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Todos los textos son propiedad de sus autores, quienes tienen todos los derechos sobre ellos (¿o será al revés?) y han decidido libremente publicarlos aquí para la difusión pública sin fines de lucro. *Este proyecto está basado, en sus orígenes, en la idea de Dulce Chiang y Alicia Quiñones



domingo, 30 de diciembre de 2007

Señorita del puerto***

¿cómo será posible que nada te conmueva
que no haya lluvia que te estruje ni sol que rinda tu fatiga?
[...] Si desde entonces busco tu imagen que era solamente mía
[...]Lloro porque eres tú para mi duelo
y ya te pertenezco en el pasado.
SALVADOR NOVO, Poesía.

Lo escribí para ti, señorita A,
antes de conocerte y después
de que me olvidaras.
Despierto para no ser visto.
Nauseabundo.
Viajero trashumante de la vida
que se aferra al puerto lejano, rutilante.
Desolado.
Marino sin deriva y sin alisios.
Derrotero derrotado.
Despierto para no ser visto
una mañana gris con día soleado.
Un cielo huero, un corazón sin nubes.
De todos modos hay garúa en el rostro.
Dejad que pase el aire de las sienes
como anduvo Don Quijote.
Y respirad el aire aun en las postrimerías
del lecho.
¡Y cuando la vida se interrogue
sobre su existencia,
contestad con sorna e ironías!
--o--
La flor no hiede; perfuma.
El día no abrasa, la noche cobija.
Tus manos hospitalarias hacen gala de provincia
y tu mirada húmeda, tu sonrisa diáfana,
azimut son del horizonte
(faro de puerto).
Guía polar de madrugadas
con vigilias, ojos serenos,
bombillas eléctricas y silencio categórico.
El diafragma
magnetiza al
segundero.
El cucú se fue de viaje en el crucero
último que se hizo al mar.
Las olas ya no llegan, el viento se fue.
(Una última ráfaga traía de lastre
olores rancios de cocina.)
Son las cuatro a. m. en dos puntitos
y tres cifras.
Ese rostro femenino se transforma en uno nuevo
y yo me asomo a la ventana
y veo ladrillos,
y un gato que cruza me ve a mí.
Tú observas que te busco y no
te hallo.
(Nunca se me ocurrió mirar al cielo.)
El puño obstinado
te sigue reteniendo,
arena húmeda.
Mas el tiempo —también obstinado—
marcha inexorable
sobre el corazón endeble:
columnas colmadas de pasado;
frontón colado de presente.
Infranqueable ahora es el Atlántico;
la madera ya no flota,
la fisión es permanente.
Todas las calles del puerto
tienen sólo el nombre tuyo.
Evocas dulce la mirada acuosa
del ayer que sonreímos,
del antier en que lloramos.
Ruptura cataclísmica del cosmos
y
razón sola de la dicha.
Pero también las calles son desierto:
ruinas donde otrora el niño
jugaba con su madre y en las noches
espantado le gritaba.
Casas viejas por el tiempo estranguladas.
Polvo en los caminos, camas,
en las ventanas y pórticos.
Esa planta amarilla y quebradiza,
adornando aquel rincón,
signo es de tus antiguas devociones,
ya marchitas todas,
como el nombre de las calles
que ya ninguna voz pronuncia.
Quietud se ha vuelto norma
en la ciudad piedra del silencio.
Mis pasos son tan leves
que el eco se mudó a otro pueblo.
Y sólo queda silencio y pasado
y polvo y un faro roto.
Soy cautivo tuyo en este puerto.
Prisionero de la espera de ese barco inexistente
en el que nunca habré de ir.
De quimeras a la orilla me conformo;
de ilusiones te repito, te recalco, te elaboro;
y parece entonces que en la rada surge vida.
En el respiro de un segundo
se van las flores, las risas y los niños,
los barcos, las gaviotas, los olores.
Te vas tú.
Ya te fuiste, a otros mares,
otros cielos.
Te llevaste la vida del puerto
a otro puerto,
tu azul incandescente,
mi mirada de lascivia,
y la alegría —que era mutua. Y la vida.
--o--
Te siento desde lejos
y tu voz sureña no me alcanza
ni me deja:
se queda prisionera entre dos tiempos
y el anhelo de un abrazo.
En decúbito supino
trazo tu silueta encima,
rellena de aires marinos,
el recuerdo de tus ojos
y un poco de mí.
La noche se puebla de fantasmas
con cadenas que me atan al pasado.
Con sudario me descubro en tu lecho
y adivino del sueño la sonrisa
donde no estoy.
Rompo la mortaja
y con el dorso de la mano
retiro la guedeja de tu frente.
Por la ventana el sol se cuela
y nos sorprende en el abrazo
de algunos años antes.
La tibieza de tus muslos
recorre mi mano hasta tus nalgas.
Con un beso como llave abro tus ojos.
Tu sonrisa me ilumina;
y te ciño a mi cuerpo.
Te desvistes con mis manos
y te besas con mi boca.
Desde tu sexo te poseo
y a la vez vindícame tu esclavo.
Nos perdemos prófugos en las miradas;
nos hermanamos en el pacto de la sístole;
nos insuflamos, frenéticos,
el aliento de vida y agonía
concupiscente.
Un terremoto cimbra
las catedrales de tus senos,y el epicentro en el plexo solar
nos recorre eléctricamente
en estallido de tromba,
zozobra de navío en la mar picada,
timón libre ¡al fin!, al destino del azar.
Al final tus piernas como rada:
puerto tranquilo y sereno,
aguas mansas, amores pacientes
reencontrados sobre tierra firme.
Te vistes: siempre coqueta,
siempre para mí;
y te vas a la cocina a preparar el desayuno.
Se escucha el quiebre del tiempo
al doblar de alguna hora.
El sol que me cubre me hiela:
me protejo con una sábana-sudario
que comienza a asfixiarme.
La bruma se torna en fantasmas
de humo que adormecen la mañana.
Tu lecho se vuelve arena húmeda
de playas sin olas, de puerto sin barcos,
de océanos sin viento, de casas sin sexo de mujer.
La arena comienza a devorarme
los talones: ataúd de talla milimétrica.
De los pies a la nuca, como un recuerdo tuyo,
un escalofrío.
La tumba me devora en el olvido de tu olvido:
la inexistencia se presenta en mi destino:
trato de alejarme con todas mis fuerzas:
es inútil escapar al vacío:
el suelo se traga mi pecho,
única esencia del puerto que aún palpita
nutrida del recuerdo tuyo.
Hago de tu imagen estandarte: salvavidas:
mantienes mi cabeza a flote,
libre de la hambrienta arena.
La Cruz del Sur, estática, me indica el camino.
La distancia no disminuye un ápice.
Esperanza ya es sinónimo de espera eterna,
aguardar aferrado de tu imagen
con los dientes; te llenas de presente
y cobras peso y yo me hundo
en el beso de arena que es pantano.
¡Un despertar entonces! En el barrio
del sur de aquella ciudad de México
que florecía sus parques los domingos
que paseabas tomada de mi mano
amante y dueña del rincón hedónico
escondido víspera tras víspera
en nuestra buhardilla de Coyoacán.
Mujer de lunar plata solar,
efigie de belleza transmutada,
alquimia de los hombres hecha verso,
gozo de estrellas y cuerpo celeste,
fácil de labios, abrazo de santa,
paso con garbo, frente tornasol,
cintura de un oasis adornada,
elíxir de ámbar que se mana a dúo,
canción compuesta en el día de tu espalda.
Candente y austral. Ojos constelados.
Ojos que al abrir se cambian de rostro,
voz y cuerpo; mas de esencia de estrella.
Tus besos que se escapan los retengo
en este gatuperio oropelado.
La promesa del tiempo iza las velas.
Por la noche la nave sigue anclada
y los vapores del pasado nacen:
Con sus cadenas me llevan a rastras
por las calles en que otrora te amé
y tú me amabas.
Es por la tarde
de un día cualquiera frente a la ventana.
El mantel azul te cubría las piernas
y leías algo que ya no me importa.
También en mis manos había unas páginas:
sólo un pretexto para contemplarte.
En sociales una foto tuya,
eras tú con otro rostro, otro cuerpo.
El fulgor de tu mirada te revela.
Me doy cuenta que tu nombre es siempre el mismo.
Me deshago como el viento y nos rehacemos
juntos torbellino, amor ciclónico,
ansiedad de labios que se buscan
ciegos, como imanes de Melquíades,
como entuertos al hidalgo manchego,
luz a los ojos, sonido al silencio,
agua a la fuente, a tus ojos mis ojos,
espejo a la imagen, mar a la playa.
Contenido al continente
que se llena de miradas
y de voces que son ecos,
fantasmas de la noche y del océano,
silencio de cadenas que se arrastran.
En el brillo de tus ojos
las estrellas deletrean
las facciones de las calles
y los nombres de tus rostros.
A veces 1519
me recuerda que también son tus nombres
península y provincia, y bahía
de luces fluorescentes mar adentro,
aun neones de ciudad de noche,
pero siempre tu espalda constelada
de olas y besos con sabor a sal.
Tú te tornas y me miras,
yo te abrazo con un beso
y en mis manos te transformas
en estrellas, todas mías,
y por mí siempre seguidas
como guías irrefutables
en los amores y mares,
en las batallas y heridas
y también en defunciones
que no llegan y en la espera
son más muerte que la muerte,
más noche que una mirada
tuya de cuencas vacías:
vida en un puerto de nombre olvidado
donde el silencio es el dolor más grande;
entonces yo lo ahogo a gritos
desgarrados y encarnados,
suplicantes gritos que tienen
la maldita virtud
de erigirse en el nuevo silencio;
y es entonces que el silencio
me ahoga a mí:
asfixia lenta, serena;
sinónima muerte del naufragio
en qué morí la vez pasada
e igualmente en el futuro.
Morirse de una muerte muerta,
moribunda,
ausente, asesinada, desangrada y seca.
Morirse de no verte y de saberte lejos.
Morirse e irse reptando a la chingada falacia
de chaquetas mentales donde sí apareces.
¿Por qué no estás aquí, ¡carajo!,
conmigo, a mi lado, ceñida a mí?
¿Por qué no estás tú o la otra,
ésta o aquélla?
Me faltas tú: la primera;
la última y la de en medio;
la de antes y la que le sigue.
Todas con rostro de estrella:
constelación que traza tu rostro:
origen develado en tu sonrisa.
En la mar sigo tus ojos
y tu rostro como norte.
Una nube se interpone;
yerro el rumbo varias horas
y la nave que hace agua
en la convicción más dura del madero.
Se acaba la tormenta y miro al cielo
y veo a la luna
y un ave que cruza me ve a mí.
(No se me ocurrió mirar al viento.)
--o--
Varado en altamar doy de beber
al agua mi sangre,
ésa que antes provocó latidos en tu pecho,
ésa que dilató tus pupilas,
mojó tus labios,
incendió tus imaginaciones.
Sangre carnada de escualos,
grito al vacío, al pasado,
lágrimas que no salen
de los ojos secos;
recuerdos transparentes de los vidrios que se rompen:
astillas que me abren la garganta y no me matan:
asfixia dilatada días, semanas, meses;
descanso en una silla de madera
antes de que enciendan la corriente.
Eres un morir de sed en altamar,
vuelo de gaviotas funerarias,
aletas grises rodeando mi navío.
