Por Sergio Vicario
Para Evelyn Careta,
Tlazothtiani y Miguel Ponce
El aliento
del monstruo expele hiel, segrega amargura y dolor punzante. Su resuello
emponzoña el pensamiento, es un vaho gélido que amedrenta el pensamiento,
hiriéndolo. Similar al maltrato del cuerpo para volverlo carne tumefacta y
sangre en putrefacción.
Es fétido,
sí, pero no es sino el cúmulo de sus violencias. Con un tufo que enardece la
calma; las ganas de mandar en un ¡Carajo!, la indigna condición humana.
Más
sin embargo un cadáver, una criatura de escasos tres o cuatro años, un niño
postrado en la playa. Se dice que es sirio… ¡Cómo si fuera de otro planeta!,
¡Carajo! Un niño yacente -sin pretenderlo- pone en entredicho nuestro modo de
actuar en la existencia, por si no lo sabíamos. Que hacemos lo necesario para
exterminar la vida. Es la violencia en nuestra cultura.
La
violencia por causa de la guerra es el pelaje de la fiera. La guerra resulta de
la codicia, de los fundamentalismos, de la sinrazón a cambio de balas. De nuevo
esta tierra se convulsa, de nuevo miles se manifiestan a favor de la vida, pero
otros patean y meten zancadillas, otros cierran sus puertas, otros refieren que
ya hay mucho más violencia en su tierra, y sí, es verdad. A diario la bestia
excreta esquirlas y eructa pólvora.
Mas la
violencia de la que hablo son los ojos encendidos, los puños encrespados, la
rabia en las palabras ofensivas, los recelos y reclamos. Es el engreimiento, la
calumnia y difamación, los resabios de la ira y el temor. Andar maldiciendo,
despreciar, negar las cosas.
Es por
el infame atrevimiento de maltratar niños, arrojándolos, despojándolos, condenándolos
a ser esclavos o lo que es peor: negarles el derecho a su risa y su propia
existencia.
La
violencia de la que hablo es la del Estado, la de la impunidad y el abuso, del
maltrato. Es la violencia cotidiana disfrazada de frases felices y buenos
deseos. Es la violencia mediática que aporta una andanada de sandeces y
escarnio televisivo, la violencia de endilgar razonamientos cobardes en
detrimento de otro.
La
violencia que cito, sabe a plástico, se cocina en una lata, en una cuchara, se
inhala, se fuma, se bebe, se roba o se ofrece el cuerpo para seguir alimentando
la sed maldita.
Acaso,
la violencia de seguir asesinando animales como trofeos a la estulticia; la
increíble violencia de derribar vestigios de la historia, templos y necrópolis,
iglesias o de arrasar selvas y forestas.
¿Tiene
caso hablar del silencioso actuar de los mercados?, sigilosos, voraces, oligárquicos…
de la violencia que se ejerce desde el poder, en la discrecionalidad del gasto,
en el derroche justificado en aras del pueblo enajenado.
Luego
existe una cultura de la o las violencias: en el modo de enaltecer la guerra y
el crimen organizado, la mítica vida del narco, en el orgullo de ser proxeneta
o sicario, en el culto a las armas y hasta en la forma de escribir acerca de
ello, lo que hago.
Coexistimos
con la o las violencias; es el aire enrarecido y el secreto deseo de encontrar
otra forma de ser en nuestra diaria existencia. Imposible no experimentarlas,
no desear que no ocurrieran. Pero ahí están, inútil espantarse con las
noticias. Doquiera amanece un muertito, uno más.
Mas esa
es nuestra condición andar así por esta tierra y sin embargo… hay necios que
celebran la vida, niños jugando con la belleza, pinturas que hermosean la tarde
y el traje de una linda persona. Hay oraciones en medio de la nada, susurros en
noches de desconsuelo que tejen la pasión y el amor entre dos egoísmos. Música
donde hubo dolor, hay memorias vivas que recuerdan nuestra fragilidad y
engreimiento: no somos nada… Hay seres que nos esperan y otros que se alejan y
duelen, como no se quisiera, en la misma alma. Hay, noches de plenilunio, y una
vastedad que no termino de recorrerla. También, por qué no, hay un silencio
pensante en la Poesía.
Mares
y valles: tierras que se cultivan, personas que hacen su trabajo y confían.
Hay, después de todo, una oportunidad de ser aquí, en este día, en esta tarde,
de noche, de mañana, una oportunidad de ser por la vida.
Hay
familias que se congregan. Historias que se escriben, intensamente y acaban.
Como el vuelo de las aves que cruzan por el cielo y desaparecen.
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