1.
Diego sueña. No importa que el
trabajo no pare todo el día, que la gente no hable, que haya un tráfico
perpetuo y que el reloj camine incansable. El sueña.
En la oficina, ya hizo toda clase
de diseños que no son de él; son del cheque de cada 15 días y de la empresa que
tiene un nombre raro, difícil de pronunciar. Tan solo movimientos de su mano en
la computadora, caprichos de una necesidad comercial.
Pero al salir del edificio de
cristales vuelve a sí mismo, recuerda quién es y en su mente estalla una
imagen. Entonces, acelera en el periférico. Quiere llegar ya, contárselo a
ella:
- Anoche soñé un sitio extraño, un
mundo nuevo. Cuando me sentí solo, había siempre una presencia junto a mí. Eras
tú-.
- Yo nunca sueño o… no me acuerdo- musita ella. Luego permanecen en silencio. Es
el pequeño ritual.
Diego jamás la ha considerado vacía o carente
de espíritu. Su más grande placer consiste en contarle sus sueños, alimentarle
la fantasía como a gotas. El de ella, en beber los relatos.
-
Todos esos extraños sitios los recorres tú
conmigo- dice él.
-
Yo no tengo sueños que contarte- se lamenta
ella.
-
Es porque estás conmigo. Te llevo en los míos-
Diego le dibuja los escenarios con palabras, la hace esa pluma blanca y silente
que vuela junto a él. Luego, permanecen cándidos y extasiados. Se sumergen en
el espacio creado por ellos. Burlan a la ciudad.
Rojo y gris en los amaneceres, no se dicen gran
cosa. Solo un beso y se miran, se suspenden en una sonrisa. Cada uno va hacia
su día; desayuno frugal y llaves a la mano. Por la mañana no hay tiempo de más.
Pero el amor está ahí, es una célula incorpórea que los envuelve y, de norte a
sur, se extiende por la ciudad. Dura de diez a once horas en un efecto
continuo, sucedáneo, hasta que vuelven a encontrarse. Entonces, la noche les
regalará un nuevo viaje, un relato más para seguir reconociéndose. Enlazarán sus manos a través de las historias
en un plano más allá de lo superfluo. Así, el amor jamás se quedará sin
sustento.
Una mañana Diego se paraliza con la mirada
lívida. No puede creer el último “sueño”; el extraño y profundo tono de aquella
voz y la sensación sublime que lo suspende, la expresión de aquél ser que se
manifiesta en esencia tan pura:
-¡Ese ser no es de aquí!-, se dice
absorto, y siente un hormigueo en la punta de sus dedos, empuña las manos. -¿De
donde entonces? ¿Cómo puedo volver a tenerla?-.
Ese día en la oficina, solo cabe
permanecer expectante con aquella imagen que lo atraviesa, adoptar un
movimiento mecánico y, la mente, hay que
tomarla prestada para crear las figuras frágiles en la computadora.
Al salir, el periférico se hace
largo con el tráfico. Diego desvía el retrovisor y se refleja, casi no se
reconoce. En un arrebato, desvía también el automóvil, sale de aquella arteria
infinita y estaciona por inercia. Se lanza a pie por una calle. No importa el
nombre, qué tan larga es, hacia donde va. Mira alrededor como si buscara algo;
una señal, un código. Se detiene tras desesperados pasos:
-Que absurdo soy. Si la única forma
de volver a sentir a ese ser es a través de un sueño.-
2.
Esa tarde son las 7:30. Ella saldrá
del gran edificio y esperará a Diego en la escalinata de la entrada. Desde ahí,
mirará a los transeúntes, todos con prisa.
Por un instante, le invade la
sensación de que todo aquello se convierte en un gran hoyo que la devora.
Permanece estática y se da cuenta de que el hoyo no viene de afuera, está en el
pecho. Y crece.
-No lo entiendo, algo ha cambiado-,
se dice. Y se rehúsa ante aquella ineludible intuición que es lo único que no
miente; por primera vez en tanto tiempo se siente sola. La célula incorpórea entre
Diego y ella se ha partido.
Al otro día, el silencio no sabe
igual. Se siente un vacío que cuelga de la barbilla de él, obligándole a un
gesto distinto. Al tomar la rutina, las horas comienzan a ser el conducto para
sumergirse en una inexorable decadencia. Ella se siente extraña, asfixiada por
la ingente ciudad. Diego sigue soñando y no le cuenta más a ella. Llega del
trabajo, se encierra en su mundo, duerme.
Despierta radiante, como si su espíritu hubiese sido vivificado durante
el sueño.
-Diego, ¿Qué pasa?-
-Nada, ¿porqué?-
-No eres el mismo-.
-¿El mismo en qué?-
-Ya no me cuentas tus sueños-.
-Es para que recuerdes como soñar y
ahora tú me cuentes los tuyos- dice él, amable simplemente- Paso por ti a las
siete.
No hay más que hablar.
3.
Bajo el habitual rumor de la
madrugada, dos espaldas se tocan en una cama, los ojos
abiertos y los músculos tensos. Él,
desea conciliar el sueño y encontrarse de nuevo con aquél ser ultra terreno.
Ella, desea entrar en el sueño de él, conocer aquello que se lo roba.
Esa noche, alguna inexplicable
influencia parece dejarse sentir en el exterior; los perros ladran inquietos y
es como si algo se moviera en ese extraño mundo que no vemos. La luna dilatada
simula un ojo omnipresente y, la intensidad de un deseo es capaz de abrir los
límites del universo…
Tratando de conservar el calor que
se acumula mínimo a lo largo de su espina dorsal, ella comienza a quedarse
dormida. Pero justo ahí, en ese instante previo en que los pensamientos se
quedan suspendidos y uno se abandona simplemente a esa ignota voluntad onírica,
siente como se sumerge en una dimensión que hasta entonces le había sido ajena.
Ahí está Diego, acompañado de aquél
ser masculino y femenino a la vez. Este,
irradia su inmensa luz y lo envuelve completamente. El sucumbe. Ella no lo
entiende, sin embargo tampoco puede resistirse a la incontenible atracción. Así
que se aproxima, se funde. Tiene, en aquél aparente sueño, la experiencia más
extasiante de su vida.
4.
Amanece. Cada uno se levanta por su
lado de la cama. Ambos sonríen fascinados, se miran perplejos. Ahí está esa
complicidad. Van hacia su día.
En el camino de regreso, ella
suspira mientras evoca la imagen de la noche anterior. Quisiera llegar a
contárselo a él pero, ¿Cómo va a contarle que él es solo un medio? Mejor es
aguardar paciente y en silencio para repetir la experiencia.
Y así, habrá que acostumbrarse, dejarse llevar
y entregar el amor en los sueños, mientras los cuerpos permanecen lánguidos.
Anilú Hernández Bastida,
nació en la Ciudad de México en 1979, estudió en la Escuela de la Sociedad
General de Escritores de México (SOGEM) formando parte de la antología “ Paso
al frente”, generación XXXVI. Posteriormente fue precursora de la
creación del primer taller literario para jóvenes en Acámbaro, Gto. Participó
en el suplemento literario del programa de radio “El expresso” con la
conductora Emma Aguado y poetizó la exposición pictórica “Andar de fruto y
tierra” del Mtro. Héctor Hernández Jurado. Actualmente, imparte cátedra en la
Universidad Tecnológica de León y trabaja en la publicación de su primer libro
de cuentos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario