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lunes, 16 de octubre de 2023

PROSA, DE INFINITOS DISPERSOS POR MARCOS GARCÍA CABALLERO..


Castillos

 

El sol despedazaba sus galeras en el horizonte. A lo lejos, otros barcos arrastraban las cadenas de sus propios fantasmas, más fugitivos y danzantes. Una orca moría de desengaño y el ángel de la selva corría presto  a descubrir su festín acorazado;  otro espejo de su arco iris sumergido en el fluir de sus ramajes. Ella, corazón diluido, esquivando la porcelana acuática de sus delirios, llenando su vientre de granujas, recogiendo un león marino de las cenizas, desafiando flautas de tulipanes encendidos y abiertos, llegando hasta el más allá de sus fluidos sin vergüenza, operando en carriles despóticos de su tristeza y  su rutina. Él, navío en el desdén olvidado de su locura, atacando la sonda profunda de sus páginas, carcomiendo el pan de sus azulados recuerdos, levantándole banderas al enemigo, construyendo la última esfera de su madera y de sus musgos, atrayendo un sin fín de centinelas para su aquelarre. Ella, arma bendita, suspendiendo su naufragio entre girasoles de aserrín y proponiendo espejos para la danza, ritualizando la efímera causa del olvido, arrullando senderos de espumas en sus dedos, pestañeando al olimpo del arte y de sus cactus abiertos, mamando savia de imposibles cuervos derrotados. Él, molusco incendiado por las avispas del insomnio, conduciendo sus manos por el surco para buscar su propio encuentro, su aullido y despertar. Sintiendo el atardecer rendido entre sus párpados, buscando su por qué, su discurrir, su raíz y su niñez en otras guitarras. La madrugada  llegó como ola rompiendo la noche, extirpándosela, llenando sus fuselajes de aluminio y oro de sol molido. A lo lejos, del clamor de la batalla la marea mecía los últimos restos. Ella, una barca salpicando de blancura el horizonte. Él, un oasis de peces muertos donde gaviotas y pelícanos recogían los últimos restos.

 

 

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