SOBRE LA POESÍA Y EL INFIERNO
En una entrevista realizada en Madrid
hace ya varios años y aparecida en el suplemento El semanal del periódico La
Jornada, (La Jornada Semanal no.
434 junio, 2003) el periodista Carlos Alfieri intentó (y lo logró en gran
parte) sacarle confesiones significativas para el público al filósofo francés
André Comte- Sponville, que como dice la nota introductoria, “pertenece al
reducido grupo de filósofos que conocen la gloria equívoca de la popularidad”.
En dicha entrevista, Comte-Sponville se declara un pensador anti sistemático
alejado de los grandes sistemas filosóficos como lo son los de un Hegel, un
Spinoza o un Kant, y se declara partidario de filosofías como la de Pascal o
Montaigne que, al abordar la labor filosófica, antes que nada lo hicieron en
primera persona, no desde el mundo de las ideas o alguna otra entelequia más o
menos respetada.
Comienzo
con ésta introducción porque aclaro que voy a hablar en primera persona, es
decir, desde mi propio nombre y como escritor y voy a acompañar mi reflexión
con escritores y filósofos que considero notables y decididamente universales;
en primer lugar, porque dicha sea la verdad y así lo creo, los grandes
pensadores, novelistas, poetas, artistas o investigadores, lo son porque
comenzaron su saber desde sí mismos y luego lo insertaron en sus respectivos
ámbitos o derroteros particulares. Desde luego no es que yo me considere un
súper gran escritor de peso completo, pero creo que entiendo que me han
invitado a participar aquí
principalmente por mis libros y porque aunque sea uno, tengo un premio
nacional de narrativa y cursé un semestre de la carrera de Filosofía, además de
que soy egresado de la Escuela Mexicana de Escritores de la SOGEM. Es decir, me
siento nadando a gusto en esta mesa y presiento que todo lo que voy a decir
parte de una visión estrictamente personal. La razón es que en el campo del
saber literario es precisamente la óptica propia lo que es precioso, es el qué de lo contado pero también y más
importante el cómo es contado; es la
abertura de la lente y con buena velocidad en el obturador y luz suficiente
para la fotografía que pretendo tomar ante ustedes y de ustedes lo que me
importa, si mi cámara no es lo suficientemente buena ya se verá, pero mientras
tanto, ustedes manténganse a foco.
El
Diablo, el chamuco mexicano o su respectiva contraparte femenina que es la
chingada, Satán para los Hebreos, es
decir, el Adversario, el Enemigo; para la Grecia Clásica el Diablo, o sea el
Acusador, el Calumniador, el Demonio en resumidas cuentas, es el santo patrono
de la poesía y de la literatura toda. Por ejemplo, para los pensadores del
Medioevo que pusieron a la Filosofía de sirvienta de la Teología como San
Agustín, el “infierno” es un “lugar” etc, seguramente con muchas llamitas. Sé
que esta expresión puede no ser compartida por todos ustedes, pero sostengo que
tiene un muy alto grado de verdad en particular para la poesía moderna que se
inicia en 1821 con el nacimiento del primer poeta maldito y uno de los dos o
tres más grandes de Francia: Charles Baudelaire y más o menos igual Arthur
Rimbaud. En la expresión latina non
serviam, es decir, no servir, no ser útil en términos prácticos o de
solidaria cooperación social, es donde se encuentra el poeta y subrayo a
Baudelaire y Rimbaud porque ellos fueron los primeros poetas iconoclastas,
irreverentes o, por lo menos, los primeros reconocidos a nivel mundial que
además de clavar su mirada poética en lo putrefacto, la carroña, lo infernal,
sirven como ejemplo perfecto para esta exposición simplemente por su frase: “La
más hermosa habilidad del Diablo es habernos persuadido de que él no
existe”(Baudelaire). Toda la poética de Baudelaire es una metafísica, es decir,
un discurso que se basa en la ausencia y la presencia. La pregunta fundamental
de la metafísica es: ¿por qué hay algo y no más bien nada? Desde Hesíodo, el
poeta griego autor de la Teogonía,
los grandes metafísicos han dado diversas respuestas a su indagación ontológica
partiendo de esta frase. Algunos, lo resuelven remitiéndose a Dios, el padre
creador del Universo; otros, más audaces como Jean Paul Sartre, llegaron a la
conclusión de que el ser humano “es una pasión inútil”, sin Dios, ni Demonio,
ni… precisamente, nada. Sartre experimentó y estudió una ontología basada en la
intemperie del Ser. Sartre fue audaz y hasta en sus errores fue genial porque
prefirió morir-mortal que morir con la inmortalidad del premio Nobel, que
aunque a Sartre le cabe mucha inmortalidad, el prefirió morir escribiendo su
filosofía y sus doctrinas para sus camaradas en el vivir y de ahí se explica el
Monumento Sartre repartiendo volantes de la lucha estudiantil del Mayo francés
de 1968. Pero vuelvo a Baudelaire y ésta
idea de lo infernal que resulta la creación poética.
