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viernes, 19 de mayo de 2023

PARA MI GUSTO EL MEJOR CUENTO DE EL ROSETÓN DE PLATA

 

U2 EN CONCIERTO EN MÉXICO CITY

 

Y se nos hizo en grande a los chilangos con la llegada de los irlandeses… El dos de Diciembre  de 1997 fue el primer concierto. El segundo al día siguiente en el Foro Sol. Pero los ejecutivos de las estaciones de radio, además de mucha otra parafernalia y payasada mediática como de costumbre, se encargaron de hacer saber a casi cinco millones de jóvenes de la Ciudad de México (o quizás más)  que los irlandeses de U2 vendrían a México desde casi nueve meses antes de los toquines. Para el 22 de noviembre U2 ya estaba llenando conciertos en otras partes del mundo cuando se supo que Michel Hutchence, líder y artífice de la banda inglesa INXS, había sido encontrado muerto en una habitación de un gran hotel en Sydney, Australia. Triste noticia, pero si U2 vendría por segunda ocasión al Defectuoso, la juventud chilanga podría festejar durante semanas enteras como fuera y como se pudiera, desde los arrancones de  motos en calzada de las bombas hasta las fiestas con luz y sonido del metro Potrero, además se podría fondear con U2 los antros de la fondesa, por cierto.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                   

            Los locutores de radio  de las tres principales estaciones para jóvenes se daban agasajo informándole a la banda: “En la Gira POPMART U2 utiliza en su enorme escenario, además de múltiples y enormes pantallas digitales de televisión de tercera dimensión, un arco de   color amarillo de 60 metros de alto,  igual aunque no tan grande, al que hay en St Louis, Midwest Gateway for corn exports, ahora escuchen esto, es una versión en vivo en un concierto de Dublín  de: Until the End of the World”.

Como quien dice, nadie en su sano juicio se podría perder el concierto, ninguno de los dos o uno, aunque fuera, como fue el caso de la Ruvalcaba, el Negro y yo, ni siquiera los hijos del Presidente Zedillo y si tú eres fan de U2, no te tengo qué contar de lo que pasó entre Los Guardias del Estado Mayor Presidencial y el Staff de U2, porque eso son chismes y éste es un  cuento biográfico, o sea: un chisme sofisticado que la verdad es  puro cuento, quizá porque, como escribió Claudio Magris, todo escritor es un falsario de sí mismo.

            El Negro en ese entonces  había vuelto a La Capirucha y había dejado atrás  Hot Waters City principalmente por tres razones: era necio, quería dinero, y quería olvidar la tierra de su madre. Yo me había regresado desde 1995 y él un año después. Tenía un trabajo de diseño gráfico en el que había hecho mucho dinero rápidamente, a pesar de que no había estudiado la carrera de Diseño. Todo lo aprendió en el INEGI de los diseñadores profesionales, de hecho se había comprado un Tsuru del año pero lo despedazó debajo de un puente en Hot Waters City durante la Feria Nacional de San Marcos, la cantina ambulante más grande del mundo durante cuatro semanas en una ciudad que, la verdad, no hay demasiada otra actividad a la cuál dedicarse con pasión además del sexo o el alcoholismo.  O por lo menos así lo veíamos nosotros en ese momento y por eso nos retornamos al D.F. El Negro andaba saliendo con una ex mía y los dos fueron a dar al hospital por heridas leves y raspones; fue un milagro que lograron salir   con vida debido a lo alcoholizados que iban  al momento del accidente. Dice el Negro que todo fue culpa del coche de adelante que venía saliendo del estacionamiento, y yo le digo: “Sí pendejo, como si una botella entera de tu famoso whiskey Jack Daniel’s que tanto te gusta no te pusiera de lo más  tarado.” Y todavía le sale la risa y dice: “Ei, sí cierto”. Afortunadamente el coche estaba asegurado, pero no volvió a comprarse un auto durante mucho tiempo. Todo su dinero lo ahorró para irse de México con otra novia que conoció en Tulum que era europea. Mi ex lo dejó y mucho tiempo después volvió conmigo, de hecho volvimos dos o tres veces. Una noche, después de hacer el amor le dije a mi ex:

            —¿Dejaste al negro por el accidente verdad?

