Para Gabriela Botello
Esta noche evoco un suspiro,
que me lleve a la vorágine de un sueño tuyo,
ese temblor en los labios cuando se detiene
en mi saliva una sombra que no es la tuya,
sino de ti, sólo tu silueta,
la transparencia del amor que debe de doler
como si fuera pena ajena.
Es decir, detengo al arquero,
para llegar al continente de tu fundamento,
allá donde las huellas que cada flecha deja
son la constatación de lo que nos pertenece,
lo que en el tiempo y la tempestad hemos perdido,
para recobrarlo, para sacrificar el orgullo,
más no la paz incontenible de las sábanas
que más yo quisiera, para llevarte por un sendero,
que a pesar de ser de noche, ésta ciudad desconoce.
La vida y la ciudad, grave altisonancia,
la puerta conduce a la mirada donde todo es silencio,
un silencio repetido, silencio con una boca que sueña besarme
para conjurar la soledad de una memoria
que se levanta y echa a caminar, es deseo,
es la cautela, es la víspera de una mirada bajo
los techos de los antiguos tormentos,
pero es esa la mirada que los dislocará
y les exprimirá el siniestro,
el verdadero rumiar de lo cotidiano,
el siniestro… este portento que siempre aboga por lo nuestro,
no lo maldigas, déjalo llegar hasta tu pie,
para luego que se prenda de tu sueño y en soledad,
ya en reposo continuo, devuélvemelo como aquél suspiro.
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