A través del espéculo
Juan José Quintans, un ahora después
Por Arturo Valdez Castro
1. Pensar que escribir no tiene género es absurdo. Escribir está
sujeto al dinero, a la enfermedad, a la edad y, sobre todo, a la inclinación
sexual. (No todos los locos son poetas; pero todos los poetas están locos). La
locura es un estado de ánimo; la poesía, una condición de vida. Escribir está
sujeto al dinero: no es lo mismo un escritor lumpen que uno de la clase alta. Escritura
y enfermedad, lo mismo; ésta ha sido base de muchas obras maestras de la
literatura (pienso en Dostoievski o Hölderlin; uno epiléptico, el otro
esquizoide). La edad, otro aspecto importante: hay quien asegura que la buena
poesía se escribe entre los 16 y los 35 años (cosa que me parece demasiado sosa);
pero ha existido sólo un Rimbaud, como un solo Whitman. Pero un factor determinante
es el género: la poesía escrita por las mujeres es distinta de la poesía
escrita por hombres, que a su vez son diferentes a la escrita por homosexuales.
No se trata de resaltar la inclinación sexual de cualquier autor. La premisa es
fácil: la inclinación sexual determina (en la medida en que se busca la
libertad a través de la palabra o que la palabra es libertad) el golpe de esa
escritura. El motivo es que en una época en la que la homosexualidad no es, a
pesar de la hipocresía de ciertos sistemas, aceptada, y, por lo tanto, una
época en la que persiste la discriminación y el racismo, la homofobia es moneda
corriente. Los poetas homosexuales (machos o hembras) surgen de la
marginalidad, lo cual hace que su palabra, necesariamente, se haya curtido en
otros frentes todavía más difíciles a los que se enfrenta cualquier poeta; esto
hace que su palabra obtenga mayor fuerza para poder destrozar esas cadenas,
grilletes y púas que el sistema les ha impuesto. Pienso en los poetas
homosexuales que tuvieron que sufrir la discriminación en Cuba, a pesar de una
revolución socialista o quizá por eso, y que tuvieron que salir exiliados si no
querían ser encarcelados o fusilados. Pienso en Lorca; en los poetas mexicanos de
la generación autollamada Los Contemporáneos. La historia de la literatura está
plagada de una lucha por la liberación sexual, no solamente hetero, sino, y
sobre todo, homosexual (recuérdese a Óscar Wilde, quien fue encarcelado por ser
homosexual). No se trata de leer a los autores homosexuales desde esta
perspectiva, sería una visión absurda y cerrada, homofóbica. Lo que me parece
interesante es que su palabra es, algunas veces, muchas veces, más fuerte que
la de un poeta que por su condición, sexo, raza, gusto, etc. es socialmente
aceptada. Aquí cabría un nietzscheaismo: lo que no te destruye te hace más
fuerte. Es decir, su palabra es más fuerte porque han sufrido de una
marginación más extrema. Y qué decir de aquellos autores que, además de enfrentar
su homosexualidad con las morales ridículas de la sociedad, son portadores de
una enfermedad terminal, concretamente de una enfermedad que además los ha
marginado de manera más radical, como sucedió a partir de los años 80 con el
Sida. Un poeta sin varo (como generalmente sucede), homosexual y portador del
VIH, es uno de los tipos más marginados; o no? Carajo.