—Sí, –me dijo ella prendiendo un cigarro– la verdad el Negro tiene qué madurar. Lo cual, francamente me dio mucha risa, eso fue en 1999. Pero me estoy adelantando en el relato.

Como el Negro y yo en ese entonces hacíamos y buscábamos por dónde darle en La Capirucha al trabajo y/o al estudio, acostumbrábamos vernos los fines de semana en El Hijo del Cuervo o algún otro bar de Coyoacán para contarnos nuestras noticias. Yo le platicaba de la Escuela del Barman,  de una novela que estaba escribiendo y de mis actuaciones como extra para los programas de TV Azteca.

—¿Tu novela se llama El Jardín del Pulpo como la canción de Los Beatles?—decía el Negro, que  no la había leído pero sí creía en mi como escritor, de hecho desde que a todos mis amigos les dije que el proyecto de mi vida era convertirme en escritor, todos me echaron muchas porras.

—No, y eso no es todo—le contestaba pidiendo un trago al de la barra— el personaje principal es un moreno que es bien grifo y aparte tiene sus pato aventuras con el diseño gráfico. Y me reía.

—Vete a cagar sonso— decía el Negro dando un trago de whiskey gringo, era su bebida favorita obviamente.

—Ho maricón, no te aflijas.

—¿Ya sabes que va a venir U2? Yo sí quiero ir—me dijo.

—Ha maricón pues en ese caso tenemos que ir con unas viejas— le dije.

            —Pues yo te las voy a ganar Mateo, ¿ya sabes por qué las viejas quieren a los negros verdad?—dijo con cara de felicidad.

            —Ese chiste mi querido Negro, es tan viejo como tu culo podrido—contesté.

            Pero los dos todavía teníamos mucho que aprender del monstruo del D.F. No sabíamos que La Capirucha te empuja para largarte por donde llegaste por su  propia maquinaria maldita de caos cotidiano y estridente, no sabíamos que ser jóvenes venidos de provincia podía ser un riesgo, y eso nos tocó aprenderlo a cabronazos, a duros golpes mientras íbamos en el metro, en las calles, con las risas ajenas en los cines, en fin, en todo rincón de la interminable y perra ciudad cuyo único mensaje con todas sus letras  es: ¡DESPERSONALÍZATE HIJO DE PUTA , FUCK YOU! Todo conspira para hacerte saber que sólo eres un excluido, nunca tendrás tu oportunidad ni lo lograrás,  ni le hagas que así es La Región Más Transparente. “¿Triunfar tú? ¿El número 2,690 de los que buscan empleo en una de las siete filas? Pero si ni siquiera existes, eres la carne de un cañón que arroja cemento y humo de gasolina. No estorbes fuereño, la decisión está tomada. Pero te tenemos vigilado…”

El Negro quiso seguir con los albures pero tuve qué decirle ¡ya basta! Nunca me ha gustado llevarme a albures con mis amigos. Me da asco. Cuando se ponen necios en ese sentido, (afortunadamente han sido pocas veces), los he retado al ajedrez. Sólo con un cuasi-amigo (que conocí por otro amigo) sí tuve qué jugarle una partida, le gané y no quise volver a verlo nunca. Además yo no fumo mariguana, pero eso, era una de las cosas que al Negro lo ponían como loquito, quizá por eso le iba tan bien en el diseño, ya me imagino los diseños re-alucinados que se reventaba; los grandes pintores surrealistas con todo y sus anchas parcelas de inmortalidad le habían de parecer poco cuando fumaba café, que también así le dicen a esa chingadera.

            Así que el Negro y yo comenzamos a planear con quién iríamos al segundo concierto, cerca de dos meses antes, en Octubre o finales de Septiembre, ya que para el primero de los conciertos ya se habían agotado los boletos.

