© ®

Todos los textos son propiedad de sus autores, quienes tienen todos los derechos sobre ellos (¿o será al revés?) y han decidido libremente publicarlos aquí para la difusión pública sin fines de lucro. *Este proyecto está basado, en sus orígenes, en la idea de Dulce Chiang y Alicia Quiñones



viernes, 28 de enero de 2011

HENRY MILLER: Estados Unidos: entre genios y lunáticos (fragmentos)

Henry Miller nos dice en este ensayo, traducido por José Vicente Anaya, que “Walt Whitman bien podría ser el más grandioso estadunidense que ha existido”, y recuerda el poema en el cual el viejo de la barba llena de mariposas habla de la excitación, el dinero y los políticos que han abierto “el camino propicio para crear toda una nación de lunáticos”. Marco Antonio Campos enfrenta las contradicciones en las que incurre Alessandro Baricco al intentar la definición de globalización y al hacer la crítica de las simplificaciones y de los bobos y amañados optimismos que rodean ese fenómeno, en muchos aspectos irreversible y, en otros muchos, urgentemente revisable. Carlos Alfieri entrevista al profesor Dietrich Schwanitz sobre su bestseller cultural. Este trabajo periodístico es una auténtica pelea de lucha libre. Entrevistado y entrevistador empatan la contienda y abren nuevas perspectivas al debate sobre la cultura y la moderna sociedad europea. Carlos Monsiváis nos habla del último libro de Arnoldo Kraus y hace una serie de reflexiones sobre la enfermedad, la medicina y la ética. Las ideologías y las intolerancias circulan, con todos sus prejuicios y crueldades a cuestas, por este luminoso texto que pregunta a los fundamentalistas asesinos: “¿Acaso dios prefiere muertos por sida que vivos que usen condón?” Kraus, médico y escritor, da a Monsiváis la magnífica oportunidad de especular sobre los temas esenciales de este amenazante siglo que tan mal empieza.


I- H. MILLER

En dos breves centurias nos estamos yendo, prácticamente, por el caño del desagüe. ¡Ahí nos jodemos!* Y nadie se va a entristecer por ese nuestro paso; ni siquiera ésos a los que hemos ayudado a sobrevivir. En el breve instante de nuestra historia nos las hemos ingeniado para envenenar al mundo. Lo hemos envenenado con nuestras ideas de progreso, eficiencia, mecanización. Hemos convertido en robots a nuestros esforzados pioneros. Hemos deshumanizado al mundo en el que vivimos.

Los atacantes que vinieron del Viejo Mundo pudieron haber sido vistos como dioses por los aborígenes del Continente. Pero muy pronto se desilusionaron. Pronto aprendieron a tenernos miedo y odio (¡nosotros, los caras pálidas, fuimos quienes enseñaron a los indios a cortarle las cabelleras a los enemigos!). Hemos actuado con la misma crueldad ante nuestra benevolencia con diferentes puntos de vista sobre la vida. Nosotros fuimos los que suprimieron a la maravillosa Comunidad Oneida, así como a otras comunidades religiosas. A los indios les robamos su territorio e hicimos todo lo que pudimos para aniquilarlos. Y nunca intentamos darles alguna retribución.

Tal parece que fuimos concebidos entre la violencia y el odio, como si hubiéramos nacido para saquear, violar y asesinar. Nuestros libros de historia barnizan las crueldades, las abominaciones y la conducta inmoral de nuestros líderes. Sólo por ver un breve ejemplo, uno de los grandes hombres que hemos producido, Thomas Jefferson, tuvo un hijo ilegítimo con una esclava negra que estuvo a su servicio. Casi todos aquellos hombres que forjaron nuestra gran democracia fueron esclavistas. Ellos pusieron los nombres de república y democracia, pero nunca las tuvimos, ni siquiera ahora. Unos cuantos patricios, de familias poderosas, gobiernan a este país. Aun en los tiempos de Walt Whitman este territorio estaba cundido por la corrupción. La poesía en Hojas de hierba de Whitman es un maravilloso canto al Yo, pero sus restantes escritos en prosa son una condena de la sociedad estadunidense.

Hace algún tiempo vi en un cuadro enmarcadas las fotos de todos los vicepresidentes que hemos tenido, que pudo haber servido para una exposición de la cursilería. Algunos de ellos parecían criminales; otros, imbéciles; y los demás, simplemente idiotas. Y a decir verdad, los presidentes no parecían mejores. Es seguro que los políticos, y los hombres de Estado de todo el mundo, se saben obtusos y zorrunos. Churchill no fue la excepción.

El nombre de Lincoln es muy reverenciado, aunque en mi opinión él fue con mucho el responsable de la guerra interna de secesión, él tuvo el poder para evitar la confrontación entre los del norte y los del sur. Aquella guerra civil, como casi todas las de su tipo, fue una atrocidad de la cual el país no se ha recuperado del todo.

Participar en la primera guerra mundial fue, dicho sea con dulzura, un gran desatino. ¡Nada más vean ahora dónde está aquel gran enemigo de la humanidad!

