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miércoles, 4 de diciembre de 2024

SOBRE KARL R. POPPER, POR MARCOS GARCÍA CABALLERO.

 

SOBRE KARL R. POPPER

 

Porque lo queramos o no, Popper, filósofo muerto en 1994, es ya un clásico. En primer lugar puede darse el lujo de bajar de su eterno pedestal a ni más ni menos que a uno de los rectores del pensamiento de todos los tiempos: Platón, en la obra La sociedad abierta y sus enemigos (5° reimpresión española, 1992), tabique de 693 páginas que por sí solo ya produce un goce estético: “¡Este cuate pensaba tanto!”, porque como se sabe, el tabique es hermoso pero más hermoso es el horno de donde sale…

            Como dice George Steiner no es lo mismo el Platón de Gadamer o el de Karl R. Popper, pero se trata de pavimentar y adornar los circuitos viales de la especulación de cada pensador. Gadamer es el más genial en el tema de la teleología de la verdad, pero debemos recordar que se quedó callado cuando sus alumnos alemanes le preguntaron qué había pasado en Alemania 27 años antes de 1968. Pero no es contra Platón el personaje por sí mismo que ataca Popper, sino: “más bien, a destruir todo aquello que, a mi juicio, tiene de perjudicial esta filosofía. Es la tendencia totalitaria de la filosofía política de Platón lo que trataré de analizar y criticar.” Si éste fuera el espacio para justificar tal ataque habría qué recordar que Popper dijo muchas veces después de publicar el libro que La Sociedad Abierta y sus enemigos era un libro de guerra, obvio, tratando temas filosóficos: Heráclito, Platón, Marx… pero que el objetivo era ir en contra del eje Berlín-Roma-Tokyo. “No habían visto más que los árboles los comentadores del libro” -se lamentaba irónicamente Popper- “Pero no han visto el bosque: éste es un libro de guerra”. Fue tan lamentable para Popper esas aclaraciones como si a un moderno autor de literatura best-seller de México le preguntaran: “¿No es otro pendejo libro sobre narcotráfico su libro ¿verdad?” “No por supuesto -dice éste supuesto autor- mi libro habla de narcotráfico”. Describamos el ataque a Platón en forma resumida partiendo de la siguiente afirmación: en algún grado de verdad,  el psicoanálisis y sus mayores expositores de cierta forma le dan un golpe bajo a toda la producción intelectual occidental, por lo menos, precisamente hasta la desde los tiempos de la Grecia clásica y de la misma manera lo hace Popper con Platón cuando nos refiere el contexto en el cual fue creciendo el discípulo de Sócrates: “Durante la juventud de Platón, el gobierno democrático de Atenas se vio envuelto en una guerra mortal con Esparta, la ciudad cabecera del Peloponeso, que había conservado muchas de las leyes y costumbres de la antigua aristocracia tribal. La guerra del Peloponeso duró, incluyendo una interrupción, veintiocho años. […] Platón nació durante la guerra y tenía veinticuatro años cuando ésta terminó…” ¿Pero qué guerra fue o por lo menos, qué dimensiones tenía mientras crecía Platón? Atenas, en sus años de mayor esplendor, debió haber sido, comparativamente, del tamaño de la ciudad de Aguascalientes en los años 60’s del XX, mientras que Popper, es preciso recordar, escribió La sociedad abierta y sus enemigos cuando el rumbo de La Segunda Guerra Mundial todavía era incierto para los países aliados. Imagino a Popper, este pensador inmenso y orejón, escribiendo con la auténtica conciencia de que su obra lo iba a inmortalizar, diciéndole a Platón en su soledad: “Yo no fui cobarde como tú, porque no me acobardó Hitler ni perdí la dimensión del pensamiento crítico, mientras que usted, a los 24 años ya era un cobarde ante su realidad política”. Pero de la analogía no debe desprenderse un símil de pleito de machitos de cualquier cantinita, sino cuál fue la actitud tanto de Platón frente a su realidad como la de Popper frente a la suya, ambos en ardua labor de pensamiento profundo y creador. Mi especulación debe quedar como lo que es: mera especulación, pero  tal axioma especulativo puede servir para entender cómo Popper derrumba a Platón en uno de los temas centrales de la obra: el ataque a toda forma de interpretación historicista, y el método del pensador historicista, aclara Popper al comienzo de la obra: “es la tendencia a juzgar los Grandes acontecimientos, las Grandes Ideas, las Grandes Naciones o los Grandes Líderes dentro de la comedia representada en el escenario Histórico y claro está que si logra hacerlo será capaz de predecir las evoluciones futuras de la humanidad”. Éste párrafo nos da la oportunidad para entender que el enemigo intelectual de Popper no es Platón propiamente, sino los líderes de los países del eje y se puede así considerar que La sociedad abierta y sus enemigos no fue escrita por mera casualidad en esas fechas —1943—: puede hablarse de que verdaderamente es un monumento intelectual para afirmar que ante la aberración de la guerra, Popper hace lo mejor que puede ejercer un intelectual: mostrarse como verdadera autoridad frente a la barbarie. Es decir, Popper maltrata a Platón para que Hitler no gane la Segunda Guerra Mundial.

