POR
MARCOS GARCÍA CABALLERO
Estamos
en el otoño lluvioso de 1999 en la ciudad de México, sur de la ciudad, tengo 28
años y pertenezco a la XXIV generación de alumnos de la Escuela de Escritores
de la SOGEM. Es viernes por la noche, nos ha tocado clase de psicología y todos
estamos algo cansados y por esa razón, el maestro, un dramaturgo calvo y barbón
que coquetea con las alumnas, además erudito que nos recita poesía de
Shakespeare: “resplandeces bajo la luz de la luna como una joya en el lóbulo de
oreja de un etíope…” le dice a alguna alumna), nos deja salir veinte minutos
antes de la hora exacta; siete de la noche. Después de repasar toda la gama de
traumas que Sigmund Freud le adjudicó al ser humano. Nadie titubea: todo el salón
quiere irse de fiesta con la generación posterior hacia una casa allá por
Miramontes. Vamos saliendo, se van confirmando los invitados, la dirección en
papelitos y los dineros de la coperacha para los alcoholes. Los alumnos de
mayor edad se van por su parte, ellos ya no están para estos trotes, pero toda
la banda joven quiere estar en la fiesta: me gustan todas las muchachas, me
siento ebrio desde que me meto al carro de mi amigo con dos más y nos vamos a
Miramontes…
La
casa de la fiesta es la casa ocasional, nos explican, siempre hay fiesta en
otra casa especial para éstos casos; por esa razón, la mayoría se queda en el
jardín, somos cerca de treinta y cinco personas. Algunos fuman, entre carrujos
de mariguana, lo más alto que han aprendido de la novela francesa e inglesa,
por no decir el boom latinoamericano.
Las chavas de la SOGEM entienden éstas clases como glamour en lo que se casan o
se convierten en editoras, y vaya que hay potencial para las dos cosas; las hay
de todos los colores, sabores, influencias, ojos hermosos, rostros
prodigiosamente hermosos y cuerpos de adivina el resto, mi rey, que tú tal vez
podrías convertirte en un escritor de buen temperamento si estás dispuesto a
cruzar la línea de la madrugada… Honestamente, me siento como en mi casa: estoy
con mi amante que no es particularmente hermosa pero es especial su
simpatía con la concurrencia y celebra
que su novio, yo personalmente, me voy a ir en una caravana a conocer tierras
del EZLN en Chiapas… “¡Es precioso! –dice– ¡Unos italianos acaban de llevar una
turbina a la realidad!” Corren las
cervezas, los tequilas y los mares de vodka… “¡La nueva ola francesa!” Me dice
murmurándome entre risas: “¡De aquí saldrás convertido en nuestro Guy de
Maupassant mi querido zapatista!” Y me besa, todos se besan, bailan, y unos
grifos estudian teorías literarias en los surcos de los acetatos del sonido,
muy simpáticos resultan como sabuesos mirando los discos girar y girar… Por lo
demás, todos giramos, tratando de abarcar el fin del milenio con juventud,
letras y excesos. Parece que esto es el cuadro ideal para el relato, pero debo
decir que toda la noche me he pasado observando y estudiando el rostro de una
compañera, no sé su nombre, no pedí que alguien me la presentara, a veces,
debía confesarlo, también se me hacía pelotas el engrudo en esto de los
sentimientos, terminé la noche en casa de mi amante, hicimos el amor y cuando
digo “a la mañana siguiente” como una muletilla molesta pero, por cierto, de
forma muy embriagadoramente contento el amanecer en Coyoacán, nos enfrascamos
para mi pesar en una pequeña pelea: qué das, por qué no das más cabrón y ¿qué
das tú? Etcétera. Se encabrona y me saca de su departamento casi a la fuerza…
Me voy
a tirar a descansar en la banqueta de enfrente, me duele mucho el pie, me doy
cuenta al caminar, y así como me siento de aventurero son las seis de la mañana
y me pongo a mear un pequeño árbol de enfrente de su casa; pasa la gente, en
ésta ciudad siempre hay gente en todas partes y a todas horas. Comprendo que
estoy exagerando, que no debo hacerlo, me cierro el pantalón (¡Joder, me duele
mucho el pie!) y en ese momento veo venir hacia mí ese mismo rostro hermoso que
estuve estudiando toda la fiesta de anoche… “¿hola, qué haces aquí?” Me
pregunta, me gusta tanto y me siento tan borracho que me avergüenzo y sólo
contesto que vengo de la fiesta… “¿Te quedaste toda la noche?” Pregunta, “sí”
le digo, apenado, muriendo de fe por dentro, ¿y tú? “Vivo por aquí, salí a
correr…” Y se va, se ha ido, ¡joder, cómo me duele el pie! Busco en mis
bolsillos y no tengo dinero ni para un taxi a la Condesa, a casa de mi madre,
paro un taxi y le digo que allá le pago, afortunadamente acepta y ustedes,
lectores, ya entienden de qué se trata
una cruda moral de vodka y cerveza… nada grave, pobre muchacho, ya aprenderá
los versos de Rubén Bonifáz Nuño: “Cuando el hombre agarra los alcoholes”/ “las
mujeres lo van a dejar…”. En el taxi me duele tanto el pie que me desabrocho la
bota para ver qué chingados pasa: ¡Tengo adentro de la bota un tornillote y una
tuerca como del tamaño de las que se usan en los postes de luz. ¿De dónde chingados
salió? Misterio insondable… Pero por fin me empiezo a relajar. Paso el sábado
deprimido y leo mi libro favorito: Mañana
en la batalla piensa en mí, de Javier Marías, se trata de una bella edición
de bolsillo que trae como apéndice el discurso de aceptación del premio Rómulo
Gallegos que dio Marías en Madrid cuando la novela ganó el premio.
Domingo…,
horas bajas, mi amante sigue enojada, que no le hable por teléfono por favor
por ahora… sólo queda escuchar Radio Educación y vuelta a la SOGEM el lunes.
Todo el domingo es un tobogán en el tiempo y el espacio de mi cuarto para
pensar por qué me dejé llevar tanto en la fiesta; total, siempre hay
oportunidad para aprender todo el proceso del camino: la amante, la escuela, la
familia, el libro… ese rostro hermoso…
Lunes
lluvioso por la tarde noche en la Escuela de Escritores, mi amante es amiga del
grupo pero ella no viene a las clases, aunque la conocí en otra fiesta tiempo
atrás; salgo de clase, dirigiéndome a mi casa, me encuentro con ese rostro
hermoso, no sé qué chingados me pasa, la veo hermosísima y le regalo el libro
de Marías; por fin ella entiende que me gusta (¡Carajo! ¿Nadie se lo dijo?)
“Huy” Dice, “Pero ni sabes cómo me llamo” “¿Cómo te llamas entonces?” “Mónica…
pero me voy a estudiar a España la próxima semana” “¿Cómo? ¿Dejas la SOGEM?”
“Es que salió una oportunidad de una beca para allá.” Me quedo viendo su
rostro… “Quédate con el libro” le digo a Mónica y pienso de regreso a casa en
los versos inmortales de Shakespeare que dan título al libro como la maldición
que acompaña al personaje del libro de Javier Marías: “Mañana en la batalla piensa en mí, y caiga tu espada sin filo:
desespera y muere.” Vaya con Javier Marías, digo, escritor universal, “¡Que
le toque el premio Cervantes de una vez!” Pienso ahora a la vuelta de los años
y Mónica… salud fina niña, hasta la Gran Vía, y el museo Reina Sofía, ¡y se me
fue viva! ¡Carajos!
Bah…
otro cuento, es hora de ir por cigarros.
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