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martes, 10 de octubre de 2023

UN ENSAYO VIEJITO, DE CUANDO APRENDÍA HACER ENSAYOS, POR MARCOS GARCÍA CABALLERO Los escritores y la derrota. Por Marcos García Caballero


“¡Pónganse alrededor del fuego, que nos vamos a montar una juerga! ¡Lo vamos a pasar bien!” [Astérix en Hispanie citado por Clément Rosset en El principio de crueldad]

Alguna vez, con la voz grave, cierto maestro me dijo: “lo que escribas estará en tu futuro, eso es lo cabrón de la escritura que nadie te va a decir”. Y ahora, como ya varios  poetas de ambos sexos (más jóvenes que yo) hablan seriamente de la sublimidad de la derrota; que la derrota para allá  y que la derrota para acá, pienso que debería agarrar y  darles de garrotazos para que se olvidaran del agarrotamiento que te puede dar de un momento a otro por un catorrazo o tal vez por agarrar camorra con tal de derrotar a la mala a otro escritor, pero caray, sentimiento que  por supuesto, no debe ser permanente. Sí, porque, si se nos vuelve sublime la derrota, tendremos que volver a sentirnos tristes, deprimidos o pasivos y toda esa andanada de patrañas y de parasitismo que se le adjudica a los escritores…, tendremos que darnos cuenta de que lo único que necesitamos es o era amor y no libros ni escribirlos, como decían los Beatles y entonces… ¿De qué sirvió, digo yo? ¿De qué sirvió tanta tinta y comentarios críticos y tanto martirologio y tanto corazón sangrante? Esta actitud de asumir pronto la derrota pareciera más triste escucharla que sentirla; finalmente, desde los 7 años de edad yo sabía ya que me deparaba el destino, pero ¿derrota? Así, así… ¿derrota ante qué? ¿Escritores derrotados? ¿Qué o quién los derrotó? En opinión del español Fernando Millán un teórico queda sepultado debajo de su propia teoría, su propio peso lo vence, lo mutila vitalmente: podemos imaginar un Rimbaud de 19 años y genio y aventurero, pero nunca un Borges erudito haciéndola de mercader a las afueras de Buenos Aires a los 60 años de edad.

Me parece que lo primero que derrota a un escritor es la falta de visión: uno puede morir anónimo y haber sido feliz, pero uno no puede escribir diez buenas novelas y que la fama consecuente (como el mismo Borges sostenía) se transforme en un malentendido mediante el cual todos queden satisfechos, tanto críticos, lectores y creador, eso no ocurre. Independientemente de la relación que el autor mantenga con su obra (que será quizá su último secreto vitalmente hablando), es evidente que no convive ningún lector con el mismo tipo de libros durante toda su vida. La lectura misma en abstracto es un ejercicio que envejece, pero por lo mismo escribir y leer adquieren sentido con la vuelta de los años.

Aunque uno no recuerde totalmente el primer libro leído tal como se recuerda una imagen televisiva, uno recuerda mucho más el significado que se tejió entre uno mismo y su lectura personal que entre uno mismo y una imagen televisiva.

Ayer a los niños nos daban a Poe traducido por Cortázar y un poco de atari y de pacman para recordarnos que del cuento no se vive, ¿Los niños del nintendo y de Harry Potter nos leerán mañana? La pregunta es más un reto que un destino irrecusable o de relación lector/escritor, puesto que si algo ha perdido la literatura ante todas las demás diversiones es excitación y adrenalina respecto inclusive hasta el game boy o el mario boss, pero siempre ha sido así: el mensaje de la letra impresa está, como siempre, en desventaja y degustando a ciertas elites (la famosa “inmensa minoría” de Juan Ramón Jiménez), sin embargo, esto no justifica una literatura difícil en ningún sentido; no podemos ser excluyentes: el pie de página que dura dos páginas, la nota, el op. cit., el epígrafe, incluso la dedicatoria deberían desaparecer para desnudar más el mensaje y el contenido (que no prostituirlo, como dicen los que no piensan que escribir también es un trabajo y que, incluso cuando deja de representar trabajo, así, sola, la vieja perra de la literatura nos abandona: he ahí otro tipo de derrota).  Es obvio que escribir no sirve para nada, pero… ¿de verdad es tan obvio? La frase sólo suena bien en la boca de alguien que con anterioridad ha leído La Guerra y la paz de Tolstoi o, por lo menos, la poesía completa del propio Rimbaud.

