SOBRE KARL R. POPPER
Porque lo queramos o no, Popper, filósofo muerto en 1994, es ya un
clásico. En primer lugar puede darse el lujo de bajar de su eterno pedestal a
ni más ni menos que a uno de los rectores del pensamiento de todos los tiempos:
Platón, en la obra La sociedad abierta y sus enemigos (5° reimpresión
española, 1992), tabique de 693 páginas que por sí solo ya produce un goce
estético: “¡Este cuate pensaba tanto!”, porque como se sabe, el tabique es
hermoso pero más hermoso es el horno de donde sale…
Como
dice George Steiner no es lo mismo el Platón de Gadamer o el de Karl R. Popper,
pero se trata de pavimentar y adornar los circuitos viales de la especulación
de cada pensador. Gadamer es el más genial en el tema de la teleología de la
verdad, pero debemos recordar que se quedó callado cuando sus alumnos alemanes
le preguntaron qué había pasado en Alemania 27 años antes de 1968. Pero no es
contra Platón el personaje por sí mismo que ataca Popper, sino: “más bien, a destruir
todo aquello que, a mi juicio, tiene de perjudicial esta filosofía. Es la
tendencia totalitaria de la filosofía política de Platón lo que trataré de
analizar y criticar.” Si éste fuera el espacio para justificar tal ataque
habría qué recordar que Popper dijo muchas veces después de publicar el libro
que La Sociedad Abierta y sus enemigos era un
libro de guerra, obvio, tratando temas filosóficos: Heráclito, Platón, Marx…
pero que el objetivo era ir en contra del eje Berlín-Roma-Tokyo. “No habían
visto más que los árboles los comentadores del libro” -se lamentaba
irónicamente Popper- “Pero no han visto el bosque: éste es un libro de guerra”.
Fue tan lamentable para Popper esas aclaraciones como si a un moderno autor de
literatura best-seller de México le preguntaran: “¿No es otro pendejo libro
sobre narcotráfico su libro ¿verdad?” “No por supuesto -dice éste supuesto
autor- mi libro habla de narcotráfico”. Describamos el ataque a Platón en forma
resumida partiendo de la siguiente afirmación: en algún grado de
verdad, el psicoanálisis y sus mayores expositores de cierta forma
le dan un golpe bajo a toda la producción intelectual occidental, por lo menos,
precisamente hasta la desde los tiempos de la Grecia clásica y de la misma
manera lo hace Popper con Platón cuando nos refiere el contexto en el cual fue
creciendo el discípulo de Sócrates: “Durante la juventud de Platón, el gobierno
democrático de Atenas se vio envuelto en una guerra mortal con Esparta, la
ciudad cabecera del Peloponeso, que había conservado muchas de las leyes y
costumbres de la antigua aristocracia tribal. La guerra del Peloponeso duró,
incluyendo una interrupción, veintiocho años. […] Platón nació durante la
guerra y tenía veinticuatro años cuando ésta terminó…” ¿Pero qué guerra fue o por
lo menos, qué dimensiones tenía mientras crecía Platón? Atenas, en sus años de
mayor esplendor, debió haber sido, comparativamente, del tamaño de la ciudad de
Aguascalientes en los años 60’s del XX, mientras que Popper, es preciso
recordar, escribió La sociedad abierta y sus enemigos cuando
el rumbo de La Segunda Guerra Mundial todavía era incierto para los países
aliados. Imagino a Popper, este pensador inmenso y orejón, escribiendo con la
auténtica conciencia de que su obra lo iba a inmortalizar, diciéndole a Platón
en su soledad: “Yo no fui cobarde como tú, porque no me acobardó Hitler ni
perdí la dimensión del pensamiento crítico, mientras que usted, a los 24
años ya era un cobarde ante su realidad política”. Pero de la analogía no debe
desprenderse un símil de pleito de machitos de cualquier cantinita, sino cuál
fue la actitud tanto de Platón frente a su realidad como la de Popper frente a
la suya, ambos en ardua labor de pensamiento profundo y creador. Mi
especulación debe quedar como lo que es: mera especulación, pero tal
axioma especulativo puede servir para entender cómo Popper derrumba a Platón en
uno de los temas centrales de la obra: el ataque a toda forma de
interpretación historicista, y el método del pensador historicista,
aclara Popper al comienzo de la obra: “es la tendencia a juzgar los Grandes
acontecimientos, las Grandes Ideas, las Grandes Naciones o los Grandes Líderes
dentro de la comedia representada en el escenario Histórico y claro está que si
logra hacerlo será capaz de predecir las evoluciones futuras de la humanidad”.
