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lunes, 9 de enero de 2017

LA OPERACIÓN-- Otro Cuento de ANILÚ HERNÁNDEZ



Conchita dijo que no había manera de solucionar aquello, lo único que quedaba era la resignación. La “veinteañera” había subido a su perfil de facebook todas las fotos de su romance. No cabía duda, el tipo era Benjamín y vivían un idilio. Era una chica de buen ver, estaban casi desnudos y el beso ocupaba el primer lugar entre las imágenes de la cadena de amigos.
    —Pero la culpa la tiene la operacióndijo mi amiga consternada como nunca. Supe que era el momento de volver a vernos.
     Conchita, la del peinado relamido y la trenza eterna, después de más de diez años, apareció con el cabello suelto que para mi sorpresa, era ondulado. Sus rasgos, en cambio, permanecían intactos.
    El día del reencuentro caminábamos por las calles de su pueblo natal y bajamos la pendiente hacia el ojo de agua. La plática, un tanto superficial al principio, tuvo un giro repentino hacia la diferencia que existía entre el pensamiento de nuestros años de estudiantes y el que se tiene después de los treinta. La pareja estable, los hijos y hasta el perro en el patio, resultaron ser cualidades que ninguna de las dos teníamos.
    Al llegar al ojo de agua, ocupamos una de las bancas del parque. Era la estación en que corrían riachuelos transparentes  y  las aves del medio día aún trinaban desde los sauces.
    Antes de la relación Benjamín fue mi paño de lágrimasdijo Conchita mientras la mirada  se le iba tras una pareja que jugueteaba por uno de los senderosSiempre me decía que se preguntaba cómo era posible que fulano o zutano fueran capaces de hacerme tal o cual cosa, si para él yo era una persona valiosísima. Y al final, terminó por hacerme lo mismo.
   Que incongruenciarespondí.
    Y ya sabes. Resultó ser de esos que te dicen que te regalarán la luna y las estrellas. Lo cual parece fácil
   ¿Qué? 
   Regalar lo que no es tuyo.
    Ambas sonreímos. Las horas avanzaban y el viento desprendía el polen de las flores de ciertos árboles. El medio día daba paso al atardecer cuando el tono de Conchita se volvió confidente:
    El día de la operación temí que algo horrible sucediera y que eso nos separara para siempre.  Ya sabes, una complicación y adiós, se acabó la historia.  Y es que,  ¿Sabes? Hubo algo que solo con él pude hacer
    ¿Qué? 
    Escuchar el silencio. Con otros hombres era pesado, algo incómodo, como un vacío en el que te hundes. Con Benjamín en cambio, yo podía escuchar el silencio y era como una parte más de la conversación. Lo que más lamento es haber perdido al amigo. Insisto, la culpa fue de la maldita operación. Todo iba bien hasta ese día
Me pregunté cómo era que una intervención quirúrgica había podido causarle tal infortunio a mi amiga. ¿Qué parte de ella había sido modificada a tal grado que hizo que el hombre amado la abandonara? ¿No bastaban sus cualidades espirituales para lograr que el tal Benjamín permaneciera a su lado?
    El problema esdijo ella con vivezaque solemos utilizar ciertos órganos del cuerpo como depositarios de las emociones. Se dice que el rencor afecta el hígado, por eso se cancera al igual que el estómago. Los pensamientos  negativos se albergan en la cabeza y la consecuencia inmediata es la jaqueca. Y los sentimientos, claro está…
    Le pertenecen al corazónla interrumpí. Completar sus frases nunca había sido difícil.
    Así es. Y de ahí que algunos sufran un infarto por la violencia de alguna impresión. Y todo tan lógico hasta que apareció la excepción a la regla: La vesícula
    ¿La vesícula?
    Claro. Benjamín era bueno, tenía detalles conmigo, me llamaba, y sobre todo, siempre me decía que era yo una persona valiosísima. Le extrajeron ese órgano y entonces inexplicablemente todo cambió. Como si su amor por mí no radicara en su corazón sino en la vesícula.
    Aquello me pareció absurdo.
    ¿Y qué hay de la veinteañera?pregunté, asombrada por su intención de mostrar una percepción tan poco sincera de la realidad.
     —¿La veinteañera? Nada. Su presencia es solo un incidente. Se trata de una de esas mujeres fáciles de las que pronto se cansan. ¡No, todo es culpa de la maldita operación y de la maldita vesícula, nunca debieron habérsela sacado!respondió con furia. Entonces estalló en un  monólogo. Formaba extensas E´s y tubulares U´s envuelta en los mismos ademanes de hacía años, y volví a ver el mismo rostro “quelonio” y su espalda curva en forma de caparazón, su estatura baja y su complexión gruesa. No cabía duda, era Conchita.  
    El parque del ojo de agua poco a poco se quedaba vacío y yo tenía que alcanzar el último autobús. Nos despedimos con el gusto de haber vuelto a vernos y esta vez prometimos no dejar pasar tanto tiempo. Días después recibí su llamada:
    Acabo de enterarme de que Benjamín va a ser papá. Necesitaba contárselo a alguien.
 Conchita no era la madre de la criatura, por supuesto. Escuché el silencio que dejó que se hiciera en el auricular y, sin saber cómo hacerla sentir mejor, solo dije:
    Maldita vesícula.

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