Eres toda indiferencia
a las tempestades que veo en el horizonte.
Eres un espejo del vacío,
desdén de marinero al náufrago
errabundo,
soledad que se sabe,
desengaño incontenible.
Visión de tierra firme provocada por el hambre.
Eres un fantasma y tierra de fantasmas.
Etérea, irreal, imaginada.
Fantasía cubierta por el tiempo.
Eres viaje al extranjero,
a la playa, a tu cuerpo.
Eres viaje que no llega
y la promesa que se rompe al plazo.
También eres limón inalcanzable
y temor al escorbuto.
Eres todo esto y todo lo otro.
¡Y qué chingados importa
si eres alguien, si no me conoces!
¿O qué chingados importa
si me has conocido?
Tampoco importan mis palabras sin eco
en este pueblo olvidado de ti.
Tampoco importa la tormenta a lo lejos,
mercenaria de tu olvido.
En realidad lo que no importa es esta voz
que se pierde en el silencio.
Una voz que se pierde como niña de 3 años
en el centro comercial.
Una voz que te busca, tímida,
entre rodillas de extraños.
Una voz que se espanta y enmudece
con las bocinas de descuentos.
Y una voz que se esconde a llorar,
entre un mueble de ropa,
hasta las once de la noche.
Cuando llega la tromba
ni siquiera se escucha:
sus agujas en mi rostro
y la arena que me come:
ESTERTORES SE APROXIMAN
(y tú que no apareces).
(¿Alguna vez ya has aparecido?,
¿o son sólo quimeras?)
--o--
Estrella, constelación mía,
tú eres como las olas que siempre llegan
y al llegar se despiden.
Eres rutilante, querida estrella,
y en las noches de tus pausas
no sólo detienes tu brillo.
Desde la playa,
hundido hasta el cuello,
te escucho con mis poros.
Tus brazos soleados me cubren
como manto del trópico,
manto efímero que se rasga
cada vez que me besas,
que me miras y me dices:
“Ésta soy yo”.
Y cada vez que me dejas.
En pleamar nunca dejas de abrazarme,
de quererme, de besarme.
El problema son las noches,
eternas e incontables.
También lo es mi tumba en esta playa,
en este puerto,
en esta ciudad olvidada del sol.
Las soledades se contienen en la prórroga
de tu llegada que es siempre la próxima,
la que viene, la que le sigue:
cada vez que llegas eres
embajada de ti misma,
mujer fantasma que no cesa
de estar no siendo,
eres en cinco minutos,
la semana que entra y el año que viene,el recuerdo de una sonrisa antes de reír.
Apareces siempre con la marca celeste
tatuada en tu cuerpo.
Tu vientre es siempre el mismo
y mis sienes, recostadas en tus faldas,
nunca sueñan otras cosas.
Embonamos perfecta, deliciosamente.
Somos engranajes invisibles, cósmicos:
la luna y el océano;
la Lira y la Vega;
somos Ápex mutuo:
hápax constelado.
Pero también paráfrasis poética
del gran ciclón y el triste faro.
Del faro yo te llamo por tu nombre:
Libra, Aries, Sagitario, Casiopea;
entonces vienes a la parte más alta:
allí nos machihembramos en el pacto
de la sístole
hasta el fulminante infarto
en que yo cierro los ojos, completo;
y tú te abrasas y resurges,
fénix nuevo,
en el mismo tatuaje de otro cuerpo.
Al despertar reconozco tu marca,
tu sonrisa, tu mirada,
tu sexo y tu espalda,
tus manos hospitalarias;
y a pesar de todo ya eres la siguiente.
Yo me aferro a ti en el lecho,
te encadeno con mis brazos
y te amarro con mis piernas.
De nuevo soy un náufrago
con su madera perdido en alta mar.
La vida que se escapa por mis manos
se queda entre mis dedos, en las uñas
que se clavan al madero
rechazando la eufonía
de las sirenas del fondo.