Éste párrafo nos da la oportunidad para entender que el enemigo intelectual de
Popper no es Platón propiamente, sino los líderes de los países del eje y se
puede así considerar que La sociedad abierta y sus enemigos no
fue escrita por mera casualidad en esas fechas —1943—: puede hablarse de que
verdaderamente es un monumento intelectual para afirmar que ante la aberración
de la guerra, Popper hace lo mejor que puede ejercer un intelectual: mostrarse
como verdadera autoridad frente a la barbarie. Es decir, Popper maltrata a
Platón para que Hitler no gane la Segunda Guerra Mundial.
Si
como tan difundida está la idea en nuestra actualidad de que una mala lectura
de Nietzsche fue lo que hizo que el Tercer Reich tomara las brutales
determinaciones que fueron parte de la peor guerra de la humanidad hasta la
actualidad, tal afirmación peca principalmente de partir de un lugar común y no
de una investigación seria. (Es cierto que muchos soldados alemanes cayeron muertos
con un ejemplar de Zaratustra, como lo relata Georges Bataille en
sus Meditaciones Nieztcheanas, pero esto fue, obvio, porque el
libro fue causa de un gran malentendido en Alemania desde que Lucía, la hermana
de Nietzsche, fue obligada a reinterpretar los libros de su hermano.) Popper
escribe la obra desde una perspectiva de autoridad moral irrefutable que
cuestiona a Platón pero no alza el dedo para decirle: “La culpa de mi presente
eres tú”, simplemente —como si así lo fuera—, hace una trayectoria intelectual
de la filosofía social y hacia nosotros, los del siglo XXI, nos dice
que el problema de la guerra no fue causado por malas
lecturas de Nietzsche, sino por planteamientos y determinaciones funestas que,
en parte, (compréndase: en parte), tuvieron su origen en la cuna de la
civilización donde se gestaron los primeros errores casi tan descomunales como
los mejores hallazgos de lucidez; pensar de modo historicista es
decir: en la Grecia clásica se gestó el germen de la guerra contra
Irak, George W. Bush, la Coca cola, La fura dels baus o el Mundial de Francia
98 o que acaban de ganar el Super Tazón los Jefes de Kansas City, pero el
origen del historicismo platónico se vio obligado a utilizar un “principio
discriminatorio entre los rasgos buenos, originarios o antiguos de las
instituciones existentes”, de modo tal que siempre devendrá en decadencia; de
ahí, por ejemplo, el desarrollo del historicismo platónico en la obra Decadencia
de Occidente, de O. Spengler, de modo tal que la excelencia en cualquier
campo social estará en el pasado; en Creta, por ejemplo. En una
carta a un amigo suyo, Karl Popper le dice: “Platón=Hitler.” Y piensa que esto
es todo un descubrimiento y así lo argumenta, como podemos ver en el reciente
libro: Después de La Sociedad Abierta, (Paidós, 2010)
que es principalmente correspondencia de Popper con colegas en todo el orbe,
mientras redactaba el libro en cuestión desde Nueva Zelanda.
Si
Platón, como sostiene Popper, albergaba nociones de una raza superior que debería
de gobernar Atenas, así como la defensa de un Estado promotor de la esclavitud
de ciertos miembros de la ciudad, (nociones que actualmente son simplemente un
mito para cualquier persona… ¡aunque ho my god! ¡difícil de creer pero sigue
existiendo en las periferias del Planeta!), Platón se lo tomaba con verdad como
dice el epígrafe de la primera parte de la obra, llamado El Influjo de
Platón: “De todos los principios, el más importante es que nadie, ya sea
hombre o mujer, debe carecer de un jefe. Tampoco ha de acostumbrarse el
espíritu de nadie a permitirse obrar siguiendo su propia iniciativa, ya sea en
el trabajo o en el placer. Lejos de ello, así en la guerra como en la paz, todo
ciudadano habrá de fijar la vista en su jefe, siguiéndolo fielmente, y aún en
los asuntos más triviales deberá mantenerse bajo su mando. Así, por ejemplo,
deberá levantarse, moverse, lavarse o comer… sólo si se le ha ordenado hacerlo.