2. Juan José Quintans nació el 1 de octubre de 1945, en
Uruguay; seguramente en Montevideo. En 1991 publicó ORSAI (hombres que juegan
fuera del lugar). Este poeta, carajo, devuelve el aliento en un panorama (desértico)
en el que la mayoría de los poemas que he leído no dejan de jugar a la retórica
maldita y a los temas de oportunidad y que, en el fondo, no dicen nada más allá
de su bella composición y, obvio, se vuelven prescindibles. Este poeta da otra
oportunidad a los poemas, estructuras que, como diría el crítico Gerardo
Ciancio, pocas veces llevan en sí mismo a la poesía, y con elegante sencillez y
bendita tristeza, Juan José Quintans, un héroe, como le han llamado, escribió
un poema intitulado Reversible (para las buenas conciencias): “Qué no daría yo/
por otro crepúsculo violeta cerca del mar./ La luna y el cielo enteros/ sin
trinos ni ecos/ sólo el ritmo espléndido de la moto/ al llegar a los pinos./ Y
las olas/ acabándose únicas lentas/ para
nunca más.// Qué no daría/ por volver a
encontrarme/ en aquel paisaje mudo y malva// muchacho/muchacha// eterno/eterna/
como el tiempo/ el azul/ la ingratitud de Dios”. Todos
los poemas de este libro están firmados en el lugar y la fecha en que fueron,
si no concebidos, sí terminados. El poema Reversible, según la firma, lo escribió
en Madrid, en julio de 1984.
3. En 1986, en plena dictadura pinochetista, Pablo Lemebel, escritor
y activista homosexual chileno, leyó-gritó un su texto: Manifiesto, hablo por
mi diferencia. La izquierda, que me parece –igual que la derecha o el centro
(políticamente hablando)- una reverenda tontería explotadora de la necesidad física
y espiritual de la gente que, en el fondo, no le interesa nada la política,
aprovechó la voz de este escritor para ponerlo en su tribuna a leer su
manifiesto, en un acto, obvio, provocador y crítico de eso que se llama las
buenas conciencias. (Es increíble y estúpido que existan discusiones y que los
políticos se atrevan a decidir sobre los derechos de los homosexuales. Fascismo
represivo.). El texto, haciendo a un lado su valor artístico, es una
declaración de independencia y un grito de libertad. Así inicia: “No soy
Passolini pidiendo explicaciones. No soy Ginsberg expulsado de Cuba. No soy un
marica disfrazado de poeta. No necesito disfraz. Aquí está mi cara. Hablo por
mi diferencia. Defiendo lo que soy. Y no soy tan raro. Me apesta la injusticia.
Y sospecho de esta cueca democrática.” Este manifiesto habla de la libertad,
acentuando la libertad de género, y de la discriminación en la que se ven
inmersos aquellos que son, por necesidad o naturaleza o gusto o todas juntas,
diferentes. Aquellos que no se alienan ni se vuelven homogéneos y que, por el
contrario, le declaran la guerra, cueste lo que cueste, a los opresores, que
bien puede ser cualquiera. Un homosexual se enfrenta a su padre, a su madre, a
sus hermanos, pero peor aún, el jodido modus vivendi en el que se desarrolla lo
orilla a enfrentarse, principal y terriblemente doloroso, a sí mismo y, como
machistamente se dice, a salir del clóset. Pero es que todos tendrían que salir
del clóset. La homosexualidad que era aceptada e incluso aplaudida en la cuna
de la cultura occidental, es decir, en la Grecia de Sócrates, en la Roma de los
Césares, se convirtió, gracias a un estúpido catolicismo retorcido, en un
crimen. Lemebel continúa su manifiesto: “¿Tiene miedo que se homosexualice la
vida? Y no hablo de meterlo y sacarlo y sacarlo y meterlo solamente. Hablo de
ternura compañero. Usted no sabe cómo cuesta encontrar el amor en estas
condiciones, usted no sabe qué es cargar con esta lepra. La gente guarda las
distancias. La gente comprende y dice: Es marica pero escribe bien. Es marica
pero es buen amigo, súper-buena onda. Yo acepto al mundo sin pedirle esa buena
onda. Pero igual se ríen. Tengo cicatrices de risas en la espalda (…) El fútbol
es otra homosexualidad tapada. Como el box, la política y el vino. Mi hombría
fue morderme las burlas, comer rabia para no matar a todo el mundo. Mi hombría
es aceptarme diferente. Ser cobarde es mucho más duro. Yo no pongo la otra
mejilla. Pongo el culo compañero. Y esa es mi venganza.”
