NO ES
TRISTEZA
ES UNA
BRUTAL REALIDAD INASCIBLE
UNA
BALADA GENERACIONAL
Las
cubanas y los cubanos que comenzamos nuestra vida laboral en 1979 ó 1980 ya
tenemos más de 50 años. En más de treinta años de trabajo hemos pasado por dos
rectificaciones de errores, un perfeccionamiento empresarial y ahora por el
reordenamiento laboral.
Las
cubanas y los cubanos que comenzamos a trabajar en 1980, aún compartimos la
vivienda con nuestros padres, incluso con nuestros hermanos y sus hijos, o con
mucha suerte tenemos un apartamento que compartimos con nuestros hijos y sus
esposas y los hijos de nuestros hijos.
Las
cubanas y los cubanos que nos convertimos en trabajadores en 1980, somos ahora
destacados científicos, prestigiosos profesores, experimentados obreros, condecorados
militares, campeones olímpicos, artistas de fama mundial, veteranos de guerras
a miles de kilómetros de nuestras costas, pero no desembarcamos en el Granma ni
estuvimos en La Sierra.
Con esa carencia, nuestro papel ha estado bien claro:
trabajar duro, demostrar lo aprendido y agradecer a la Revolución y a sus
dirigentes.
Las
cubanas y los cubanos que comenzamos la vida laboral en 1980, crecimos y
envejecimos, guiados por la misma generación, una generación que enfrentó
responsabilidades y retos que van más allá de nuestra imaginación con menos
edad que la que ahora tenemos nosotros, y que aprendió y ganó experiencia
ensayando en nuestro pellejo por el método de prueba y error.
En 1980,
había pasado Playa Girón, la lucha contra bandidos, la ofensiva revolucionaria,
la zafra de los diez millones, la ayuda a los movimientos guerrilleros en
América Latina y la guerra de Vietnam.
Las
cubanas y los cubanos que en 1980 nos estrenábamos como trabajadores, nos
habíamos espantado con la explosión de La Coubre, habíamos cantado ¿Pionero soy? y el himno
de la URSS, en
ruso, en el patio de la escuela.
Habíamos
llenado bolsitas de tierra en el Cordón de La Habana, protestado frente a la embajada de Suiza
por el secuestro de los 11 pescadores, cortado caña en las frías llanuras de
Camagüey y tratado de convertir, más de una vez, el revés en victoria. Pero
éramos demasiado jóvenes, nos tocaba trabajar duro, demostrar lo aprendido y
agradecer a la Revolución
y a sus dirigentes. Nosotros no habíamos desembarcado en el Granma ni estuvimos
en La Sierra Maestra.
Las
cubanas y los cubanos que comenzamos nuestra vida laboral en 1980, alguna vez
fuimos niños que comimos fritas en el puesto de Pancho, tomamos batidos en el
quiosquito de Manolín o llevamos a arreglar nuestros ¿colegiales? al viejo
remendón de la esquina, con sus espejuelos sujetos con un cordón de zapatos, su
busto de Martí en la repisa y su buen trato y mejor servicio. Fuimos alguna
vez, niños que llamamos señorita a la maestra, señor al vecino de enfrente y
señora a la mamá de nuestro mejor amiguito, pero ello no nos contaminó con las
pestilentes miasmas imperialistas, ni nos salieron pústulas en la piel.
Las
cubanas y los cubanos que integramos las plantillas en 1980, cantamos Somos
comunistas palante y palante contagiados con la euforia de los mayores.
Asistimos
a la inauguración de Coppelia, vimos el Salón de Mayo en La Rampa, escuchamos por
primera vez al Grupo de experimentación sonora del ICAIC, no entendimos nada de
la Primavera
de Praga, ni nos grabamos con letras de fuego Hasta la victoria siempre.
Aunque, no habíamos desembarcado en el Granma ni estado en La Sierra.
Las
cubanas y los cubanos que empezamos a trabajar en el 80, teníamos 30 años
cuando Carlos Varela proponía probar habilidad con la ballesta y estuvimos de
acuerdo, pero una edición dominical de Juventud Rebelde nos recordó que los
niños hablan cuando la gallina mea. Se nos olvidaba que no desembarcamos en el
Granma ni estuvimos en La
Sierra, lo que teníamos que hacer era trabajar duro,
demostrar lo aprendido y agradecer a la Revolución y a sus dirigentes.
Cuando al
campo socialista europeo le sucedió lo único que le podía suceder al campo
socialista europeo, las cubanas y los cubanos que comenzamos nuestra vida
laboral en 1980 teníamos más de 30 años o casi y estábamos listos para
reaccionar, y sabíamos que la única salida no era la ¿opción cero? pero no
estábamos políticamente maduros, nos faltaba la experiencia del Granma y de La Sierra. Nuestra
misión seguía siendo trabajar duro, demostrar lo aprendido y agradecer a la Revolución y a sus
dirigentes.
Las
cubanas y los cubanos que comenzamos nuestra vida laboral en 1980 (o cerca) ya
tenemos 50 años y más de 50 también, y hemos vivido lo suficiente para ver al
administrador estatal del ¿quiosquito? que fue de Manolín, hacerse
indecentemente rico, como nunca hubiera podido ser Manolín. Hemos visto
llenarse los campos de marabú mientras los noticieros nos enseñan postales
idílicas de la abundancia. Hemos obtenido una amplia cultura de las desgracias
del universo, sin podernos enterar de lo que pasa en nuestro propio municipio.