En una palabra: deberá enseñarle a su alma, por medio del hábito largamente
practicado, a no soñar nunca actuar con independencia, y a tornarse totalmente
incapaz de ello.” (Platón de Atenas). Al mismo tiempo que su noción
de lo que es el cambio —idea que retoma de Heráclito—; para
Platón el cambio en el gobierno, en las almas, en la sociedad, sólo puede
generar degeneración: “En conclusión —escribe Popper—, Platón enseña
que el cambio es el mal y que el reposo es lo divino”. Dicha
conclusión es monstruosa para el contexto del futuro que seguiría La Segunda
Guerra Mundial. Y es que Platón, a parte de provenir de la familia real, creía
que las fuerzas que operan en la historia eran de carácter cósmico; como muchos
de los presocráticos, entre ellos Heráclito, su poética era su
filosofía (pero para nosotros los posmodernos la poética y la filosofía no deben contraponerse,
pero tampoco una sustituye a la otra o la toma como máscara), por eso podemos
entender que muchos de los poemas presocráticos, eran leídos en aquél entonces
con una visión científica; ciencia que provenía de la mitología griega y mitología
griega que desembocaba muchas veces en una visión historicista:
Edipo encuentra su destino fatal, por ejemplo, debido a la
profecía y a las medidas adoptadas por su padre para eludirla, y no a pesar de
ellas. Estos rasgos son, en la literatura contemporánea mexicana, simplemente
un exceso de creencia en la fatalidad…
Popper
recorre fragmentos de Las leyes y de La República para
demostrar que Platón, (probablemente debido a su origen real) ordena
y justifica desde un punto de vista sociológico, que los gobernantes de Atenas
o de los estados existentes, no fueran sino la copia de una Forma o Idea
inmutable, de la cual sólo puede esperarse la decadencia y la vejez, (como el
destino de todo hombre es la decadencia, así lo es de toda ciudad y de toda
época) pero como a Platón esto le sirve para justificar la esclavitud o el
totalitarismo autárquico, la relectura de La sociedad abierta y sus
enemigos es de suma urgencia en la actualidad precisamente porque
Popper explica y desentraña “la licencia poética” que debe rodear al nacimiento
de las grandes creaciones, como en este caso, los estados nacionales, ni más ni
menos. Y además de ser un libro de guerra, es una joya del pensamiento
filosófico, que insistentemente le dice al lector: “Un tratado político nunca
va a traer, por el sólo hecho de juntar las dos plumas de la firma de un
tratado de dos Presidentes que lo firman, el Cielo a la Tierra para la
Humanidad, y tampoco es eso lo que hay que buscar; somos los ciudadanos,
nosotros mismos, no el Estado, los que debemos arreglar la sociedad cuando
amenace el totalitarismo”.
Si
bien Karl Popper durante toda su vida insistió y repitió muchas
veces que la filosofía debía ser una crítica de la ciencia, no
desistió de analizar el fenómeno literario, como lo es su teoría del “Horizonte
de expectativas”, (de acuerdo con la Encyclopedia of Contemporary
Literary Theory, fue él y el sociólogo Karl Manheim quienes acuñaron el
término, pero que se hizo famoso a raíz de que lo utilizó Hans Rober Jauss para
medir el valor estético de una obra literaria.) Según Gadamer –teórico que
influyó en Jauss–, el “horizonte de expectativas” es un punto de partida desde
donde analizamos cualquier circunstancia, el cual está ligado a los prejuicios
y los conocimientos previos que limitan nuestras posibilidades de visión. Es
una hermenéutica literaria en otras palabras, un método que enseña que, por
ejemplo, la lectura de un Kafka o un Joyce o incluso una pieza dramática
de Arthur Miller, no fue lo mismo en el XX de lo que será en el XXI, ya
que las posibilidades de visión de cada época están marcadas por un sinfín de
complejidades en todo tipo de aspectos. Popper es un pensador profundo que
intervino también contra el materialismo histórico y la obra de Marx en lo que
a su parecer, guarda remanentes del pensamiento platónico, cuando el
pensamiento platónico comete también sus errores. Dice Fernando
Savater en algo de su vasta producción, que el aire platónico ha quedado para
siempre como la marca de todo pensamiento filosófico (esa altísima tensión
mental), aunque muchas de sus ideas sean, como he tratado de mostrar en este
artículo, del todo monstruosas.
Pero no sólo nos queda la obra de
Popper como su inmenso legado para los hombres y las mujeres del XXI, sino
también esta idea que hace poco por un efecto mediático y de coyuntura política
rescató Carmen Aristegui en uno de sus programas de radio. Ella recordó que
Popper, poco antes de su muerte, al parecer en una entrevista en el mismo año
de su muerte (1994), declaró que si en la actualidad la televisión era un
poder, como todo poder debería tener un contrapeso. Así como el poder ejecutivo
tiene como contrapeso al legislativo, por ejemplo. Carmen Aristegui lo dijo y
siguió dando noticias, pero al echar un vistazo al enorme poder de los medios
en la actualidad, donde al instante nos enteramos de un tsunami en Indonesia y
una protesta en El Cairo, por ejemplo, la pregunta-reflexión popperiana, parece
no perder ninguna vigencia. Yo creo en lo personal, que Popper se preguntaba:
¿Cómo pensarán los poderosos que hay detrás de la Televisión?
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