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martes, 29 de diciembre de 2009

LA ALQUIMISTA

POR CALEB OLVERA ROMERO

Tu imagen de mujer quedo prendada en mi silueta, mientras en ti ha quedado sembrado el polvo de los tiempos, la angustia del placer insatisfecho. Porque has logrado la transmutación de la carne en deseo sexual inanimado, suspendido en una probeta mientras congelas el tiempo en sueño. Sobre ti alquimista azarosa, se estrella el semen que enfurecido intenta preñan el lóbulo esquizoide del universo. Sobre ti he conjurado la astrología infinita para acariciar tu cuerpo, para en holocausto consumir palomas, para entender el secreto idioma de tu caminar despacio, de tu girar errante, de tu reír sin prisa, tu ir sola hacia la muerte. Todo para realizar un conjuro de agua, un rito donde le sea licito al agua rozar sutilmente las brazas, y así, entonar una canción prohibida, un himno a tu nombre destruido. Sólo para rescatar al viento de su orfandad llamándolo por su nombre, para ahogarlo en la prisión de los elementos, sois la prisionera de los cuatro tiempos, de los compases ya dementes, de los toros embravecidos bramando al compás de tu cadera. Eres el amo de las grietas amarrillas. Porque ante tus pies la tierra recuerda que ama ser tierra, porque el polvo solamente quiere trasmutarse en polvo, y el oro, inclemente comienza su espera, su triste temblor, su frágil sollozo, porque siempre ha querido trasformarse en piedra, en suave naranja, en delicioso guiño. Conjuras al amor para embravecer las células ficticias que en su mundo nacen y ahí mismo se detienen. Cuando la verdad sube por tu sexo y el demonio contempla tu cintura carcomido por el hambre, conjurado por la ternura de tu pecho, vuelve cual siervo a la oquedad de tu vació, a tu alma de fantasma, a tu mete trastornada y llena de mitos. Solamente ahí puede esperar desnudo, con las manos muertas de flor y en la espalda la guadaña oscura. Comienzas tu ritual desnuda para arder bajo la lluvia, porque tu eres la única que encuentra la fe para crear un incendio bajo el agua, una dulce morada, una taza de café, o una palabra escindida. Tu hiciste al demonio confundir a dios con sus criaturas, con un simple aleteo de mariposa, con una semilla de siete picos, con un requinto de chelos destripados, con el sonido ensordecedor del caer sin rosas, porque mis manos están sedientas de amarillos y tu me regresas al misterio del enjambre. Me regresas este dolor ya sin memoria, esta agua ya sin agua, esta agua huérfana de sed, de mejores tiempo, de esclavitud sexual, de destino incierto.
Cuando un baso con agua se desmaya sobre tu mesa e intenta, con tan coqueto gesto, sofocar tu universo en llamas, interrumpir tu sacramental oficio, tu misa de caricias, tu sufrir de espalda lo que goza todo el mundo. Porque eres la poseedora del saber nocturno de los caracoles amarillos, de los zombis de Haití, de los dulces y de la nieve de guayaba, conoces el secreto de reconstruir los desfiguros del cuerpo, de sacar de su caja un poco de ardientes sortilegios, de veneno entumecido, y vas por la vida, redimiendo peses aciagos, completamente ciegos, sin atreverte a amar las rosas, matando pulsiones a sangre fía, cuidando no embarcarte en una empresa de luz, porque sabes cómo concluyo la búsqueda del cadáver. Sabes del limite de la congruencia, donde ni magia ni estrellas podrían salvarte.

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