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miércoles, 13 de septiembre de 2023

EL QUINTO RELATO DEL ROSETÓN DE PLATA! QUE LO DISFRUTEN, POR MARCOS GARCÍA CABALLERO

 

CINCO

La Muralla Verde en la Boda de Mario

 

Se supone que en el principio fue el verbo… ¿Sí, no? Ya Baudelaire decía que Dios no hizo al mundo; sólo lo nombró: Fiat lux. O en el principio fue el sexo… ¿Tampoco?  “¿Creced y multiplicaros?” ¿No lo dice el Génesis? ¿O acaso en el principio era la Fuerza…? Veamos un famoso pasaje del Fausto, en la escena primera, para ver qué es lo que nos dice Goethe: “En el oleaje de la vida/ en la tormenta de la acción/ subiendo y bajando, de aquí para allá/ me agito yo/ Cuna y sepulcro, un sempiterno mar/ un cambiante tejer/ una hervorosa vida/ eso urdo yo en el silbante telar del tiempo/ y tejo a la Divinidad, un vestido viviente/”. Así pues, por éstas palabras inmortales sabemos que para Fausto en el principio era la acción. En realidad no sé si tengo mucho o poco qué ver con Fausto  (espero que no tanto) pero para mí al principio fue el trabajo, muy activo, en el Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI) como auxiliar administrativo que tenía qué hacer de todo y además poseía  unos bafles potentes y tornamesas para mezclar música bailable porque… bueno, en fin. De que tiene que haber un principio lo tiene que haber.

            Tenía 19 años cumplidos y ya quería trabajar, así que me presenté en la Dirección de Cartografía Catastral del edificio sede del INEGI en Aguascalientes. Me hicieron una prueba psicológica que aprobé sin mayor problema y el  papeleo lo tuve listo en   media hora. La psicóloga de reclutamiento  me sonrió: Ya estaba dentro de la institución en la que mis padres trabajaban y no sabía que sólo se trataba de la primera de cinco ocasiones que, ya fuera en La Capirucha o Aguascalientes, me tocaría trabajar durante mucho tiempo. Por ese entonces mi pasión era ser Dj como ya se dijo, tenía equipo de luz y sonido y junto con Carlos Duarte amenizábamos fiestas en todo Hot Waters con nuestro equipo; no nos importaba de qué música nos pidieran: norteña, salsa, hip-hop o rock en español; tanto daba, éramos felices mezclando  música y obviamente teníamos nuestras groupies, que nos seguían a cada evento y varias ocasiones las emborrachábamos de lo más fácil primero por su edad, luego porque les despertábamos atracción y luego por las luces estroboscópicas o las luces de neón que manejábamos y el piquete se les subía de volada. Algunas veces fuimos caballerosos, también hay que decirlo. Carlos Duarte también entró tiempo después al INEGI, pero cuando me regresé a La Capirucha en el 94, ya no lo volví a ver nunca. Mi trabajo ahí era en los laboratorios de fotografía aérea, en los sótanos de ese  edificio que parece búnker o base espacial tipo La Guerra de las Galaxias al sur de la ciudad. Ahí pronto me volví muy amigo de Mario, un joven tres o cuatro años mayor con el cual encontré muchas afinidades: los dos éramos chilangos y los dos teníamos el acento del chilango “que no es mala copa”, no el acento chilango del típico “hijín” o “ñero” que en realidad es otra subespecie de ser vivo; los verdaderos chilaquiles no comemos en las calles, por ejemplo, a menos que después de la fiesta nos vayamos por unos tacos. Pero antes de ser clasista diré que Mario y yo éramos fanáticos de Rock 101 y entonces comenzamos a salir juntos: él me invitaba a sus reventones con sus amigas y la vida lucía fácil y despreocupada, quizá algo naive.

            Así pasaron ocho  meses de trabajo en los laboratorios donde, entre otras cosas era obligación tomar leche. Ellos decían que funcionaba como suero anti químico del papel para revelado fotográfico. Yo siempre creí que más bien eran unos mamones que querían su concha o su dona con leche; pero la fotografía aérea estaba a punto de ser superada por la fotografía digital de imágenes de satélite. Mario incluso se ligó a una de las mujeres de la limpieza y era normal que cerraran la puerta de su cubículo por horas si no bajaba el Subdirector a checar la continuidad del trabajo. Ellos querían que yo me acostara con una de las de la limpieza, pero yo estaba feliz con Carla, la que mucho tiempo después se fue a Salamanca y nunca leyó la versión final de mi primera novela El Jardín del Pulpo. Así las cosas funcionaban bien, hasta que Mario me dijo un día que ya no quería más viejas ni más desmadre: estaba perdidamente enamorado y se quería casar y… ¿No querría yo poner la música en su boda? Le contesté que sí, que le cobraría como a los cuates y que Carlos Duarte, yo y Carla  nos iríamos desde tiempo antes para hacer las pruebas de sonido, organizar el equipo, etcétera. Se puso feliz el chavo. Me dijo: “En la boda mezcla música tipo Rock 101, ya sabes, Depeche Mode, rock en español…”