No se trata de decirlo todo en un escrito porque el absoluto no existe; ni siquiera el absoluto irracional o diarréico de la poesía puesto que en cuanto termine vendrá la siguiente generación y dirá que las cosas son distintas. Sin embargo, la realidad en su conjunto, tal cual está puesta y vista, no es literatura. La realidad está ahí y ya, punto. Es preciso acercar las palabras y los conceptos al lugar al que pertenecen, porque en estricto sentido, o mejor dicho en sentido apasionado, la literatura debe de parecerse más al término vida que al término realidad. La diferencia de empezar desde estas dos palabras cualquier tipo de trabajo intelectual, habla de los compromisos del autor, y es indudable que cualquier autor se compromete por algo.

El asunto del compromiso es como rentar una buhardilla metafísica en la casa de uno donde viva su tipo de preocupación sobre el mundo, pero eso nos recuerda que de otra forma nunca sería un asunto serio la escritura y su aprendizaje y la sabiduría que proviene de los libros. Georges Bataille escribió alguna vez una frase que personalmente tomé como bandera respecto a la escritura: “La literatura será todo o no será nada” (Introducción a La literatura y el mal). La diferencia en la dualidad compromiso y realidad o vida estriba en que vida está ligada siempre a la historia personal, al creciente individualismo con el que ha iniciado el siglo XXI, a la abolición de viejas doctrinas para reemplazarlas por nuevas, en medio de políticas que finalmente todo lo tragan (incluso el trabajo intelectual) y, precisamente por ello, el primer compromiso del escritor es con la vida, no con la realidad, sea lo que cada quien crea que es eso. Vida es y se parece más a las sensaciones por las que atravesamos este mundo; vida tiene qué ver más con experiencia personal, con lo que de inmediato reconocemos en el otro, su condición humana: en el distante soldado irakí que vemos morir junto a su par norteamericano en las fotos de los periódicos, en las muestras de fotografía, etcétera. Vida siempre estará ligada a lo irrepetible, a lo irreductible, a los derechos humanos, al primer valor a que tiene derecho todo ser humano en cualquier condición y en cualquier país: el derecho a la vida. En cambio, partir del término “realidad” es un verdadero problema. En primer lugar, porque eso es ya filosofar y toda filosofía es una teoría de lo real, conforme con la etimología griega de la palabra teoría y necesariamente con un componente creativo (o poético) ya que las imágenes que proporciona de la realidad no son fotografías sino recomposiciones, así como lo son una pintura de un paisaje o una biografía respecto a una vida de algún célebre personaje. Hace ya setenta y tantos años, cuando el francés Denis de Rougemont escribió Amor y occidente, había quedado claro, aún más, que: “ninguna teoría, por más fuerte que sea, será nunca tan compleja como la realidad”. Citando de memoria, recuerdo ese pasaje de la introducción del libro en el que el propio autor se quejaba de esta, digamos, insuficiencia, por decirlo en  jerga de otro pensador  francés  pero contemporáneo: Clément Rosset, que  en su libro El principio de crueldad (1994) plantea: “Lo más notable de esta resistencia ancestral de la filosofía a tomar en consideración la sola realidad es que no proviene en absoluto, contrariamente a lo que se podría suponer, de un legítimo desasosiego ante la inmensidad y, por consiguiente, ante la imposibilidad de una tarea semejante, sino más bien de un sentimiento exactamente contrario: de la idea de que la realidad, incluso suponiéndola conocida y explorada por completo, jamás revelará las claves de su propia comprensión, por no contener en ella misma las reglas de descodificación que permitirían descifrar su naturaleza y su sentido. Considerar la sola realidad equivaldría, por lo tanto, a examinar en vano un reverso del que siempre se ignorará el derecho, o un doble del que siempre se ignorará el original del que es copia. De modo que la filosofía tropieza normalmente con lo real no en razón de su inagotable riqueza, sino más bien de su pobreza en razones de ser, que hace de la realidad una materia a la vez demasiado amplia y demasiado delgada: demasiado amplia para ser recorrida, demasiado delgada para ser comprendida.” Una realidad lógicamente estudiable, pero una realidad nunca lógicamente comprensible… El título del libro de Rosset no pretende manifestar  alguna crueldad supra humana ni mucho menos cae en toda esa charlatanería sobre lo malvado para pontificarnos como un cura ni mucho menos, sino de un sentimiento de ser eco y testimonio que brota más bien del ser humano al descubrir, dicho en mi propia paráfrasis, que, ya que la realidad por sí misma carece de inteligibilidad para el ser humano, Rosset, en la obra citada, propone la causalidad precisamente de insuficiencia de la misma realidad para ser interpretada. Y es que no es para menos: después de una aproximación cruda con lo real en el mundo contemporáneo incluso la Biblia se quedará corta y seguiremos siendo lo que realmente somos: seres psicosexuales y esto desgraciadamente  no me parece una blasfemia sino una afirmación real entre otras muchas realidades, se supone que esto es ya parte de la posmodernidad y Rosset pertenece a ella, pero a mi juicio es el mejor filósofo francés vivo y no ese famoso Quentin Tarantino de la filosofía que es  Baudrillard; o en otras palabras y para salir de opiniones de competencia, el escritor como tal, así puesto en abstracto,  debe mantener esa postura de la que habló el poeta negro beatnick  Langsthon Huges: El de ser un habitante de una torre de vigilancia de la sociedad, no habitante de una torre de marfil. Es decir, debe tener más conciencia de lo que pasa en la realidad, ya que así se fomenta la imaginación (nunca habrá imaginación fecunda partiendo de la nada absoluta),  y no ser supuestamente el famoso fotógrafo de la realidad, como se comenta siempre en todas las solapas de la última novela publicada en Estados Unidos o España. Recuérdese que hablo de posturas frente al acto creativo y posturas conjuntamente frente a equis circunstancia, porque el término realidad nos remite a pensar en lo que pasa en la calle, pero la realidad es el concepto filosófico por excelencia y se debate desde antes que existieran calles, dicho sea de paso.

