El apóstol Pablo, en el ejercicio del
adoctrinamiento y exhortación de las buenas nuevas escribió en su carta a los
Efesios: “Airaos pero no pequéis, no se ponga el sol sobre vuestro enojo…” (Efes.
4.26, 27); ya que consiente estaba de la debilidad de los hombres para ser
presos de la ira cuando alguien o algo nos ofende, nos lastima o se antepone a
nuestros deseos provocándonos temor y frustración. Entonces nos airamos, nos
molestamos y nuestra tendencia natural es de rechazo o de desprecio; incluso llegamos
a responder la agresión de igual manera o peor (aunque habrá quien pueda
sujetar su temperamento y mascullar su rabia e impotencia sin mayor importancia
que el ir acumulando rencor o logrando el perdón); toda vez que la convivencia con los demás
cuando no hay amor ni respeto es un padecimiento. Sartré lo resumía de la
siguiente manera: “El infierno son los demás”.
La ira, es una de nuestras reacciones ante lo
que nos aqueja. Por la ira murmuramos en contra de alguien, calumniamos o
simplemente lo criticamos, pero no es la queja en sí, sino uno de sus
fundamentos (antes aún es el temor). No sólo llegamos a sufrirla en nuestras relaciones
con los otros, sino que también la padecemos ante la existencia misma que,
constante y insalvablemente nos presenta problemas de toda índole; son
situaciones, accidentes o desgracias que afrontan a nuestro ser. En consecuencia
reaccionamos ante ello y dependiendo del temple y carácter que se tenga, de sus
circunstancias y posibilidades, es que manifestaremos nuestro sentir: molestia
o disgusto, y así, nuestra queja.
La queja es expresión de un sentimiento del
yo herido, conocimiento del dolor, cuestionamiento y señalamiento. En la
resolución poética, la queja es la ira racionalizada o la búsqueda de la razón
a través de la consideración del agravio: relación del daño, juicio y
recriminación, y no tan sólo un discurso irascible, puesto que la queja también
es lamento y aflicción del espíritu hecho canto:
Habla Segismundo: ¡Ay, mísero de mí, y ay, infelice! / Apurar, cielos, pretendo, / ya que
me tratáis así, / ¿qué delito cometí/ contra vosotros, naciendo?; / aunque si
nací, ya entiendo / qué delito he cometido: bastante causa he tenido / vuestra
justicia y rigor, /pues el delito mayor / del hombre es haber nacido… ( “La vida es sueño”, de Don Pedro
Calderón de la Barca)
También es que nos quejamos ante dios, se tenga
o no fe. Dios es el artífice real o imaginado de la condición humana; por tanto
a él, a ese dios, otrora veces luminosa oscuridad o silencio resplandeciente; a
ese dios van dirigidas la mayoría de nuestras quejas y nuestras súplicas:
El poeta Enrique González Rojo escribió un
memorable poema que, -admito mi yerro por tan sólo citar algunos fragmentos:
El
Junco
I
Oriundo
de este Valle de lágrimas, / sumando el quehacer individual de mis ojos / a las
marejadas y tempestades / que, en alta angustia, / atacan al velamen del / pañuelo,
/ teniendo en la Tierra toda / mi terruño, / sintiéndome un terrícola orgulloso
/ de las leyes de rotación y translación / de mi casa; / criatura sin voz ni
voto en el destino de mi especie, / pero hermano de los que gimen en pianísimo,
rumiando sus blasfemias, / y compatriota de los iracundos / que arrojan al
firmamento los juegos de artificio / de sus imprecaciones, / puedo apalabrarme
con mi lengua, / morderme la punta del silencio, / sellar un compromiso de
sangre / con la verdad, / levantar la mano, / pedir la voz, / humedecer en las
lágrimas mi pluma, / soltar estos versos a grito pelado / hasta dejar afónicas
/ las vocales del aullido, / para hablar
de mi gente, / de quienes yo conozco, / de los juncos azotados por los cuatro
vientos / del apocalipsis. / Pedir la
palabra, pedirla / para ser el cronista del infierno.
II
Observad
a los novios: / la desnudez primera fue en los labios. / Dos excitaciones
anudadas / -cada amante extraviado en el
laberinto del otro trajeron / consigo un holocausto de resistencias, / un pudor desmoronándose, / un sentimiento de
derrota en los botones, / un paladear a
diez dedos y dos sienes / la epidermis
del éxtasis, / y un arrojarse a las sábanas / en busca de poemas. / Mas ahora
divisadlos enfermos, / en estado de sitio, / refugiados en lechos diferentes, /
desamorosos, desavenidos, / sabiendo cada quien, / en la cámara de tortura de
su sala de espera, / que a su destino en punto, / se halla presta a dar el
salto la agonía. / Columbradlos perdidos, / ojerosos, / débiles, / venidos a
muerte, / sin un solo anticuerpo en todo el cuerpo / y con todos sus escudos / sufriendo un
caleidoscopio / de dolencias / fatales. /
Pero ¿por qué en el clímax, / en la chispa que producen / dos cuerpos al
rozarse, / en la maestría con que un orgasmo / seduce al otro, / tienes que
eyacular, oh muerte?...