Guerra, guerra... Desde mi más tierna infancia recuerdo todo aquello de la guerra entre España y Estados Unidos, la guerra ruso-japonesa, la guerra de los Balcanes –y así sin cesar. Como Jean Giono dijo en su libro Refus d’Obéissance (El rechazo a la obediencia), el capitalismo se alimenta de guerra; ni siquiera puede existir sin la guerra.

En la actualidad todos los partidos hacen la guerra; los partidos liberales, reaccionarios o lo que sean. Los comunistas son tan asesinos como los capitalistas o los fascistas. Parece que el hombre nació para matar. Nuestro país ha destacado para que le enseñemos al resto del mundo cómo aniquilarse, incluyendo a la flora y a la fauna.

El viaje a la Luna llamó la atención, por un momento, del público. Sin embargo, hoy existe la sensación de que eso –el experimento– no tenía ningún buen propósito (el Pentágono se encargará de cosechar los beneficios). Muy pronto no habrá necesidad de uniformes, entrenamientos ni disciplinas militares. Nos quedaremos sentados, dondequiera que nos encontremos, y desde ahí manipularemos las fuerzas más mortíferas. ¡Toda la guerra lejos de nuestra silla mecedora! No habrá necesidad de generales, almirantes ni nadie de esa especie. Todos y cada uno de los hombres, mujeres y niños serán una bomba potencial.

Cuando digo que nos estamos yendo por el caño del desagüe, incluyo a todos nuestros imitadores a lo largo del mundo. Todos vamos a caer juntos. Al holocausto tal vez sólo sobrevivan los primitivos y algunas especies de bestias salvajes. Sólo entonces, posiblemente, podamos ver que emerge una nueva humanidad. Es cierto que nosotros los ciudadanos, por ahora, quienes sostenemos a la sociedad, no estamos preparados para enderezar al barco del Estado. Cada ejecución de una idea progresista es algo que nos lleva más y más lejos en dirección al pasado.

Desde los primeros tiempos hemos tenido a nuestros gángsters, nuestros asesinos y nuestros políticos corruptos. ¿Cuándo hubo un tiempo bueno, limpio, feliz? Según mis cuentas: nunca. Cuando niño, empecé a oír historias sobre Tammany Hall. Cuando niño vi a los policías a caballo atacando a las masas desarmadas en Union Square (parecían cosacos bien entrenados). Cuando yo era niño me hablaron de "héroes" como el almirante Dewey (un simplón) y Teddy Roosevelt de San Juan Hill. Nunca me hablaron de Emerson, Thoreau ni Whitman. En aquel tiempo mi "héroe" era William Jennigs Bryan, "el orador de la lengua de plata". Después supe de Sing Sing, Dannemora y Leavenworth y otros por el estilo. ¡El gran narrador en mi juventud fue O. Henry! pero nadie hablaba del hombre que lo impulsó a escribir, de Al Jennigs, quien compartió con aquél su celda en la Penitenciaría de Ohio.

En mi barrio no había bibliotecas públicas ni librerías. Tuve que esperar hasta que cumplí veintiún años para encontrar a Emma Goldman en la ciudad de San Diego, California, para aprender que había una palabra como cultura. Y gracias a ella pude hacer un giro de Mark Twain a Friedrich Nietzsche.

No sólo los vicepresidentes fueron un montón de imbéciles y donadies; sino también casi todo el país. ¿Cuántos grandes escritores, grandes pintores, grandes músicos hemos producido en estos siglos? ¡Es más fácil acordarnos de haraganes famosos!

Hace poco tiempo tuvimos el circo de Watergate. Al observar la reacción que tuvo la gente, uno puede suponer que nuestros políticos sólo cometen errores triviales y que nunca cometieron ningún crimen. Muchas veces actuamos como si tuviéramos la convicción de que el mal puede ser erradicado de una vez por todas.

Cuando Lincoln publicó su Proclama de la emancipación pensamos que le habíamos puesto fin a la esclavitud. No habíamos imaginado los ghettos del norte con problemas raciales más atroces que los del sur. Junto a los esclavos negros creamos también a los esclavos blancos –esclavos de la era de la máquina. Todavía existe el Ku Klux Klan. ¡También existe la mafia! No tenemos progroms pero igual florece y se robustece el antisemitismo.

Está claro que, con toda nuestra palabrería sobre el progreso, tenemos una mente estrecha, somos prejuiciosos y tenemos sed de sangre como siempre ha sido. Sólo con referirnos a la situación militar –¡el Pentágono!– es suficiente para sentir calosfríos. ¡La pasada guerra –la de Vietnam– fue una vileza! Tamerlane y Atila no son nada comparados con nuestros monstruos de los últimos días, armados con bombas nucleares y de napalm. Si Hitler fue un genocida, ¿qué somos nosotros? ¡Nosotros hemos estado cometiendo genocidios desde el principio! ¡A la carga con todo aquel que no esté de acuerdo con nosotros! Así ha sido contra indios, negros y mexicanos. Y de pronto ahí están la televisión y el cine, y ahí hay de todo. Los niños crecen viendo delitos, asesinatos, robos, torturas y todo lo imaginable que tiene que ver con vileza, oscurantismo y brutalidad. Todo lo cual es parte de nuestro amadísimo "progreso". Y todavía nos preguntamos por qué (como nación y como pueblo) nos estamos desmenuzando.