            Mientras tanto yo hacía mis progresos en el oficio de los alcoholes:  preparaba bojitos cubanos, piñas caladas, tequilas sunrise y en total llegué a saber preparar 150 cocteles o más, de los cuales el que me había parecido el mejor por mucho fue el London Coktail: lleva una onza de buena ginebra, una onza de jarabe natural y una onza de marrasquino o licor de cerezas, se baten todos los ingredientes en el vaso mezclador con hielo frappé y se sirve en copa coctelera, sólo que yo lo sirvo en vaso old fashion y le agrego un poco más de ginebra y más hielo: alcanza un sabor parecido al éxtasis. Digo, si el colosal  Ezra Pound decía que podía ver a Dios en un vaso de ron, yo casi puedo sentir la presencia de Winona Ryder o de Asia Argento con un London Coktail. (Estoy casi arañando la pared al imaginar sus rostros mientras escribo).

            Pero bueno, si Winona Ryder o la Argento tal vez es mucho pedir, la Ruvalcaba tal vez sí era alcanzable. Era una chava de 23 años de sonrisa pícara, guapa y trigueña, de buenas tetas y muy inteligente (todo lo contrario al chiste viejo), que vivía también en Aguascalientes y recibí su llamada telefónica anunciándome que tenía que venir al Distrito y quería verme. Un asunto familiar seguramente la requería acá, ya que tenía que traer a su hermano casi recién nacido del segundo matrimonio de su madre junto con ella. Yo sabía que la Ruvalcaba quería conmigo  y esto era, principalmente, no porque fuéramos grandes amigos y nos conociéramos al derecho y al revés, sino porque ella era amiga de mis hermanas y como las mujeres se cuentan de todo entre amigas, ella les decía que yo le agradaba y ellas  se explayaban contándole: “no pues  Mateo  es un experto para  Dj”, y era razonable entonces, que quisiera verme en un viaje a México y que hasta quisiera venir con nosotros al concierto. Ella venía por cuatro días pero se esperaría un día más para ver a U2, aseguró por teléfono.

            Mientras  los días para los conciertos se aproximaban, yo estaba una noche escribiendo un párrafo de mi novela que se correspondía con el final del texto y sonó el teléfono, mi padre dijo: “te hablan del sindicato de extras”. Tomé el aparato y al saber la noticia casi grito de alegría: resulta que por dos trabajos de extra en donde había bailado toda la tarde la misma canción con una mujer que llegó a ser mi amiga, (recuerdo que esa escena se tuvo que repetir como seis veces por amenaza de lluvia y la mujer y yo salimos en ese programa  como cuasi bailarines profesionales de tanto practicar la toma, según vi el programa una semana después de los conciertos de U2) me tenía que presentar  a cobrar un dinero que faltaba. No eran nada fácil para mí esos días en el Distrito y entonces fui a cobrar mi dinero, no era gran cosa, mi padre ya me había comprado el  boleto, pero ese billete  pensé en gastarlo con la Ruvalcaba; quién sabe, a lo mejor si era cierto lo que decían las psicólogas puritanas: masturbarse tan seguido quizá sí era un riesgo, pero yo no  iba  irme a Sullivan a conectar una puta de esas que se veían buenísimas: quizás a la mera hora no fuera a ser  un puto trasvesti como los que los taxistas les chiflaban y les aventaban potentes  mentadas de madre.

            Fue entonces que le avisé al Negro que la Ruvalcaba vendría con nosotros, estábamos platicando esa noche en su departamento y prendió un toque, mordió el cigarro deformado, aspiró el humo “en cascada” como se dice y se relajó; de inmediato sentí esa pinche molestia psíquica y me dijo que el día de ayer se había cogido a una vieja buenísima en el departamento, una fulana que trabajaba en eso del diseño. Y ahí voy de pendejo y le pregunto si ella no tenía otra amiga para que me la presentara: en esos tiempos me las estaba viendo tan duras con el asunto del sexo que hasta pensaba comprarme una muñeca inflable. Me masturbaba seguido, era una verdadera lástima porque empecé a ver a las mujeres más distantes de lo normal y eso me desgarraba el corazón y seguramente, cuando pasaba eso,   Tom Waits me echaba un ojo y aullaba con su aguardentosa voz. En eso sonó la puerta. El Negro abrió y recibió con un abrazo a su amigo, “de seguro es un güey del diseño”, pensé y le atiné porque el tipo venía por droga.

