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sábado, 18 de noviembre de 2023

DOS TEXTOS DE IMPECABLE FACTURA DEL POETA Y PROMOTOR CULTURAL SERGIO VICARIO GARCÍA

 

LA INERCIA DEL MONSTRUO: VIOLENCIAS.

 

 SERGIO VICARIO GARCÍA

 

PARA EVELYN CARETA, TLAZOTHTIANI Y MIGUEL PONCE

 

El aliento del monstruo expele hiel, segrega amargura y dolor punzante. Su resuello emponzoña el pensamiento, es un vaho gélido que amedrenta el pensamiento, hiriéndolo. Similar al maltrato del cuerpo para volverlo carne tumefacta y sangre en putrefacción.

Es fétido, sí, pero no es sino el cúmulo de sus violencias. Con un tufo que enardece la calma; las ganas de mandar en un ¡Carajo!, la indigna condición humana.

Más sin embargo un cadáver, una criatura de escasos tres o cuatro años, un niño postrado en la playa. Se dice que es sirio… ¡Cómo si fuera de otro planeta!, ¡Carajo! Un niño yacente -sin pretenderlo- pone en entredicho nuestro modo de actuar en la existencia, por si no lo sabíamos. Que hacemos lo necesario para exterminar la vida. Es la violencia en nuestra cultura.

La violencia por causa de la guerra es el pelaje de la fiera. La guerra resulta de la codicia, de los fundamentalismos, de la sinrazón a cambio de balas. De nuevo esta tierra se convulsa, de nuevo miles se manifiestan a favor de la vida, pero otros patean y meten zancadillas, otros cierran sus puertas, otros refieren que ya hay mucho más violencia en su tierra, y sí, es verdad. A diario la bestia excreta esquirlas y eructa pólvora.

Mas la violencia de la que hablo son los ojos encendidos, los puños encrespados, la rabia en las palabras ofensivas, los recelos y reclamos. Es el engreimiento, la calumnia y difamación, los resabios de la ira y el temor. Andar maldiciendo, despreciar, negar las cosas.

Es por el infame atrevimiento de maltratar niños, arrojándolos, despojándolos, condenándolos a ser esclavos o lo que es peor: negarles el derecho a su risa y su propia existencia.

La violencia de la que hablo es la del Estado, la de la impunidad y el abuso, del maltrato. Es la violencia cotidiana disfrazada de frases felices y buenos deseos. Es la violencia mediática que aporta una andanada de sandeces y escarnio televisivo, la violencia de endilgar razonamientos cobardes en detrimento de otro.

La violencia que cito, sabe a plástico, se cocina en una lata, en una cuchara, se inhala, se fuma, se bebe, se roba o se ofrece el cuerpo para seguir alimentando la sed maldita.

Acaso, la violencia de seguir asesinando animales como trofeos a la estulticia; la increíble violencia de derribar vestigios de la historia, templos y necrópolis, iglesias o de arrasar selvas y forestas.

¿Tiene caso hablar del silencioso actuar de los mercados?, sigilosos, voraces, oligárquicos… de la violencia que se ejerce desde el poder, en la discrecionalidad del gasto, en el derroche justificado en aras del pueblo enajenado.

Luego existe una cultura de la o las violencias: en el modo de enaltecer la guerra y el crimen organizado, la mítica vida del narco, en el orgullo de ser proxeneta o sicario, en el culto a las armas y hasta en la forma de escribir acerca de ello, lo que hago.

Coexistimos con la o las violencias; es el aire enrarecido y el secreto deseo de encontrar otra forma de ser en nuestra diaria existencia. Imposible no experimentarlas, no desear que no ocurrieran. Pero ahí están, inútil espantarse con las noticias. Doquiera amanece un muertito, uno más.

Mas esa es nuestra condición andar así por esta tierra y sin embargo… hay necios que celebran la vida, niños jugando con la belleza, pinturas que hermosean la tarde y el traje de una linda persona. Hay oraciones en medio de la nada, susurros en noches de desconsuelo que tejen la pasión y el amor entre dos egoísmos. Música donde hubo dolor, hay memorias vivas que recuerdan nuestra fragilidad y engreimiento: no somos nada… Hay seres que nos esperan y otros que se alejan y duelen, como no se quisiera, en la misma alma. Hay, noches de plenilunio, y una vastedad que no termino de recorrerla. También, por qué no, hay un silencio pensante en la Poesía.

Mares y valles: tierras que se cultivan, personas que hacen su trabajo y confían. Hay, después de todo, una oportunidad de ser aquí, en este día, en esta tarde, de noche, de mañana, una oportunidad de ser por la vida.

Hay familias que se congregan. Historias que se escriben, intensamente y acaban. Como el vuelo de las aves que cruzan por el cielo y desaparecen.

 

 

 2

 

EL SENTIDO DE LA QUEJA Y LA RESOLUCIÓN POÉTICA

SERGIO VICARIO GARCÍA

 

El apóstol Pablo, en el ejercicio del adoctrinamiento y exhortación de las buenas nuevas escribió en su carta a los Efesios: “Airaos pero no pequéis, no se ponga el sol sobre vuestro enojo…” (Efes. 4.26, 27); ya que consiente estaba de la debilidad de los hombres para ser presos de la ira cuando alguien o algo nos ofende, nos lastima o se antepone a nuestros deseos provocándonos temor y frustración. Entonces nos airamos, nos molestamos y nuestra tendencia natural es de rechazo o de desprecio; incluso llegamos a responder la agresión de igual manera o peor (aunque habrá quien pueda sujetar su temperamento y mascullar su rabia e impotencia sin mayor importancia que el ir acumulando rencor o logrando el perdón);  toda vez que la convivencia con los demás cuando no hay amor ni respeto es un padecimiento. Sartre lo resumía de la siguiente manera: “El infierno son los demás”.

 

La ira, es una de nuestras reacciones ante lo que nos aqueja. Por la ira murmuramos en contra de alguien, calumniamos o simplemente lo criticamos, pero no es la queja en sí, sino uno de sus fundamentos (antes aún es el temor). No sólo llegamos a sufrirla en nuestras relaciones con los otros, sino que también la padecemos ante la existencia misma que, constante y insalvablemente nos presenta problemas de toda índole; son situaciones, accidentes o desgracias que afrontan a nuestro ser. En consecuencia, reaccionamos ante ello y dependiendo del temple y carácter que se tenga, de sus circunstancias y posibilidades, es que manifestaremos nuestro sentir: molestia o disgusto, y así, nuestra queja.

 

La queja es expresión de un sentimiento del yo herido, conocimiento del dolor, cuestionamiento y señalamiento. En la resolución poética, la queja es la ira racionalizada o la búsqueda de la razón a través de la consideración del agravio: relación del daño, juicio y recriminación, y no tan sólo un discurso irascible, puesto que la queja también es lamento y aflicción del espíritu hecho canto:

Habla Segismundo:

 ¡Ay, mísero de mí, y ay, infelice! / Apurar, cielos, pretendo, / ya que me tratáis así, / ¿qué delito cometí/ contra vosotros, naciendo?; / aunque si nací, ya entiendo / qué delito he cometido: bastante causa he tenido / vuestra justicia y rigor, /pues el delito mayor / del hombre es haber nacido… ( “La vida es sueño”, de Don Pedro Calderón de la Barca)

 

También es que nos quejamos ante dios, se tenga o no fe. Dios es el artífice real o imaginado de la condición humana; por tanto a él, a ese dios, otrora veces luminosa oscuridad o silencio resplandeciente; a ese dios van dirigidas la mayoría de nuestras quejas y nuestras súplicas:

El poeta Enrique González Rojo escribió un memorable poema que, -admito mi yerro por tan sólo citar algunos fragmentos:

 

El Junco

I

Oriundo de este Valle de lágrimas, / sumando el quehacer individual de mis ojos / a las marejadas y tempestades / que, en alta angustia, / atacan al velamen del / pañuelo, / teniendo en la Tierra toda / mi terruño, / sintiéndome un terrícola orgulloso / de las leyes de rotación y translación / de mi casa; / criatura sin voz ni voto en el destino de mi especie, / pero hermano de los que gimen en pianísimo, rumiando sus blasfemias, / y compatriota de los iracundos / que arrojan al firmamento los juegos de artificio / de sus imprecaciones, / puedo apalabrarme con mi lengua, / morderme la punta del silencio, / sellar un compromiso de sangre / con la verdad, / levantar la mano, / pedir la voz, / humedecer en las lágrimas mi pluma, / soltar estos versos a grito pelado / hasta dejar afónicas / las vocales del  aullido, / para hablar de mi gente, / de quienes yo conozco, / de los juncos azotados por los cuatro vientos / del apocalipsis. /  Pedir la palabra, pedirla / para ser el cronista del infierno.

II

Observad a los novios: / la desnudez primera fue en los labios. / Dos excitaciones anudadas /  -cada amante extraviado en el laberinto del otro trajeron / consigo un holocausto de resistencias, /  un pudor desmoronándose, / un sentimiento de derrota en los botones, /  un paladear a diez dedos y dos sienes /  la epidermis del éxtasis, / y un arrojarse a las sábanas / en busca de poemas. / Mas ahora divisadlos enfermos, / en estado de sitio, / refugiados en lechos diferentes, / desamorosos, desavenidos, / sabiendo cada quien, / en la cámara de tortura de su sala de espera, / que a su destino en punto, / se halla presta a dar el salto la agonía. / Columbradlos perdidos, / ojerosos, / débiles, / venidos a muerte, / sin un solo anticuerpo en todo el cuerpo /  y con todos sus escudos / sufriendo un caleidoscopio / de dolencias / fatales. /  Pero ¿por qué en el clímax, / en la chispa que producen / dos cuerpos al rozarse, / en la maestría con que un orgasmo / seduce al otro, / tienes que eyacular, oh muerte?...

