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domingo, 29 de mayo de 2011

POEMAS PARA MANDAR A LA GUERRA.

De ti, viejo soldado, escuché un día


decir palabras tan atroces

como balas encasquilladas en el alma.

Te oí decir que cuando matabas no te sentías tranquilo,

acaso indiferente y paranoico;

y dijiste algo acerca de una sensación arrebatadora,

que te sucedía cuando te embriagabas con otra sangre;

con esa exquisita y brillante explosión roja que te colmaba

hasta el límite de estar borracho.

Te sentías enajenado, fuera de ti mismo y eras otro;

como un animal antiguo que, no obstante,

en otros días vestirá de gala,

cuando la muerte provocada sea causa de una recompensa,

de una medalla.

2

Sobre la cubierta de un portaaviones,

se distingue a un hombre que fuma.

Fuma, y el humo del cigarrillo escapa de su cuerpo entumecido

por ese viento frío que entristece el pensamiento y al mar.

Fuma, y el corolario de sus recuerdos es la nostalgia

que resiente mientras ve partir en vuelo un F15 de combate,

y anhela y se pregunta ¿Qué intensa pasión provoca

el exterminio de otros allá, por esa lejana tierra?

¿Cuánta gloria les espera a los héroes de guerra?

Desearía entonces no ser un simple asistente de cubierta;

un ser apenas visible en lo inmenso del navío,

o un engrane común de una maquinaria que no piensa y,

se comprende,

sólo le ofrece un sentido vago a su existencia,

a su sueño de nobleza.

3

Ayer fueron los bárbaros y los negros,

también, los amarillos, los indios, los ingleses

y aquellos rojos comunistas del diablo.

Otro día fueron los isleños, luego los latinos y el vietcong.

Sin duda los nazis y los nipones y los bellacos

tercermundistas, los globalifóbicos,

y los adictos a la flor. Más tarde los marcianos

invasores de la imaginación.

Luego aparecieron en Somalia, Camboya,

Afganistán, Irak e Irán,

también en Nicaragua y Panamá.

Mañana serán otros y estarán aquí.


SERGIO VICARIO

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