            El Negro se puso feliz y le dijo al fulano que el día de ayer se había acostado con la más buena de la oficina.

            —¿Te acostaste con Mirna? Hijo de la chingada… je, je, je —dijo el recién llegado. De volada  se les nota la facha de grifos, pensé, yo que odio las drogas y adoro los Camel y los alcoholes.

            —Está tan contento el Negro que hasta ve culos rosas volando alrededor del foco   con sus ojitos— dije yo.

            —Cállate pinche Mateo —le dijo el Negro a su cuate— por eso no me gusta fumar cuando está este güey, sólo me mal viaja.

            El fulano se fue con su mercancía y me dijo despidiéndose: —no le hagas caso, tú mal viájalo, chíngatelo.

            —Ya pinche Mateo, si te pones en ese plan mejor ya luego nos vemos —me dijo el Negro, pero lo que no se imaginó era que el que alucinaba culos buenísimos y negros, rosas, morenos, blancos y tetas bronceadas de mujeres cuya belleza te corta el aliento era yo. Le dije:

            —sale cabezón, ya te dejo y perdóname, ya sabes que odio esa madre.

            —nos hablamos antes de que llegue la Ruvalcaba —me dijo.

            —Ok, maestro, ahí nos vidrios —le dije y me preparé para cruzar media ciudad a las 11:30 de la noche. Transbordé en el metro, pedí taxi y pasé por Sullivan, la zona de las putas. Todavía ni quién supiera que habría metro bus cerca de seis años después.  Y cuando pasamos frente a ellas o ellos (ve tú a saber) el taxista les grita: —¡Mamacita! ¿Cómo le hace el bistec? ¡Ssshhhhh! —  Definitivamente, las prostitutas, los taxistas y los policías son tres formas de vida que se acuestan tapados con la misma cobija. (Ideológica y física)

            Pero el Oráculo de Delfos me decía: “No te me quejes ni te la jales mi pequeño bastardito, sé de alguien que le gustas y pronto te vendrá a visitar.” O por lo menos eso me imaginaba yo; cuando uno está muy escuincle para ser escritor, le parece de lo más normal tener grandiosas iluminaciones que no sirven para un carajo: Pregúntenselo a los poetas… Ellos creen que hasta la grava del pavimento les tiene reservado un secreto importantísimo y entonces hacen un poema de cuando regresaron a su cantón  después de un día pesado  y ese día llovió y las aceras se veían como  “cavernas donde reservo los recuerdos de tus caricias y besos que zahieren mi  deshabitada memoria” (obviamente basándose en alguien que los trae cacheteando las banquetas), pero  no discutamos más: la poesía substancial se debería seguir leyendo. Y así le hacía yo: buscaba influenciarme de cuanto inmortal poeta habido y por haber se me cruzara para redactar esa novela, la verdad sobre éste punto se puede comentar toda la vida pero lo cierto es que yo me divertía como enano escribiéndola.

            La llamada como salida de los cielos cayó una tarde tres días antes del segundo concierto de U2: “¡Qué onda enano peludo, estoy en el D.F.!”

            —Oye maravilloso Ruvalcaba pero qué onda, ¿si te vienes conmigo y el Negro a ver a U2?

            —¡Claro enano peludo! ¡Pero… qué? ¿¿No quieres verme hoy??

            —Claro chamaca pero deja avisarle al Negro que ya llegaste…

            —¡Enano peludo, yo ya le dije,  pasa por mí a la puerta de Bellas Artes en una hora!

            —Okey… pero… ¿Por qué enano peludo?

            —Tus hermanas me enseñaron unas fotos tuyas de cuando estabas chiquito, eras una ternura enano peludo, ándale ya cuelga y te espero en una hora!

