La enfermedad atisbaba el aire, la poca luz que nos
entraba nos lastimaba los ojos. Comenzó la danza.
C.
Olvera
Quiero ser como un
recién nacido, no saber nada, absolutamente nada de Europa... ser casi un
primitivo.
Paul Klee
¿Qué fantasma recorre hoy el mundo?, ¿y qué si
el fantasma se vuelca en enfermedad íntima, en enfermedad de las sensaciones?: “¿Qué pesadillas hemos
soportado durante la noche para levantarnos enemigos del sol?” (Cioran, 2004. P. 103).
Siento y trato de
sentir un mundo enfermo. Un mundo cuya velocidad me sugiere insomnio. Un grito
en la noche. Terror.
Quisiera amar el
laberinto de la vida, amar incluso el horror. Pero hay siempre detrás un gesto,
un susurro que me recuerda que el laberinto que recorro hoy, está dominado por
el absurdo. Estúpida rabia humana.
Siento y vivo en la cuerda,
preguntándome siempre: ¿cómo saltar al vacío?, ¿cómo no saltar?... Y después el
eco: ¿es posible acaso, saltar acompañada?
Yo canto, quisiera
cantar, antes que verme enteramente destrozada. ¿Por qué se canta y se baila en
la forma, en la línea, en la vibración? Se canta porque al final, también la
empatía juega con la violencia entre la mente y el corazón. Porque es necesario
comunicar, establecer contacto, posibilitar el encuentro de miradas.
Trato de entender el
mundo nuestro y la actualidad se evapora ante mi mirada. Lo actual se evapora.
La evanescencia continua no sólo de la noción de realidad, sino de la noción de
todo concepto, percepto y afecto, es acompañada de una evanescencia del contacto
entre el arte, la ética y la historia. Enfermedad de las sensaciones, en cuanto
éstas sufren, desde la acumulación originaria del capitalismo, como efecto de
la conquista de América, hasta el vertiginoso simulacro de mundo inaugurado con
una explosión: Hiroshima. Silencio brutal de una violencia estúpida
forzosamente generalizada en la desesperación de la guerra. El horror de la
muerte industrializada, de las pilas de cadáveres en espectáculos callejeros.
Esta violencia devastadora de que somos capaces, una vez desatada, es la enfermedad
más lamentable y contagiosa. Como lamentable es el hecho de que la intensidad
con que la vida se precipita hoy sobre nosotros y multiplica la sensación de
vértigo de la modernidad, distorsiona nuestra existencia en una suerte de
condición esquizofrénica que nos impide parar a mirar, voltear la mirada y
cuestionar la ilusión del pasado; de lo que somos. La vida y el cuerpo, nuestra
vida y nuestro cuerpo, han de constituirse en la fugacidad del instante, que
crea y destruye paralelamente. En consecuencia, también el arte como reflejo de
nuestro cuerpo; de nuestro mundo.
El terror de lo
absurdo pudiera inducir al suicidio de la razón. Pero entre tinieblas y “castillos
de cristal” hay un mundo subterráneo que puede, incluso, tomar a la bomba y
hacer con ella un canto. Evidenciar y ocultar fantasmas. La literatura, el
arte, son importantes hoy pues generan en nosotros las sensaciones de un fuego
que se mantiene sobre la nieve; de un hierro que amenaza, pero no alcanza a
silenciar del todo, el latido del corazón.
Entiendo en Berman una
nostalgia. La urgencia de la sensibilidad, del canto, del modernismo. El
carácter sensible y romántico de un Marx que confronta los logros, el vacío y
la contradicción de toda revolución, funciona aquí como una línea de fuga y
como una salud. Nos plantea problemas y nos permite sobrevivir en un mundo
posible fuera del hombre: en la figura de un fantasma que lucha por aparecer en
la evanescencia. Un fantasma que aparece, paradójicamente, con un Manifiesto que destruye fantasmas. Un
mundo donde los fantasmas más que lastimarnos, nos dan fuerza; donde el
fantasma mismo es un arte.
Si hoy Marx se olvida
o es silenciado, es porque se entiende que capitalismo y comunismo son
evanescentes. Y tal vez porque el “socialismo real” se ha volcado contra
nosotros. Pero no hay que olvidar que el fantasma que Marshall Berman revela en
Marx es una posibilidad, una visión hecha figura, que desde la palabra, invita
a reflexionar sobre el mundo como Marx cree que pudiera ser. Sus textos, su
modernismo, nos ayudan a indagar en las grandes contradicciones de nuestra
condición histórica. Si manejo por la ciudad y veo la pobreza que se asoma, si
veo los contrastes que caminan por las calles y chocan y se odian, y el asco de
imaginar o pensar en política, ¿cómo puedo intentar entender esto sin Marx? No
puedo parar y quedarme a llorar. En la banqueta. Bajo el sol. Porque de nada
serviría. No quiero saltar al vacío de la autopista y dejarme morir. También en
la vida hay rostros y formas, palabras que hacen figura, que nos sonríen o
angustian, pero nos sirven de apoyo.
Y tal vez seguiremos
viviendo y luchando a la sombra de un sueño, aprendiendo a gozar su cobijo.
Entiendo en Berman una nostalgia salubre, un sentimiento moderno, o mejor aún,
modernista. Un modernista que reconoce y busca revelar lo inaprehensible y
contradictorio de la modernidad. Y digo nostalgia porque dicho reconocimiento y
dicha búsqueda se configuran en pos de un sueño, que gracias a Carlos Marx, es
un tatuaje obligatorio en nuestra piel, en la medida en que reste en nosotros
el deseo por comprender una gran parte de la cuestión histórica de la humanidad:
la que corresponde al trabajo, a la producción, a la sobrevivencia.
Veo en Todo lo sólido la búsqueda de una resistencia,
más que la búsqueda de una meta. Berman abre la posibilidad, construye un
puente para aproximarnos al sentimiento contemporáneo de la aporía. Un
sentimiento como bloque de sensaciones enfermas que, inmersas en la
culpabilidad de su propia podredumbre, en las ganas inmensas de arrancarse los
ojos y pagar así los crímenes de la razón, no cesan de buscar, aunque lo que
busquen sea la fuga misma, o al menos, una máscara de cinismo con que mirar al vacío.
Todo lo sólido me invita a buscar el
acompañamiento en la evanescencia,
incluso a buscar ahí, en su fugacidad, una suerte de ética de las sensaciones que
pueda volar, transportarse en el aire, en la ráfaga de nuestros días sobre
días. Una ética en la figura, en el color, en esa ausencia de mundo que,
paradójicamente, es uno de los últimos resquicios habitables. Una ética que
posiblemente busque el olvido de Europa, de su vacío y su evanescencia, con el
recuerdo de “la flor y el canto”.
Bibliografía
Berman, M. (2011). Todo lo
sólido se desvanece en el aire. México: Siglo xxi editores.
Cioran, E. M. (2004). Breviario
de podredumbre. España: Punto de lectura.
Deleuze, G. (2009). ¿Qué es
la filosofía? España: Anagrama.
Dorra, R. (2005). La casa y
el caracol. México: Plaza y Valdés.
¾¾ (2002). La retórica como
arte de la mirada. México: Plaza y Valdés.
León-Portilla, M. (2006). Quince
poetas del mundo náhuatl. México: Editorial Diana.
Lipovetsky, G. (2009). La
felicidad paradójica. España: Anagrama.
Marx, C. y Engels, F. (2008). Manifiesto
comunista. Cuba: Editorial de Ciencias Sociales.
Olvera, C. (2009). Génesis
de la indignación. México: Instituto Cultural de Aguascalientes.
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