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martes, 24 de noviembre de 2020

OTRA COLABORACIÓN... POR CALEB OLVERA ROMERO.

 

EL CANTO DE LAS COSAS

caleb olvera romero

 

A las cosas mismas. 

Husserl 

 

Me gusta oír el canto de las cosas. 

Rilke 

 

El lenguaje de lo mental o del sujeto gira como un águila en torno al problema de la libertad y el determinismo. Todo el lenguaje mental está construido sobre la idea de libertad, negando rotundamente la determinación físico-químico de las reacciones eléctricas del cerebro; de ahí que se proponga como una realidad diferente a la regida por leyes naturales. Por ello el “sujeto” se vive como des-sujetado, como libre, independientemente de su determinación cultural o lingüística. Kant pensaba que la idea de determinación causal es deudora de la idea de espacio y tiempo. Sin espacio y tiempo no habría determinación causal y, por lo tanto, cabría la posibilidad de la libertad. Sin embargo, para el mundo del sujeto como representación que acompaña al resto de las representaciones, aplicaría la determinación y la libertad, lo que Kant llama una “idea regulatoria”; a mí me gusta nombrarla como “un cuento de hadas”, con perdón para las hadas. La libertad del sujeto espacio temporal, no es más que un cuento chino, con perdón de los chinos. Sin embargo, el sujeto como resultado del lenguaje tiene esa cualidad suicida y puede usar el lenguaje en contra de sí mismo.  

Recordemos que el lenguaje es el más peligroso de los bienes, según Hölderlin, por tanto el poeta es el más peligroso de los hombres. Con el lenguaje hemos construido las más hermosas metafísicas, metafísicas poéticas, diría Borges, o poemas metafísicos, dirían las hadas o los chinos, según sea el caso. Empero, la mejor de todas las metafísicas, o cuentos de hadas, radica en el suicidio lingüístico del sujeto. Radica en ir más allá de las metáforas espaciales que no se aplican al lenguaje, ir más allá del lenguaje. El sujeto es un residuo del lenguaje, una extraña enfermedad de cierta gramática. La idea es extirpar el lenguaje para así terminar con el sujeto y dejar que la libertad, ese mundo sin yo y extra-lingüístico, cante. Porque el lenguaje es el núcleo del ser, es los ladrillos con los que se ha construido al mundo y el yo. No por nada Heidegger dirá que el ser habita en el lenguaje. El problema de la metafísica temprana, del primer Wittgenstein, es suponer que el lenguaje es los tentáculos con los que acariciamos al ser; dado que el lenguaje no es distinto del ser, ni del yo. Wittgenstein había sospechado ya el camino del silencio y fantaseaba constantemente con el suicidio, sin advertir que lo que busca en la mística era el descaso que el silencio le proporciona al yo al diluirlo; busca la santidad como el suicidio del ego atormentado. Busca la libertad de las cosas y el eterno resplandor que sustituye al sujeto, aunque habita en el único lado que es nombrable, en el lado del lenguaje, en el lado del sujeto que desea y trata, sin poder escapar a lo que le constituye, el lenguaje; así que advierte que el otro lado del lenguaje es el vedado, lado que es negado por su condición misma de sujeto sufriente: entonces advierte que los límites del mundo, son los límites del lenguaje, por ello es un ser prisionero. No ha advertido que la prisión misma es su yo, él es el sujeto determinado causalmente por las leyes químico-eléctricas que operan a nivel subatómico, generando la ilusión de la existencia, una existencia tan irreal como las palabras mismas o la prisión que habita. El verdadero problema de la comprensión del sujeto, radica en ser lenguaje que quiere entenderse con lenguaje. Conócete a ti mismo, expresa la incómoda paradoja del bisturí que debe operarse a sí mismo. Fuera de la prisión de la palabra, está el mundo extra-lingüístico y canta, entona una melodía jamás pronunciada, un brillo sutil que nos seduce como la palabra de la amada.  

No quisiera ocuparme del problema del yo desde el lado del lenguaje, antes bien, como diría Nietzsche, si este yo no ha caído, es nuestro deber hacerlo caer, démosle una arma y que realice la única acción que podría detonar la libertad: liberarse de las rejas de sí mismo, de la explicación causal que ha generado como contraposición la idea de libertad que le constituye.  

¿Qué hay pues de lo extra-lingüístico, de lo extra-humano, y por ello quizá de los que es libre? ¿Qué hay de las cosas mismas? ¿De lo numinoso? ¿Qué hay de la metáfora que niega la causalidad y que propone la auto-creación de las rosas, puesto que las rosas florecen como florecen? 

Cuando E. Cassirer dice: En nuestra condición de ser en el mundo, habitamos ya, al mismo tiempo, en el mundo del lenguaje, no ha advertido lo verdaderamente interesante, y esto es que hace del mundo la posesión del lenguaje. El lenguaje no sólo determina al mundo sino que lo posee, según la frase “El mundo es del lenguaje y en esa medida, el lenguaje se vuelve a erigir en dueño y rector del mundo y, tristemente no salimos de lo mismo”, pero hay un principio ya sin principio, sin espacio y sin tiempo. La nada, el vacío, lo hondo del alma, el silencio absoluto, el silencio que clausura no solamente a la palabra sino al yo, y a sí mismo.  

Si bien es cierto que el lenguaje es el horizonte donde emerge el yo, y nos vive como entes lingüísticos, también es cierto que habita en nosotros como un germen divino, la fórmula para desestructurar al lenguaje es el silencio. En el lenguaje emerge el yo, emerge como un ser contradictorio ya que está limitado por el lenguaje y, sin embargo, la metáfora fundante es la libertad. Decido, escojo, delibero, etcétera, todas palabras que constituyen al yo y que son metáforas de lo indeterminado, del supuesto origen de la acción. Sólo para lastimar más la herida diremos que el sujeto sucede como sucede, no por nada la religión siempre ha sido una forma vedada de decir que el hombre es Dios, esto es origen de la acción, auto-creación, y no está muy lejos de ser verdad esa metáfora, aunque para ello sea necesario explicar en qué medida la verdad es ya una metáfora. Continuaré con mi alegato, si las hadas y los chinos me lo permiten, que a decir verdad no es mío, ha estado ahí desde que el sujeto es sujeto de la metáfora del suicidio, del silencio. Se dirá un poco más, ni siquiera soy yo el que escribe. Platón, en el diálogo de Ion, dice que los poetas deben dejarse decir por las musas: pero no soy ni poeta, ni musa, de hecho no soy. Que hablen pues las hadas y quizá también los chinos, pero sólo si saben español. No, mejor aún, que se hable en chino y en esa medida se extirpe de una buena vez, del entendimiento, a quien ahora cree que entiende. Pura vanidad late detrás de la idea de que están entendiendo, Ni siquiera saben quiénes son y lo que estas palabras le hacen a quien las lee. 

Hablo para mí ya sin mí, con una voz hipostasiada, hecha de silencio. Hablo para mí desde lo profundo del abismo, desde un yo ya sin yo. Le hablo al abismo que no está ahí y que me mira. Pura estupidez, presunción de erudición mística, pura estulticia. Estilo tratando de legitimarse, mejor sería callarnos de una vez.  

Emergemos en el lenguaje y por ello el lenguaje nos delimita, pero sospechamos que hay un más allá del lenguaje y que la puerta de salida es el silencio, por ello vivimos la determinación de lo indeterminado, el límite de la gramática que da de frente con lo que nombra, con un mundo extrahumano; por ello el lenguaje es peligroso, pues puede volcarse en sí mismo, autodestruirse como metáfora de amor. Jalemos pues de nuestra lengua, hasta que nos volteemos como un calcetín que deje ver el silencioso cimiento del ser. 

Antes de ser arrojados al mundo, como diría Heidegger, hay un sin fin de experiencias extra-lingüísticas, de hecho no se podrían llamar experiencias pues esa palabra ya está permeada por la semántica de la comprensión. Algo experimenta. Sin que “Algo” signifique lo que creemos que significa, y sin que “experimenta” signifique lo que significa, pura contradicción. Y sólo por eso sabemos que estamos en el límite de lo decible. El lenguaje es, pues, la jaula de lo que se puede decir pero no de lo que “Algo” experimenta, lo que sea que eso signifique. 