Nuestro querido y mexicanísimo Ricardo Garibay fue increpado en entrevista por la Jornada Semanal hasta Cuernavaca cuando dicho suplemento era dirigido por Roger Bartra, y   a la pregunta: “¿Cómo ve el escritor a sus semejantes?” Garibay respondió: “Los veo con una mezcla de odio, asco y generosidad”. Esto me devuelve al tema de la derrota y los jóvenes poetas. “Amó, quiso vivir, se vio morir, eso basta para hacer todo un hombre” dice Sartre en Las palabras. ¿Entonces…, cuál es la derrota, jóvenes poetas? Ante la idea total de la derrota, opongo una entrevista a Bachelard en los sesentas del XX en la que el maestro contestó así al periodista que le preguntaba su opinión sobre la delincuencia en Francia: “Pues mire usted, para mí, todas las cimas humanas son eso, cimas.”  Por otro lado el psicodrama es una forma de derrota: simplemente hay que leer la famosa Carta al padre de Kafka para entender el drama humano de Franz Kafka, no del famoso mundialmente célebre autor Kafka. Pero vuelvo a la entrevista a Ricardo Garibay: En ella, Garibay arriesgaba, a la pregunta: “¿Qué imaginaba que llegaría a ser usted a los 17 años?” La siguiente respuesta: “El joven que a los 17 años no sueña con ser algo en verdad grande nunca llegará a nada.” Bien por Garibay. Bien por los que leímos la entrevista rondando edades parecidas a los 17. Pues si no, ¿De qué otro modo? Es que la derrota suena bien en la adolescencia, en la edad en que lo dado parece que nos lo merecemos, en la edad que se mira hacia atrás por la nostalgia que significa crecer; la edad que parece que todo merece nuestra participación. Baudelaire lo resume así en uno de los textos de los Diarios íntimos:

“El gusto por la ganancia productiva debe de reemplazar, en el hombre maduro, el gusto por la pérdida”.

La vertiente del sentirse derrotado el escritor, me parece que tiene  que ver, indiscutiblemente en el escritor, extremadamente a algo ligado  a su proyecto de vida. Y para proyecto de vida Lawrence Durrell dijo así: “Con una mujer puedes sufrir su amor, gozarlo o hacer literatura.” En mi caso personal, me inclino más por la última opción.

Otra vertiente del sentir de la derrota de un escritor y quizá la más real es ésta: terminar repitiendo y repitiendo y dándole vueltas a los mismos temas y no evolucionar ni ideológicamente ni hacia algún puerto o ruta estética. El escritor que opta por sólo  callarse la boca no está derrotado ni ha triunfado, ha tomado una decisión… pero tal parece que la idea del escritor derrotado es la idea del escritor que se autodestruye o reniega de lo ya escrito o leído; el auto sabotaje; siempre ha habido y ha desaparecido ese tipo de escritores, pero es un hecho que el artista que triunfa, el escritor que triunfa es aquél que logra transmitir al lector  el irrecusable e irrepetible  aguijonazo  de simplemente querer escribir de vuelta lo ya leído; en mi caso personal, con  un solo lector que sienta o haya sentido el deseo de superarme, es decir, de re escribirme con sus propias palabras, sentiré que la faena de éste oficio ingrato se ha realizado.

 

 

Agosto 2005

 

 

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