            Además de inteligente y agradable, la Ruvalcaba era hiperactiva. Cuando llegué esa tarde neblinosa a buscarla a la puerta de Bellas Artes ella llevaba cinco horas en La Capirucha  y ya había hecho todo lo que necesitaba hacer. Sólo teníamos un inconveniente y eso lo noté desde lejos cuando su figura y su pelo me empezaban a ser reconocibles bajo los arcos barrocos  dorados de Bellas Artes; era un chamaco que todavía no aprendía bien a caminar y desgraciadamente la Ruvalcaba se deshacía de ternura por su hermano, no se vaya a pensar que corrió a mis brazos perdida de amor por mí.

            —Bueno enano peludo, ¿qué hacemos?

            La respuesta ideal era decirle: “Que vengan tus familiares por el chamaco y nosotros nos vamos a un hotel.” Pero la Ruvalcaba no era nada sonsa, como ya se dijo, ya me las olía que  sólo sería parte de su currículum sexual.

            —Podemos dar una vuelta para ver libros y luego nos subimos a la Torre Latino/

            —No te hagas enano peludo, ¿qué no quieres que nos vayamos a un hotel? —Dijo interrumpiéndome y lanzándome una mirada sensual e inocente a la vez, como calculando el tiempo de mi respuesta.

            Solté un carcajada y le dije: —No pus genial, pero ¿qué hacemos con tu hermano?

—Ay enano peludo, ni te preocupes, —dijo con displicencia fácil— hay parejas, ya sabes, los nacos pendejos  que se casan desde los 18 años; tú tienes 26 y yo 23, nos vamos al hotel y mi hermano es nuestro hijo.

Se me olvidó decir algo de la Ruvalcaba: era híper  clasista…

—Ah, sale pues —dije  de lo más contento.

            Entonces emprendimos camino hacia calzada de Tlalpan, donde hay muchos hoteles planeados para éste tipo de casos. Llegamos a uno de tres estrellas, en cuyo recibidor y vestíbulo había cuatro gañanes hablándose de “mai” y qué sí mai aquello o que no mai lo otro y nos dijeron: “O.K. Suban ¿pero qué onda con el niño?”

            Y la Ruvalcaba feliz demostrando su clase social: —¡Es nuestro hijo señor! ¿Cuánto quiere que le pague?

            El recepcionista no respingó más y le cobró, (los precios de los cuartos estaban anotados en una pizarra detrás suyo) nos pasó la llave acompañándola del control remoto de la tv para ver películas estimulantes.

            —¿Quieres algo de tomar? Yo pago —le dije a la Ruvalcaba, pensando que ni había gastado nada de lo de TV AZTECA.

            —Un Sprite no más, si tú quieres échate unas chelas—me dijo y subimos.

            Nos veníamos dando toqueteos en el elevador y besos en la boca mientras su hermano decía: “uva, uva”.

            —¿Quiere vino tu hermano? —pregunté riéndome.

            —No seas sonso enano peludo ¡quiere agua! ¿Por qué crees que pedí el Sprite? Si ve que tomo agua a él le da sed.

            —Cuando entremos al cuarto se le va a quitar, ya verás.