VI

“Porque, inmune a la mácula, / tan perfecta crueldad no cede a límites” / José Gorostiza / Y ahora /  si Dios es el creador de todo, / lo mismo del átomo y su ámbito de minucias / -del infinito acurrucado en lo invisible o del cosmos y su sistema de superlativos /  -de la totalidad desplegada a cielo abierto-, / si es Hacedor de las lágrimas / de este Valle de lágrimas, / si es así, / también es el origen /  de todos los males, / sufrimientos y sinsabores / de la existencia humana. / Que me duele la cabeza, / se trata de un rasguño de la divinidad / en mis células nerviosas. / Que soy un sordomudo, / alguien me alimentó, de niño, / con pájaros muertos. / Verdad, también fue obra del Buen Dios / esa hora y media de tacto que tuvieron los novios en un rincón del descuido / materno. / O el júbilo indecible del poeta / al dar en una metáfora / con la fórmula algebraica / de lo absoluto. / O la felicidad del Sísifo liberado / del alpinista / al divisar, desde su atalaya de oxígeno, / los litorales azules / del infinito. / Es verdad. / Pero ¿hemos de concluir en que el Rey Eterno / es la primera piedra / del todo? / …

Es así, que la queja del poeta reúne la queja de todos los hombres, al igual que cuando un alpinista, un solo ser humano ha alcanzado la cima de la montaña, con él llega la humanidad en su hazaña; pero la queja del poeta puede no ser compartida o comprendida; la queja del poeta es de una soledad a otra. Es una queja depositada en la hoja, sin un destinatario específico como tal, las más de las veces, porque la queja escrita en un poema se deposita en silencio (Condición de la soledad creativa, de la cual es ajeno el lector. No hay interlocución, no en lo inmediato, porque aún es posible el diálogo entre las obras de los poetas -como en el caso del  fragmento citado-. Es posible que la queja en su resolución poética conmueva a otros y ocurra el encuentro y la coincidencia).

¿Quién soy yo para quejarme de mi suerte? / ¿Acaso esta tierra no ha humillado sueños más grandes que los míos? Y ni sus nombres recordamos… Escribió el poeta José María Álvarez, y con estos versos nos demuestra que la queja construye una respuesta, es lamento y reflexión; síntesis del dolor y de la condición humana.

Inconformes, como es que nos manifestamos constante e irremediablemente por las causas más diversas que hay en la existencia, el poeta cuya queja es relevante, antes bien fue un observador; dotado al fin de un sentido de apreciación de justicia o del bienestar, su canto denuncia lo que aqueja a su espíritu, es rebelión misma de los sentidos y de la condición de quietud e indiferencia; el poeta no sólo siente y resume su voz en una versificación sensible, sino que comparte su pensar y lo que le conmueve a elevar la voz. La escritura como la lectura, se ha dicho, dotan de alas al pensamiento; no es la imaginación en sí, sino la libertad que conlleva el canto, el poema.

Pero la queja puede no ser suficiente, tan sólo es un acto de expiación, catarsis o de rebelión ante la impotencia de ver y ser testigo de lo que hiere al hombre como a uno mismo, aún así la queja poética es luz entre las sombras de la melancolía y la inconformidad.

la resolución de la queja en la poesía, puede llevar tantos elementos como sean apreciados, un tono más inclinado a la búsqueda de consuelo o una entonación cargada de malestar, pausad o terrible, en todo caso constituye una experiencia que se comparte y que mitiga la desazón del hombre, de un pueblo, es, en su punto culmínate la herida escrita que matiza un conocimiento: “pagamos por lo que amamos, decía Ling Yutang, y si hubo queja y dolor, el tiempo de lo vivo nos hace comprender que la fatalidad siempre estuvo a nuestro lado. Aún cuando lo neguemos o cuando la inconsciencia nos hace creer que el dolor se pudiera evitar, la existencia, el tiempo, la enfermedad, la vejez y los otros, nos harán recordar nuestra efímera superioridad.

Porque el mundo no es lo que queremos que sea, sino aquello que podemos distinguir que pudiera ser. La realidad no corresponde al deseo. El poeta y su queja nos enseñan, no de injusticias o sin sabores, sino de realidades profundas que sintetizan alguna aspiración, eso, o el lamento triste, la imposibilidad que nos ahoga sin la esperanza que nos ayuda a construir la espera.

Nada hay más benigno que racionalizar el mal, para desterrarlo, conjurarlo, aún cuando nos asfixia el pesar, la vida de otros también transcurre entre los sueños, el deseo, la lucha y la bondad. Es decir, si el poeta rechaza el cruel destino, nos ha mostrado ya lo que pudiera ser, como la otra cara de una realidad. En tanto se vive, se soporta de todo hasta el límite de nuestra finita condición.

La queja y el perdón, no el olvido basado en la huida o la represión del malestar, sino en aquel que logra liberarnos de los agravios, más nada hay que se pueda olvidar hasta el punto de desaparecer, tal es la función de la memoria que nos advierte, nos recuerda el sabor triste de aquello que endulzara nuestra alegría o la conciencia superior de saber, de comprender, que el ser humano, pese a todo, llega a ser y a decir lo que fue como el mismo pago por vivir.

 

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