Su
voz retumbaba, hable y hable, no paraba, seguía y seguía, ya llevaba horas hablando,
parecía estar dirigiéndose a otra persona, a un público; pero nada, hablaba con
voz en cuello, para que le escucharan; pero sus palabras solo rebotaban en la
obscuridad del vagón porque el ruido del tren, el chaca, chaca y el jaloneo de
vagones, trituraban esas palabras dichas en voz alta, perdidas en esa sinfonía
de la ruta del diablo. ¿Cuántos viajes a la frontera? ¿Cuántas veces he
retornado por esta ruta del infierno? ¿Tres, cuatro, cinco? Su memoria se
estiraba, buscando entre tantos escombros del tiempo olvidado, una larga travesía para los
migrantes centroamericanos al llegar a la frontera es caminar por la vía del
tren, que desde 2005 debido a un huracán, no permite circular a los trenes
de carga. Esta vía del tren garantiza que no encontrarán en su camino los
tormentosos puestos de migración y que por lo menos hasta llegar a Arriaga no
serán deportados a su país; pero para ello deben caminar bajo el sol
aproximadamente 300 Kilómetros, tardando hasta una semana en hacer este camino,
y ya en México la larga marcha de la muerte se inicia generalmente en
Tapachula, en Chiapas, a menos de 10 kilómetros de Guatemala; entrar por
Tapachula, Chiapas, y tomar el tren en el municipio de Arriaga, y al llegar a Arriaga, luego de caminar casi
una semana, los migrantes encuentran un albergue que les dará hospedaje y
alimentación hasta tres días, además de orientación migratoria y la posibilidad
de denunciar los constantes atropellos que han tenido que vivir en solo una
décima parte del largo camino que les espera hasta la frontera de Estados
Unidos; por ello con mucha razón que tiene el padre Rigoni al afirmar que la
verdadera frontera de Estados Unidos está en Chiapas y los viajeros tardarán
entre 20 y 25 días en llegar a la frontera norte, en los que habrán desembolsado
“como mínimo” US$1 mil 130, y llevar ese dinero que les exigen los coyotes o
“polleros” para cruzar a Estados Unidos; un viaje que solo parece gratis,
pero a medida que avanza la bestia, su precio va subiendo, de tramo en tramo,
sobornos, asaltos, secuestros, todo lo que se trae de valor va quedando hasta el punto de que a veces
el pago de este viaje es dejar la vida en el camino. Así es este viaje que
parte del sur de México frontera con Guatemala hacia Estados Unidos. El hombre
que hablaba parecía estar siendo arrullado por el chaca, chaca del tren, es la Bestia, la temida máquina
que miles de centroamericanos abordan para intentar cruzar México, también
apodada la Devoradora
de migrantes; y la ruta del Pacífico parece
menos peligrosa que la del Golfo eso, no significa que sea un camino de rosas
ya que el 70% de los inmigrantes que la cruzan sufren algún tipo de abuso que
en la mayoría de los casos es violento y todo empieza cuando hay que subirse a
un tren que pasa a 20 kilómetros por hora es difícil para un adulto, ahora imagínate
para una mujer o para un niño y ya arriba empieza lo mejor: se viaja a la
intemperie, con riesgos de caerte, sol, hambre, por lugares remotos, te puede
tumbar una rama de árbol, te puedes caer por sueño, te pueden bajar del tren y
secuestrarte o extorsionar, y claro la sed y el hambre te acompañarán por todo
el camino; entre sueños que eran vivas pesadillas, buscó sus cicatrices en las
costillas, el navajazo en la pierna, solo parecían tatuajes, pero era la huella
de esas batallas, esa resistencia para proseguir por la ruta maldita, que era
igual, al maldito lugar que me había expulsado, al malidito lugar donde llegué
a trabajar con horarios de esclavo, escondido para que la migra no me atrapara
y me devolviera, era igual cuando en Tijuana, en Ciudad Juárez, me secuestraron
y me bajaron todo lo que había ganado al otro lado. Igual que ahora, su voz
parecía rechinar, como si estuviera aullando, como un lobo solitario gritándole
a la luna y en ese desierto, el alma caritativa del férreo defensor, el
sacerdote Alejandro Solalinde, director del albergue Hermanos en el Camino de
Ixtepec, hace todo lo que puede para atenuar ese sin fin violación de derechos
humanos, ese costal de carencias que carga cada inmigrante, atenuar tanta
impunidad, tanta prepotencia contra estos inexistentes expulsados allá como
aquí, de todo posibilidad de mejorar sus vidas.
El
hombre, ahí, con la mirada perdida. No sabía a ciencia cierta si su mirada
estaba en la bruma de sus sueños o en la bola de recuerdos que venían como un
montón de imágenes sin fecha. Una mirada escondida, chiquita como impidiendo la
salida de un chisguete de tristeza, una gota de llanto, como el último esfuerzo
para no doblarse. Todo eso, ya lo sabía, esa había sido su terapia, sacudirse
el dolor y el sufrimiento de dejar a la familia, su mujer y sus hijos, esa era
su autocuración, como las viejas de la patrona la habían gritado, aquel día
cuando estirando la mano para agarrar la botella de agua, le dijeron en voz
alta, es para la sanación. “Las
Patronas”, un grupo de más de 20 mujeres que desde hace 17 años lanza comida a
los migrantes que pasan en el veloz tren de La Bestia; mujeres, sin
esperar nada a cambio, han podido construir una red de solidaridad a nivel
nacional que les permite preparar 20 kilos diarios de arroz y frijol, además de
algunas conservas, tortillas, frutas y pasteles para alimentar a las personas
migrantes hambrientas y sedientas que no han podido comer y beber durante
días.
