Siempre soñé tus labios en los míos,
encontrándose trémulos y calurosos,
inciertos del calor de la otra piel.
También soñé tus manos en las mías,
desnudándose ávidas y presurosas,
buscando el calor de nuestros cuerpos.
Después oí ese leve jadeo,
ése que imagino haces
en las pausas de tus besos.
Y desperté en la mar:
aferrado a la corriente de un madero
como a tu cintura,
yendo tras la muerte que me has dado.
Mérida 02/2008
Publico esto recién salido del horno, sin pulimentaciones, añadidos o correcciones.
Y esto no lo escribo a modo de apología, sino todo lo contrario.
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