            Si como tan difundida está la idea en nuestra actualidad de que una mala lectura de Nietzsche fue lo que hizo que el Tercer Reich tomara las brutales determinaciones que fueron parte de la peor guerra de la humanidad hasta la actualidad, tal afirmación peca principalmente de partir de un lugar común y no de una investigación seria. (Es cierto que muchos soldados alemanes cayeron muertos con un ejemplar de Zaratustra, como lo relata Georges Bataille en sus Meditaciones Nieztcheanas, pero esto fue, obvio, porque el libro fue causa de un gran malentendido en Alemania desde que Lucía, la hermana de Nietzsche, fue obligada a reinterpretar los libros de su hermano.) Popper escribe la obra desde una perspectiva de autoridad moral irrefutable que cuestiona a Platón pero no alza el dedo para decirle: “La culpa de mi presente eres tú”, simplemente —como si así lo fuera—, hace una trayectoria intelectual de la filosofía social y hacia nosotros, los del siglo XXI, nos dice que  el problema de la guerra no fue causado  por malas lecturas de Nietzsche, sino por planteamientos y determinaciones funestas que, en parte, (compréndase: en parte), tuvieron su origen en la cuna de la civilización donde se gestaron los primeros errores casi tan descomunales como los mejores hallazgos de  lucidez; pensar de modo historicista es decir:  en la Grecia clásica se gestó el germen de la guerra contra Irak, George W. Bush, la Coca cola, La fura dels baus o el Mundial de Francia 98 o que acaban de ganar el Super Tazón los Jefes de Kansas City, pero el origen del historicismo platónico se vio obligado a utilizar un “principio discriminatorio entre los rasgos buenos, originarios o antiguos de las instituciones existentes”, de modo tal que siempre devendrá en decadencia; de ahí, por ejemplo, el desarrollo del historicismo platónico en la obra Decadencia de Occidente, de O. Spengler, de modo tal que la excelencia en cualquier campo social estará en el pasado; en Creta, por ejemplo. En una carta a un amigo suyo, Karl Popper le dice: “Platón=Hitler.” Y piensa que esto es todo un descubrimiento y así lo argumenta, como podemos ver en el reciente libro: Después de La Sociedad Abierta, (Paidós, 2010) que es principalmente correspondencia de Popper con colegas en todo el orbe, mientras redactaba el libro en cuestión desde Nueva Zelanda.

            Si Platón, como sostiene Popper, albergaba nociones de una raza superior que debería de gobernar Atenas, así como la defensa de un Estado promotor de la esclavitud de ciertos miembros de la ciudad, (nociones que actualmente son simplemente un mito para cualquier persona… ¡aunque ho my god! ¡difícil de creer pero sigue existiendo en las periferias del Planeta!), Platón se lo tomaba con verdad como dice el epígrafe de la primera parte de la obra, llamado El Influjo de Platón: “De todos los principios, el más importante es que nadie, ya sea hombre o mujer, debe carecer de un jefe. Tampoco ha de acostumbrarse el espíritu de nadie a permitirse obrar siguiendo su propia iniciativa, ya sea en el trabajo o en el placer. Lejos de ello, así en la guerra como en la paz, todo ciudadano habrá de fijar la vista en su jefe, siguiéndolo fielmente, y aún en los asuntos más triviales deberá mantenerse bajo su mando. Así, por ejemplo, deberá levantarse, moverse, lavarse o comer… sólo si se le ha ordenado hacerlo. En una palabra: deberá enseñarle a su alma, por medio del hábito largamente practicado, a no soñar nunca actuar con independencia, y a tornarse totalmente incapaz de ello.” (Platón de Atenas).  Al mismo tiempo que su noción de lo que es el cambio —idea que retoma de Heráclito—; para Platón el cambio en el gobierno, en las almas, en la sociedad, sólo puede generar degeneración: “En conclusión —escribe Popper—, Platón enseña que el cambio es el mal y que el reposo es lo divino”. Dicha conclusión es monstruosa para el contexto del futuro que seguiría La Segunda Guerra Mundial. Y es que Platón, a parte de provenir de la familia real, creía que las fuerzas que operan en la historia eran de carácter cósmico; como muchos de los presocráticos, entre ellos Heráclito, su poética era su filosofía (pero para nosotros los posmodernos la poética y la filosofía no deben  contraponerse, pero tampoco una sustituye a la otra o la toma como máscara), por eso podemos entender que muchos de los poemas presocráticos, eran leídos en aquél entonces con una visión científica; ciencia que provenía de la mitología griega y mitología griega que desembocaba  muchas veces en una visión historicista: Edipo encuentra su destino fatal, por ejemplo, debido a la profecía y a las medidas adoptadas por su padre para eludirla, y no a pesar de ellas. Estos rasgos son, en la literatura contemporánea mexicana, simplemente un exceso de creencia en la fatalidad…