El
hombre estaba curtido, por ese ir y venir de aquí para allá, cruzar la
frontera, volver de regreso, y una vez más cruzar la frontera. Retornar aquí,
donde todo sigue igual, como allá. ¿Vengo o voy? ¿Cuál es la diferencia,
Reynosa, Texas, California, Tijuana, Nicaragua, El Salvador, Guatemala? Esto
parecía confundirlo, todo igual como por toda esa ruta, tantas veces recorrida.
Una larga ruta miserable, atravesando la miseria de estos pueblos, cubriendo
todo el presente de miseria, avanzando hacia este futuro miserable. Una
travesía, que ya se la sabía de memoria y como si estuviera viendo el mapa de México visualizando
las principales rutas que los inmigrantes siguen para llegar a Estados Unidos.
Son cuatro. Los principales destinos son dos ciudades fronterizas al este Reynosa
y Nuevo Laredo, la sempiterna Ciudad Juárez y Tijuana, al otro extremo del país;
y ahora, ir por la ruta del Pacífico, Guadalajara,
Jalisco, al oeste de México, la cuna de los mariachis, los charros y el
tequila. La sede de la feria del libro más grande en habla hispana. Hasta
hace poco no era una escala en el mapa de los 500.000 centroamericanos que cada
año cruzan México para intentar llegar a EE UU., pero en los últimos años el
número de inmigrantes que pasan por la segunda ciudad más grande del país se ha
triplicado. Desde la matanza de 72 personas en San Fernando, Tamaulipas en
el 2010, cada vez son más los que eligen la ruta del Pacífico: el camino más largo,
pero el menos peligroso; y que atraviesa este sitio. Se les ve por los cruceros
cercanos a la vía del tren, sentados en la calle, dormidos en la acera. Se han
convertido en un quebradero de cabeza para las autoridades locales y han
agitado prejuicios en una sociedad en la que los inmigrantes eran invisibles
hasta antes de ayer.
¿Había
enloquecido ó solo deseaba sacarse tantas palabras no dichas, tanto silencio? Si
tu lo vieras, no lo podías creer; toda una vida, jalando aquí como allá,
siempre pensando que dejó a su familia, a sus crías que cuando retornaba,
siempre las encontraba creciendo. Un hombre que ya mordía los sesenta años,
áspero, de pocas palabras. Un típico centroamericano, que en la bola, parecía
otro nicaragüense más, otro guatemalteco, otro salvadoreño más y al cruzar las
fronteras, seguro tu dirías, es un típico mexicano prieto, duro y curtido y
entre esa ola de los que van en busca del sueño norteamericano dirías solo es
otro inmigrante más que va para el norte, todos son iguales, sean de El Salvador, Guatemala,
Honduras, Colombia, Ecuador, República Dominicana ó de México. ¿Quién va a
saber de donde eres en esta bola de 500,000 inmigrantes que cruzan por año? ¿A
quien le importa tu vida o tu origen? ¿A quien le importa si eres Juan o Pedro?
Y si das tu nombre te expones al soborno por eso te ocultas en el anonimato y
por eso eres otro INEXISTENTE entre tantos inexistentes.
La
bestia seguía avanzando por esa ruta innombrable a pleno sol. Mientras el hombre
arrinconado en el vagón, seguía musitando palabras, parecía estarle hablando a
otro, pero no, el le hablaba al otro de si mismo: un soliloquio cruzando los
tiempos. Cuando su padre lo llevó, ese fue el primer cruce de fronteras, fueron
años de ir a recoger cosechas en la California. Desde
los seis años anda en ese trajinar de fronteras, a quien le importaba si tú eras
de ese pueblo desconocido llamado Metapa anclado en el territorio de
Nicaragua, pueblo al que después se llamaría la Ciudad Darío, en
honor a la grande poeta, Rubén Darío y de esas tierras del gran Augusto César
Sandino el liberador, patriota y revolucionario de Nicaragua. A nadie le
importó nunca, porque tampoco tú sabías de donde venían tantos hombres, mujeres
y niños llenos de sus historias, con sus familias, con sus penas y solo cargando
es costal de carencias.
Había despuntado
el sol, un viento fuerte y frío. El hombre que toda la noche se la había pasado
gritando palabras inconexas, ahora estaba sumido en si mismo, absorto,
ensimismado. Mascullando para si esa noticia que había corrido por todos los
que venían montados en la bestia, aquellos otros iguales a ellos, inmigrantes
de África buscando llegar a Europa, o aquellos otros que salieron del Medio
Oriente y a punto de llegar a las tierras de Europa se ahogaron, porque la barcaza
en que iban trescientos, niños, mujeres y hombres, todos se hundieron; a todos
estremeció la noticia, todos se sintieron iguales a ellos, la pequeña
diferencia, era tan frágil, tan débil, que no valía la pena mencionarla. Ahora
estaban a salvo, pero el destino, aún no decía la última palabra, la Frontera era la prueba de
fuego y eso, tampoco era garantía para llegar a donde cada uno deseaba llegar
para trabajar, porque todos eran iguales sin papeles y tendrían que aceptar
todas las condiciones impuestas para trabajar como esclavos escondidos. Es una
inmensa ola de miles y miles de inmigrantes ilegales que cruzan el mundo, de
aquí para allá, provienen de África, Medio Oriente, de Asia; y de Asia, China,
Filipinas e India, y de Europa, Polonia y los estados que formaban parte de la Unión Soviética,
igual que aquí, todos buscando enchufarse a la poderosa maquinaria de la
producción globalizada en este mundo miserable tan igual a si mismo.
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