Hemos visto a Hanoi levantarse de las las cenizas de la guerra mientras La Habana se cae a pedazos sin
necesidad de un bombardeo masivo.
Hemos
visto cómo se convierte el guajiro en una especie en peligro de extinción como
las vacas o la caña de azúcar, y cómo el cine convierte a nuestro padre en el
personaje ridículo del filme, con su vieja boina verde olivo y sus consignas
machaconas en el raído pullover.
Los nietos
de las cubanas y los cubanos que comenzamos nuestra vida laboral en 1980,
tienen ahora maestros que escriben Habana sin H y campiña con n y que declaran
sin pudor no saber dónde nació Antonio Maceo, porque eso no es materia de su
grado.
Las
cubanas y los cubanos que comenzamos nuestra vida laboral en 1980, hemos visto
proliferar pícaros y farsantes de toda laya en todos los niveles y hacer de la
consigna un método y de la apariencia un culto: tenemos la mayor micropresa del
mundo.
Por eso
las cubanas y los cubanos que tenemos 50 años, recibimos regaños en la
televisión a través de un anónimo calvito que nos sermonea con fondo musical de
La
Guantanamera. Cargamos con el Sambenito de las malas
decisiones, los caprichos y la megalomanía, y la prensa nos pide ser austeros,
comprensivos y desde luego, seguir trabajando duro, demostrar lo aprendido y
agradecer a la Revolución
y a sus dirigentes.
A las
cubanas y los cubanos que comenzamos nuestra vida laboral en 1980, nos toca
desde luego, rescatar los albañiles perdidos, los maestros perdidos, la
eficiencia perdida, el quiosquito perdido, incluso el respeto al prójimo
también perdido cuando la palabra compañero igualó al trabajador y al vago, al
adulto y al niño, al genio y al bruto, y sembró en la mente de mucha gente la
cómoda fórmula de que todos merecemos lo mismo y no que todos tenemos iguales
oportunidades. Y otra vez se nos recuerda que nos toca seguir trabajando duro,
demostrar lo aprendido y confiar en la Revolución y en sus dirigentes, porque nosotros
no desembarcamos en el Granma ni estuvimos en La Sierra.
Las
cubanas y los cubanos que comenzamos nuestra vida laboral en 1980, ahora somos
viejos pero somos de mala raza porque no hemos sabido asimilar las enseñanzas
recibidas, hemos engavetado los buenos consejos y no hemos dado un solo líder,
además de la propensión que tenemos todos a la corrupción y al delito.
El país
necesita de los jóvenes menores de 40 se requiere, al menos en teoría, de la
sangre fresca, pero a nuestra generación, con sesenta años y un poco más y con
unos cuantos años de trabajo todavía por delante, nos tocará seguir trabajando
duro, demostrar lo aprendido y agradecer a la Revolución y a sus
dirigentes.
Las
cubanas y los cubanos que comenzamos nuestra vida laboral en 1980 somos ahora
niños viejos, que necesitan una vez más ser regañados y aleccionados por las
mismas personas que desde hace más de medio siglo nos regañan y aleccionan,
porque hay que tener en cuenta que nosotros no desembarcamos en el Granma ni
estuvimos en La Sierra
Maestra.
EL AUTOR DE ESTAS LINEAS
ES
EL GRAN ESCRITOR
LENARDO
PADURA
Escritor y
periodista cubano nacido en 1955. Estudió Literatura Latinoamericana en la Universidad de La Habana, desempeñándose
después especialmente como periodista en publicaciones como Caimán Barbudo,
especializándose en la investigación. También ha escrito ensayos y guiones para
cine y televisión. Es especialmente conocido como escritor de novela policiaca,
ganando el 1998 el premio Dashiell Hammet (organizado por la Asociación Internacional
de Escritores Policiacos) con su novela Paisajes de Otoño. Esta novela
pertenece a su tetralogía de las “Cuatro estaciones”, formada por cuatro obras
cuyo protagonista, Mario Conde, es un detective de la policía que aspira a ser
escritor. Conde es el protagonista absoluto de estas cuatro novelas (Pasado
perfecto, de 1991; Vientos de cuaresma, de 1994; Máscaras, de 1997, y
la mencionada Paisajes de otoño) y de dos más,Adiós Hemingway (2001)
y La neblina del ayer (2002).
TÍTULOS
DEL AUTOR EN TUSQUETS:
Paisaje de
otoño
La novela
de mi vida
La neblina
del ayer
Adiós,
Hemingway
Pasado
perfecto
Vientos de
cuaresma
Máscaras
El hombre
que amaba a los perros
Pasado
perfecto (MAXI)
El hombre
que amaba a los perros (MAXI)
Vientos de
cuaresma (MAXI)
La cola de
la serpiente
Máscaras
(MAXI)
La neblina
del ayer (MAXI)
Herejes
Paisaje de
otoño (MAXI)
Padura
expresa el enorme valor del Arte para revelar lo indecible, para mostrar con
finura, el contrapunto desgarrador de la existencia de una realidad inocultable,
de un mundo que no existe, de un paraiso que es un infierno y que en el mueren
tragados por el fuego una, otra y más generaciones.
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