            Era 1992 y el Rock en español y la música industrial estaban en su auge. Por ejemplo, era cómico ver a mis compañeros del bachillerato vestidos con botas y como Punks. Esa era la moda. Y ahí está la prueba de que en la actualidad eso es moda otra vez. Eso es visión de futuro, cómo no, qué chingados.  Así que nos fuimos el domingo  planeado al salón de eventos donde estaban convocados cerca de ciento cincuenta invitados: Carla iba elegante con un vestido negro y los hombros descubiertos, yo vestía corbata y pantalones de mezclilla, Carlos igual. El día anterior también habíamos tocado, por lo que estaba un tanto cansado pero ni modo, dije, a darle por Mario, ni siquiera conocía a la novia; sólo me había contado que su novia era un cuerazo.

            La fiesta comenzó sin mayores problemas, la gente llegaba, se sentaba, pedía su bebida y algo de comer. De las bocinas que estaban hasta el otro lado del salón de donde estábamos nosotros (en un cuarto cerrado que era como una cocineta) se escuchaba la música que me había pedido Mario: “Personal Jesus” de Depeche Mode, por poner un ejemplo. Eran apenas las 6:30 de la tarde y Carlos Duarte mezclaba. Yo estaba sentado con Carla en una caja de discos de vinilo y Carla me contaba de sus inicios en la vida universitaria; ya desde entonces se le podían identificar los anhelos artísticos ya que en su carrera de comunicación decía que quería ser reportera de notas culturales, de la incipiente vida cultural de Hot Waters. La gente, como de costumbre, empezó a bailar como a las ocho y Carlos seguía mezclando. Mientras tanto Carla y yo estábamos ya en una mini pelea de pareja: según ella creía que no me había gustado su vestido, que no la apoyaba en su carrera (es decir: que me valía madres escucharla, en lo cual tenía razón) y como había llegado una amiga de Mario que me saludó con mucho gusto, estaba celosa; o quizás eso comencé a pensar porque ya llevaba varias cervezas y avanzaba  la noche, además me empezaron a fastidiar los personajes que venían a ofrecernos de comer esa estúpida comida de boda. ¿Y Mario? Les preguntaba yo. ¿Dónde está Mario? Nadie tenía ni idea. “Tú síguele” le dije a Carlos en mi sexta cerveza, y como Aguasardientes es relativamente una ciudad mediana donde ellas conocen a ellos y ellos a ellas, de repente vi que Carla saludaba a una pareja que llegaba: Eduardo quién sabe qué y su novia, una tal Claudia. Me dejó y se fue con ellos a la fiesta, lo cual francamente me puso triste: empezó a bailar con un desconocido y cuando chequé eso llegó Mario vestido de frac y pasó de inmediato a la cocineta y al verme exclamó: “¿Ya estás muy pedo?” ­—Me dijo— “Tienes qué durar  mínimo hasta la una.” Y yo: “¿No quedamos que te iba a cobrar por hora? Es hasta las doce nada más”. Y él: “¡No se ponga pesado señor, es mi boda cabrón!” “Ok, Mario, hasta la una, es tu boda”. Y Carla bailaba y bailaba y ahora el celoso era yo, tenía bien consciente la ambigüedad del amor y sobre todo: de nuestra edad: sabía que si quería irse con el que bailaba, era casi posible en ese mismo instante.

            “Yo me quedo mezclando” me dijo Carlos Duarte. “Tú ve con esa vieja que te la van a bajar…” “Nelazo maestro”, dije yo. “Al rato viene con la cola entre las patas”. Y seguí bebiendo cerveza y Duarte hizo un fade hacia arriba y entró la muralla verde, la canción de los Enanitos Verdes, que dice: “estoy en la muralla que divide lo que fue de lo que será” y (otro trago) “pasando la muralla se hacen realidad” y (otro trago) “pero como la  mua mua mua de ayer” Cantaba el enanito verde y todo joven mexicano se sabía  la pinche canción. Era una hueva ser Dj, en la actualidad sólo lo hago para una reunión entre amigos y eso sí: después me lavo las manos y quiero olvidar el asunto, como si se tratara de un asunto de sexo.

