cuál es el paradero de estos ojos,
de estas manos que oprimen
tus mejillas y tus muslos,
sabes de una tercera mirada,
más torva y merodeante,
de mi piel que regresa como un jaguar
después de su peregrinaje.
Reconoces que ahora
mi boca sabe a los olores de la costa,
que mi cuerpo huele a la fruta
que bajan los camiones de la sierra.
Que tallé con barro las ampollas
y que tiré una botella al mar de los recuerdos.
Que me emborraché tal vez
con algún papá de Córdoba, y que en una sola tarde,
olvidé todos tus rostros con tu rostro.
Sabes que no vine para hablarte
de galeras españolas o piratas,
viejos lobos de mar o ninfómanas cubanas.
Mis miedos los perdí ya en el atisbo
de una noche clara,
mis ideas volaron como verdes alebrijes
enmedio de la selva;
buques fantasmas que se fueron
perdiendo cada vez más
en nieblas grises de dialéctica.
Sólo pues me queda,
una sombra de salitre y piedras,
un cadáver que con mi voz
arrastro entre la hierba.
Sinuosa espera,
que los niños hacen cada vez
que un apagón se expande sobre el puerto.
Ahora enciendo un cigarrillo,
y decirlo de otro modo no sabría,
sin embargo, el fuego lunar de mis ojos
por tu cuerpo,
podría expandirse como lenguaje vivo
bajo el pecho,
podría llegar a los tuétanos del alma,
como los besos que doy,
en las vértebras desnudas de tu espalda.
Me detengo,
antes de caer en el olvido
una pequeña barca flota en mi memoria,
llena de gaviotas que a la espera de buen clima
murieron calcinadas en el insomnio nuestro,
desnudo de los cuerpos.
POEMA INCLUÍDO EN EL POEMARIO INFINITOS DISPERSOS ediciones ALFORJA (2001)
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