Y
es que el rango metafísico de lo infernal le corresponde a la poesía primero
que a todas las artes (y es la que posibilita y da vida a todas las demás
disciplinas artísticas) por la misma razón que al Diablo lo mandaron al
infierno: por no servir para nada, por un rotundo exclamar que sus obras y sus
glorias no cabían en éste mundo hecho para la técnica del trabajo y alejados
cristianamente de la soledad, otro
tema importante en la literatura, porque es a partir de la soledad y
precisamente por la soledad de donde
nace la poesía, autogenerándose, compitiendo en forma desleal en un mundo en
que estamos hechos individuos en un ser-para-sí pero también
ser-para-los-otros, en todas las modalidades que se pueda y con las
responsabilidades que nuestra condición humana conlleva.
¿Pero la poesía? ¿Qué es la
poesía? La poesía primero y antes que nada es un acto de libertad, pero como su
más alta misión en solidarizarse con la soledad ajena, el poeta, al luchar para
encontrar su propio canto y todo lo que después los críticos vendrán y dirán:
“Ha, lo que pasa es que este poeta se expresaba en metáforas, prolepsis y
analepsis”, primero es una energía que para ser considerada poética, debe
atravesar la sensación de vacío precisamente para que el vacío en el resultado
del texto poético haya quedado
trascendido y superado, y por medio de la poesía el ser humano
experimente el recogimiento. El recogimiento de sí mismo. Trascender el vacío
como una de las formas de experimentar la ausencia del ser y sus cualidades
ontológicas de las que todo Ser comparte: Verdad, Unidad y Bondad, en palabras
del filósofo tomista Joseph de Finance en su Tratado del Ser (editorial Gredos). ¿Por qué es infernal la poesía?
Porque no sirve para nada, a lo que remite el mensaje del poeta es a la
subjetividad mía o la de cualquiera, a experimentarse uno a sí mismo libre, una
categoría individual que no se agota en criterios políticos, jurídicos o de
sólo horarios de trabajo, sino la posibilidad de albergar amor, o ser principio
de una historia mítica. Es decir que en todos cabe la posibilidad de ser poetas
porque estamos solos (y de hecho la Poesía juega a metamorfosear esa soledad),
y al mismo tiempo en todos cabe la posibilidad de ser virtuosos porque nos lo
cuentan, es decir, porque nos cuentan cuentos y es, sin lugar a dudas, de la
virtud de lo que hablan los buenos cuentos; de cómo aprovecharla, ganarla,
perderla, sufrir su ausencia o recobrarla, nada más piensen en los cuentos
cinematográficos o literarios que más les hayan dejado algo y me entenderán o
compartirán esta idea. ¿Ejemplos modernos? La última versión cinematográfica de
El conde de Montecristo, la gran obra
de Dumas, o los cuentos del gran escritor guatemalteco Augusto Monterroso recientemente
fallecido, del cual me disculpo en ausencia y presencia porque en una
entrevista que me hicieron en el radio dije que él no era buen escritor, espero
que allá en el infierno me perdone y mi
castigo dantesco sea que por los siglos de los siglos él me recite o me lea su obra, porque yo,
tanto gusto, sería bueno amanecer todos los días en el infierno y recordar
eternamente que el dinosaurio sigue ahí, el dinosaurio como problema metafísico
y que trasciende a la Historia con mayúscula, porque sigue ahí y ahí seguirá….
Qué caray. Pero bueno. La virtud, el tema filosófico universitario…
Aristóteles, o por lo menos lo que
sabemos de Aristóteles (pues la mayoría de su obra está perdida quizá para
siempre), sabemos que él no comprende las virtudes como algo fijo, seco o
acabado, Aristóteles nos dice que para ser virtuosos imitemos al virtuoso, hay
que recordar que Aristóteles es uno de los rectores intelectuales de la
Humanidad de todos los tiempos. Pero no he acabado con Baudelaire y Rimbaud, ni
pienso acabar, veamos un fragmento del poema 143 de su primera obra importante,
Las flores del mal de Baudelaire y
después un fragmento significativo para ésta mesa de Una Temporada en el Infierno de Rimbaud:
“Oh tú, el más sabio y bello de los Ángeles,
Dios traicionado por la muerte y privado
de alabanzas,
¡Oh, Satán, apiádate de mi enorme
miseria!
Oh Príncipe del exilio, a quien se ha
agraviado,
Y que, vencido, siempre te vuelves a
levantar más fuerte,
¡Oh, Satán, apiádate de mi enorme
miseria!
