que es nombrable, en el lado del lenguaje, en el lado del sujeto que desea
y trata, sin poder escapar a lo que le constituye, el lenguaje; así que
advierte que el otro lado del lenguaje es el vedado, lado que es negado por su
condición misma de sujeto sufriente: entonces advierte que los límites del
mundo, son los límites del lenguaje, por ello es un ser prisionero. No ha
advertido que la prisión misma es su yo, él es el sujeto determinado
causalmente por las leyes químico-eléctricas que operan a nivel subatómico,
generando la ilusión de la existencia, una existencia tan irreal como las
palabras mismas o la prisión que habita. El verdadero problema de la
comprensión del sujeto, radica en ser lenguaje que quiere entenderse con
lenguaje. Conócete a ti mismo, expresa la incómoda paradoja
del bisturí que debe operarse a sí mismo. Fuera de la prisión de la palabra,
está el mundo extra-lingüístico y canta, entona una melodía jamás pronunciada,
un brillo sutil que nos seduce como la palabra de la amada.
No quisiera ocuparme del problema del yo desde el lado del
lenguaje, antes bien, como diría Nietzsche, si este yo no ha caído, es nuestro
deber hacerlo caer, démosle una arma y que realice la única acción que podría
detonar la libertad: liberarse de las rejas de sí mismo, de la explicación
causal que ha generado como contraposición la idea de libertad que le
constituye.
¿Qué hay pues de lo extra-lingüístico, de lo extra-humano, y por
ello quizá de los que es libre? ¿Qué hay de las cosas mismas? ¿De lo numinoso?
¿Qué hay de la metáfora que niega la causalidad y que propone la auto-creación
de las rosas, puesto que las rosas florecen como florecen?
Cuando E. Cassirer dice: En nuestra condición de ser en el
mundo, habitamos ya, al mismo tiempo, en el mundo del lenguaje, no ha
advertido lo verdaderamente interesante, y esto es que hace del mundo la
posesión del lenguaje. El lenguaje no sólo determina al mundo sino que lo
posee, según la frase “El mundo es del lenguaje y en esa medida, el lenguaje se
vuelve a erigir en dueño y rector del mundo y, tristemente no salimos de lo
mismo”, pero hay un principio ya sin principio, sin espacio y sin tiempo. La
nada, el vacío, lo hondo del alma, el silencio absoluto, el silencio que
clausura no solamente a la palabra sino al yo, y a sí mismo.
Si bien es cierto que el lenguaje es el horizonte donde emerge el
yo, y nos vive como entes lingüísticos, también es cierto que habita en
nosotros como un germen divino, la fórmula para desestructurar al lenguaje es
el silencio. En el lenguaje emerge el yo, emerge como un ser contradictorio ya
que está limitado por el lenguaje y, sin embargo, la metáfora fundante es la
libertad. Decido, escojo, delibero, etcétera, todas palabras que constituyen al
yo y que son metáforas de lo indeterminado, del supuesto origen de la acción.
Sólo para lastimar más la herida diremos que el sujeto sucede como sucede, no
por nada la religión siempre ha sido una forma vedada de decir que el hombre es
Dios, esto es origen de la acción, auto-creación, y no está muy lejos de ser
verdad esa metáfora, aunque para ello sea necesario explicar en qué medida la
verdad es ya una metáfora. Continuaré con mi alegato, si las hadas y los chinos
me lo permiten, que a decir verdad no es mío, ha estado ahí desde que el sujeto
es sujeto de la metáfora del suicidio, del silencio. Se dirá un poco más, ni
siquiera soy yo el que escribe. Platón, en el diálogo de Ion, dice
que los poetas deben dejarse decir por las musas: pero no soy ni poeta, ni
musa, de hecho no soy. Que hablen pues las hadas y quizá también los chinos,
pero sólo si saben español. No, mejor aún, que se hable en chino y en esa
medida se extirpe de una buena vez, del entendimiento, a quien ahora cree que
entiende. Pura vanidad late detrás de la idea de que están entendiendo, Ni
siquiera saben quiénes son y lo que estas palabras le hacen a quien las
lee.
Hablo para mí ya sin mí, con una voz hipostasiada, hecha de
silencio. Hablo para mí desde lo profundo del abismo, desde un yo ya sin yo. Le
hablo al abismo que no está ahí y que me mira. Pura estupidez, presunción de
erudición mística, pura estulticia. Estilo tratando de legitimarse, mejor sería
callarnos de una vez.
Emergemos en el lenguaje y por ello el lenguaje nos delimita, pero
sospechamos que hay un más allá del lenguaje y que la puerta de salida es el
silencio, por ello vivimos la determinación de lo indeterminado, el límite de
la gramática que da de frente con lo que nombra, con un mundo extrahumano; por
ello el lenguaje es peligroso, pues puede volcarse en sí mismo, autodestruirse
como metáfora de amor. Jalemos pues de nuestra lengua, hasta que nos volteemos
como un calcetín que deje ver el silencioso cimiento del ser.