            Algunas de las personas convocadas supe que venían de la misa, nosotros (por lo menos yo) había estado jetonsísimo toda la mañana: recordé que en la tocada del día anterior había conocido a una fan, una rubia jovencita, así como de mi edad y nos habíamos gustado, recordé que le había dicho dónde estaría al día siguiente, ella quedó muy formal de venir a verme y en eso estaba pensando con mi décima chela cuando me salí de la cocineta y la miré hermosísima vestida de blanco bailando con Mario: “hay pendejo, no seas buey esa es la novia de Mario”. Quedé flechado: pinche Mario, con razón se quería casar el hijo de perra. Pero no era esa toda la verdad, porque la güera sí había venido y de hecho me estaba buscando. Lo supe por Duarte que utilizó el micrófono para llamarme de vuelta  a la cocineta: “Joven Dj del INEGI, lo buscan en el sonido”, dijo el muy mamón. Fui esquivando gente un poco tambaleante en mi embriaguez y yo creo los invitados de las mesas hicieron  mutis de reproche. Unos niños también dijeron “qué mamón” y chispas,  que revientan una bocina JBL con una pluma; ahora el enojo se fue hacia ellos y varios se les fueron encima, quizá eran sus padres. No me dio tiempo de emputarme por lo de la bocina porque ya en la cocineta, quedé flechado por tercera ocasión en el día: al ver a Carla luciendo el vestido negro, la novia de Mario y luego a la Sonia, que así se llamaba la güera. Sonriendo me dijo con mucho ánimo: “¿Cómo estás?” “Bien Sonia de pelos que viniste, te ves de maravilla.” Carla mientras tanto bailaba y bailaba. “Pues vine a verte a ti, Mateo.” Decía con sonrisa pícara. En eso pisé un acetato y por la embriaguez casi me voy de hocico pero Sonia me detuvo. “Hueles mucho a alcohol”. Dijo con molestia “¿Sigo mezclando verdad?” dijo Carlos. “Tú síguele” (¿Será tan menso que no entiende que me quiero quedar con ésta belleza? Pensaba yo). Y claro, con Sonia yo ya no quería chupar, así que se lo dije y nos acurrucamos en una esquinita para platicar. “Acabo de entrar a la carrera de psicología”. Dijo. Era evidente que Sonia me estaba coqueteando con su plática y yo nada más me le quedaba viendo a su blusa de Los Toros de Chicago  pensando: “y qué buena ortografía tienes”. Y Carlos estaba de espaldas mezclando, también tenía una cuba y se la estaba bebiendo, pero no estaba hasta el carajo como yo. De repente, Sonia me besó y estaba yo tan embriagado que le devolví el beso y así estuvimos un gran rato. Ya me había quitado la corbata y Sonia metió su mano en mi pecho, yo metí mi mano por debajo de Los Toros de Chicago y Sonia me dijo: “¿Así te gusta?” “Sí, así”, dije temblando de placer y  sentía que podía caminar hasta con el pene y, de pronto, regresó Carla.

            Yo sabía que en las películas, cuando el novio o esposo le pone los cuernos a la esposa y la esposa se da cuenta y los cacha in fraganti, el esposo dice: “cariño, no es lo que parece”. Alguna idiotez parecida  dije cuando entró Carla. Duarte le dijo nervioso: “¿te pongo una canción especial?” y Carla dijo: “¡Hay corazón  pero que pendejo eres!” Y se fue. Sonia se me quedó viendo y me dijo: “¿era tu novia verdad? ¿¡Por qué no me habías dicho!?” Se bajó la playera y también corrió y se fue.

            Evidentemente nadie de la fiesta se dio cuenta, todos celebraban a Mario y su esposa, pero Duarte me dijo: “Ahora sí la hiciste en grande pendejo… ¿qué vas a hacer? Vete a pedirle perdón a Carla no mames.” “¡Pero estamos aquí –dije yo–, vuelve a la Tierra Carlos, nos están pagando, hay ciento cincuenta personas allá fuera!” “Yo me quedo mezclando”, dijo y así pasó un rato, luego   se puso a buscar el disco donde venía la canción de “las golondrinas”, para cuando se fueran los novios. Se fueron a las doce de la noche ya rumbo a su boda de miel, nos asomamos para ver todo eso del ramo de flores y tal: Por eso Mario quería que tocáramos hasta la una de la mañana, para que los demás invitados siguieran bailando, pero como a eso de las 12:30 de la noche llegó un señor que se presentó como el padre de Mario y nos pagó nuestra parte, también una cantidad extra por la bocina JBL  rota.  

