Los nuevos conocimientos no se están aplicando para
redefinir las políticas públicas, considera el antropólogo en entrevista con La
Jornada.
Arturo Jiménez
Publicado en La Jornada el 22 de enero de 2013.
Publicado en La Jornada el 22 de enero de 2013.
México, D.F. Desde principios de este siglo se han multiplicado las
investigaciones acerca de los nuevos fenómenos culturales en México, sobre todo
los vinculados con la revolución tecnológica que se vive en el mundo, sin embargo,
“esos conocimientos no se aplican para redefinir las políticas públicas”,
destaca el antropólogo Néstor García Canclini, quien agrega en entrevista:
“Necesitaríamos un nuevo tipo de institucionalidad cultural” y una
“reformulación del Estado y de las políticas en esos temas”.
García Canclini charla en su
casa de San Ángel a propósito de la publicación del libro Jóvenes, culturas
urbanas y redes digitales (Editorial Ariel-Fundación Telefónica),
coordinado por él, Francisco Cruces y Maritza Urteaga Castro Pozo, y con la
participación de unos 15 investigadores en las ciudades de México y Madrid, ya
que se trata de un proyecto conjunto y comparativo entre ambas urbes.
El libro se presenta hoy en el
Centro Cultural de España (CCE) en México, a las 19 horas, y el viernes en la
Librería Gandhi de Miguel Ángel de Quevedo, con la participación, entre otros,
del investigador Cruces, quien viene desde Madrid.
“Vimos la necesidad de un
trabajo específico sobre los jóvenes que hoy marcan tendencias con sus formas
de abordar y desarrollar su creatividad, jóvenes que viven en condiciones muy
precarias, pero que están altamente calificados, muchos de ellos
universitarios, que participan muy activamente en las escenas creativas, de
artes visuales, editoriales independientes, festivales de cine alternativos, en
la música”.
Ninis y oficios emergentes
“El propósito era no diluir la
condición de jóvenes con su diversidad en las grandes cifras. Se nos dice
siempre: hay 7 millones de ninis. Además de que la categoría es equívoca
y no nombra bien lo que está sucediendo con ellos, incluye a gente muy diversa.
Y a veces no es que no trabajen ni estudien; no es que esos 7 millones estén
todo el día con videojuegos u ociosos en la calle.
“Hacen muchas cosas; algunos
trabajan de otro modo o crean o estudian en forma alternativa, se agrupan de
manera distinta de la que las instituciones reconocen. Hay una extraordinaria
diversidad, pero con algunos rasgos compartidos. No era fácil identificarlos,
porque no hay censos de artistas en México, ni de músicos, ni una
sistematización suficiente de la información sobre la actividad cultural”.
García Canclini destaca que se
trata de un fenómeno juvenil mundial. “En el camino de la investigación nos
asociamos con un grupo de investigadores de Madrid que estaban estudiando algo
parecido. Ellos le llaman prácticas emergentes de los jóvenes en la ciudad.
Encontramos muchos intereses comunes y la comparación fue muy fecunda”.
Agrega que el fenómeno se ha
atendido por políticas públicas en España, Inglaterra o Alemania, o que en
Brasil se tiene una “expansión extraordinaria, mucho más organizada,
institucionalizada y apoyada por el Ministerio de Cultura”. Pero que en México
y otros países latinoamericanos aún no se llega a ese nivel.
Estas manifestaciones
sociales, responde a pregunta expresa, corresponden a un estado de época de los
jóvenes que revela las enormes posibilidades que dan las tecnologías recientes
para acceder a mucha información existente, conectarse, producir conjuntamente
música, artes visuales, imágenes, y traducir y publicar textos en forma
trasnacional, más allá de las barreras fronterizas de las aduanas.
“Se refiere además a la
emergencia de nuevos modos de hacer cultura”, que no pasa únicamente por la
capacidad digital, sino por los modos de asociarse. “En México nos habíamos
acostumbrado a discutir cuánto había que aceptar del Estado, cuánto de la
iniciativa privada; si no nos daban dinero, cómo evitar la parálisis. Y de
pronto vemos en las dos generaciones recientes, de 35 años para abajo, la
emergencia de miles de jóvenes que, no sólo en la ciudad de México, sino en
otras urbes del norte, centro y sur del país, están desarrollando un espectro
de actividades que no existía hace 20 años”.