4. Hay, en Uruguay, quien ha considerado que la fecha del
natalicio de Juan José Quintans debería considerarse como uno de esos días
simbólicos en que la Patria recuerda a sus próceres (Artigas es lo que para
México el cura Hidalgo). Quién sabe, si por el bien de los poetas, debiera
suceder esto. Ser un marginal puede convertir a un ser humano en un héroe; pero
un héroe siempre correrá el riesgo de convertirse en un tirano. La muerte es,
muchas veces, en el caso de estos héroes, un dulce ángel salvador de su nombre.
El nombre podrá ser inmortalmente bello o terrible, el hombre, finalmente, se
habrá jodido. A pesar de que el olvido abraza todo con la misma llama, hay
seres humanos que lograron transgredir su momento y fueron parte del camino que
construyen las utopías (algo que, obvio, no sirve para nada). Juan José
Quintans murió en el 2001, probablemente víctima del Sida, pero su lucha por
destruir las dobles morales, en una sociedad uruguaya, por buscar
incansablemente la justicia aquí en América o en la vieja Europa; por luchar
contra la homofobia y la discriminación, hicieron que muchas almas se
confundieran con gusto en los salones de su casa. El poeta, quien, según
cuentan amigos suyos, platicaba sus experiencias sexuales con tipos casados o
de sus amantes, y que platicaba sin tapujos, fomentó la amistad y quizá al
saber que era portador del VIH, antes de que la enfermedad le revelara en las
tomografías una “atrofia cerebral difusa” y lo azotara, vivió intensamente sus
años y escuchó, aconsejó, conversó y publicó (grandes poemas). Entre quienes
visitaban su casa había chicos del barrio, rockeros, grafiteros, filósofos,
poetas, viajeros, novios de amigas, amantes fugaces, niños y bebés, según
comenta Andrea Blanqué en un facsímil publicado en diciembre de 2003.
5. Pido el primer trago del amanecer, en un restaurante de
Montevideo, desde donde se ve el parque Rodó y, al mismo tiempo, la rambla del
Río de la Plata. Hay neblina y Londres podría ser tan sólo una idea fantasmal.
La necesidad de curarme la resaca me impulsa a abrir, otra vez, el sincero y perro
libro intitulado Orsai, de Quintans. Agradezco a Gerardo Ciancio este regalo.
Leo: III: “El otoño en la pieza de la rue Voltaire./ Sidi recuerdo que hablamos
de Argel/ de sus calles soleadas…
bullangueras/ Camus…
los errores de Ben Bella…/ las
arenas de todos tus desiertos.// Ahora los espejos no recuerdan nuestros
rostros/ -bellos por solidarios/ extranjeros uno al otro/ curiosos
por pieles diferentes-// (ellas
enseñan más que los libros de geografía).// Pasan los años y otros deseos
reflejan en los mismos espejos/ y
hay otro calor en la colcha lila./ Se dicen las palabras de amor que nos
dijimos esa noche de uvas…// Hay otros gritos/ otros
pasos/ y la ciudad duerme soñando con la misma esperanza./ Excepto los amantes/ atentos furiosos agotados/
está el resto que repite y renueva la promesa desgastada./ No prometimos nada./
Conocimos la piel y alcanzó./ Han pasado ocho años./ Bizerta u Orán seguramente
conocen tus proyectos ingenieros.// Alguien puede calcular con exacta
precisión/ cuántos cuerpos reflejaron los
espejos/ y cuántas esperanzas fueron
aventadas con la luz del amanecer.// Cómo el hombre puede desgarrarse una
noche/ armarse de valor/ y comenzar de nuevo a morir/ y aprender con entusiasmo
cada mañana.” (Montevideo, julio de 1988).
Montevideo,
junio de 2008
ARTURO VALDEZ CASTRO, DESDE ALGÚN LUGAR EN EL CARIBE, EJERCE COMO PERIODISTA, POETA Y EXPLORADOR DE BARES. RESULTÓ GANADOR DEL "PREMIO DE POESÍA PRAXIS 2011" POR SU LIBRO, Dame otro Jack Doble, Por favor.
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