Tus hombros son dos espumas afiladas
a la orilla de una cabaña,
tu sonrisa es la paz vertical
de una corriente marítima que se alegra
al mirarse en otras pupilas,
tu voz es el fuego de una porcelana
que cae interminablemente en el eclipse
de un suspiro, donde contemplo
tu destino y sé de tu sonrisa de nuevo,
por un mástil que cae como la sombra de un olvido.
Es entonces cuando te retengo en mi memoria,
como esa escalera que subo mientras
tu bajas para encontrarnos en lo ajeno,
lo más propio, lo más precioso, la determinación;
como un oasis en medio
de la ciudad, para mirarnos, caminar y mirarnos,
desayunar y mirarnos,
vestirnos y mirarnos,
ir al cine y mirarnos, platicar de la película y mirarnos;
entonces, nos miraremos profundamente,
como si cada quien estuviera en diferente siglo,
en diferente calle, en diferente nombre, en diferente identidad,
hasta que de tanto mirarnos, tus cejas se parecerán a mis cejas,
tu boca a la mía, hasta que seamos entre tú y yo,
una sola sonrisa que no se despide.
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1 comentario:
Muy buen texto, mi querido MArcos, muy bueno.
¡Felicidades!
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