            La Ruvalcaba abrió el cuarto y cuando vio un jarrón y dos botellas de agua en medio de las dos camas  me dijo: —Pinche enano peludo, eres un cabrón. Pero ese “eres un cabrón” que dijo en realidad me estaba salvando el alma, me abrí una de las tres latas de cerveza Tecate y conforme nos desnudábamos me la empecé a tomar. Estaba tan contento que la sujeté con fuerza, me prendí de ella y besándola en  la boca al tiempo que me desabrochaba los pantalones  la llevé  contra un espejo que estaba al lado de la tv frotándole el instrumento con  su vulva, el sudor de su piel se quedó impregnado al espejo; a mí me estaba regresando el orgullo y además del lujo de ver a U2 y con la embriaguez que comenzaba,  la Ruvalcaba se veía y parecía   una sexy doctora corazón contra las  pobrezas de mis masturbaciones. Y la verdad no le faltaba mucho, solo le estorbaba la mitad de la  ropa. Acabándome la segunda chela dejamos de toquetearnos y la desnudé completamente, nos tendimos en la cama y mientras tanto su hermano en la otra cama que estaba tendida decía “uva, uvaaa”. Y yo y la Ruvalcaba nos reíamos en voz baja y cuando me puse el condón y la penetré lentamente, la Ruvalcaba se relajó con un espasmo de placer y sintiéndome adentro empezó a gemir y a murmurarme: “po-por fin me-me e-estoy co-cogiendo al Dj” y yo moviéndome suavemente dentro de ella la besaba y le decía en la oreja: “¿quieres que el Dj ponga música de U2,  mambo o música dark?” Y cuando se lo decía sentía el corazón en la boca porque con el pene también le preguntaba algunas cosas; y cuando la Ruvalcaba sintió lo que le preguntaba el otro Dj ya estaba mareadísima de placer y me pedía más, y más y más. Parecía que estaba haciendo el amor con la mujer foca porque se me escurría y bebía y quería atender a su hermano para que no se cayera de la cama de al lado y cuando  empecé a imitar una foca con la voz, la Ruvalcaba me pidió que fuera más fuerte;  le embarré toda mi saliva de cerveza y mis besos en sus hombros y sus tetas; sus senos estaban excitados y la piel ultrasensible,  creo que hasta le dejé un par de chupetones y con la energía de la excitación  también estábamos haciendo el amor mentalmente y nos sugeríamos ayudas  con susurros  para que el cuerpo del otro estuviera cooperando al otro cuerpo y como ni prendimos la televisión porque con nosotros teníamos más que suficiente, oíamos pasar los autos por Tlalpan y su hermano diciendo: “uuvvaa” “uvaa” y así pasaron deliciosos veinte minutos y cuando sentí que iba a venirme la embestí varias veces lo más bestial que pude y ella ya me arañaba pero sin lastimarme en  la espalda y las nalgas y  sabíamos que eran sensacionales esos momentos aunque nos faltara una chimenea o un vino tinto, o quizá no faltaban tanto y terminé en el  éxtasis enlazado junto a ella que se rindió de arañarme y yo también me rendí cuando la abracé y me acosté  al lado suyo.

            Arriba de nosotros el ventilador giraba. Al lado se oía en voz baja: “uva… ¿uva?”

            Cuando desperté y miré el reloj me di cuenta que sólo habían pasado diez minutos de sueño, eran cerca de las siete y media de la noche y la encontré recargada sobre mi cuerpo y empecé a creer que me quería. Quién sabe, pero yo sentí  por lo menos la sospecha. Súbitamente ella  abrió los ojos, se levantó, se tapó con la sábana y me preguntó por su hermano. —Está dormido igual que nosotros—, le dije.

            Como quiera que sea, nos vestimos y nos preparamos para salir, comprobé que después de hacer lo que había hecho, echarme agua y arreglarme frente al espejo me hacía sentir muy bien. Me dieron ganas de escuchar a Tom Waits.  Entonces nos quisimos ir y empezamos a platicar de U2 y que cuál es tu disco favorito y que cuál canción te gusta más y me dio mucha risa porque en la calle la Ruvalcaba no podía cargar a su hermano y se reía diciendo: —¡Oye, Mateo, es que después de la cogida que me diste casi me quedo coja! Y era inútil que lo dijera porque sólo me iba a reír más y entonces paré un Taxi para que ella se fuera, me dio el beso de la despedida y me dijo visiblemente satisfecha y más madura en su voz: “¿Entonces qué? ¿Mañana mismo canal misma hora?” Y le dije: “Por supuesto.”