Ya la gente estaba cansada, muchos habían bebido de más y entonces apagamos todo el show, los chavos de la camioneta que nos ayudaban a cargar el equipo ya estaban preguntando por nosotros; hablaron con Duarte y le dije a él lo de siempre: 40% para cada quien de dinero y 20% para los que nos ayudaban a cargar. Empezaron a subir las cosas y Duarte me dijo: “¡Ya lárgate de aquí, ni puedes ayudar, estás pedísimo, mejor vete a buscar a tu novia y pídele perdón!” Hasta el orgullo me dolió pero tenía toda la razón, eso era lo mejor que podía hacer. 

            Carla estaba en una esquina platicando con un grupo de gente, me acerqué y escuché que le decían: “¡ahí viene!” Sonia no se veía por ningún lado. Grité varias veces: “¡Carla!” “¡Carla!” Pero no me hizo caso, se subió al auto del tal Eduardo y la tal Claudia y se fueron, ya no había nadie, ya todo mundo se había ido. Apenas recordaba que al día siguiente tenía que trabajar, pero de sobra se sabe que el alcohol te mueve a tomar decisiones desesperadas y temerarias: tomé un taxi y me fui a casa de Carla, le dije al taxista que se fuera rápido, pero gracias al alcohol y el mareo vomité por la ventanilla; el taxista me dejó frente a su casa, a pesar de la reja observé que estaba una luz prendida. El taxista me pidió un dinero extra y se lo di. “Me dejaste la nave apestando a alcohol compa, ya ni chingas”. Ni modo, dije, “tengo qué verla”. Ni siquiera me di cuenta que venían a dejarla por la otra calle. El coche se venía acercando lentamente: me echaron las luces de  carretera en la cara, yo creo que Carla  quería todo menos una escena afuera de su casa.

            En mi embriaguez la vi bajarse del coche y se siguió de largo caminando con los brazos cruzados, como si no me conociera y le molestara mi presencia. Le dije: “¡Carla!, ¿No vez que estoy aquí? ¡Tú me importas! ¡Ni siquiera sabía quién era esa güera! Carla… por favor… plis…” Se me acercó cuando sopesó lo que estaba  diciendo y toda la situación. Todavía recuerdo su rostro, con un aire entre triste  pero con la seguridad de que iba ganando en eso que los dos llamábamos “saliendo juntos”. Al fin  dijo: “Ya vete corazón, es domingo y es noche.” “¿Pero y luego…?” Insistía yo. “Pues a ver cómo te portas porque sí estoy enojada.” “Mañana saliendo del trabajo te voy a buscar a la autónoma” “Ok”. Dijo. “¿Y no hay beso de despedida?” “Pues no, ya me voy, vete con cuidado.” Qué carajos, pinche fiesta jodida, me quedé pensando.

            Pero como Hot Waters es una ciudad mediana donde casi todos ellos conocen a ellas y ellas a ellos, al día siguiente, después del trabajo, llego a la Universidad, me meto por los pasillos cuidadosamente, llego al salón de comunicación de Carla y me salen tres fulanos que me dicen: “No, no mi buen, aquí es comunicación, psicología está más adelante.” ¡Resulta que el salón entero ya se sabía la anécdota! El maestro en turno de la clase notó mi llegada y dijo: “¿Éste es el borracho? ¡Adiós señor!” Y que me azota la puerta en la cara. Carcajada general. Alcancé a ver a Carla con dos amigas, todavía de menso lo pensé un par de segundos.  Uno más, dijo: “La siguiente boda es en psicología, para que vayas a poner música”. Otra carcajada general. Como dice el dicho: Más pronto cae un borrachito hablador que un cojo: Yo dije que ella volvería con la cola entre las patas en la boda, así, con la cola entre las patas tuve que ir yo por segunda vez a su casa a pedirle perdón de verdad, aunque sintiera el corazón tan madreado como la bocina JBL rota. Y quizá, mientras tanto, el enanito verde sonreía y se carcajeaba, parado en sus  murallas personales.

 

 

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