Cuando se advierte la imposibilidad lingüística, la imposibilidad vital del yo, sucede lo que sucede. La incongruencia da paso al evento, al cántico de las cosas, a la numiniscencia que sustituye al significado y al significante, según Saussure. Es la libertad del lenguaje frente a la lengua. La libertad de decir cualquier cosa, sin la idea de la causalidad o la gramática. Sucede la poesía como metáfora de la libertad, lo que Platón estaba buscando en el poeta, el conducto por el cual hablan a los hombres las superpotencias: dejemos que el abismo hable al abismo, que la nada se regocije en sus metáforas contrapuestas. Octavio Paz se equivoca en su libertad bajo palabra, pues la libertad es sin palabras, sin conceptos, incluso sin metáforas; cuando la palabra se ha suicidado, ha clausurado la posibilidad de significar, se ha entregado enteramente al silencio, y así, sucede el segundo movimiento, no el del sujeto que va a la disolución de sí mismo, sino el que va de la cosa al vacío del sujeto. Una caricia muda. 

Ahora viene la fe, y debes responder a las cuestiones fundamentales del ser, esto es, a las cuestiones lingüísticas que se interrogan ya sin ti, por la posibilidad de una experiencia extra-lingüística; si contestas que es imposible la experiencia extra-lingüística entonces todo queda en el terreno del lenguaje que genera a un yo sufriente, un yo virtual que cree sosamente que es libre de pagar la renta o de mover un lápiz, un yo que cree que existe; si contestas que sí es posible, entonces y sólo entonces, sucede lo que sucede: la contradicción de la imposibilidad de la experiencia como sujeto. Eso que nos vive, que nos habla, se trasforma en metáfora creativa, en fe, en locura significativa, en borrachera divina. En este tercer movimiento que Hegel denominó Razón, y que no es más que: la certeza de que se ha devenido verdaderamente autoconciencia y, se es para sí, toda realidad existente. Hermosa metáfora que equivoca al sujeto cognoscente y que debería de ser enunciada de la siguiente manera: “La razón es la certeza de que el sujeto se ha diluido en la autoconciencia, y que es para sí, toda realidad existente”, un juego que se juega sin nosotros. Merleau Ponty intenta decir lo mismo con la trasformación de la palabra hablada en la palabra hablante, para ello es necesario regresar al mundo pre-lingüístico, a esa experiencia que tememos del mundo antes de que aparezca la palabra y nos arranque del seno materno, antes que la palabra nos haga surgir como un síntoma del cuerpo hablante; si eso es posible entonces aparece la verdad en el mundo, como dice Efraín Huerta:  

 

Entonces y sólo entonces 

un dolor desnudo y terso aparece en el mundo  

y los hombres son pedazos de alba 

son tigres en guardia  

son pájaros entre hebras de plata.  

 

Y esa misma idea de la simultaneidad del ser esta en Borges en el “Aleph” -quizá lo cite o quizás él me está citando-, esa vivencia, ese venir al mundo lingüístico de lo extra lingüístico, no sólo clausura al mundo y a la palabra sino que clausura al yo, por ello es tierra fértil donde nacerá de nuevo un yo consciente de su virtualidad, de su vaciedad, de su inexistencia. Bonita tontería. Entonces el sujeto ya no cree que hace cosas, se deja hacer, se deja vivir, se deja decir, se deja escribir, presta las manos que no son de él para ser experiencia de lo otro, para que eso experimente, se experimente, se nombre, se viva; así quien acepta la posibilidad de la experiencia extralingüística, es quien acepta que la experiencia sucede sin sujeto, sin nosotros. 

Así la trasformación del yo como sujeto al yo como inexistente, sucede exactamente igual que como sucede la trasformación de la sinapsis en el entendimiento. Esto quiere decir que no tenemos ni la más mínima idea, riámonos un poco de D. Denett o quizá dejemos que “eso” se ría de nosotros ya sin nosotros, que la risa se ría de sí misma. Dejemos que la rosa florezca como florece. 

Este acontecer que cambia al sujeto buscará en la poesía, o en el arte en general, como forma primordial de expresión, la manera de hacerse un guiño, de decirse algo. “Algo” quiere decirse algo y para ello ha generado la historia: la historia del universo. Este “Algo” puede ser el trino de un pájaro que se trasforma en charla, o un brillo de las cosas que son incontinentes y que cantan, o por el contrario, enmudece al sujeto, que extasiado contempla el límite del tiempo: se hace uno con el templo, ya no contempla, ya no es uno. Pizarnick se pregunta:  

 

Qué es lo que sucede en la verde alameda  

sucede que no es verde, y que no hay una alameda.  

 

A lo que Rilke agrega:  

 

¡Oh! Rosa, pura contradicción.  

El yo ha muerto y ha resucitado como Dios, pero sin yo, y sin Dios.  

 

Ocaranza repite:  

 

Soy como un perro sin Dios, pero sin perro. 

 

 

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