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miércoles, 21 de septiembre de 2011

POEMA SIN NOMBRE

He aquí al sabio de la esquina,


he aquí la oligofrenia desnuda,

he aquí a la imaginación rota,

al púlpito hecho baratija,

la carne que se vence y entonces alguien exclama:

“¿Yo?” Púdranse los yoes inermes que decantan

la sabiduría del rebaño: programados con A, B o Z,

púdranse todos ellos, desgraciados inermes en vida,

aquellos que tienen que cumplir órdenes en nombre

de la paz duradera o ahora contra el terrorismo o los marcianos,

que sepan lo que les toca:

vigilar como borricos al resto de borricos, fumar para dejar pasar a la conciencia como bendita cruz arrojada

al sepulcro de una idea por la que valía la pena vivir.

La poesía es la resistencia.

Nunca más, nunca más asesinar

por imprudencia, no desearlo simplemente,

crecer, destruir el atajo, volver a la poesía,

arrancarle frases a ésta noche,

arrancarle como un árbol de saliva las verdades eternas,

arrancarle cual si fuera oso la carne que lo mantiene,

arrancar a los lobos la piel de oveja,

lobos, aúllen arrancándole el silencio a las demás noches,

arrancar, arrancar, para tener mucho por lo cual permanecer.

Sobre todo mentir con cheque en blanco en nombre del enemigo,

volver a largarse de inmediato a la escritura,

disolver la tablita de salvación, pues ésta no existe más, sólo el verso inmisericorde que busca, que arremete,

en resistencia y en nombre de la libertad, a favor de la diferencia y contra la gran indiferencia, eso, seducir la magia,

acariciarla, tratarla con suavidad, con esoterismo, con paciencia,

darle tres veredictos a la belleza, sufrirla

y violarla con saliva en medio de sus piernas, para obtener el perdón de la simple y pura noción, que se llama la desmemoria de los vivos.

El poeta debe recordar, en nombre del género humano,

Para que cuando esté pisoteado, sepa por donde ha sido capaz de ir volando.

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