Y al día siguiente trabajé en la novela con más energía y me puse a escuchar WFM y ya los locutores estaban a punto de irse a transmitir en vivo desde el Foro Sol cuando ya iban a dar las siete de la noche y yo estaba en el mismo hotel con la Ruvalcaba oyendo los ruidos de la calle, muchos gemidos y muchos “uva”, “uva”… Y otra vez al salir la Ruvalcaba decía: “¡Me voy a quedar como la mujer coja con esas cogidas que me diste cabrón!” Pero yo ya ni le hacía caso y pensaba en la batería de Larry Mullen y la noche caía con su crispante vaho rumoroso y yo pensaba en El Jardín del Pulpo y me imaginaba que lo presentaría algún día con cierto aire especial, algo así con lluvia en las calles y que por ahí andaría el círculo literario del Distrito y todos me dirían: qué genial, qué extraordinario, ya quiero leerla, eres tremendo, y mientras tanto sonaría de fondo All Along The Watch Tower de Bob Dylan en el cover de  U2…

            Pero al día siguiente era nuestra cita con los creadores de The Unforgettable Fire, y, en la tarde nos pusimos de acuerdo el Negro, la Ruvalcaba y yo y nos fuimos. En la mañana me había quedado en un pasaje de El Jardín del Pulpo que según yo era o tenía correspondencias con ese huracán enorme que es Trópico de Cáncer de Henry Miller y entonces llegué al Foro Sol: ellos dos habían comido juntos y querían verme afuera de las 20 entradas en fila retacadas de elementos de la policía de la ciudad, re vendedores de boletos, gente parasitaria que pasa y se queda viendo, más aparte los cerca de 28, 000 personas que sí tenían boleto y derecho a entrar. De repente estoy en medio de todo ese pedo, ya bajé del metro más cercano, ya caminé, los busqué, etcétera, pero no tengo celular, todavía no es el boom de los celulares en La Capirucha, busco y busco, es inútil gritar, todo mundo está gritando: “¡Orden! ¡Boleto en Mano!” De repente alguien me toma de la mano y volteo por encima de la espalda de alguien que es nadie y veo a la Ruvalcaba:  me saluda de beso en la mejilla y al lado suyo está el Negro  comiendo unas papitas Sabritas. Pues ya estamos. Todo salió perfecto. Entramos haciendo desmadre y desde afuera ya se escuchan los sonidos, se siente un clima de expectativa enorme girando a un lado al  éxtasis, al otro al apocalipsis, sin duda la banda está de lo más prendida. Por ahí hay una camioneta de Radioactivo FM y una banda de grupies que gritan desaforadamente y una voz en off les dice: ¿Ya quieren ver a Olallo Rubio y a Fernanda Tapia? Y a la Ruvalcaba le vale madres porque venimos en nuestro propio avión comentando lo nuestro; la gente se agrupa, se dispersa y todos se vuelven tachones de sombras oscilando en la noche en zig-zag hasta que entramos al estadio y buscamos nuestros lugares. Incluso sigo pensando en la novela y la parte final para observar de nuevo toda la estructura del texto y no,  como yo le digo,  “mi hermano menor Tom Waits”. Para ese momento ya están arriba del escenario, aunque con sólo la mitad de las luces y el sonido en su fidelidad y potencia, los integrantes de Control Machete rapeando y gritando el conocido estribillo: “Sí señor”. Patalean que da gusto. Uno de ellos hasta da una maroma  en el aire. Todo luce genial, en las gradas la banda hace la ola. Nos instalamos en nuestros lugares y prendemos cigarros, la Ruvalcaba baja y sube gradas hasta que se queda lo más cerca posible. Yo estoy bien en mi lugar: desde aquí oigo y veo perfectamente a quien se pare en el escenario. Sensatamente, soy tan necio que preferiría ver a U2 en Barcelona o Londres, si no es mucho pedir en Trafalgare square. Sí, sí, ahí, que canten hasta que se jodan. Oigo un susurro en mis oídos: “Pinche Mateo  vengo bien erizo”. Ah, digo, para variar el Negro quiere un son, solo espero que no se ponga paranoico con el desmadre y se ponga a pedir mota a la gente, pero nadie puede traer mota en la ropa, ni armas, todos fuimos esculcados rigurosamente por los Policías. Toda la expectación que arde y se transmite, desde luego no está dedicada a Control Machete, ellos incluso reciben insultos de algún iluso y chiflidos de alguien que se cree mejor que ellos, lo que nunca falta.  Yo solamente estoy parado gozando con las nalgas de una güera que baila junto a la Ruvalcaba.

