POR GABRIELA BAYONA.
Ensayo sobre la ceguera es una novela que permite una lectura alegórica inmediata. El
lector sabe que Saramago está contando una historia para decir otra cosa;
principalmente, para mostrar la hipocresía de los valores y las instituciones
que el sistema de poder y la sociedad pregonan como “humanos” o “humanitarios”
con más persistencia: la solidaridad, la generosidad, el altruismo, la amistad,
la “cientificidad”, etc. etc.
Saramago elige jugar con la posibilidad
de una epidemia incontenible de ceguera, “ensayar” —de ahí el título de su
obra— lo que tal circunstancia desencadenaría en una sociedad cualquiera, entre
cualquier grupo de individuos —tal vez por eso ni los personajes de esta
novela, ni el país ni la ciudad en los que se desarrolla la misma, tienen
nombre—. El autor recalca esta indeterminación espacial e individual aunque,
por los objetos y la descripción de ciertos lugares, sabemos sin lugar a dudas
que el relato transcurre en nuestra época; que, en cierto sentido, Ensayo
sobre la ceguera es una especie de espejo donde nos reflejamos todos.
La novela nos plantea la ceguera blanca como una forma de juego de “qué pasaría
si...”; funciona como atisbo de un mundo posible en el que todos nos quedáramos
ciegos.
La heroína de la narración, la mujer
del médico, es el único personaje que conserva la vista; a través de ella —y de
quienes después conformarán su grupo— presenciamos la paulatina
deshumanización, la progresiva suciedad maloliente, el descenso a los
infiernos.
La mujer del médico, además de
servirnos y servirle a los demás personajes de “ojo”, aparece asociada con el
agua en varios pasajes de la novela. El ensayo El agua y los sueños del crítico
literario Gastón Bachelard resulta muy útil para comprender desde una
perspectiva simbólica el papel protagónico que ella desempeña en el texto.
La primera vez que la mujer del médico
se relaciona con el líquido en la novela es representativa de la función de la
que ella será responsable: la limpieza. El ladrón ha sufrido una herida en la
pierna por querer propasarse con la chica de las gafas. La mujer del médico
primero sonríe ante la situación, pero luego ve “que la herida presentaba mal
aspecto, la sangre corría por la pierna del desgraciado, y no tenían agua
oxigenada, ni mercromina, ni vendas, ni gasas, ni desinfectante alguno, nada.”
(Saramago, 98: 64) Esta preocupación la hará decir: “Ahora lo que hay que hacer
es lavar la herida, hacer la cura,” (Saramago, 98: 64). Así que los ciegos,
capitaneados por ella, van a la cocina. El agua que lavará la herida es
descrita de la siguiente manera:
Al principio vino sucia el agua y hubo
que esperar a que se aclarase. Estaba templada y turbia, como si llevara mucho
tiempo estancada en la cañería, pero el herido la recibió con un suspiro de
alivio. (Saramago 98, 65)
A pesar de la curación improvisada,
esta herida hubiera llevado al ladrón a una muerte segura —de no ser porque los
soldados lo matan antes—. De alguna manera, el agua turbia provoca la infección
en la pierna. Bachelard explica, en el capítulo de su libro denominado “Pureza
y purificación. La moral del agua”, que el agua impura como símbolo tiene una
nocividad polivalente:
Si para el espíritu consciente es
aceptada como un simple símbolo del mal, como un símbolo externo, para el (...)
inconsciente, el agua impura es un receptáculo del mal, un receptáculo abierto
a todos los males; es una sustancia del mal. (Bachelard, 78: 211-212)
Podríamos aventurarnos a decir que
Saramago “castiga” al ladrón. Aún cuando la mujer del médico es un personaje
que tiene el poder de la visión y, por lo tanto, será la encargada de lavar y
salvar a los demás en muchos sentidos, este poder no alcanza para luchar contra
el agua mala.
El ejercicio de la limpieza es también
una forma de purificación. Después de que los “ciegos malvados” violan a las
mujeres, la esposa del médico se da a la tarea de lavarlas.
Quería un cubo o algo que sirviera como
tal, quería llenarlo de agua, aunque fétida, aunque podrida, quería lavar a la
ciega de los insomnios, limpiarle la sangre propia y la mocada ajena,
entregarla purificada a la tierra, si algún sentido tiene aún
hablar de purezas de cuerpo en este manicomio en el que vivimos, que las del
alma, ya se sabe, no hay quien pueda alcanzarlas. (Saramago, 98: 211-212; las
cursivas son mías.)
Aunque el narrador afirme que la
limpieza no toca el alma, es un poco eso lo que la mujer del médico desea: los
ciegos malvados las han dejado más que sucias. El personaje sufre una
transformación después de esta vivencia. Se convierte en la mano vengadora y
asesina al líder de sus violadores. De nueva cuenta, ejerce un papel
purificador.
La mujer del médico se vuelve también
más dura, más valiente; acepta que ve ante todos los ciegos. Su influencia da
pie a la lucha abierta contra los ciegos malvados, pero también a que otra
mujer tenga el valor para desencadenar el incendio que los sacará del encierro.