–¿Cómo se podría caracterizar
ese proceso? ¿De democratización, de socialización, de liberación de la
creatividad cultural de la sociedad?
–Son nuevas formas de
sociabilidad, de agrupamiento y de creatividad.
–¿Impactan a la cultura y a la
sociedad?
–Por supuesto, están
reconfigurando la escena. Impactan positivamente de un modo complejo, porque se
desenvuelven en condiciones de mucha precariedad. No podemos idealizar
fácilmente la creatividad de estos grupos.
–¿Cómo han respondido las
instituciones culturales?
–Algunas les han dado lugar,
otros aún no. Este sector de jóvenes ha generado profesiones nuevas, como los vijéis,
los diyéis, los coolhunters o los hackers, que no son
como se piensa, que espían en las redes. Los hackers son jóvenes que
tienen una disposición al uso intensivo de las redes digitales con una ética
basada en la autonomía creativa y en compartir los bienes culturales que
circulan en red. La idea de procomún es clave, cómo trascender la propiedad
privada, el copyright, y habilitar el acceso a sectores muy amplios,
tanto para el consumo como para la reutilización creativa de lo que se pone en
la red.
“De ahí que otra de las
nociones con la que tuvimos que trabajar es la de prosumidores, pues se está
trascendiendo la división entre los que producen y los que consumen. El diyéi
es el ejemplo más clásico: tomar músicas prexistentes, recrearlas y
convertirlas en otro objeto cultural. Es una manera de apropiárselas y
socializarlas.”
–Con el comienzo del
neoliberalismo, de tres décadas para acá, se ha dicho que se han acentuado
actitudes sociales como el consumismo, el individualismo y la despolitización.
Pero al parecer está este otro fenómeno paralelo descrito por usted.
–Esas etiquetas, que suelen
tener carga despectiva, son casi siempre resultado de la incomprensión de los
adultos hacia los nuevos comportamientos. No diría que hay más individualismo
que hace 40 años, sino que hay un modo diferente de articular las búsquedas
individuales con las grupales y con las del conjunto de la sociedad, de
encontrar lugares no previstos por las instituciones y las formas clásicas de
educación y sociabilidad.
“Tampoco se sostiene la
estigmatización del consumismo cuando vemos que se trata de consumos muy
creativos, no en todos los casos pero sí cada vez más generalizados,
precisamente porque la flexibilidad de las tecnologías recientes permite un uso
mucho más distribuido de las capacidades creativas, una información mucho más
diversificada, una transparencia mayor de lo que se ocultaba en las élites
políticas o culturales”.
Destaca que en la década
reciente se han realizado diversas investigaciones, pero después esos
conocimientos no se han aplicado para redefinir la política cultural. “Seguimos
teniendo concentrada la mayor parte del financiamiento cultural del Estado en
el Instituto Nacional de Antropología (INAH) y el Instituto Nacional de Bellas
Artes (INBA), instituciones que siguen siendo fundamentales, pero que se
crearon a finales de los años 40, cuando no existía ni televisión. La mayor
parte de la acción pública tanto federal, en los estados o en el Distito
Federal, va dirigida a formas clásicas del desarrollo cultural predigitales,
preindustriales.
“Varias tareas son urgentes, y
una es redefinir la institucionalidad cultural, más que la discusión sobre los
nombres que se designan en las instituciones, hay que pensar qué nueva
configuración institucional y qué políticas necesitamos para favorecer la
participación y el agenciamiento de los jóvenes de sus nuevas posibilidades
creativas y comunicativas. El financiamiento debería ser responsabilidad del Estado
y de las empresas que están ganando mucho con la expansión de las insdustrias
culturales y las tecnologías de la comunicación, pero que no devuelven a la
sociedad. Hablo de la responsabilidad social desde Televisa y Telmex hasta
Apple”.
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