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sábado, 16 de febrero de 2008

Del libro "Infinitos dispersos" ( ediciones Alforja 2001)

Por Marcos García Caballero


El soporte material del poema
es la frente que lo acompaña en su carrera,
la palabra en fuga que deja en los ojos
la estela que lo cobija o lo desnuda;
frialdad de huesos rojos arrojados a la hoguera
o capucha sombría que respira
antes de develar su rostro de piedra.
Una ranura de su estanque de vértebras
se dobla para dejar salir una gota
después de la tormenta.
En efecto, hay una gotera,
las vértebras lanzan coletazos de iguana
contentas de suavizarse un poco
la antigüedad de su urticaria.
Las uñas del lobo paralizan el sonido
y el poema recorre su hilera de butacas
y sus naipes de cuellos verdes hacia la esquina,
al doliente sopor que pregona
en pancartas el temblor de cosas irrebatibles.
El poema no se percibe sin su estómago macizo,
necesita flechas para tronchar el cordón umbilical
que le bombea una cordillera por estos dedos.
¿Cómo arrojar al poema sin revolución
aunque con revolución nace el poema?
Quítame de encima esta tierra blanda,
quítame del fuego que no respira,
quítame tu infamia de cartógrafo sin mundo,
que brote de tu espalda una bala de mercurio
para saciar mi sed, pues lo que busco es una trinchera
para apoltronarme como una herida eterna,
pedalear con mi bicicleta los caminos de la niebla,
hacer de ti mi hamaca entre palmeras,
dormitar clandestinamente en tu fotografía,
llevar el curare a donde no hay cómo curar,
desafiar tus pantanos,
tus costras, tu costumbre,
tu eterno sueño de tigre que come tijeras
para moldear su sombra del engaño.
No hay espanto en esta noche de otoño triste,
no habrá invierno para felicitarse a secas,
no habrá cuchillos donde hay hachas
y no habrá hachas donde hay tormentas.
Sólo yo decidiré cual será mi escarcha,
mi cacique y mi fuego,
así que si me has oído retírate al olvido,
pues de allá es de donde vengo
y allá es donde seguiré volviendo,
como pipa junto al fuego
seré un volcán en tus recuerdos,
y como soy irrebatible me llevaré
tus ojos internos,
en ellos me refocilaré
metiéndoles búhos para aullar
lo que yo ya no puedo aullar,
pues es imposible morder sin perder
un trozo de oscuridad cuando la luz
marcha como un ejército en el rostro
que desea morir de nuevo con un solo respirar.

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