Desde el viejo faro roto
fijo la mirada al puerto:
la fragata sigue anclada
y su mesana desnuda.
La memoria que la cubre
envejece a cada instante,
sólo se mantiene a flote
esperando tu retorno.
El arrecife suave la seduce:
la tienta con sus dedos y caricias,
le ofrece un sitio en su lecho salado:
el merecido descanso
para la espera perenne.
Pero la nave no acepta,
tímido remedo de su peor época
prefiere la espera estoica.
Y yo también la miro desde el puerto
y veo sus anhelos,
miro el día de su primer viaje:
los listones nuevos colgando de la borda,
el paquebote cargando el equipaje,
los pañuelos listos en la faltriquera
a punto de decir adiós,
los pasajes en papel amate.
De ese día no queda ni el recuerdo,
con tu parpadeo asolaste el puerto,
llegó la diáspora de la alegría,
de las risas infantiles, los bailes
y las fiestas, el amor
que paciente esperó en tierra,
lo abrazos, los besos,
tus delicias.
Después tus ojos se posaron en otro puerto.
Los míos en el inmenso desierto se perdieron.
Soy un hombre sentado en unas tablas
donde otrora anclaron navíos.
El horizonte se clava en mis ojos
pretendiendo de tu cara un atisbo:
las estrellas te recrean
en el reflejo del agua.
Cuando las ondas dispersan tu imagen
dejo de ver, me recuesto.
Entonces apareces holgándome.
Las lágrimas no salen,
tu recuerdo me impide abrir los ojos.
A ti me aferro en abrazo
y con los dedos digito,
una por una, las notas
del pentagrama en tu espalda.
En un beso descubro lo etéreo
de tu cuerpo y me niego a despertar.
El dique de mi rostro se revienta
y mi pecho se vuelve un estertor.
Ahora tú me miras desde el cielo y te condueles.
Disipas la distancia entre nosotros:
tu vestido de vapores
y tus brazos extendidos
buscan ansiosos los míos.
Abro los ojos y el mismo desierto.
El último espejo se quebró en alguna casa,
la planta quebradiza se hizo polvo,
se agrietan las banquetas y los muros
y en puntillas el mar
pasea en el malecón.
Siento frío en mis pies desnudos.
Sólo soy un remedo de hombre
recostado sobre el puerto,
trazando líneas de una estrella a la otra,
recreando vidas de un amor al otro,
pero siempre al mismo.
Al fondo, como telón de la gran ópera,
una trágica nube.
Una última súplica
y ahí estoy yo,
hincado ante tu imagen verdadera
con la última palabra entre mis labios.
También allí estás tú, señorita A,
con tu faldita azul,
tu mirada siempre diáfana
y tu pose de sociales;
con tus dos valijas grandes
rellenas de tangas,
con mis libros y recuerdos
y los versos que te dije.
Siempre te vas tú y me quedo yo.
Cierras la puerta.
Yo siempre me quedo.
Te vas tú.
Ya te fuiste, a otros mares,
otros cielos.
Te llevaste la vida del puerto
a otro puerto,
tu azul incandescente,
mi mirada de lascivia,
y el amor —nuestro amor. Y mi vida.

Francisco Puente.
Balcones del Valle a 08 del 2007
***Esta versión aún no es la definitva, pero se aproxima. Cuando tenga lista la definitiva la podré también aquí.
PD: Esta publicación, aunque en el texto esté dedicada a la srita. A, por ahora y en especial se la dedico a la srita. L (sólo en lo que las musas llegan a dictarme su poema).

Después de tantos años (hoy es 9/03/16) regreso y al buscar este texto para que lo lea Annie Moon, amiga de FB, encontré otra página con algunos poemas que eran parte del poemario que Señorita del puerto cerraba, según yo, con voz atronadora. Aquí el enlace: http://www.poetasdelmundo.com/detalle-poetas.php?id=4387 

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