VI
“Porque,
inmune a la mácula, / tan perfecta crueldad no cede a límites” / José Gorostiza
/ Y ahora / si Dios es el creador de
todo, / lo mismo del átomo y su ámbito de minucias / -del infinito acurrucado
en lo invisible o del cosmos y su sistema de superlativos / -de la totalidad desplegada a cielo abierto-,
/ si es Hacedor de las lágrimas / de este Valle de lágrimas, / si es así, / también
es el origen / de todos los males, / sufrimientos
y sinsabores / de la existencia humana. / Que me duele la cabeza, / se trata de
un rasguño de la divinidad / en mis células nerviosas. / Que soy un sordomudo,
/ alguien me alimentó, de niño, / con pájaros muertos. / Verdad, también fue
obra del Buen Dios / esa hora y media de tacto que tuvieron los novios en un
rincón del descuido / materno. / O el júbilo indecible del poeta / al dar en
una metáfora / con la fórmula algebraica / de lo absoluto. / O la felicidad del
Sísifo liberado / del alpinista / al divisar, desde su atalaya de oxígeno, / los
litorales azules / del infinito. / Es verdad. / Pero ¿hemos de concluir en que
el Rey Eterno / es la primera piedra / del todo? / …
Es
así, que la queja del poeta reúne la queja de todos los hombres, al igual que
cuando un alpinista, un solo ser humano ha alcanzado la cima de la montaña, con
él llega la humanidad en su hazaña; pero la queja del poeta puede no ser
compartida o comprendida; la queja del poeta es de una soledad a otra. Es una
queja depositada en la hoja, sin un destinatario específico como tal, las más
de las veces, porque la queja escrita en un poema se deposita en silencio (Condición
de la soledad creativa, de la cual es ajeno el lector. No hay interlocución, no
en lo inmediato, porque aún es posible el diálogo entre las obras de los poetas
-como en el caso del fragmento citado-.
Es posible que la queja en su resolución poética conmueva a otros y ocurra el
encuentro y la coincidencia).
¿Quién soy yo para quejarme de mi suerte?
/ ¿Acaso esta tierra no ha humillado sueños más grandes que los míos? Y ni sus
nombres recordamos… Escribió el poeta José María Álvarez, y con
estos versos nos demuestra que la queja construye una respuesta, es lamento y
reflexión; síntesis del dolor y de la condición humana.
Inconformes,
como es que nos manifestamos constante e irremediablemente por las causas más
diversas que hay en la existencia, el poeta cuya queja es relevante, antes bien
fue un observador; dotado al fin de un sentido de apreciación de justicia o del
bienestar, su canto denuncia lo que aqueja a su espíritu, es rebelión misma de
los sentidos y de la condición de quietud e indiferencia; el poeta no sólo
siente y resume su voz en una versificación sensible, sino que comparte su
pensar y lo que le conmueve a elevar la voz. La escritura como la lectura, se
ha dicho, dotan de alas al pensamiento; no es la imaginación en sí, sino la
libertad que conlleva el canto, el poema.
Pero
la queja puede no ser suficiente, tan sólo es un acto de expiación, catarsis o
de rebelión ante la impotencia de ver y ser testigo de lo que hiere al hombre
como a uno mismo, aún así la queja poética es luz entre las sombras de la
melancolía y la inconformidad.
la
resolución de la queja en la poesía, puede llevar tantos elementos como sean
apreciados, un tono más inclinado a la búsqueda de consuelo o una entonación
cargada de malestar, pausad o terrible, en todo caso constituye una experiencia
que se comparte y que mitiga la desazón del hombre, de un pueblo, es, en su
punto culmínate la herida escrita que matiza un conocimiento: “pagamos por lo
que amamos, decía Ling Yutang, y si hubo queja y dolor, el tiempo de lo vivo
nos hace comprender que la fatalidad siempre estuvo a nuestro lado. Aún cuando
lo neguemos o cuando la inconsciencia nos hace creer que el dolor se pudiera
evitar, la existencia, el tiempo, la enfermedad, la vejez y los otros, nos
harán recordar nuestra efímera superioridad.
Porque
el mundo no es lo que queremos que sea, sino aquello que podemos distinguir que
pudiera ser. La realidad no corresponde al deseo. El poeta y su queja nos
enseñan, no de injusticias o sin sabores, sino de realidades profundas que
sintetizan alguna aspiración, eso, o el lamento triste, la imposibilidad que
nos ahoga sin la esperanza que nos ayuda a construir la espera.
Nada
hay más benigno que racionalizar el mal, para desterrarlo, conjurarlo, aún
cuando nos asfixia el pesar, la vida de otros también transcurre entre los
sueños, el deseo, la lucha y la bondad. Es decir, si el poeta rechaza el cruel
destino, nos ha mostrado ya lo que pudiera ser, como la otra cara de una
realidad. En tanto se vive, se soporta de todo hasta el límite de nuestra finita
condición.
La
queja y el perdón, no el olvido basado en la huida o la represión del malestar,
sino en aquel que logra liberarnos de los agravios, más nada hay que se pueda
olvidar hasta el punto de desaparecer, tal es la función de la memoria que nos
advierte, nos recuerda el sabor triste de aquello que endulzara nuestra alegría
o la conciencia superior de saber, de comprender, que el ser humano, pese a
todo, llega a ser y a decir lo que fue como el mismo pago por vivir.
SERGIO VICARIO, POETA; CUENTISTA Y PROMOTOR CULTURAL, ENTRE SUS LIBROS: "BARÍTONO DE LUZ" FONDO TIERRA ADENTRO, AÑO 2000.
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