Me pregunto, muy seriamente, si hay algo de la "civilización" estadunidense que sea digno de elogio. Y no encuentro nada. Las prisiones son antros de vicio. Las escuelas tienen asentaderas para aprender –¿qué? ¡hoy los maestros le tienen miedo a los alumnos! Cada quien le teme a algo, en cadena, y así hasta llegar a los gérmenes. Un atrevido nunca camina solo por la noche y menos desarmado. Claro está que quien camina por las calles de noche es un sospechoso.

II

Ya se han vuelto muy comunes las conversaciones sobre enfermedades venéreas y la cultura de la droga. Entre adolescentes se contagian. El porcentaje de estos pacientes es ya muy numeroso. Igual pasa con la afición por las drogas y el alcohol. ¡Una nación de adictos! ¡Si hasta la abuelita se emborracha!

¿Y qué me dicen de la noble fuerza policiaca, nuestros supuestos protectores? ¡De cuántos crímenes son culpables! ¡Nos inspiran sospechas y odios! ¡Corrupción es la palabra severa que los califica! ¿Dónde están nuestros héroes? Hay que buscarlos entre los rangos deportivos. Por lo pronto ahí tenemos al boxeador Muhammad Alí. Después serán un jugador de futbol americano o un pítcher zurdo. Sí hemos tenido verdaderos héroes, pero la mayoría de ellos han sido asesinados o encarcelados. Hay muchos héroes silenciosos. Es muy peligroso ser un desplazado del status quo (¡aunque qué bueno!) en un país donde se ha multiplicado un hombre al que llaman Cuello Blanco, Protestante Anglo Sajón –un monstruo creado por los tiempos [...] Al mirar el pasado Vietnam me invade la náusea. Y todavía hay gente que califica de "héroes" a los veteranos de esa guerra. Que Dios los perdone.

Sin embargo, como cualquier otra inmundicia, yo también tengo mis héroes, mis ídolos. Forman un abigarrado grupo. He aquí algunos: John Brown, el del ferry Harper; Aguinaldo, el rebelde filipino que luchó un año contra Estados Unidos hasta su muerte; W.E. Burghardt Du Bois, quien mucho me influyó y terminara en Ghana después de padecer la cárcel; Emma Goldman, la anarquista que me abrió todo un mundo de cultura; Elizabeth Gurley Flynn de la I.W.W.; Sacco y Vanzetti, Malcom X, Jack Johnson, Jack Dempsey, Charlie Chaplin, Martin Luther King, Louis (Satchmo) Armstrong, Charles Lindberg, el general Robert E. Lee, Laurel y Hardy. También amo las Rocallosas, las Grandes Fumarolas, las montañas Blue Ridge, el Gran Cañón de Arizona, el estado de Arkansas, los indios hopi, Joe Louis, Buffalo Bill, Thomas Jefferson, Bill Nye, el burlesque sobre todo el de Minsky en la avenida 2ª, la ciudad de Nueva York, Frank Kramer (el campeón ciclista), Pocahontas, los ferrys, los caballos de fuerza en los motores, la Ópera del Metropolitan, las películas mudas y muchas de las estrellas del vaudeville. Adoré a Elsie Janis, Harpo Marx, Greta Garbo y mil más.

III

Aunque mis palabras pueden sonar amargas y desagradables, yo no odio a Estados Unidos ni a los estadunidenses. Al mirar nuestra historia agitada, podríamos decir lo mismo de otros países de los llamados civilizados. Como antes lo había dicho, no puedo pensar en individuos, de cualquier gran país del mundo, que piensen como pigmeos: "Estamos felices de ser lo que somos. No tenemos necesidad de cambiar." Seguramente es impensable el verdadero pensamiento que civilice al ser humano. Entre todos los pueblos civilizados del mundo descubro al estadunidense como el más desasosegado, el más insatisfecho, el idiota que puede cambiar al mundo a su imagen y semejanza. En el proceso de mejorar al mundo, como él tontamente imagina, lo está envenenando y destruyendo. El poeta Walt Whitman se dio cuenta de todo esto desde hace más de cien años; él se refirió a nosotros como una nación de lunáticos. ¡Walt Whitman bien podría ser el más grandioso estadunidense que ha existido!

He aquí las propias palabras de Whitman, escritas hace como cien años: "Adelante, mis queridos estadunidenses, conduzcan sus caballos más allá –¡excitación! ¡dinero! ¡políticos! Abran todas sus válvulas y dejen que prosiga –columpiándose y exprimiendo a los demás. Muy pronto tú estarás bajo ese momento que no podrás detener aunque quisieras. Sólo dejen provisiones a tiempo (viejos y nuevos Estados) para construir algunos miles de manicomios. Porque están en el camino propicio para crear toda una nación de lunáticos."

* En el original se usa la expresión alemana Ausgespielt!, que tiene varias acepciones.

Traducción de José Vicente Anaya.

No hay comentarios: