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miércoles, 14 de septiembre de 2011

El MATACURAS

NOTA: EL VERDADERO AUTOR ME HA PEDIDO SE RESPETE SU SEUDÓNIMO: "CARRIZOS"

A tres caídas, sin límite de tiempo: 1er round


Lo sabes, tu colonia, tu espacio de encuentros y desencuentros ha cambiado, igual que tú. Tu memoria ya no es la misma; te sabes distinto aún cuando sigues caminando por esas calles con nombres de los estados. ¿Te acuerdas por qué? Sí te acuerdas, sueles platicarle a tus nietos de esto: que fue un homenaje que hizo Walter Orrín, aquel dueño de circo que a principios del siglo XX se convirtió en fraccionador de terrenos en lo que sería la colonia Roma, tu colonia con nombre alusivo al coliseo romano, en ese tu siglo que se ha marchado, lejos; donde las luces y sombras de tu memoria son más firmes, más intensas. Como una fotografía en blanco y negro que sobrevive al olvido, a tú olvido. Pero aún cuando cruzas por enfrente de la iglesia de nuestra señora de Fátima te estremece aquel recuerdo de sangre. ¿Cómo fue que pasó? El padre Juan Francisco, que era tu amigo, curita amanerado, decían despectivamente algunos, a él lo mataron, por allá en los años cincuenta. Entonces un homicidio así resonaba en toda la ciudad, ¿te acuerdas?, todos tus vecinos estaban espantados. ¿Cuándo se había visto algo así en la colonia? Si acaso, se contaban leyendas de ahorcados en la Romita, puros pobres diablos e indígenas remisos, bandidos, les decían, pero de eso tu no supiste. Mejor así, porque hay muertes que pesan mucho y a ti te pesa lo que le pasó al padre Juan. Por eso prefieres evadir pasar por ahí. Mejor tomas avenida Yucatán y doblas en San Luis Potosí para ir hacia Cuauhtémoc. Tanto evitabas pasar por ahí que se convirtió en una rutina, pese a que te desvía de tu destino a la estación del metro. Esa muerta te afectó demasiado, y la sigues lamentando, porque fue él quien te ayudó cuando más lo necesitabas; no sólo a ti, pues hacía obras de caridad y atendía a los necesitados. Así que mejor sigues tu camino y miras las fachadas de las casas que tanto te han gustado y que te hacen sentir orgullo de tu colonia. Te entretiene ver los remates y acabados en estilo decó o los frisos neoclásicos y hasta post góticos. Aunque sí. Tu colonia ya no es la misma.

Segundo raund

Fácilmente levantaba a sus contrincantes una y otra vez para azotarlos en el pancracio. Era fuerte y rudo adentro y afuera del ring. Demasiado. Ya se lo habían dicho y no pocos problemas se ganó por eso. Tal vez porque siempre lo humillaron; incluso su mujer lo engaño con un vecino de aquella vecindad maloliente de la Obrera, pero él, herido y enfurecido, alevosamente se desquitó golpeándola a más no poder mientras el salteador escapaba por la ventana. Pobre Pancho, nunca fue el luchador que quiso ser aún cuando cosechó algunos triunfos en la Coliseo; luego de la golpiza que le propinó a la mujer le quitaron su licencia de luchador profesional. Así que mejor se largó a probar suerte al otro lado del Atlántico, pero fue peor, nunca se sintió a gusto y allá las luchas no eran tan populares como aquí, así que regresó y tratar de ganar lo perdido, pero ya no pudo.

“¡Pancho, ya estás viejo! ¡Mejor regrésate a cuidar las vacas!” “¡Quítate el traje de toreo, que no luces ya!”: le gritaban algunos aficionados maloras allá en la Coliseo. Entonces se encendía y maldecía su suerte. A veces le daba por ir al salón México, a bailar danzón para olvidarse de sus fracasos, en otras ocasiones iba a las cantinas, aunque no le gustara el tragó, trataba de no sentirse solo. Fue ahí, que otros tan miserables como él se acercaron para proponerle una “movida”, eran el méxico, el chino y el novillero, tress rufianes de medio pelo, que luego acabarían sus días en Lecumberri, al menos, el méxico, que se hizo “mayor” de su crujía, porque al otro lo habrían matado y al novillero nunca lo encontraron. Entonces Pancho Valentino, sin dinero, se animó a entrarle al atraco de la iglesia, porque le dijeron que había mucha “pasta” para los cuatro. Entonces acudieron en la noche a la iglesia de Fátima, en la calle de Chiapas; le dieron carne envenenada al perro guardián y esperaron a que agonizara para entrar.

No había tal dinero. Acaso 25 míseros pesos que tenía el párroco en la sacristía. Pancho se enfureció, era el colmo que ni siquiera resultara un buen ladrón. Este era su primer robo, y tal vez por ello fue torpe en sus movimientos e hizo ruido y se prendió la luz. No supo cuando sus cómplices escaparon, dejándolo sólo. Aunque los diarios decían que entre todos se abalanzaron contra el anciano y lo golpearon y luego lo amarraron, pero no fue así; el sacerdote trató de escapar y buscar ayuda. Corrió, dándole la espalda al luchador que hábilmente aplicó lo aprendido en los encordados y se abalanzó hacia sus piernas para derribarlo; luego se encimó sobre él, forcejeando, pero era obvio que el viejo cura no podía ofrecer resistencia. Tal vez pancho se cegó como en otras ocasiones por la ira, tal vez el miedo de ser denunciado lo obligo a aplicarle una llave china y ahorcar al hombre. Luego lo amarró y escapó hacia el norte, con dos cálices, algunas pocas monedas y otros objetos de la iglesia. Sin embargo, más tarde sería aprendido, la policía había rastreado y encontró unas gafas en la escena del crimen que pertenecían a uno de sus cómplices, cuando dieron con este ladrón, delató a los otros. Además, algunos vecinos, al día siguiente cuando el homicidio se había descubierto, dijeron a la policía que un hombrón como de uno noventa andaba por ahí merodeando, junto con otros individuos. Fue una ironía que otro luchador lo aprendiera, el mismo que lo había acercado a las artes del pancracio: Mike Duran. Que le había dicho cuando miró sus enormes bíceps y su gran corpulencia: “Oiga amigo, ¿no le gustaría ser un luchador profesional? Tiene un cuerpo muy desarrollado para ese deporte, y yo me encargaría de entrenarlo; soy el entrenador de defensa personal de la policía capitalina, ¿cómo la ve?”

Así que Mike supo de inmediato que podría tratarse de Pancho valentino y lo buscaron. Cuando cayó, confesó su crimen y lo enviaron a Lecumberri.

Entonces se dedicó a entrenar y a enseñar lucha libre en la prisión, pero Pancho Valentino arrastraba su mala suerte aún ahí. Quiso escapar y para lograrlo se comenzó a robar algunas sábanas de la enfermería. Una tarde sin avisar hicieron “esculque” en su crujía y en su celda encontraron las sábanas.

“Tú no entiendes, verdad pinche animal”, le espetó uno de los guardias. Al poco tiempo sería trasladado a las islas marías, en la siguiente “cuerda”, y por allá, en las tristes islas del pacífico se encontraría con el celebérrimo “sapo”, un ex militar que enloqueció hasta convertirse en un multiasesino.

A Pancho le apodaron el matacuras, y de haber sido un hombre regularmente atractivo, su faz comenzó a oscurecerse por la exposición al sol, pero además comenzó a revelar la fiereza de su espíritu. El sol le quemaba el cuerpo, y el ambiente húmedo y cargado de sal le hacían sentir ardor. Entonces maldecía su suerte cada que lo mandaban al corte de penca o al corte de leña o a los hornos de cal. Más odio había en su alma que por ello mismo cuando llegó a las islas y conoció allí al “padre trampitas”, ese misionero que se hizo encarcelar para estar al lado de los pecadores, no tuvo empacho en decirle que él era el matacuras, a lo que el sacerdote misionero le dijo que “él era el matón de los matacuras”, y así se conocieron y por largos años nunca se hablaron; pero Pancho ya le tenía tirria, odiaba todo aquello que le representara la religión. No sabía por qué, pero el cura le molestaba, y peor porque tenía fama de convencer a los reos más peligrosos. Le molestaba verlo contento y jugar baraja, y que para colmo, estuviera por su voluntad en estas islas maldecidas.

