Habrá cosas que no creerás aunque te las aseguren mil veces y seguirás diciendo tajante que a ti
te gusta que te hablen con la verdad. Pero entre tu verdad y la del otro se
mece un abismo y he ahí el punto de encuentro. Cuando hablamos de un mundo
donde es lo “Inn” sustraer a alguien de su vida cotidiana y devolverlo solo a
cambio de cierta cantidad de dinero; donde la policía te “siembra” drogas y
luego, satíricamente te obliga a aceptar tu culpa impostada; donde es normal
que las mujeres protejan su estima adoptando proporciones antinaturales para
sentirse a la moda; dan ganas de agarrar por el cuello a la capacidad de
asombro y reprocharle su negligencia.
Cada quien tiene su verdad y es por ello que solo queda dar fe de nuestros
“viajes” humanos.
Caminaba
cualquier día de un año sin nombre por las calles del Centro Histórico de la
Ciudad de México en busca de un sueño corto, pues andaba yo corta de feria o
sea sin mucho dinero y, sin embargo, anhelaba salir aunque fuera dos o tres
días de la ciudad y estar junto al mar. Cancún o Vallarta hubieran sido
excelentes destinos, sin embargo, debido a la situación económica, me
conformaba con un viaje hacia Acapulco. Había oído decir a los mayores de cincuenta
años que el famoso puerto había sido el sitio donde materializaron algunas de
sus más memorables fantasías de juventud.
Me
dirigí pues a la calle X donde divisé varias agencias de viajes. A penas tuve
la intención de entrar en una de ellas cuando fui interceptada por un tipo que,
folletos y fotografías en mano, me aseguró tener los mejores y más económicos
viajes a Acapulco. ¡Curiosa coincidencia!- pensé, y me dejé encantar y conducir
hacia sus oficinas. Ahí fui integrada a un grupo de siete personas que ya se
acomodaban en el pequeño salón que no era más que una sencilla habitación mal
acondicionada e iluminada por la luz que entraba a través de dos ventanas
chuecas. El espacio estaba a medias ocupado por un par de escritorios de
mediano uso, algunos cromos de destinos turísticos en las paredes y varias
sillas tubulares de asiento acojinado que se notaban ya bastante gastadas.
El
personal de la Agencia preguntó si alguno de los ahí presentes ya conocía los
servicios y el manejo de los mismos. Todos aseguramos estar ahí por primera
vez. Así, los agentes comenzaron a explayarse con conmovedor entusiasmo para
darnos a conocer todo lo referente al viaje prometido. La atmósfera del pequeño
cuarto se llenó de tantas promesas que llegó un momento en que, emocionados,
todos queríamos saber qué se necesitaba para encontrarse ahí lo más pronto
posible. A todo esto se agregó un delicioso aroma que comenzó a esparcirse,
proporcionándonos a todos (inexplicablemente según nosotros, pobres ingenuos)
un estado de mayor soltura.
Pasados
escasos minutos, descripciones exacerbadas nos hacían flotar, iluso público,
entre los algodones de una sutil realidad creada por el sucedáneo inhalado que
ya danzaba feliz en nuestros pulmones y supongo que también en nuestras
neuronas, que se dejaban balancear simples por aquella sutil corriente creada
por las palabras de los vendedores.
-Ahora
contemplen la caída de La Quebrada- dijo eufórico el animador.-¡Excelente
clavadista!
Una
exclamación de sorpresa se dejó escuchar al unísono.
-Pero,
¡Tome la mano de su compañera, de su compañero! – alentaba la voz. ¿Cómo
disfrutar de todo esto solo?. Acapulco se hizo para dos.
Hermosos
paisajes soleados, la zona hotelera y algunas aves tropicales, desplegaban su
gracia frente a cada uno de nosotros al grado en que (casi me atrevo a
asegurarlo) veíamos lo mismo. El tipo de a lado alargó su brazo peludo para
encontrar mi mano. Yo hice el esfuerzo por ignorar aquello y tomármelo a la
ligera.
Mi
mente oscilaba entre las imágenes creadas por aquellas voces y la oficinucha
mediocre donde nos encontrábamos. Noté que algunos de los espectadores
alcanzaron tal grado de arrobación que prácticamente yacían desparramados en
las sillas. Yo, a medias conciente, me empeñaba en seguir el juego por temor a
ser descubierta y que esto pudiera provocar alguna agresión por parte de los
que, sucio o limpio, simplemente hacían su trabajo. El “viaje” se extendió
entre todos nosotros, nadie sabe cuanto duró.
La
Agencia de viajes México le agradece su preferencia-dijo al fin la voz- Su
importe total es de trescientos pesos. Esperamos vuelva pronto, y recuerde: ¡Le
ofrecemos los mejores viajes al mejor precio!
En voz baja, ofendida y asumiendo su
complicidad, le dije al tipo de a lado que algo debíamos hacer ¡No podíamos permitir que nos vieran la cara
de ese modo! Claro, más de uno de los
timados se levantaría furioso y arremetería contra los truculentos agentes de
ventas y, entonces, entre todos haríamos que esos infelices se arrepintieran de
tratar de extorsionarnos así. ¡Y si pasábamos la voz, incluso podríamos
armarles un escándalo, levantar una demanda y hacer que cerraran esa maldita
oficina engaña pendejos!
El
tipo me miró con incredulidad y, parando en seco mi perorata con un simple y
ágil movimiento, sacó los tres billetes de cien pesos de su cartera y los
entregó rebosante de satisfacción a uno de los vendedores. Uno a uno, los otros
seis hicieron lo mismo.
¿Capacidad de asombro? No. ¿Estupefacción ante la
modernidad? Seguramente un día recordarás con una carcajada lo que hoy es sorpresa. Quizá se trate del día
en que te subas a un taxi y este, automáticamente programado y sin conductor
alguno, te lleve al destino pagado a alta velocidad.
Anilú Hernández Bastida
Nació
en la Ciudad de México. Estudio Mercadotecnia en la Universidad del Valle de
México y Creación Literaria en la Escuela de la Sociedad General de Escritores
de México, participando en la antología Paso al Frente de la generación
XXXII. Poetizó la exposición plástica
“Andar de fruto y Tierra” del pintor
guanajuatense Héctor Hernández Jurado.
Ha formado parte en la promoción de las culturas indígenas a través de sus
danzas y ritos, impartiendo a su vez talleres literarios experimentales para
los habitantes de la colonia Río Blanco en Acámbaro, Gto. Presidió el taller literario del Museo local
de Acámbaro Guanajuato y presentó ahí la obra literaria del poeta acambarense
Iván Montenegro y el narrador Marcos García Caballero, ganador del premio
Nacional Salvador Gallardo Dávalos. Actualmente participa en El Hapax poético
(vía internet), y trabaja en la publicación de su primer libro de cuentos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario