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lunes, 28 de diciembre de 2009

El ARTE DE LA PUTA

EL ARTE DE LA PUTA
Por Caleb Olvera Romero

No se puede hablar de todo, hay dentro del mundo regiones y lugares sin nombres, donde no existen palabras para nombrarlas, regiones y seres que han sido olvidados, regiones de soledad y de llanto que nos construyeron, que nos olvidaron. Seres que generalmente permanecen anónimos, y gustan en autonombrarse Zafiro, o Rubí o cualquier otro nombre estúpido. Seres cuyo mundo fue construido sobre Lecumberri, diseñado en arena con frases de cuatro pisadas, dibujado en su vientre con una melodía de Paganini, o con un acople de esquizos. Cuatro locos, no más. Cuatro mentes, no más, entonan con diversas voces tu canción de medianoche, tu canción de agua con sal, tu frágil suspiro. Dentro de estos seres hay uno, la puta quien aprendió a trasformarse en imán de los átomos sexuales. Cuyas manos han sido devoradas por la angustia. Tu vida, un glorioso aquelarre que invita a construir una fiesta sobre tu cuerpo. A perderse en tu bosque y llorar sobre tu teatro. Llover sobre tu teatro. Cuando tu caminar invita a los insectos a besarse dentro del polvo o a sufrir el deseo de trasformarse en caricia, en pecaminoso cuerpo.
Con aplausos de muerte comienzas tu danza, y el público empieza a beberse ansioso los ojos, porque siempre he querido ser tus ojos solamente para llorarte con los míos, para llorarte desde adentro. Para hacerme presente en el aquelarre festivo con una gran risotada, con una flecha maldita o simplemente con el sonido de la propina. Tú me construyes juguetes de viento. Tú eres el silencio de todos los espejos, las batalla entre todas las perlas, entre todos los puercos. Tú eres quien pregunta a los astrónomos por la sabiduría olvidada de los besos, por un saber técnico de insecto. Y entonces, te desnudas de recuerdos, te vacías de ti misma, te conviertes en un ser de papel y caricias, en una mordida desnuda, en una piel sin fundamento. Te olvidas de ti pues tu cuerpo ya no te pertenece, ahora solamente eres el dulce instrumento con que juega la niña de mis ojos. Porque tu baile es una lento oficiar de misa, un conjuro que trasforma mis noches en duraznos y desde la lejanía mi tacto comienza a cabalgar sobre tus quejidos. Se fragua así la desesperanza que rompe tu corpiño, para trasfórmalo en mariposas suicidas, en pétalos astrales, en copas embravecidas. Sobre tu vientre pende un diminuto triangulo de ceniza, un misterioso diecinueve ígneo, una promesa entumecida por el alcohol, un intento de enamorase que se transformó en metal. En lúgubre billete. El baile se desarrolla mientras los hombres relámpagos, intentan morderte el desnudo. Porque sólo el que sabe de dolor, al dolor se atreve. Sólo en tu cuerpo la verdad se ha coagulado en flor, en perverso guiño. Eres el mártir de las flores, el beato de las borracheras, y en mi copa sirves la amargura de los seres humanos, que engendran tempestades. Solo tú escuchas el clamor de mi sangre en eco, que te grita mis lascivos sentimientos. Sabes que en el fondo de mi voz está tu orilla, tu contorno formado de azafrán y lencería. Tú le hablas a la silueta de mis ojos, y ella escucha tu impronunciable voz, una voz ausente, una voz de monólogo con huesos. De polvo de vudú. Donde en un crisol eterno o en una simple copa agitas tu vaivén perenne, tu construcción de sortilegio, tu manera de envenenar la vida. Mientras esparces sal en todas las células, convirtiendo mi carne en polvo para tus brujerías. Traté de comprender tu errante espuma, tus delirantes ojos que no encuentran respuesta. Tu forma de mirar como toro condenado, que sabe del valor y del fracaso, de antemano condenado al fracaso. En tu mirada no hay línea de fuga ni salvación. Nadie se atreve a orar, pues sabemos del dolor de estar atado al delirio de la sangre, al sentimiento de la carne, y por ello somos los que desatan tempestades. Violentas riñas entre seres desdibujados. Barcos a punto del naufragio que se esfuerzan semana con semana en buscar la sal en la playa de tu pecho. Pero ellos no saben de tu ancestral biografía, de tu padre en endemoniada carrera bajo la luz de las sirenas, o simplemente muriendo día con día, porque en la humillación fue donde aprendiste a convertir las noches en duraznos. Las caricias en monedas. Ahí donde mi sangre blanca de escorpión intenta perder al pez que en ella navega hacia ti. Ahí tú tocas y vuelves a descomponer el génesis, ahí y justo ahí comienza el milagro de la creación, se pone a girar la rueda del mundo. Tu deseo nada en mis entrañas, en mis bosques marinos desatando el negro silencio de mis ciervos. Mientras con alucinada sonrisa las ninfas sin ropa se despiden eternas. Cuando tú en mi piel realizas un congreso sexual, un doctorado en acariciar el agua. Eres quien inventa la forma de estudiar en tu cadera la topología del deseo. Yo en tu sabor reconozco el goce del Apocalipsis. Contigo montada en mí encuentro el valor para arrebatarle al mar los higos. Así, insomne frente a los senderos de mi sangre construyo una súplica vulgar, una canción ante tu nombre, un megalómano instinto satura las gotas de tu llanto, y vuelvo a montarme en ti, en tu erotismo rudo, en tu cultura de burla. Así recorro tu mordida espalda. Hasta el día en que mi sangre de media noche me asfixie, hasta el día en que se vacíen sobre tu vientre todos los desechos genitales, y final e irremediablemente todo vuelva a desnudarse. Para volver a comenzar la danza y yo hombre, como todos los hombres, descienda hasta ti para reclamar de nuevo la pureza y la santidad que nunca me robaste. Mientras inmortal el polvo desde unos ojos ajenos nos observa.

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