El fuego también es un elemento que limpia.
Sobre las llamas, los escombros, los
muertos y los sobrevivientes cae la primera lluvia que narra el relato. Esta
lluvia acompaña a la mujer del médico y su grupo hasta el centro de la ciudad,
donde encuentran refugio cuando escampa. Vuelve a llover cuando la mujer camina
por las calles con las bolsas llenas de comida, cuando se pierde. La lluvia le
trae de regalo al perro de las lágrimas, que la acompañará a partir de ese
momento y que salpicará a los ciegos de su grupo:
Agua bendita de la más eficaz, bajada
directamente del cielo, aquella rociada ayudó a las piedras a transformarse en
personas, mientras la mujer del médico participaba de la metamorfosis abriendo
una tras otra las bolsas de plástico. (Saramago, 98: 269-270)
Bachelard afirma que hasta en la gota,
el agua ejerce su poder depurativo:
Mediante la purificación se participa
en una fuerza fecunda, renovadora, polivalente. La mejor prueba de este íntimo
poder es que se mantiene en cada gota de líquido. Son innumerables los textos
en los que la purificación aparece como una simple aspersión. (Bachelard, 78:
216)
El rociado de agua de lluvia les
devuelve el ánimo a los personajes, pero todavía no han pasado por las
purificaciones subsiguientes que les devolverán la vista.
Los ciegos y la vidente continúan por
el trayecto que los llevará al paraíso: la casa del médico y su mujer. Es ahí
donde beberán su primer vaso de agua pura en mucho tiempo:
Aquí tienes agua, bebe lentamente,
lentamente, saboréala, un vaso de agua es una maravilla, (...) Dónde la has
encontrado, es agua de lluvia, preguntó el marido, No, es de la cisterna, Y no
teníamos un garrafón de agua cuando nos fuimos, preguntó él de nuevo, la mujer
exclamó, Sí, es verdad, cómo no se me había ocurrido, (...) no bebas más, esto
se lo decía al niño, vamos todos a beber agua pura. Se llevó esta vez el candil
y fue a la cocina, volvió con la garrafa, la luz entraba por el plástico y hacía
centellear la joya que tenía dentro. Colocó el recipiente en la mesa, fue a por
vasos, los mejores que tenían, de cristal finísimo, luego, lentamente, como si
estuviese oficiando un rito, los llenó. Al fin, dijo, Bebamos. (...) Cuando
posaron los vasos, la chica de las gafas oscuras y el viejo de la venda negra
estaban llorando. (Saramago, 98: 315-316)
Las palabras con las que se describe el
agua son “maravilla”, “joya”; el agua es una luz preciosa, un don sublime que
hace brotar las lágrimas. El agua pura es algo fuera de ese mundo caído, al
igual que la limpieza de la casa en la que están —lo último que hizo la mujer
del médico antes de salir a tomar la ambulancia fue lavar los platos—. De
acuerdo con Bachelard el agua límpida es una fuerza que “irradia pureza”
(Bachelard, 78: 218).
La purificación definitiva la reciben
esa misma noche con la tercer lluvia. Esta lluvia es “como una inmensa y
rumorosa escoba” (Saramago, 98: 317) que barrerá con la impureza de las ropas,
de los cuerpos... y del alma. La mujer del médico lo dice: “que no pare esta
lluvia, murmuraba mientras buscaba en la cocina jabón, detergentes, estropajos,
todo lo que sirviese para limpiar un poco esta suciedad insoportable del alma”
(Saramago, 98: 317). Las demás mujeres también se despiertan, son las que
lavarán las ropas y los zapatos de todos, las primeras en bañarse. Luego, los
hombres.
Este baño re-humanizará por completo a
los personajes y, con el tiempo, recuperarán la vista. Bachelard explica:
Uno de los caracteres que debemos
relacionar con el sueño de purificación sugerido por el agua límpida es el
sueño de renovación sugerido por un agua fresca. Nos sumergimos en el agua para
renacer renovados. (Bachelard, 78: 220)
El agua es identificada en muchos mitos
como un elemento femenino por excelencia; Saramago lo lleva más allá: la
purificación por agua en esta novela tiene además que ver con escobas, jabones,
estropajos, elementos domésticos asociados con la labor del ama de casa
tradicional. La mujer del médico encarna estos valores.
El gran misterio de la novela no radica
en la peste en sí —Saramago parece señalar los motivos de la ceguera en el
egoísmo y la mezquindad que reinan en su mundo (y en el nuestro)—, sino en los
ojos inmunes de la mujer del médico.
¿Por qué un mundo de ciegos? Para un
testigo que ve. Y este testigo no es necesariamente Saramago, ni la mujer del
médico, sino el lector mismo.
BIBLIOGRAFÍA
BACHELARD, Gaston. El agua y
los sueños. Ensayo sobre la imaginación de la materia. FCE, México, 1978.
(Breviarios, 279)
SARAMAGO, José. Ensayo sobre a
ceguera. Alfaguara, México, 1998.
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