Antes de ser arrojados al mundo, como diría Heidegger, hay un sin fin
de experiencias extra-lingüísticas, de hecho no se podrían llamar experiencias
pues esa palabra ya está permeada por la semántica de la comprensión. Algo
experimenta. Sin que “Algo” signifique lo que creemos que significa, y sin que
“experimenta” signifique lo que significa, pura contradicción. Y sólo por eso
sabemos que estamos en el límite de lo decible. El lenguaje es, pues, la jaula
de lo que se puede decir pero no de lo que “Algo” experimenta, lo que sea que
eso signifique.
Cuando se advierte la imposibilidad lingüística, la imposibilidad
vital del yo, sucede lo que sucede. La incongruencia da paso al evento, al
cántico de las cosas, a la numiniscencia que sustituye al significado y al
significante, según Saussure. Es la libertad del lenguaje frente a la lengua.
La libertad de decir cualquier cosa, sin la idea de la causalidad o la
gramática. Sucede la poesía como metáfora de la libertad, lo que Platón estaba
buscando en el poeta, el conducto por el cual hablan a los hombres las
superpotencias: dejemos que el abismo hable al abismo, que la nada se regocije
en sus metáforas contrapuestas. Octavio Paz se equivoca en su libertad bajo
palabra, pues la libertad es sin palabras, sin conceptos, incluso sin
metáforas; cuando la palabra se ha suicidado, ha clausurado la posibilidad de
significar, se ha entregado enteramente al silencio, y así, sucede el segundo
movimiento, no el del sujeto que va a la disolución de sí mismo, sino el que va
de la cosa al vacío del sujeto. Una caricia muda.
Ahora viene la fe, y debes responder a las cuestiones
fundamentales del ser, esto es, a las cuestiones lingüísticas que se interrogan
ya sin ti, por la posibilidad de una experiencia extra-lingüística; si contestas
que es imposible la experiencia extra-lingüística entonces todo queda en el
terreno del lenguaje que genera a un yo sufriente, un yo virtual que cree
sosamente que es libre de pagar la renta o de mover un lápiz, un yo que cree
que existe; si contestas que sí es posible, entonces y sólo entonces, sucede lo
que sucede: la contradicción de la imposibilidad de la experiencia como sujeto.
Eso que nos vive, que nos habla, se trasforma en metáfora creativa, en fe, en
locura significativa, en borrachera divina. En este tercer movimiento que Hegel
denominó Razón, y que no es más que: la certeza de que se
ha devenido verdaderamente autoconciencia y, se es para sí, toda realidad
existente. Hermosa metáfora que equivoca al sujeto cognoscente y que
debería de ser enunciada de la siguiente manera: “La razón es la certeza de que
el sujeto se ha diluido en la autoconciencia, y que es para sí, toda realidad
existente”, un juego que se juega sin nosotros. Merleau Ponty intenta decir lo
mismo con la trasformación de la palabra hablada en la palabra hablante, para
ello es necesario regresar al mundo pre-lingüístico, a esa experiencia que
tememos del mundo antes de que aparezca la palabra y nos arranque del seno
materno, antes que la palabra nos haga surgir como un síntoma del cuerpo
hablante; si eso es posible entonces aparece la verdad en el mundo, como dice
Efraín Huerta:
Entonces y sólo entonces
un dolor desnudo y terso aparece en el mundo
y los hombres son pedazos de alba
son tigres en guardia
son pájaros entre hebras de plata.
Y esa misma idea de la simultaneidad del ser esta en Borges en el
“Aleph” -quizá lo cite o quizás él me está citando-, esa vivencia, ese venir al
mundo lingüístico de lo extra lingüístico, no sólo clausura al mundo y a la
palabra sino que clausura al yo, por ello es tierra fértil donde nacerá de nuevo
un yo consciente de su virtualidad, de su vaciedad, de su inexistencia. Bonita
tontería. Entonces el sujeto ya no cree que hace cosas, se deja hacer, se deja
vivir, se deja decir, se deja escribir, presta las manos que no son de él para
ser experiencia de lo otro, para que eso experimente, se experimente, se
nombre, se viva; así quien acepta la posibilidad de la experiencia
extralingüística, es quien acepta que la experiencia sucede sin sujeto, sin
nosotros.
Así la trasformación del yo como sujeto al yo como inexistente,
sucede exactamente igual que como sucede la trasformación de la sinapsis en el
entendimiento. Esto quiere decir que no tenemos ni la más mínima idea, riámonos
un poco de D. Denett o quizá dejemos que “eso” se ría de nosotros ya sin nosotros,
que la risa se ría de sí misma. Dejemos que la rosa florezca como
florece.
Este acontecer que cambia al sujeto buscará en la poesía, o en el
arte en general, como forma primordial de expresión, la manera de hacerse un
guiño, de decirse algo. “Algo” quiere decirse algo y para ello ha generado la
historia: la historia del universo. Este “Algo” puede ser el trino de un pájaro
que se trasforma en charla, o un brillo de las cosas que son incontinentes y
que cantan, o por el contrario, enmudece al sujeto, que extasiado contempla el
límite del tiempo: se hace uno con el templo, ya no contempla, ya no es uno.
Pizarnick se pregunta:
Qué es lo que sucede en la verde alameda
sucede que no es verde, y que no hay una alameda.
A lo que Rilke agrega:
¡Oh! Rosa, pura contradicción.
El yo ha muerto y ha resucitado como Dios, pero sin yo, y sin
Dios.
Ocaranza repite:
Soy como un perro sin Dios, pero sin perro.
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