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jueves, 7 de noviembre de 2013

"Devenires fantasmales en la evanescencia" Por Yunuen Martínez Puente...





La enfermedad atisbaba el aire, la poca luz que nos entraba nos lastimaba los ojos. Comenzó la danza.
                                                                                      C. Olvera


Quiero ser como un recién nacido, no saber nada, absolutamente nada de Europa... ser casi un primitivo.
                                                                                     Paul Klee




¿Qué fantasma recorre hoy el mundo?, ¿y qué si el fantasma se vuelca en enfermedad íntima, en enfermedad de las sensaciones?: “¿Qué pesadillas hemos soportado durante la noche para levantarnos enemigos del sol?” (Cioran, 2004. P. 103).
Siento y trato de sentir un mundo enfermo. Un mundo cuya velocidad me sugiere insomnio. Un grito en la noche. Terror.
Quisiera amar el laberinto de la vida, amar incluso el horror. Pero hay siempre detrás un gesto, un susurro que me recuerda que el laberinto que recorro hoy, está dominado por el absurdo. Estúpida rabia humana.
Siento y vivo en la cuerda, preguntándome siempre: ¿cómo saltar al vacío?, ¿cómo no saltar?... Y después el eco: ¿es posible acaso, saltar acompañada?
Yo canto, quisiera cantar, antes que verme enteramente destrozada. ¿Por qué se canta y se baila en la forma, en la línea, en la vibración? Se canta porque al final, también la empatía juega con la violencia entre la mente y el corazón. Porque es necesario comunicar, establecer contacto, posibilitar el encuentro de miradas.
Trato de entender el mundo nuestro y la actualidad se evapora ante mi mirada. Lo actual se evapora. La evanescencia continua no sólo de la noción de realidad, sino de la noción de todo concepto, percepto y afecto, es acompañada de una evanescencia del contacto entre el arte, la ética y la historia. Enfermedad de las sensaciones, en cuanto éstas sufren, desde la acumulación originaria del capitalismo, como efecto de la conquista de América, hasta el vertiginoso simulacro de mundo inaugurado con una explosión: Hiroshima. Silencio brutal de una violencia estúpida forzosamente generalizada en la desesperación de la guerra. El horror de la muerte industrializada, de las pilas de cadáveres en espectáculos callejeros. Esta violencia devastadora de que somos capaces, una vez desatada, es la enfermedad más lamentable y contagiosa. Como lamentable es el hecho de que la intensidad con que la vida se precipita hoy sobre nosotros y multiplica la sensación de vértigo de la modernidad, distorsiona nuestra existencia en una suerte de condición esquizofrénica que nos impide parar a mirar, voltear la mirada y cuestionar la ilusión del pasado; de lo que somos. La vida y el cuerpo, nuestra vida y nuestro cuerpo, han de constituirse en la fugacidad del instante, que crea y destruye paralelamente. En consecuencia, también el arte como reflejo de nuestro cuerpo; de nuestro mundo.
El terror de lo absurdo pudiera inducir al suicidio de la razón. Pero entre tinieblas y “castillos de cristal” hay un mundo subterráneo que puede, incluso, tomar a la bomba y hacer con ella un canto. Evidenciar y ocultar fantasmas. La literatura, el arte, son importantes hoy pues generan en nosotros las sensaciones de un fuego que se mantiene sobre la nieve; de un hierro que amenaza, pero no alcanza a silenciar del todo, el latido del corazón.
Entiendo en Berman una nostalgia. La urgencia de la sensibilidad, del canto, del modernismo. El carácter sensible y romántico de un Marx que confronta los logros, el vacío y la contradicción de toda revolución, funciona aquí como una línea de fuga y como una salud. Nos plantea problemas y nos permite sobrevivir en un mundo posible fuera del hombre: en la figura de un fantasma que lucha por aparecer en la evanescencia. Un fantasma que aparece, paradójicamente, con un Manifiesto que destruye fantasmas. Un mundo donde los fantasmas más que lastimarnos, nos dan fuerza; donde el fantasma mismo es un arte.
Si hoy Marx se olvida o es silenciado, es porque se entiende que capitalismo y comunismo son evanescentes. Y tal vez porque el “socialismo real” se ha volcado contra nosotros. Pero no hay que olvidar que el fantasma que Marshall Berman revela en Marx es una posibilidad, una visión hecha figura, que desde la palabra, invita a reflexionar sobre el mundo como Marx cree que pudiera ser. Sus textos, su modernismo, nos ayudan a indagar en las grandes contradicciones de nuestra condición histórica. Si manejo por la ciudad y veo la pobreza que se asoma, si veo los contrastes que caminan por las calles y chocan y se odian, y el asco de imaginar o pensar en política, ¿cómo puedo intentar entender esto sin Marx? No puedo parar y quedarme a llorar. En la banqueta. Bajo el sol. Porque de nada serviría. No quiero saltar al vacío de la autopista y dejarme morir. También en la vida hay rostros y formas, palabras que hacen figura, que nos sonríen o angustian, pero nos sirven de apoyo.
Y tal vez seguiremos viviendo y luchando a la sombra de un sueño, aprendiendo a gozar su cobijo. Entiendo en Berman una nostalgia salubre, un sentimiento moderno, o mejor aún, modernista. Un modernista que reconoce y busca revelar lo inaprehensible y contradictorio de la modernidad. Y digo nostalgia porque dicho reconocimiento y dicha búsqueda se configuran en pos de un sueño, que gracias a Carlos Marx, es un tatuaje obligatorio en nuestra piel, en la medida en que reste en nosotros el deseo por comprender una gran parte de la cuestión histórica de la humanidad: la que corresponde al trabajo, a la producción, a la sobrevivencia.
Veo en Todo lo sólido la búsqueda de una resistencia, más que la búsqueda de una meta. Berman abre la posibilidad, construye un puente para aproximarnos al sentimiento contemporáneo de la aporía. Un sentimiento como bloque de sensaciones enfermas que, inmersas en la culpabilidad de su propia podredumbre, en las ganas inmensas de arrancarse los ojos y pagar así los crímenes de la razón, no cesan de buscar, aunque lo que busquen sea la fuga misma, o al menos, una máscara de cinismo con que mirar al vacío.
Todo lo sólido me invita a buscar el acompañamiento en la evanescencia, incluso a buscar ahí, en su fugacidad, una suerte de ética de las sensaciones que pueda volar, transportarse en el aire, en la ráfaga de nuestros días sobre días. Una ética en la figura, en el color, en esa ausencia de mundo que, paradójicamente, es uno de los últimos resquicios habitables. Una ética que posiblemente busque el olvido de Europa, de su vacío y su evanescencia, con el recuerdo de “la flor y el canto”.




Bibliografía

Berman, M. (2011). Todo lo sólido se desvanece en el aire. México: Siglo xxi editores.

Cioran, E. M. (2004). Breviario de podredumbre. España: Punto de lectura.

Deleuze, G. (2009). ¿Qué es la filosofía? España: Anagrama.

Dorra, R. (2005). La casa y el caracol. México: Plaza y Valdés.

¾¾ (2002). La retórica como arte de la mirada. México: Plaza y Valdés.

León-Portilla, M. (2006). Quince poetas del mundo náhuatl. México: Editorial Diana.

Lipovetsky, G. (2009). La felicidad paradójica. España: Anagrama.

Marx, C. y Engels, F. (2008). Manifiesto comunista. Cuba: Editorial de Ciencias Sociales.

Olvera, C. (2009). Génesis de la indignación. México: Instituto Cultural de Aguascalientes.

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