decir palabras tan atroces
como balas encasquilladas en el alma.
Te oí decir que cuando matabas no te sentías tranquilo,
acaso indiferente y paranoico;
y dijiste algo acerca de una sensación arrebatadora,
que te sucedía cuando te embriagabas con otra sangre;
con esa exquisita y brillante explosión roja que te colmaba
hasta el límite de estar borracho.
Te sentías enajenado, fuera de ti mismo y eras otro;
como un animal antiguo que, no obstante,
en otros días vestirá de gala,
cuando la muerte provocada sea causa de una recompensa,
de una medalla.
2
Sobre la cubierta de un portaaviones,
se distingue a un hombre que fuma.
Fuma, y el humo del cigarrillo escapa de su cuerpo entumecido
por ese viento frío que entristece el pensamiento y al mar.
Fuma, y el corolario de sus recuerdos es la nostalgia
que resiente mientras ve partir en vuelo un F15 de combate,
y anhela y se pregunta ¿Qué intensa pasión provoca
el exterminio de otros allá, por esa lejana tierra?
¿Cuánta gloria les espera a los héroes de guerra?
Desearía entonces no ser un simple asistente de cubierta;
un ser apenas visible en lo inmenso del navío,
o un engrane común de una maquinaria que no piensa y,
se comprende,
sólo le ofrece un sentido vago a su existencia,
a su sueño de nobleza.
3
Ayer fueron los bárbaros y los negros,
también, los amarillos, los indios, los ingleses
y aquellos rojos comunistas del diablo.
Otro día fueron los isleños, luego los latinos y el vietcong.
Sin duda los nazis y los nipones y los bellacos
tercermundistas, los globalifóbicos,
y los adictos a la flor. Más tarde los marcianos
invasores de la imaginación.
Luego aparecieron en Somalia, Camboya,
Afganistán, Irak e Irán,
también en Nicaragua y Panamá.
Mañana serán otros y estarán aquí.
SERGIO VICARIO
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