            En eso, sin saberlo nadie realmente y al mismo tiempo sabiéndolo todos, se comienzan a sentir esas enormes cuatro presencias de Irlanda, suena un Mix mucho más poderoso y el sonido alcanza mucha más potencia y fidelidad: indudablemente están por salir: 28,000 gargantas gritan, hasta yo grito, sino para qué chingados estoy aquí. Y comienza el crescendo de “Pop Muzic”.  Las enormes pantallas digitales del stage se prenden y anuncian limones, naves espaciales, y cuánta cosa,  los cuatro integrantes de U2 vienen saliendo debajo de nuestras gradas y la expectativa crece, se ve que se vienen acercando hasta que su Staff de seguridad los deja volar solos y puedo ver que Bono trae una capa de boxeador y estalla en energía enteramente el Foro Sol cuando todos lo vemos caminando y lanzando upper cuts imitando seguramente a Mike Tyson y el Mix se transforma en la canción “Mofo” Y por todo el estadio se oye: “¡Méexxiicooo, Méeexxiiicooo!” Grita Bono y ahí está pues, es lo que queríamos.

El concierto tiene sus momentos altos y sus momentos bajos, para mi gusto lo mejor fue When the streets have no name, The Fly, Ultraviolet y la acústica Sunday bloody sunday. Dura hasta las 11 de la noche y como última pieza Bono dice en español “feliz navidad” y él y The Edge tocan una canción acústica dedicada a Michel Hutchence y la gente se llena de hemorragia musical. Definitivamente, U2 conquistó el Foro Sol en su totalidad y les digo a ellos que nos apuremos para salir porque ahora sí viene lo bueno: la venta de cualquier cantidad de porquerías desde de la tasa del recuerdo, la playera, el disco pirata, etcétera. Los 28, 000 que asistimos salimos con ese aire de travesura, nosotros corremos hasta el metro lleno de banda y cuando transbordamos también está retacado, sólo que no entiendo qué hago yendo hacia el metro Etiopía si yo voy a San Cosme. Pero no digo nada, seguramente los invitaré a cenar, creo, y cuando ya hemos salido de ahí el Negro nos dice que lo sigamos, ¡Aah! Cómo no lo pensé antes, de seguro quiere conectar un son el hijo de la chingada. Todavía siento en mi cuerpo retumbar el repertorio de U2 cuando en una esquina de lo más negra el propio Negro toca un timbre, sale un fulano, le dan su mercancía y  me dice: “aguántate por ésta vez Mateo, es especial”, mientras tanto, todo el camino la Ruvalcaba nos ha venido contando sus anécdotas de su vida burguesa y de ricacha. Entonces nos metemos a una calle todavía más siniestra y el Negro se prepara: “échenme aguas”, nos dice. La Ruvalcaba sigue en lo suyo y yo volteo a todos lados para evitar que nos cargue la tira, el Negro se prepara; saca su guato, forja, poncha, prende, aspira, y le llega la tranquilidad, la Ruvalcaba dice: “Ni crean que me voy a fumar esa madre”. Y de mientras el Negro se comienza a fumar hasta el cerebro. “¿Cuándo te regresas a Aguascalientes?” le pregunta a la Ruvalcaba, “Mañana, en avión” dice ella, “apúrate.” Pero el Negro está feliz de grifo  y de repente, en un asomo de lucidez por  cola de borrego nos pregunta: “Oigan, y ¿se fueron a coger verdad? Allá por Tlalpan ¿verdad?” La hiperactiva de la Ruvalcaba, por lo menos por pura alegría y carcajadas, ya va de regreso en clase y asientos VIP. Me la imagino que con un Sprite y jugo de uva, quejándose de la pata.

 

 

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