Tú que todo lo sabes, gran rey de las
cosas subterráneas,
Familiar curandero de las angustias
humanas,
¡Oh, Satán, apiádate de mi enorme
miseria!
Tú que, hasta a los leprosos y a los
parias malditos,
Enseñas mediante el amor el sabor del
Paraíso,
¡Oh, Satán, apiádate de mi enorme
miseria!”
El poema es largo, cito sólo éste
fragmento pero creo que se aprecia lo fundamental que Baudelaire sostendrá en
todo su poema, el ritmo de acumulación o en otras palabras, Baudelaire busca
que su lector se sature de la oración que él le hace a Satán. Ahora imaginemos
cómo estaba Baudelaire para escribir esto y, sobre todo, un libro que mantiene
el mismo tono.
Ahora de Arthur Rimbaud:
“ Antaño, si
mal no recuerdo, mi vida era un festín en el que todos los corazones se abrían,
en el que todos los vinos se escanciaban.
Una tarde, me senté a la Belleza en las rodillas. - Y la encontré amarga. - Y
la cubrí de insultos.
Me armé contra la justicia.
Escapé. ¡Oh brujas, miseria, odio: a ustedes se les confió mi tesoro!
Logré que se desvaneciera en mi espíritu toda la esperanza humana. Sobre toda
alegría, para estrangularla, salté como una fiera, sordamente.
Llamé a los verdugos para, mientras perecía, morder las culatas de sus fusiles.
Llamé a las plagas para ahogarme en la arena, en la sangre. La desgracia fue mi
dios. Me tendí en el lodo. Me dejé secar por el aire del crimen. Y le hice muy
malas pasadas a la locura.
Y la primavera me trajo la horrorosa risa del idiota.
Ahora bien, últimamente, habiendo estado a punto de soltar el último ¡cuac!, se
me ocurrió buscar la clave del antiguo festín, en el que había, quizá, de
recobrar el apetito.
La caridad es esa clave. - ¡Semejante inspiración demuestra que todo fue un
sueño!
"Seguirás siendo hiena, etc.", exclama el demonio que de tan amables
adormideras me coronó. "Gana la muerte con todos tus apetitos, y tu
egoísmo, y todos los pecados capitales."
¡Ah! Ya he aguantado demasiado: - Pero, querido Satanás, te lo suplico, menos
irritación en la pupila. Y mientras van llegando las pequeñas cobardías que
faltan, para ti, que tanto valoras en el escritor la carencia de facultades
descriptivas o instructivas, arranco unas cuantas páginas repelentes de mi
cuaderno de condenado.”
Sé que mi voz jode, por eso
leí el poema con tanta vehemencia, creo que realmente no hay otro modo de dar
una ponencia que mostrando ira. De lo demás Rimbaud es el que tiene la culpa,
pero no se preocupen, en toda Francia es lectura obligada desde el
bachillerato. (Escribir nota para mi agente literario y preguntarle qué pensó
la gente de mis risas detrás de dientes).
Es que la palabra Diablo en
el pensamiento suena con mucho peso, al contrario de Dios, que es una palabra
con muy poco peso, quiero decir, hablar de Dios es reducirlo, simplemente
nombrarlo es en parte acabar con su grandeza —seamos creyentes o no—, pero en
cambio hablar o leer sobre el Diablo tiene mucha fuerza y mayor que la del
propio Dios en la conciencia humana. Si como algunos experimentos han
demostrado que durante el día a una persona normal le pasan cerca de 100 veces
por la cabeza ideas sobre el sexo, sería interesante saber cuántas veces
pensamos sobre el infierno o sobre el Diablo aunque sea sólo en pequeñas dosis
y breves instantes. En efecto, la cita literaria dice “en el instante entran
Dios y el Diablo”. O sea que dios y el diablo están en este instante… [clic] y
en éste instante también. La poesía ensancha el instante, lo fomenta, lo puebla
de signos y significados que es, en otras palabras, la polisemia: multitud de
significados. Si al hacer enorme el instante, entonces la poesía debe mucho a
dios y al diablo: pensemos en los grandes poemas de Efraín Huerta, Octavio Paz
o José Gorostiza, en especial su celebradísimo poema Muerte sin fin, veamos un fragmento entresacado:
¡Tan-Tan! ¿Quién es? Es el Diablo,
es una espesa fatiga,
un ansia de trasponer
estas lindes enemigas,
ese morir incesante,
tenaz, esta muerte viva,
¡oh Dios! Que te está matando
en tus hechuras estrictas,
en las rosas y en las piedras,
en las estrellas ariscas
y
en la carne que se gasta
como una hoguera encendida,
por el canto, por el sueño,
por el color de la vista.
¡Tan-tan! ¿Quién es? Es el diablo,
ay, una ciega alegría,
un hambre de consumir
el aire que se respira,
la boca, el ojo, la mano;
estas pungentes cosquillas de
disfrutarnos enteros
en un solo golpe de risa,
ay, esta muerte insultante,
procaz, que nos asesina
a distancia, desde el gusto
que tomamos en morirla,
por una taza de té,
por una apenas caricia.
[Fin de cita] Entonces la experiencia cotidiana contiene a dios y al
diablo, efectivamente. Eros y Tanatos en términos freudianos; el bien o la
ética y el mal en términos de filosofía; en poesía, ambas polarizaciones
condensadas y fundidas en una sola y única experiencia: la creación poética. De
ahí que los grandes filósofos como un Nietzsche, tomó como poeta de cabecera a
Hölderlin y Hiedegger hizo su brillante ensayo de poética tomando como
remanente al mismo Hölderlin, el verdadero titán de las letras alemanas, porque
aceptó su locura y abandonó la poesía debido, entre comillas, a “una oscura
locura”, que claro, a los psicoanalistas les encanta analizar porque
precisamente las grandes mentes tienen mucho qué decir, y los psicoanalistas,
al escuchar la sensación del infierno, piensan para sus adentros: Aquí está lo
sabroso. La realidad es que la filosofía ha demostrado, después del paso de los
siglos, que nos ha enseñado a pensar, pero ahora, cuando la filosofía no se
convierte en un discurso politizado, es decir, una verdadera doctrina, como la
de Marx, brillantemente seguida en México por Adolfo Sánchez Vásquez, en el que
la expresión ser-radical significa ir a la raíz del ser humano, digo, sino se
hace filosofía así, sólo se está jugando o demostrando pedantería, por eso es
que se enseña Historia de la Filosofía o se “problematizan” cuestiones ya
superadas en las aulas de filosofía y no se enseña a filosofar, como quería Kant, porque eso,
verdaderamente hablando y siendo alejados de la academia y uno solo y su
sombra, la filosofía está muy bien leyéndola, pero filosofar, realmente no
sirve para nada más que para que uno expanda su horizonte cultural (se hable
así mismo), mientras que la poesía sigue vigente y válida y los psicoanalistas
lo saben muy bien porque piensan que cuando sus pacientes les hablan de su
dolor, están haciendo poesía, ¿que crean eso? ¿En estricto sentido, el dolor y
sólo el dolor es igual a la poesía? Yo creo que no, bueno, que ellos lo piensen
está bien, después de todo, no cualquiera es poeta, sobre todo porque casi
nadie aguanta “el peso bruto de la nada” en palabras de Octavio Paz.
Pienso también en Alejandra
Pizarnik: “Extracción de la piedra de la locura y El infierno musical”,
una extraordinaria artista, que nació en Buenos Aires el 29 de abril de 1936,
en una familia de inmigrantes del este de Europa. Estudió filosofía y letras en
la Universidad de Buenos Aires y, después, cultivó su afición a la pintura bajo
la supervisión de Juan Batlle Planas. Entre 1960 y 1964, Alejandra vivió en
París, donde trabajó para la publicación Cuadernos
y para algunas revistas francesas; colaboró con poesía y crítica de varias
publicaciones en francés y en español; tradujo a Antonin Artaud, Henri Michaux,
Aimé Cesairé e Yves Bonnefoy, y estudió historia de las religiones y literatura
francesa contemporánea en la Sorbona. A su regreso a Buenos Aires, Alejandra
publicó tres de sus volúmenes más importantes, Los trabajos y las noches, Extracción
de la piedra de la locura y El
infierno musical, así como la obra en prosa La condesa sangrienta. En
1969 se le concedió una beca Guggenheim, y en 1971 una beca Fulbright. El 25 de
septiembre de 1972 salió de la clínica de psiquiatría en que estaba internada
para pasar el fin de semana; falleció por una sobredosis de seconal que tomó
por su propia mano. Y mientras la recordamos siguen existiendo las guerras
estúpidas, la abyección del hombre que se comporta como lobo para el hombre,
etc...
Ustedes no sé si se aferran
a la psicología o al psicoanálisis, yo me aferro a la literatura y al
pensamiento. Una de las cosas que aprendí en los distintos infiernos donde he
estado (parecidos a los de Pizarnik), es que ni el tiempo adentro del infierno
destruye al pensamiento, o bueno, eso creo yo, esa es mi creencia probada en el
sentido que le da a las creencias Ortega y Gasset, pero ya se cerró la cámara y
ya tomé mi foto, el que estuvo en el infierno bien lo hizo, el que estuvo en el
cielo con sus alitas y su aureola también, bien lo hizo. Y ahora, después de
éste instante, un poema, porque la poesía, finalmente nos hará libres.
Muchas gracias.
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