En el corazón de Pancho se fui inoculando el desprecio por el sacerdote que tuvo la idea de matarlo.



3er raund

Cuando conocí a David García Salinas, el periodista aquel de los populibros la prensa, fue en un cafecito que estaba cerca de la plaza Río de Janeiro, muy cerca de mi casa, en la Roma. Yo no sabía quién era él, pero mi compadre sí, porque eran amigos de la escuela, y él fue quién nos presentó. Según me enteré, El señor David le comentó a mi compadre sobre un libro que estaba escribiendo, que se llamaría Crímenes espeluznantes, y Andaba investigando cosas relacionadas con el presidio y los reos famosos. Luego supe que había escrito más libros, como el de “Los huéspedes de la gayola”, además librito de “El palacio negro de Lecumberri. Pues bien, que mi compadre le comentó que yo era de Colima y que de chico – cosa que ya le había comentado a mi compadre-, me había tocado presenciar la llegada de las famosas “cuerdas” de presos que serían trasladaos a las islas marías. Así que el periodista estaba interesado en que le contara sobre aquella experiencia.

Pues ahí como la ve (le decía mientras el iba grabando y registrando en su pequeño cuaderno algunas notas), a mi de chico me tocó ver como llegaban los presos en el tren de carga; iba repleto. Y todavía me acuerdo que vestían con ese llamativo uniforme a rayas. Estaría yo en terceo o cuarto año de primaría, era la escuela “Benito Juárez”, que se encontraba en el jardín principal del puerto Obregón. Entonces oía como los demás chiquillos gritaban, que ahí venía una cuerda de reos, y entonces corríamos para la estación a ver a tantos fulanos mal encarados y malolientes. Quién sabe, había pocas distracciones en mi pueblo.

Le platiqué a don David que la primera vez que me acerqué a ver a los presos supe de uno que era muy famoso, y eso le interesó. Pues se trataba de Pancho valentino, un luchador de los años cincuenta, que luchó en aquella época del santo y el Blue Demon. Por cierto, cuando llegué al acapital, también me hice aficionado a las luchas. Todavía me tocó conocer al Cavernario Galindo, a Gori Guerrero, por supuesto, al santo, El huracán Ramirez y al gordo aquel, enorme, que era la tonina Jackson. Otros tiempos entonces.

Pues bien, Don David insistía en que le hablara de Pancho Valentino, así que le conté una anécdota. Por supuesto, yo en ese entonces no sabía que estaba preso por haber matado a un sacerdote, por cierto, ahí mismo, en la Roma. Luego supe de su caso. El hecho es que cuando lo vi en el vagón, ahí en la estación de Manzanillo, sacaba las manos entre los maderos del vagón pidiendo una moneda al igual que los otros presos, de veras que dolía verlos así. Esa ocasión yo traía una moneda de veinte centavos, pero que extiendo la mano y se la di a aquel hombre que sólo me dijo: “Gracias chico, yo soy Pancho valentino, el famoso luchador”. Sólo esa vez lo vi, pero se me quedó muy plasmado el recuero de su enorme cuerpo que se movía con dificultad entre los demás, y su cara y sus ojos tristes.

Luego Don David me contó que fue un hombre muy violento, pero que a pesar de todo y de haber matado a un sacerdote, otro cura le salvó la vida. Terminó diciéndome que él quería matarlo allá en las islas, y que lo citó una noche para hablar con él, aún cuando el padre temía por su vida por que ya le habían advertido que lo quería matar, fue a su encuentro.

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