            Popper recorre fragmentos de Las leyes y de La República para demostrar que  Platón, (probablemente debido a su origen real) ordena y justifica desde un punto de vista sociológico, que los gobernantes de Atenas o de los estados existentes, no fueran sino la copia de una Forma o Idea inmutable, de la cual sólo puede esperarse la decadencia y la vejez, (como el destino de todo hombre es la decadencia, así lo es de toda ciudad y de toda época) pero como a Platón esto le sirve para justificar la esclavitud o el totalitarismo autárquico, la relectura de La sociedad abierta y sus enemigos es de suma urgencia en la actualidad precisamente porque Popper explica y desentraña “la licencia poética” que debe rodear al nacimiento de las grandes creaciones, como en este caso, los estados nacionales, ni más ni menos. Y además de ser un libro de guerra, es una joya del pensamiento filosófico, que insistentemente le dice al lector: “Un tratado político nunca va a traer, por el sólo hecho de juntar las dos plumas de la firma de un tratado de dos Presidentes que lo firman, el Cielo a la Tierra para la Humanidad, y tampoco es eso lo que hay que buscar; somos los ciudadanos, nosotros mismos, no el Estado, los que debemos arreglar la sociedad cuando amenace el totalitarismo”.

            Si bien Karl Popper durante toda su vida insistió y repitió muchas veces  que la filosofía debía ser una crítica de la ciencia, no desistió de analizar el fenómeno literario, como lo es su teoría del “Horizonte de expectativas”, (de acuerdo con la Encyclopedia of Contemporary Literary Theory, fue él y el sociólogo Karl Manheim quienes acuñaron el término, pero que se hizo famoso a raíz de que lo utilizó Hans Rober Jauss para medir el valor estético de una obra literaria.) Según Gadamer –teórico que influyó en Jauss–, el “horizonte de expectativas” es un punto de partida desde donde analizamos cualquier circunstancia, el cual está ligado a los prejuicios y los conocimientos previos que limitan nuestras posibilidades de visión. Es una hermenéutica literaria en otras palabras, un método que enseña que, por ejemplo, la lectura de un Kafka o un Joyce o incluso una pieza dramática de Arthur Miller, no fue lo mismo en el XX de lo que será en el XXI, ya que las posibilidades de visión de cada época están marcadas por un sinfín de complejidades en todo tipo de aspectos. Popper es un pensador profundo que intervino también contra el materialismo histórico y la obra de Marx en lo que a su parecer, guarda remanentes del pensamiento platónico, cuando el pensamiento platónico comete también sus errores.  Dice Fernando Savater en algo de su vasta producción, que el aire platónico ha quedado para siempre como la marca de todo pensamiento filosófico (esa altísima tensión mental), aunque muchas de sus ideas sean, como he tratado de mostrar en este artículo, del todo monstruosas.

Pero no sólo nos queda la obra de Popper como su inmenso legado para los hombres y las mujeres del XXI, sino también esta idea que hace poco por un efecto mediático y de coyuntura política rescató Carmen Aristegui en uno de sus programas de radio. Ella recordó que Popper, poco antes de su muerte, al parecer en una entrevista en el mismo año de su muerte (1994), declaró que si en la actualidad la televisión era un poder, como todo poder debería tener un contrapeso. Así como el poder ejecutivo tiene como contrapeso al legislativo, por ejemplo. Carmen Aristegui lo dijo y siguió dando noticias, pero al echar un vistazo al enorme poder de los medios en la actualidad, donde al instante nos enteramos de un tsunami en Indonesia y una protesta en El Cairo, por ejemplo, la pregunta-reflexión popperiana, parece no perder ninguna vigencia. Yo creo en lo personal, que Popper se preguntaba: ¿Cómo pensarán los poderosos que hay detrás de la Televisión?

 

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